Editorial

El narcotráfico ya nos perforó y ahora hay que profundizar la guerra


Poco más de 450 kilos de marihuana que habían sido transportados en una avioneta procedente de Paraguay fueron secuestrados cuando aterrizó en una pista clandestina en la ciudad vecina de San Antonio de Areco, donde además fueron detenidas seis personas. La noticia nos sorprendió solo porque se trata de una ciudad por la que pasamos siempre en la ruta a Buenos Aires y la conocemos, porque en definitiva, desde que el Gobierno declaró la guerra al narcotráfico en nuestro país, los decomisos han pasado a ser cosa cotidiana, sobre todo de marihuana en enormes cantidades.

Y en este caso la explicación es más bien simple: puede inferirse que ingresa más droga porque se consume mucho más en nuestro país y desde edades muy tempranas, pero sobre todo la razón es que hay un trabajo más serio y coordinado que años atrás. Esto último nos debe entusiasmar, pero lo primero es lo que nos debe preocupar. El consumo de marihuana en 2016 alcanzó al 7,8 por ciento de la población entre 12 y 65 años y para que tengamos idea, en 2010 ese registro fue de 3,2. Es más del doble de consumidores de un año al otro, lo que implica una muy importante escalada. Mientras que hace siete años las bandas narcos tenían unos 590.000 clientes para sus dosis de marihuana, ahora hay 1.500.000 personas que demandan ese producto a lo largo de un año: un 150 por ciento más. Entre ellos, unos 10 mil adolescentes tienen síntomas de un nivel de consumo riesgoso para su salud. 

Por eso podemos afirmar que el mercado de la marihuana es uno de los negocios más fuertes del narcotráfico en nuestro país, ya que el producto no usa a la Argentina como plataforma de lanzamiento rumbo a otros mercados, como en el caso de la cocaína que se consume y se exporta, sino que ingresa al país para abastecer a los consumidores locales.

Los especialistas en la materia afirman que si bien desde hace décadas se consumen drogas en el país, sea marihuana o cocaína y más cercano en el tiempo (desde que se empezó a procesar la cocaína en el país) el Paco, desde hace siete años el proceso ha sufrido una aceleración visible. Lamentablemente, los nuevos consumidores son mayormente la “mano de obra” que utiliza el narcotráfico. Con una frontera demasiado laxa (no solo las naturales sino también Ezeiza), los cárteles que antes mandaban la droga, se vinieron a instalar aquí. Con sus “cocinas” en las áreas suburbanas, se valieron de jóvenes desocupados o con trabajos de escasos ingresos para comercializar una mayor producción que la que antes llegaba desde otros países. Que la producción sea local no solo hace que sea mayor sino que además hace posible la venta de los temibles derivados, como el Paco, que por su bajo costo nunca es trasladado sino vendido en las inmediaciones. Y estos jóvenes, primero tentados por altos y rápidos ingresos, en lugar de ganar dinero terminan pagando su propio consumo porque se hacen adictos y esclavos del negocio. Tanto que además de ser vendedores se convierten en fuerza de choque de sus proveedores, todo en un marco de desesperación por vender más y más para poder solventarse el propio vicio. Porque estos pibes, curiosamente, a pesar de manejar grandes sumas de dinero a diario, nunca salen de pobres.   

Este fenómeno ha cambiado la realidad de las villas, donde antes, entre mucha gente humilde y trabajadora, ocurrían delitos asociados con bandas de ladrones. Pero ahora, el narcotráfico al menudeo ha copado el universo de las actividades ilícitas. Apareció la figura del sicario y las disputas armadas pasaron a ser a causa de la ocupación del territorio para las ventas. Los jóvenes se convirtieron en soldaditos baratos y reemplazables para jefes narcos invisibles que, al fin, se hacen cada vez más ricos y poderosos mientras ellos están cada vez más pobres y enfermos por la adicción que se ganan en su “trabajo”. El armamento con que cuentan se ve en el gran poder de fuego que tienen y los fondos infinitos con los que cuentan perforan no solo hacia debajo de la pirámide social sino también hacia arriba, llegando a las fuerzas de seguridad, a la política y a la Justicia. Solo así se comprende el avance impune que han tenido estos últimos años. Es de recordar que ese negocio logró dominar a un pueblo entero, como pasó en la localidad correntina de Itatí, donde la Justicia envió a prisión al intendente, al viceintendente y a otros funcionarios por formar parte de una red narco dedicada al tráfico desde Paraguay. Tampoco olvidamos que el jefe de la Policía de Santa Fe está preso acusado de proteger las redes narco que han proliferado en Rosario como el yuyo salvaje. Como el dinero que se mueve es mucho y la droga finalmente se hace el camino para llegar a los consumidores, pareciera que en estos espacios de poder tienen el sí demasiado fácil y sucumben por la tentación de “morder” en algo que, piensan, de todos modos sucederá.

