Editorial

Ejemplaridad ausente como signo de los tiempos que corren


Muchas veces, cuando abordamos comportamientos sociales, hablamos de la falta de ejemplos y parece una frase hecha o una circunstancia que, al fin, no justifica el análisis. Sin embargo, la realidad se nos planta con casos que, en definitiva, nos demuestran que no nos falta razón cuando afirmamos que la ejemplaridad está ausente.

Un ministro de la cartera de Trabajo, nada menos, como Jorge Triaca despide a una empleada que tenía en la informalidad -para más datos- con insultos irrepetibles. Y en estas épocas de comunicación instantánea, se viralizó en las redes sociales un audio de Whatsapp donde se lo escucha al funcionario echando, en medio de gruesos términos, a una mujer que trabajaba como casera en una casa quinta familiar. Un papelón a todas luces, pésimo ejemplo. Hasta el momento no se conoce que el presidente Mauricio Macri le haya pedido la renuncia (por la incongruencia y el delito de tener personal en negro), ni siquiera un reproche en público por las formas en que se expresó. El ministro para huir de la exposición negativa que le produjo el hecho adelantó sus vacaciones.

Es preocupante que tengamos ministros con este nivel de trato, que no trepidan en tener a sus empleados en negro, cuando el Gobierno planea distintas estrategias para el blanqueo de personal. No es el único mal ejemplo en el Gobierno; que los funcionarios más encumbrados tengan su fortuna en paraísos fiscales, aun cuando la hayan declarado con el blanqueo, es una mala señal para los posibles inversores. La verdad es que se hace difícil pedir a los demás un compromiso con el país cuando quienes más responsabilidades tienen no lo demuestran.

También fue preocupante lo sucedido con el entrenador de la selección argentina de fútbol, Jorge Sampaoli, quien protagonizó un confuso incidente de tránsito durante un control en la ciudad santafesina de Casilda, cuando retornaba del casamiento de su hija. El DT, en evidente estado de exaltación, menospreció a un agente que frenó el vehículo en el cual viajaba diciéndole: “Cobrás 100 pesos por mes, gil”. Una vergüenza, porque si se comete una infracción se debe acatar y además porque el ataque afirmando que ganaba poco es de una vulgaridad y una ausencia de sensibilidad digna de mejor elogio. 

El lector puede pensar que, en definitiva, a Sampaoli hay que juzgarlo por su trabajo como DT de la selección y no por su vida personal, aunque se haya hecho pública como es este caso. Sin embargo, nos gustaría saber con qué autoridad moral le va a pedir a los jugadores que se comporten bien para honrar la camiseta argentina. 

Si faltaran malos ejemplos, los jugadores de Boca Juniors Edwin Cardona, Wilmar Barrios y, en menor medida, Frank Fabra, quedaron envueltos en otro escándalo sexual y fueron inmediatamente apartados del equipo. Los tres se perderán el superclásico del próximo domingo ante River Plate. Resulta ser que tres mujeres, una argentina, una colombiana y otra peruana, acusaron a los futbolistas de abuso sexual, lesiones y amenazas tras una fiesta realizada el fin de semana pasado en un hotel del exclusivo barrio de Puerto Madero. La dirigencia del club no impuso sanciones administrativas a la espera del avance judicial, pero el entrenador ya los marginó para el derbi ante River. 

Los escandaletes entre jugadores de fútbol ya son clásico en la Argentina, y los clubes se ven acosados por la indisciplina de muchos de sus jugadores, como Daniel Osvaldo, despedido por fumar un cigarro en los vestuarios, o Ricardo Centurión, denunciado por su pareja por violencia de género. Todos escándalos que nos muestran el nivel de irresponsabilidad de jugadores que cobran fortunas pero no pueden honrar ni en lo mínimo al club que los contrata. 

En estos casos que mencionamos, como en otros, una vez que se hace público el papelón salen los apuntados a pedir disculpas, a tratar de explicar lo inexplicable y en otros (como los jugadores de fútbol) empiezan negando la situación hasta que las pruebas los tapan. La realidad es que las disculpas nadie las cree, porque se producen al solo efecto de tratar de salvarse de las consecuencias de las acciones que, de cualquier manera, ya están hechas. 

No podemos soslayar que somos una sociedad bastante permisiva y poco exigente, como tantas veces hemos planteado y así nos ha ido, dicho sea de paso. Porque cualquiera de estos comportamientos que planteamos y otros tantos a los que podríamos recurrir en otros países, se transforman en escándalos de una magnitud tal que no les permitiría a los protagonistas seguir como si nada pasara. Y es ese control social duro, esa opinión pública vigorosa e implacable la que obliga a quienes tienen importantes responsabilidades a transformarse en buenos ejemplos.  

En la Argentina donde todo parece más o menos posible, sin que haya consecuencias serias evidentemente no logramos resultados positivos y la ejemplaridad está cada vez más lejos de lograr.

 

Una lástima.


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