Ya tenía resuelto lo que iba a hacer. Lo había imaginado mucho antes del 28 de septiembre de 2004, cuando Carmen de Patagones, allí donde la provincia de Buenos Aires se confunde con la Patagonia, abrió el listado de masacres escolares en Latinoamérica y quedó atada para siempre a esa huella de espanto.
No fue una acción intempestiva o un desborde repentino: Rafael Juniors Solich (15 años por entonces) tenía un plan que estaba decidido a concretar.
La noche anterior, en un rato de soledad en su casa, entró a la habitación de sus padres, estiró un brazo por encima del placard y manoteó la pistola Browning 9 milímetros de su papá -suboficial de la Prefectura- y tres cargadores completos de balas. Agarró también un cuchillo de caza de uno de los cajones del modular del living y guardó todo en la mochila. Al lado, en una silla, dejó una campera camuflada que el padre ya no usaba.
Juniors durmió mal y entrecortado. Horas después le diría a la jueza Alicia Ramallo que había sentido escalofríos durante toda la madrugada. A las 6.30, como todos los días, sonó el despertador y, minutos más tarde, el adolescente caminó las cinco cuadras que separaban su casa de la Escuela N° 202 Islas Malvinas.
Al llegar, Talía Jaime, una de sus compañeras en el 1°B del viejo polimodal bonaerense, lo notó raro. "¿Te levantaste mal?", le preguntó luego de que Juniors insultara por lo bajo a algunos compañeros. Finalizado el acto de izamiento de la bandera, el autor de la masacre fue al baño y guardó la pistola, uno de los cargadores y el cuchillo en la campera. Luego apuró el paso rumbo al aula.
Todavía no había llegado el profesor de derechos humanos, la primera clase de los martes. Tampoco la preceptora que solía pasar lista. Juniors se acomodó, como siempre, en su banco de la segunda fila junto a la pared. Segundos después, cuando el reloj marcaba las 7.35, tomó la pistola, dio dos pasos en dirección al pizarrón y soltó una ráfaga de disparos con un movimiento de derecha a izquierda, en dirección a sus compañeros.
Fueron 12 balazos que vaciaron el primer cargador. Federico Ponce, Evangelina Miranda y Sandra Núñez murieron en el aula. Pablo Saldías Kloster, Rodrigo Torres, Nicolás Leonardi, Cintia Casasola y Natalia Salomón sufrieron heridas graves y, tiempo después, se recuperaron.
El atacante no dijo nada entonces. Casi que logró encapsular su mente de los gritos, la sangre, las sillas que caían y los cuerpos que buscaban refugio con desesperación. Juniors agarró un segundo cargador y se preparó para extender la masacre.
Salió al pasillo y vio a "Bocha", el kiosquero, que corría hacia el aula alertado por las detonaciones y los pedidos de auxilio. Le disparó a él también, pero la bala rebotó contra una pared. Luego, la pistola se trabó. Juniors la soltó, se dejó caer de rodillas al suelo y se largó a llorar. Recién ahí, su mejor amigo, Dante Pena, se le acercó: "¡Boludo! ¿Qué hiciste?".
"Para mí, todos los días son 28 de septiembre. Mi vida se detuvo ese día", dice Marisa Santa Cruz, mamá de Federico Ponce, en conversación con TN. Con el tiempo, la mayoría de los sobrevivientes y sus familias cruzaron el río y se instalaron en la vecina ciudad de Viedma, en Río Negro. Marisa sigue en Carmen de Patagones: "Estamos de pie, como cada año, poniendo en valor lo que mi hijo y sus compañeros han vivido y reforzando lo que siempre dijimos: que la masacre pudo haberse evitado".
Cuando fue alcanzado por las balas, Federico estaba de pie: repartía los CD con música que les había grabado a algunos compañeros. "Él y yo siempre fuimos noctámbulos y él se había quedado hasta las 5 de la mañana haciendo eso. Durmió un ratito y se levantó como si nada para ir al colegio", rememora Marisa.
Como parte de la misma rutina, Federico había grabado en el celular de su papá, Tomás, un ringtone con la canción "Los caminos de la vida", de Vicentico. "Los caminos de la vida, no son lo que yo esperaba, no son lo que yo creía, no son lo que imaginaba", dicen las primeras líneas del tema que sonaba en las radios en aquel momento, y que en esta historia se revelan como una ironía del destino. "Fede era muy especial y muy amado por sus amigos y compañeros. Se iba a dormir cantando y se despertaba cantando. Así vivía", retrata Marisa.