Pero lo que hay que tener en cuenta es que este panorama que planteamos en las zonas más bajas de la sociedad, por llamarlas de algún modo, fue posible porque se habilitó el ingreso a las zonas más altas del país de los dueños del negocio. En lujosas mansiones de countries recalaron los jefes de bandas narcos que fueron “invitados” a irse de sus países por gobiernos que se determinaron a poner en funcionamiento sus aparatos legales y de seguridad. Mientras los Estados hicieron la vista gorda y hasta participaron del negocio, prosperaron los Escobar Gaviria en Colombia o los “Chapo” Guzmán en México. Ahora, cuando la cosa se les puso difícil, salieron a buscar otra plaza lo suficientemente flexible como para instalar su macabra maquinaria delictiva. Así llegaron a la Argentina, paraíso de la falta de controles y de políticos y policías fácilmente corruptibles, ya que solo se trata de mejorarles mensualmente sus ingresos. Algo muy accesible en este negocio de la venta de estupefacientes, donde se manejan verdaderas fortunas.

No hace falta ser un investigador profesional, basta con recorrer la crónica policial de los últimos 10 años en comparación con la de hace 15 ó 20 para notar la más reciente aparición de muertes a manos de sicarios, crímenes al estilo mafioso como el triple de General Rodríguez, ajustes en las villas y cada tanto un nombre extranjero en los allanamientos para asimilar de una vez por todas que Argentina reúne todas las características de un país narco. Si hacemos este ejercicio no nos quedará otra que asumir, aunque nos hayan dicho lo contrario, que la Argentina no es un país de tránsito de la droga una factoría. Al menos en ese camino íbamos –queremos creer que ya no- hasta que con el cambio de gobierno, especialmente en la provincia de Buenos Aires, comenzó a verse una acción más efectiva y sistemática. No vimos aun caer a ningún “pez gordo” como los que referimos pero se puede entrever que hay una coordinación de tareas y mucho trabajo de inteligencia que requiere de sigilo y de un paso más lento y seguro y que estruendoso e impactante desde lo mediático. 

La guerra que viene desarrollando el Gobierno no será fácil, porque este negocio una vez que se deja crecer como ha pasado en nuestro país, cortar los troncos del enorme árbol del delito no es sencillo. Sobre todo porque le vuelven a salir los brotes y llegar a la raíz es lo dificultoso. Dicho en lenguaje callejero: es fácil atrapar a los soldaditos y sus cargamentos, de hecho es posible que mañana en la villa 1-11-14 haya otros vendiendo una nueva dotación venida desde otra cocina. Lo complicado es subir en la red narco hasta dar con los grandes popes de estas bandas.

 

No podemos decir que estamos a tiempo, lamentablemente; las bandas narco ya están instaladas en nuestro país y entraron por la puerta grande, por Ezeiza. Llegaron, compraron viviendas lujosas y llevan una vida “en blanco” sobre la que nadie los cuestionó, como sí les sucede a los ciudadanos de bien, que hasta para comprar una casa con sus ahorros tienen que justificar la procedencia de sus ingresos.  Es una lucha dura y que tiene varios frentes. Uno de ellos es no permitir el ingreso de extranjeros que no vengan a trabajar o que no puedan justificar el dinero que ingresan al país. No se trata de ir en contra del relato de “la Patria grande” que enuncia el Preámbulo de nuestra Constitución sino de ser cuidadosos respecto de quienes recibimos en el país, precisamente para “consolidar la paz interior” que es otra de las premisas de la oración madre de nuestra Ley.  Hablamos de controles elementales, como aquellos a los que somos sometidos los argentinos que viajamos a otros países. Podemos seguir siendo una nación de puertas abiertas, pero no para los delincuentes, no es tan difícil como parece, es cuestión de controles. Otro de los aspectos es seguir vigilando y mucho a las fuerzas de seguridad para evitar que sigan siendo perforadas por los dineros del narco y, al fin, seguir con una voluntad inquebrantable de erradicar las bandas de nuestro país, en un compromiso del Poder Ejecutivo pero también del Poder Judicial. Solo así podremos evitar una tragedia que más temprano que tarde generará el narcotráfico en la Argentina.


Otros de esta sección...

Aprender durante toda la vida

26 de Abril de 2024 - 05:00
BuscaLo Clasificados de Pergamino y su región
Buscar en Archivo
Tapa del día
00:00
15:42
Errores:  0
Pistas:  38

Tu mejor tiempo:
12:07
Registrate o Ingresá para poder guardar tus mejores tiempos.

Nueva Partida
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Editorial
Funebres
Perfiles Pergaminenses
Lejos del pago
Farmacias de turno

LO MÁS LEÍDO