El reconocido periodista agropecuario Daniel Valerio falleció este miércoles a los 74 años en la ciudad de Malargüe.
Frente a lo irreparable de una muerte, a muchas personas dan ganas de revivir(las), pero lo real y concreto es que, solo alguien se muere cuando es olvidado. Y no será el caso de Daniel Valerio, un excelso comunicador, con valor agregado, que fue un gran difusor de tecnologías, de tendencias, de innovaciones, pero nunca traicionó su mirada humanista de cualquier tipo de producción o actividad.
Le gustaba conversar, e incluso discutir, lo consideraba parte de un entrenamiento que nos ayudó a reflexionar, algo vital, máxime en estos tiempos en donde desde el poder se busca la uniformidad del pensamiento.
Cuando digo comunicador con valor agregado es porque Daniel Valerio desde la trinchera de la redacción de un diario o revista, o con alguna iniciativa puntual buscó ayudar al prójimo se trate de un productor, un colega periodista o un ser humano cualquiera, siempre un paso adelante. Y también porque cada iniciativa -además de debates previos-, tenía el combustible de sus sueños.
Para quienes no tuvieron el gusto de conocerlo, nos ayuda otro gigante que es Roderick Mac Lean, que en las redes escribió un claro perfil de Daniel, bajo el título Daniel Valerio, el soñador, lo siguiente:
Daniel Valerio, el soñador
El país se incendiaba en el 2001. Fuimos juntos a tomar un helado en la Heladería Olímpica, que ya no existe más. La Avenida de Mayo parecía Florida con gente que iba y venía. No paseaban. Protestaban algunos con bombos, bombas de estruendo y pancartas. Otros deambulaban con cara de desconcierto y pesar. Nuevamente los argentinos estábamos sin rumbo. Daniel se pidió uno de pistacho y le agregó crema de leche, sí esa era la rara especialidad que tenía la Olímpica. Mientras nos sentábamos no podía dejar de sufrir por el negro futuro que avizoraba para cada uno de nosotros. Pero él no.
Me contó con lujo de detalles su proyecto de Kiñe, su primer lugar en Malargüe. Su entusiasmo realzaba el contraste. Varios veíamos un mundo derrumbarse, pero Daniel pensaba en el futuro y en sus sueños. Siempre le dije que lo envidié mucho por eso.
Y así fue su vida, hasta el último momento.
Desde cuando hizo miles de kilómetros como periodista de Clarín Rural con el solo objetivo de darle voz a algún productor o reflejar todos los cambios que la Argentina productiva de esos tiempos (los 90 y tantos) estaba teniendo a pasos agigantados y que no siempre le agradaban.
Tampoco dejó de soñar cuando instalaron con Mario Sirvén y el Gallego la consultora para ayudar a los tamberos o cuando instalaron el tambo ovino, que duró apenas hasta que creció un nuevo sueño.
Lo vi correr también detrás de sus sueños dentro del edificio de Perfil de la calle Chacabuco proyectando el mejor suplemento de Agro que podía, aunque el sueño quedó trunco pocos meses después.
Así las circunstancias lo volvieron a convocar para un nuevo sueño. Tomar en sus manos Súper Campo, la revista de Perfil, y convertirla en la líder del sector, con nuevos temas, más campo y más lectores.
Compartió con cada uno de sus compañeros de laburo el entusiasmo por Kiñe, la Fiesta del Chivo, las veranadas y los crianceros malargüinos. Tampoco duró tanto, cuestiones conyugales (que nunca le fueron fáciles) y algunas otras cosas lo hicieron postergar ese sueño cordillerano.
Ideó Pool de Periodistas con el mismo entusiasmo de siempre y de todo lo que encaraba. Logró que colegas de todo el país tengan la posibilidad de "cubrir" eventos que les quedaban lejos y les resultaban caros, gracias a unir fuerzas y ponerle cabeza y sueños.
Más tarde se recluyó (no estoy seguro de que ese sea el verbo adecuado) en Punta Indio para buscar un lugar, pero nuevamente los pesares conyugales tornaron la paz del pueblito bonaerense en dolor y sufrimiento. No se amilanó, volvió tras sus sueños.
Con el apoyo de sus hijos José Ignacio, Natalia y Elina encaró nuevamente otra tarea. También algunos amigos que siempre estaban, aunque otros le resultaban esquivos. Algunos tenían sus razones, su terquedad y entusiasmo lo habían convertido en un tipo que no callaba sus pensamientos, aunque sean nuevos en él, aunque sean distintos a los de otros. Para algunos había sumado demasiado fanatismo, pero para él eran solo sueños.
Malargüe y sus cielos, Malargüe y su gente, Malargüe y las cabalgatas hasta lo más alto de la Cordillera de los Andes. Nuevamente Malargüe volvió a convocarlo y esta vez fue para siempre.
Como colega no tengo más que agradecerte las oportunidades y las sabidurías, como amigo ya empiezo a extrañarte. Los sueños (palabra tan repetida en este texto) no son nada sino se cumplen. Lo aprendí amigo querido.
Gracias Roderick por ayudarnos a recordar a Daniel, Gracias Daniel, todo tu esfuerzo y energía no han sido en vano, ni caerán en saco roto.
Por José iachetta Redacción TodoAgro