La comunidad está compartiendo el profundo pesar por el fallecimiento de la reconocida farmacéutica Bettina Biagi a los 62 años ocurrido este miércoles.
El domingo 5 de marzo del año pasado publicamos un perfil en la edición impresa del Diario La Opinión:
Bettina Biagi: la sensibilidad de quien encontró en la adversidad el camino del autoconocimiento
Es farmacéutica, con una rica trayectoria pública por su labor en el Colegio de Farmacéuticos de Pergamino, que presidió. Solidaria, empática, buscadora incansable y comprometida, posee una historia de vida que resulta un testimonio y ejemplo por el coraje con el que afrontó circunstancias delicadas y sacó de ellas las mejores enseñanzas.
Bettina Mónica Biagi tiene 61 años. Nació el 25 de enero de 1962. Creció en la casa familiar de calle Rivadavia, entre Florida y 11 de Septiembre, un sector de la ciudad que aunque era céntrico en su infancia no era parecido a como es hoy. "Estábamos a una cuadra de bulevar Colón que era una calle de tierra. Hacia atrás del bulevar no había casi nada. Es más, mi mamá no me dejaba ir para el lado de Monteagudo", describe en el comienzo de una cálida entrevista que le concede a LA OPINION para trazar su Perfil Pergaminense. En el ámbito público es conocida por su labor como farmacéutica y su trayectoria institucional en el Colegio de Farmacéuticos, entidad que presidió en varios períodos y en la que siempre participó con un marcado compromiso, no solo con el colectivo de sus colegas sino con la comunidad.
Cuenta que es la más chica de sus hermanos. "Cuando nací María Inés tenía 7 años y José Antonio, 6", menciona y enseguida acerca a la charla recuerdos y deja traslucir la tristeza que le provocó la temprana muerte de su hermano varón hace algunos años.
Cuando reconstruye su biografía familiar habla de sus padres, Alba Inés Gallo y José 'Pepe' Biagi, inmigrante italiano. "Ella era docente en varias escuelas, entre ellas el Colegio Nuestra Señora del Huerto donde yo hice toda mi escolaridad. Y él era comerciante, dueño de 'El Chic Porteño', un negocio que tenía en sociedad con Trovato, en calle San Nicolás".
La vida universitaria
Desde siempre supo que tenía facilidad para la química, la matemática y que, aunque poseía cierta inclinación al trabajo social, le resultaba más difícil la abstracción de las lenguas, la historia o la filosofía. Eso hizo que en su juventud se debatiera entre varias carreras universitarias, como medicina, bioquímica o farmacia. Optó por esta última y al egresar del Colegio del Huerto con su título de bachiller, se mudó a Rosario e inició sus estudios en la universidad. "El ingreso a la facultad no era sencillo en ese tiempo en el que aún estábamos en dictadura. Rendí un examen muy riguroso y durante los primeros años de la carrera para ingresar a la facultad tenía que presentar mi documento de identidad", relata marcando un tiempo complejo, que transcurría entre los años oscuros de la represión y la transición democrática. "Mi generación nació en dictadura y no conocíamos lo que era la democracia. Tuvimos que formarnos para entender en qué realidad social estábamos viviendo", señala y recuerda: "Incursionamos en los primeros centros de estudiantes y participé activamente de la conformación de esos espacios".
"En ese momento uno de los más fuertes era el socialismo popular con Estévez Boero, se llamaba 'La 9 de Julio'. Después estaban el peronismo, el radicalismo y el Partido Intransigente. Era una época de mucha movilización, pero también de temor. Nosotros -clandestinamente y desatendiendo los consejos que nos daban nuestros propios profesores- nos reuníamos y conversábamos nutriéndonos de compañeros más grandes que habían vivido otras situaciones en materia política", agrega, definiendo la vida universitaria como "muy linda y enriquecedora".
