Hace años que se viene hablando de inseguridad como un fenómeno que atraviesa dolorosamente a la sociedad argentina.
Siempre hubo delincuencia pero de un tiempo a esta parte todo se fue desmadrando. Lo que se veía lejano porque sucedía en las grandes ciudades de repente empezó a sucedernos en nuestras narices y de manera frecuente, hasta convertirse en corriente. Y lo peor es que nos fuimos acostumbrando y hoy asumimos este flagelo con la resignación de reconocernos dentro de un bolillero con la tonta esperanza de que nuestro nombre no salga por la boquilla. Porque nos pasa eso: sabemos que la delincuencia está al acecho y solo no queremos ser la próxima víctima. Y si lo somos, nos conformamos con salir sin daños físicos.
Hoy el dolor nos invade porque Fernando Liguori no pudo sobrevivir para contar su caso. Un criminal lo mató por el solo hecho de matar. Y este caso además de estremecernos, nos debe interpelar como sociedad, porque las personas que tienen las responsabilidades de gobernarnos, legislarnos, protegernos e impartir justicia no son más que emergentes de nuestra propia manera de vivir.
Hoy tenemos un problema instalado con raíces profundas, a las cuales se hace difícil destruir.
Generaciones muy poco adeptas a lograr el sustento con el sudor de la frente; chicos que cayeron en el flagelo de las drogas y necesitan dinero para seguir consumiendo; pésimos ejemplos que abundan sobre cómo conseguir dinero rápidamente y sin mucho esfuerzo; padres desocupados que no pudieron mostrarle el ejemplo del trabajo a sus hijos; un exacerbado asistencialismo social en muchos casos para fomentar clientelismo político; todo eso sumado a leyes demasiados flexibles y una fuerza policial y funcionarios judiciales corrompidos, entre otras causas, hicieron una bola gigante que hoy aparece como un monstruo imposible de voltear.
Sucesivos gobiernos estuvieron durante años evitando hablar de inseguridad hasta que no se pudo seguir tapando el sol con las manos. Y cuando se tuvo que salir a admitir la gravedad del problema, ya había corrido mucha sangre.
No hay aún en el país, y mucho menos en la Provincia ni en el Municipio, un plan integral para atacar el flagelo. Porque así como el problema se fue generando por múltiples causas y durante muchos años, también es necesario atacarlo desde muchos blancos y, además, sostenerlo en el tiempo.
Después de cada hecho como el que nos ocupa hoy, generalmente llegan respuestas espasmódicas y promesas incumplibles. Probablemente se muestre como posible solución la saturación de las calles con móviles y efectivos policiales. Es cierto que esa situación morigera la sensación de inseguridad porque el ciudadano que ve patrulleros al menos se siente protegido. Y aunque muy bienvenidos son los móviles y el personal policial, esa medida dista mucho de ser la solución a un problema multicausal.
Las leyes penales son demasiados permisivas; los encargados de aplicarlas no siempre actúan con sentido común; y cuando lo hacen, no cuentan con los dispositivos (alcaidías) para llevarlas a la práctica; los buenos policías suelen encontrarse con el desaliento que provoca jugarse la vida para detener a un sujeto que inmediatamente queda libre; la inclusión al circuito formal del trabajo es débil por la situación económica del país; los cupos carcelarios siguen siendo insuficientes; el narcotráfico sigue penetrando en todos los estratos sociales y fomenta la delincuencia, es decir que hay muchos cabos sueltos como para pensar que atacando a la inseguridad sólo con más patrulleros y policías se habrá hallado el fin del problema.
Todo esto es aplicable a todo el país y en lo que respecta a nuestra ciudad, la inseguridad sigue latente y eso amerita que la comunidad esté mentalizada de que la situación sigue siendo delicada, que los delincuentes pueden sorprender a cualquiera, en cualquier momento y lugar, como le sucedió a "Poroto" Liguori.
Aquí con cierta periodicidad ocurren crímenes como éste que calan muy hondo en la intimidad de una ciudad como la nuestra, que se sigue resistiendo a creer que los hechos graves sean moneda corriente.
Si bien hay lapsos en los que no se registran hechos graves a gran escala, nadie puede garantizar que de la noche a la mañana aparezcan situaciones que sacudan la sensibilidad de la comunidad. A su vez, en la diaria, cientos de atracos, escruches, arrebatos, le quitan la paz al ciudadano, que termina su jornada con el triste consuelo de que al menos salvó la vida y que lo material (aunque cada día cuesta más) va y viene. De hecho eso es lo que viene sucediendo desde hace un buen tiempo, con momentos de gran efervescencia y otros de relativa calma, pero nunca faltan los episodios que hacen recrudecer la certeza -y no la sensación- de que se viven tiempos difíciles en materia de seguridad.
A diario se cometen delitos que podrían denominarse comunes, como los clásicos "escruches", el arrebato de una cartera, la sustracción de elementos de un vehículo, el robo de motos y bicicletas, etcétera. Pero cada tanto suelen rebrotar hechos graves, que ponen en serio riesgo la integridad física de personas inocentes y suelen perjudicar patrimonialmente a gran escala a familias o firmas comerciales. Son los asaltos a mano armada y las violaciones de domicilios, donde la violencia es el común denominador, además del robo de importantes valores.
La realidad indica que hay una franja de nuestra sociedad que adoptó esa forma de vivir, que es al margen de la ley, y mientras algunos delincuentes tratan de hurtar o robar causando solamente un perjuicio material, hay otros a los que parece no importarle nada la vida de sus víctimas. Esos son los casos sobre los que más énfasis hay que poner para evitarlos.
Tomar medidas para protegerse y aconsejar en ese sentido a los semejantes puede ser una medida efectiva para contrarrestar el accionar delictivo, pero la solución real pasa por otros carriles y hay que exigir que los responsables de dar las respuestas se pongan a la altura de las circunstancias.
Una ciudad como Pergamino, que no tiene un alto índice criminal como en las grandes urbes pero padece cada vez más los coletazos de la delincuencia, pronto será un lugar mucho más inseguro si no se ejecutan acciones en varias direcciones en lo inmediato. Y es allí donde debe estar la firme decisión política del intendente coordinando la estrategia junto a concejales y referentes de otras fuerzas políticas, despojándose todos de las ataduras ideológicas y las consecuencias políticas que puedan padecer, con el fin último de defender ya no solo los intereses sino la vida misma de cada uno de los habitantes de esta ciudad.