Editorial

De buenos y malos ejemplos políticos


Barack Obama, George W. Bush, Bill Clinton, George H.W. Bush y Jimmy Carter, los expresidentes estadounidenses vivos, aparecieron días pasados en el Reed Arena en Texas A&M University en College Station. El grupo de expresidentes participó en un concierto que recaudó fondos para ayudar a las víctimas de huracanes en Texas, Florida, Puerto Rico y las Islas Vírgenes de Estados Unidos. 

Los ciudadanos americanos tuvieron  así la imagen de los cinco exmandatarios vivos de la historia reciente del país, que hace semanas iniciaron sus esfuerzos de recaudación, expresando palabras de aliento y motivando a quienes viven en Norteamérica a ayudar con donaciones. El presidente Donald Trump, por su parte, emitió un mensaje en un video que se transmitió durante el evento. Su mensaje invitó a los estadounidenses a “hacer lo que mejor saben hacer: unirse y ayudar a las personas”.

Unos días antes de la gala, los expresidentes hicieron una aparición pública solicitando donaciones. Se registra que sus esfuerzos ya han dejado una recaudación de 31 millones de dólares gracias a 80.000 donantes, lo que evidentemente marca la influencia que tienen en la sociedad los mandatarios pasados, quienes una vez dejado el cargo no ejercen en la arena política pero siguen convocando a sus seguidores para algo tan importante y noble como la solidaridad frente a la tragedia. El fondo de recaudación creado por los expresidentes responde a que los huracanes Harvey, Irma y María dejaron daños estimados en 300 billones de dólares y meses de trabajo en recuperación, por lo que esperan que este dinero sea un primer empujón para beneficio de las víctimas.

No está escrito en ninguna ley que una vez cumplido su mandato deban recluirse o dedicarse a actividades extra políticas como académicas o altruistas, simplemente lo hacen. Entienden que tuvieron su momento y ahora es el de otro. Del mismo modo que cuando una persona deja una empresa, no busca intervenir en ella a no ser que sea convocado, los presidentes en Estados Unidos hacen de su tiempo de retiro un culto, lo que redunda en que a ellos mismos la sociedad los ponga en un lugar de culto, más allá de las apreciaciones personales que se tengan sobre su gestión. Lo que prima es la idea de que ellos son parte de la historia grande del país y por ello, con los errores y aciertos que hayan tenido, son puestos en un lugar de privilegio en la consideración social. Ninguno intenta reeditarse en el mundo político y anquilosarse en liderazgos que, en cambio, ceden a las figuras emergentes que la sociedad va eligiendo.

 La actitud de la dirigencia americana y la respuesta de su sociedad no puede sino generar sana envidia, en una Argentina donde el último gobierno ni siquiera recibió los atributos del mando de manos de la expresidenta Cristina Kirchner. Nuestros exmandatarios, salvo honrosas excepciones, terminan envueltos en escándalos de los que buscan salir enmarañándose de los artilugios legales que les proporciona la política, de la que finalmente se sirven, en lugar de servir a ella. Como Carlos Menem que resiste siendo senador con varias condenas y ahora la propia Cristina que visita más Comodoro Py que su propia agrupación. 

Este asunto de que los expresidentes nuestros no quieren abandonar la pelea política los termina eximiendo de ser dirigentes de consulta, incluso de retirarse con los logros que hayan tenido y no con los problemas de los vaivenes electorales. Es claro que Menem y Cristina serán senadores pero por la minoría, porque ambos perdieron los comicios de octubre, rompiendo ambos un récord propio de invictos comiciales. Dicho esto sin olvidar que ambos tienen causas abiertas por corrupción que tramitan en los tribunales.

Se trata de un problema de responsabilidad cívica, no de otra cosa, la actitud que se tome una vez dejado el poder. Porque sería un error creer que en Estados Unidos los expresidentes tienen buena relación o no guardan entre ellos, en algunos casos, más de un rencor; los hay demócratas, los hay republicanos y cuando se han tenido que enfrentar políticamente lo han hecho sin problemas y sin atajos. Incluso las campañas políticas en Norteamérica son durísimas, como quienes les interesa seguirlas por televisión pueden comprobar: se pelean, se acusan, se hacen operaciones en los medios de comunicación. Nada que no conozcamos. El asunto es que cuando la tarea ya fue cumplida se abren de las disputas del poder y no solo pasan a ser ciudadanos raso sino que lo hacen con la premisa de ser los más honorables ciudadanos, por la carga histórica que ya llevan sobre sus espaldas. Por eso, cuando el país atraviesa por una catástrofe como la pasada con los huracanes repetidos, dejan todo de lado y le demuestran a la sociedad que los Estados Unidos son uno, indivisible, a la hora de ayudar. Son exmandatarios, tienen el honor de haber regido los destinos del país y eso está por encima de rencillas políticas. A eso nos referimos con asumir la responsabilidad cívica.

Evidentemente en la Argentina, entre varios conflictos en el modo de concebir nuestra cultura política, uno de los asuntos es, sin dudas, que nuestros exmandatarios no quieren compartir la foto, que es lo mismo que decirle a nuestra sociedad que toda grieta es válida y que no existe motivo, por desgraciado que sea (terremoto, inundación), que indique la posibilidad de unirnos bajo una misma bandera. Tampoco asumen su nuevo espacio y por el contrario siguen queriendo incidir en la política del momento.

En este sentido ni oficialismo ni oposición muestran ejemplo alguno, a todos les ha resultado un buen negocio electoral la grieta y mientras eso suceda, difícilmente podamos dar un paso adelante en este espinoso asunto de terminar con las divisiones, las peleas familiares, los enfrentamientos entre amigos y, lo que es más grave, no hay tema alguno que no caiga en ese dichoso abismo que separa a los argentinos y que solo genera odio social. Un asunto peligroso si no se sabe rectificar a tiempo esta situación de choque permanente. 

 

Es una mala noticia que nuestros expresidentes no estén a la altura de su propio pasado, para dar a la Argentina un ejemplo de unidad que nos haría mucho bien en medio de tantas divisiones y tantas peleas. Al fin, para superar las diferencias están las elecciones, cuando las urnas hablan con fallo inapelable. De modo que se puede coincidir o no con el actual Gobierno, lo que no se puede es resistir su autoridad mientras les dure el mandato. De eso se trata la democracia, al fin.


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