El ejercicio profesional
Al recibirse regresó a Pergamino y comenzó a trabajar en la Farmacia Rawson. Ya había conformado su familia y fueron naciendo sus hijos.
De la mano del ejercicio de su profesión comenzó a participar de la vida del Colegio de Farmacéuticos. En el año 1991 abrió su propia farmacia en el barrio Vicente López y fue un colega, Héctor Seta, quien la convocó a que se involucrara. Al poco tiempo asumió la vicepresidencia de la entidad, fue presidenta en varios períodos y siempre tuvo participación en las distintas comisiones. "Fue una tarea intensa que ejercí con responsabilidad y dedicación, siempre pensando en mantener la unión gremial y en propiciar acciones que redundaran en beneficio de los farmacéuticos y sirvieran para brindar un mejor servicio farmacéutico a la sociedad. También participé como delegada de Educación, un espacio desde el que trabajé para promover la formación continua".
Una nueva etapa
Al frente de la farmacia, disfruta de su profesión, aunque hoy la ejerce a un ritmo distinto. Es una agradecida de todo lo que su trabajo le ha brindado y también siente una profunda gratitud hacia la gente del barrio Vicente López. "Siempre pienso que mi mamá no me dejaba cruzar bulevar Colón y, con el paso del tiempo, yo me mudé al barrio, y encontré allí gente maravillosa, también del 12 de Octubre, de Güemes", afirma. Y prosigue: "Cuando yo abrí la farmacia casi nadie tenía tarjetas de crédito ni de débito. La gente compraba y anotaba en la cuenta corriente. Hoy yo las sigo teniendo con clientes que no me fallan nunca. Tengo clientes de toda la vida, gente que partió, vinieron sus hijos y sus nietos. Vi pasar generación tras generación en la farmacia".
Solidaria, siempre
Cultora de un profundo compromiso con el aspecto social de su profesión, siempre busca el modo de ayudar a quien lo necesita y ha sido parte de experiencias que rescata. Una de ellas fue su participación como voluntaria en el armado del Banco de Medicamentos de la Red Solidaria. Recuerda ese proceso fundante que surgió en plena crisis de 2001 por iniciativa de Aurora Yapur y Susana Cuesta, que se acercaron al Colegio de Farmacéuticos con donaciones de medicamentos que recibía la Red y que no sabían cómo entregar a la comunidad.
"El Banco de Medicamentos es un ejemplo del valor del voluntariado. Nosotros tampoco sabíamos bien qué hacer con esas donaciones que ellas recibían y fuimos dándole forma a una iniciativa que hoy perdura gracias a que sigue habiendo farmacéuticos y voluntarios que dedican su tiempo para resolver una necesidad", sostiene, recordando que personalmente colaboró durante un año y medio y después llegaron otros profesionales que tomaron la posta.
Su universo afectivo
Bettina comparte su vida con Gustavo Pérez Ruiz, periodista al que conoció cuando le cedió un espacio al Colegio de Farmacéuticos en su programa de radio. "Yo en verdad lo conocía de la vida. Y cuando desde el Colegio nos acercamos con la inquietud de poder establecer un canal de comunicación con la comunidad, él fue muy generoso, nos ayudó a armar ese espacio radial y a partir de ese contacto que empezó a ser más cotidiano iniciamos una relación que perduró. Nos casamos en 2001 y desde que nos encontramos comenzamos a transitar el camino de la vida juntos", relata.
Habla con profunda admiración de su compañero de vida. Divorciada de su primer matrimonio, con Gustavo lograron ensamblar una familia integrada por los hijos de ambos y crear un núcleo afectivo basado en el respeto y la empatía.
Ella es mamá de Francisco, que está casado con Teresita y son papás de Paulina; de Esteban, casado con María del Mar y papás de Felicitas, Celina y Santino; y de Matías, casado con Lucía y papás de Tomás. Gustavo, por su parte, es papá de Nicolás y Luciana, hijos de su primer matrimonio con Susana Pagani.
