Editorial

La Navidad hoy, con dolores y lágrimas en los ojos, como hace 2014 años


La Iglesia argentina participó, como es natural, activamente de esta Navidad. A través de distintos mensajes pastorales, los obispos transmitieron su preocupación por el avance del narcotráfico, la violencia y la inseguridad, y pidieron caminos de diálogo y encuentro en el país. Además de predicar en favor de la paz, la solidaridad y la Justicia, las principales voces del catolicismo reclamaron a los políticos trabajar para combatir la pobreza con mayor vocación de servicio, honestidad y menos corrupción.

Algunos afirmaron que nos encontramos lejos de los mensajes de paz y amor, cuando tenemos esta realidad de violencia y drogas, que debemos asumir y luchar contra ella. Hablaron también del poco valor de la vida humana en el narcotráfico. Otros obispos hablaron de la corrupción, como base de muchos de los otros flagelos que nos aquejan.

Ya en su última reunión, hace 10 días, la comisión permanente del Episcopado había advertido sobre los desequilibrios sociales y económicos, el delito del narcotráfico y la trata de personas. Pero como parte fundamental y germen de todos estos problemas mencionaron “la corrupción y falta de ejemplaridad que empobrecen el nivel moral de la sociedad”. Es que en todas las relaciones humana debe existir la coherencia entre la prédica (en el caso de la política sería el discurso) y la acción para preservar la legitimidad. 

Sin dudas, el mensaje universal y más abarcativo fue el del Papa Francisco, que habló -como es su estilo ya conocido en el mundo entero- directo al corazón durante la bendición de Navidad en la Basílica de San Pedro, la segunda de su pontificado y recordó las “muchas lágrimas” que se vierten por la violencia, la intolerancia y la indiferencia, muy en particular las lágrimas de los más vulnerables, los millones de niños del mundo que sufren como nadie en un “silencio impotente”.

El Papa pronunció su mensaje urbi et orbi (a la ciudad y el mundo) ante unas 100.000 personas y dijo: “Hay verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús”.  Y enumeró los problemas más dolorosos del planeta, desde Ucrania hasta Israel y los territorios palestinos, clamando contra “la dureza de corazón de muchos hombres y mujeres sumidos en lo mundano y la indiferencia, en la globalización de la indiferencia”.

Fue muy directo al criticar a los combatientes de Estado Islámico, por la muerte y expulsión masiva de musulmanes chiítas, cristianos y otras minorías en Siria e Irak, donde se trata de imponer el pensamiento a sangre y fuego.

“Para El, el Salvador del mundo, le pido que guarde a nuestros hermanos y hermanas de Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo los efectos del conflicto que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal”, dijo Francisco, porque son tremendas las presiones que se viven en el llamado “califato”.

“Que la Navidad les traiga esperanza, así como a otros desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos y ancianos, de aquella región y de todo el mundo; que la indiferencia se transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que los que ahora están sumidos en la prueba reciban la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir los rigores del invierno, puedan regresar a sus países y vivir con dignidad”, pidió Francisco.

Luego, y ya sin papeles, habló de “los niños desplazados a causa de las guerras y las persecuciones, sujetos a abusos y explotación ante nuestros ojos y con nuestro silencio cómplice; a los niños masacrados en los bombardeos, incluso allí donde ha nacido el Hijo de Dios”. Sin dar más precisiones, habló de “los actuales Herodes”, que tienen las manos ensangrentadas, refiriéndose al rey bíblico que ordenó la muerte de niños para garantizarse la desaparición de Jesús, al que por las profecías veía como una amenaza a su poder.

Hizo un llamado a la finalización de los conflictos en los países africanos, convocó al diálogo entre los israelíes y los palestinos, censuró el ataque de los militantes talibanes en el que murieron más de 130 estudiantes en Pakistán la semana pasada y agradeció a los que ayudan a las víctimas de la epidemia del ébola. Todos temas muy duros, muy actuales. Evidentemente el Papa está muy atento a lo que sucede en el mundo, sobre todo y como buen cristiano, en aquellos lugares donde se sufre tanto.

Y hay un detalle que marca la grandeza de este Santo Padre Argentino: en la víspera de Navidad, Francisco hizo un sorpresivo llamado por teléfono a los refugiados cristianos en un campo de Ankawa, Irak. Sus palabras de aliento fueron pura comprensión y compasión: “Ustedes son como Jesús en la noche de Navidad. Para él tampoco había lugar”. Una frase que se graba en el corazón de todos, porque el mensaje no es sólo para los excluidos, es para que cada uno de nosotros abra su corazón a quien lo necesita. Y ese es el valor de su mensaje.


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