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A 46 años de un hecho conmovedor: la tragedia de Rubén Loyola en el ring


 En la vieja “Usina” Loyola combatió como amateur con José María Flores Burlón En esa oportunidad fue empate y fueron secundados como managers por Alberto Mustaf y Víctor Loycono (ARCHIVO CARLOS DEL VALLE)

'' En la vieja “Usina” Loyola combatió como amateur con José María Flores Burlón. En esa oportunidad fue empate y fueron secundados como managers por Alberto Mustafá y Víctor Loyácono. (ARCHIVO CARLOS DEL VALLE)

Por Carlos Luján Del Valle para la Redacción de LA OPINION. Esta fue mi nota más triste, escrita hace exactamente 46 años. La más conmovedora en mi no escaso tiempo dedicado al periodismo. Enviado por el diario LA OPINION a Junín, me acompañó el fotógrafo Oscar Raisi. Con Rubén Calvelo y Carlos Bonet, de Radio Mon, al borde del ring, golpeábamos el tapiz del Club Argentino para que detuvieran el combate.
Ni el médico, ni el árbitro, ni mucho menos Santos Zacarías, su manager, advertían que Rubén Loyola estaba siendo injustamente masacrado por un rival experimentado, duro, con oficio. Zacarías sacaba cuentas que con las ventajas que había logrado su pupilo en los primeros asaltos, terminando de pie, le alcanzaba para lograr por lo menos un empate. Esa noche lo mataron a Loyola. No hubo culpables.

Falleció Loyola
Esta es la crónica de LA OPINION del 15 de febrero de 1974:
A las 18:40 murió en Junín Rubén Loyola, donde había sido llevado para su asistencia. La infausta noticia conmovió ayer a la ciudad deportiva en la que el boxeador había logrado varios espectaculares combates.
"El paciente ingresó al sanatorio aproximadamente a las 12 con crisis de descerebración, en estado de coma profundo, midriasis bilateral y trastornos respiratorios con respiración de tipo "scheine-stock", es decir un severo trastorno respiratorio. Se le ha hecho aquí un estudio angiográfico cerebral, para poder visualizar lo que está pasando dentro del cráneo con la gran presunción de que tiene un hematoma. Comenzamos haciendo una radiografía de la carótida derecha, la cual mostraba un fenómeno de no-relleno, es decir la sustancia de contraste a través de la arteria carótida no penetró en el cráneo. Hicimos una radiografía de la carótida izquierda y ocurrió lo mismo. En unas palabras, Loyola tiene muerte cerebral y posiblemente en las siguientes horas se produzca el desenlace fatal.
La rotura de la arteria por el golpe ha aislado el cerebro y éste solo servirá, para explicarle prácticamente, para trasladarlo a otro paciente, o sea transplantado a otro ser humano. El golpe referido no solo es a veces recibido por un boxeador sino que es más común recibido en accidentes de tránsito... En este "caso"
la medicina no tiene nada que hacer ...". El doctor Julio Sardagna fue frío y claro. Nosotros, que habíamos acudido prestamente a Junín con el fin de encontrar unas palabras de esperanza, terminamos recibiendo uno de los golpes más duros que se le puede asestar a un periodista que se jacta primero de ser humano, y luego de profesional. Luego se fueron enterando en los pasillos del sanatorio de Junín los cuatro acompañantes ocasionales de Loyola. Todos porteños. Entre ellos Santos Zacarías. Y nadie más, Rubén sobre una camilla solitaria movía su cuello y la sala nos pareció helada. Comencé a caminar buscando la puerta de salida con el fotógrafo Raisi, que ya no hablaba. En el viaje de ida apenas habíamos intercambiado un par de palabras.
Quería llegar a mi casa y decirles a mis chicos y esposa que no nos moviéramos más de allí, que afuera estaba el peligro, que la vida nos esperaba a cada paso para castigarnos. Y cuando llegué les grité y los intimidé con palabras… ¡Y de aquí adentro no se mueve nadie. .. c ...!
Traté de hablarles a “Carli” y a “Nani” de la Momia, como ellos lo habían bautizado a Loyola, porque cada vez que pasaba por la puerta de casa los asustaba imitando a personajes de Titanes. Anoche habían escuchado la pelea y sabían que había boxeado... que había perdido... que estaba enfermo ¿cómo explicarles?
La violencia no es engendro de la paz. Por lo tanto no es para asombrar la desarmonía de la que hacen gala los que habitan en el mundo del box. Loyola más de una vez se había mostrado inarmónico en sus expresiones, en sus gestos y en sus actos. Pero tenía una gigantesca fe en sí mismo y eso lo hacía hablar, manifestar lo que era y pretendía ser. En sus actitudes rara vez se mostraba humilde. Y es muy difícil cuando alguien se propone ser el mejor en algo, parecer humilde. Loyola era así, no era ningún simulador. Decía y hacía lo que sentía. Otros, en cambio, nunca dicen lo que sienten, acaso tampoco sienten nada. No era precisamente su patrimonio la pasión. Rubén era un apasionado por vivir, por ser alguien.
El boxeo, ese mundo agresivo y turbulento, le había dado una oportunidad. Cierta vez dialogué con él en micrófonos de LT 35. Terminaba de perder por paliza con José Araujo.
En aquella ocasión le dije: "Rubén Loyola que está aquí a mi lado, es un boxeador, es ídolo de toda esa muchedumbre, que impávida, no sabía qué hacer cuando lo vio en el suelo, perdedor. Es un buen muchacho y también, muchos de su edad lloraron cuando oyeron que había perdido. Es también un caballero porque sabía que yo iba a ser un poco fuerte con él en esta nota y vino a acompañarme y escucharme... va a seguir siendo mi amigo porque sabe que no lo aplaudí demasiado cuando ganó, pues descubrí que él, más que un buen boxeador, es un ser humano, un buen ser humano, a la postre lo más importante entre él, yo y el mundo...”.
El jueves trasmití su última pelea. En un pasaje de la misma llevó con el cuerpo a su adversario sobre la cuerda donde estábamos ubicados y por sobre el hombro de Roldán me guiñó el ojo. No pude hablar con él ni antes ni después de la pelea. Cuando llegó su último round grité por la toalla como muchos... recién me doy cuenta que para mí, aquel también había sido mi último round. No volveré
a transmitir jamás un combate.

El velatorio
El cuerpo de Rubén Loyola fue velado transitoriamente en el Club Argentino anoche ante una acongojada concurrencia. Luego se lo llevó a su ciudad natal, Venado Tuerto, a pedido de sus padres, quienes llegaron a Pergamino para su traslado.


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