"Logramos ensamblar una familia. Los dos hicimos de nuestro lugar una casa de puertas abiertas, un espacio siempre dispuesto para los hijos, los nietos, para Susana y para los amigos", menciona, y se siente bendecida por esa construcción que la nutre de un universo afectivo real y perdurable.
Amiga de los amigos, conserva sus relaciones de la primaria, la secundaria y de la universidad y tiene amigas entrañables como Gabriela, Marcela, Marisa, Mónica y "Chuchi", con las cuales aprovecha todas las posibilidades que la vida le plantea para viajar o compartir lindos momentos.
El autoconocimiento, la gran tarea
En 2018 el diagnóstico de una enfermedad oncológica la puso de cara a la adversidad y la enfrentó con coraje. "Un día, sin esperarlo, sin darme cuenta y sin sentir absolutamente nada, una pérdida de sangre me llevó al ginecólogo. Me diagnosticaron un cáncer de ovarios. A los 10 días me operaron. Fue como si me hubieran pegado una trompada en la cara para obligarme a parar. Venía con una vida acelerada y no podía detenerme por esa inercia. El miedo lo debo haber ocultado en algún lugar del inconsciente, ante el diagnóstico me salió la guerrera. La enfermedad me puso frente a la posibilidad de hacer un verdadero cambio de vida", relata.
Ya transcurrieron cinco años de tratamientos y reconoce que atravesó varias etapas. Le hizo frente a la enfermedad y realizó todo lo que la medicina le fue marcando. A la par de ello estudió, indagó y buscó alternativas. "Tomé la decisión real de dejar de participar de muchas actividades para pensar en mí, mi prioridad era sanar", señala. Y confiesa: "Hacía rato que no pensaba en mí, no sabía quién era yo. Comencé terapia, no porque estuviera angustiada sino como un ejercicio de introspección. Se me desdibujó todo el exterior y comencé una búsqueda interior. No podía seguir viviendo y no iba a seguir viviendo sin autodescubrirme. Comencé una gran tarea, dejé de mirar para afuera. Fue un ejercicio y un proceso. Seguí haciendo tratamientos, hice un curso de alimentación, entendí la importancia de cuidar el cuerpo. Somos almas encarnadas en el cuerpo, y hay que cuidar ese traje que es el que te lleva por la vida. Hice un enorme trabajo interior. Me contacté con profesionales que ven la enfermedad como una respuesta biológica a algo que nuestra psicología no puede resolver y ahí me di cuenta que los medicamentos no me iban a curar, que la medicina es muy buena para muchas cosas, pero hay otras que tienen que ver con algo mucho más profundo y es ese ser que está pidiendo a gritos que pares, te autodescubras, te ames y resuelvas lo que no resolviste. Ese es el camino de la sanación, no de la curación. La sanación es un proceso y enfermar también lo es".
Su testimonio es una enseñanza. Escucharla resulta un ejercicio de aprendizaje que ayuda a reflexionar sobre cuestiones que en la vorágine de la vida cotidiana a menudo se dejan pasar.
La charla termina con estas reflexiones. Profundas, sentidas, verdaderas. Quizás esa búsqueda de saber quién es sea el mayor aprendizaje que le ha dejado el tránsito por la enfermedad. Lo sabe, asume y sigue aprendiendo. "Hasta el último día de mi vida voy a seguir buscando quién soy. Voy encontrando pedacitos de mí y me voy armando. Es muy apasionante encontrarte con vos misma, descubrirte, comprenderte y amarte", afirma esta mujer multifacética, buscadora incansable de las mejores herramientas para vivir.
"El autodescubrimiento es mi pulsión. Encontrarme es mi gran tarea, no solo para mí sino para brindarle a mis hijos, a mis nietos, a Gustavo y a las personas que amo, la mejor versión de mí", concluye, generosa y consciente.