Veinte años después, los sobrevivientes ya no quieren evocar la masacre. En 2021, Rodrigo Torres y Pablo Saldías Kloster protagonizaron "Implosión", la road movie dirigida por Javier Van de Couter donde ellos mismos reconstruyen lo que vivieron y se lanzan a la búsqueda del rastro fantasma del asesino. "Hace dos años decidí dejar de hablar. Hice un retroceso y todavía lo sigo trabajando", se disculpó Torres ante el contacto de TN.
El rastro fantasma de Juniors
El paradero de Juniors se tiñó de misterio desde entonces, al igual que los detalles de la causa judicial que todavía sigue en pie. Luego de que la jueza Ramallo lo declarara inimputable por ser menor de edad, el atacante estuvo durante tres meses en una base de Prefectura Naval en Ingeniero White. Ya en 2005, fue trasladado al Instituto de Menores El Dique, de máxima seguridad, en Ensenada.
Los Solich se instalaron muy cerca de allí, en Punta Lara. Eran una familia de cuatro: Rafael Solich, Esther Pangue y sus dos hijos, Fernando Ayrton -el mayor- y Rafael Juniors, cuyo nombre deviene del fanatismo del padre por Boca.
"La Justicia no sabía qué hacer con él", sitúa el periodista Pablo Morosi, coautor -junto a su colega Miguel Baillard- del libro "Juniors, la historia silenciada de la primera masacre escolar de Latinoamérica". Y sigue: "En Patagones, la familia se exponía a que alguien quisiera cobrarle una venganza. Entonces procuraron hacerse invisibles. De uno u otro modo, los padres también eran responsables de lo que había hecho su hijo".
Morosi, que durante años siguió el rastro de Juniors, cuenta que el padre del asesino "tuvo suerte de que en el momento en que ocurrió la masacre, el jefe máximo de Prefectura de Patagones (Carlos Fernández) lo cuidó un montón. De hecho, lo destinó a La Plata para que pudiera estar cerca de su hijo". Previamente, Rafael Solich padre había pasado 45 días detenido por incumplimiento del protocolo del uso del arma y por la negligencia de haberla dejado al alcance de un menor.
Con el tiempo, y en razón de que en el penal juvenil había sufrido varios conflictos con otros internos y llegó a autolesionarse, Juniors fue derivado al neuropsiquiátrico Santa Clara, en San Martín. En 2007, la jueza le habilitó un régimen de salidas transitorias de acuerdo con los informes médicos que sugerían un cuadro de esquizofrenia o trastorno de personalidad, según el profesional a cargo del diagnóstico.
A lo largo del derrotero judicial, la condición mental del atacante siempre fue objeto de controversias. Nadie estaba dispuesto a pronunciarse sobre la incógnita que rodeaba a Juniors: si podía ser capaz de repetir conductas peligrosas para sí mismo y para los demás. "Los especialistas decían que la experiencia de la reclusión frenaría la posibilidad de que volviera a hacer algo parecido. Y a su vez, mencionaban falta de remordimiento o culpa. Por eso es que, a día de hoy, ningún profesional se atreve a firmarle el alta", sostiene Morosi.
Cuando el autor de la masacre cumplió la mayoría de edad, el expediente pasó al Juzgado de Familia N° 4 de La Plata, a cargo de la jueza Silvia Mendilaharzo. La evolución de la causa y, puntualmente, de las actividades y el tratamiento psiquiátrico de Juniors, son un secreto bien guardado por la Justicia. "La información sobre los movimientos del expediente está reservada pura y exclusivamente a quienes forman parte de la causa", responden en la sede judicial. Y no dicen más.
De Juniors se sabe que hoy tiene 35 años, que bajo la órbita del juzgado asiste regularmente a la Clínica San Juan de La Plata. Se conoce también que en una de sus internaciones se enamoró y tuvo un hijo como fruto de esa relación, y que luego se separó de la mamá del nene.
Dónde vive y cómo obtiene su sustento diario el autor de la masacre son preguntas teñidas de misterio. En las elecciones presidenciales del año pasado, la Justicia Nacional Electoral le asignó como lugar de votación un jardín de infantes ubicado en la calle 5 de Villa Elvira, una localidad de 100 mil habitantes que pertenece al partido de La Plata.
El proceso de invisibilización fue exitoso al punto que -sin proponérselo- Juniors logró de algún modo licuar su identidad con la de "Pantriste", como fue conocido Javier Romero, un joven de 19 años que mató a balazos a un compañero e hirió a otro en una escuela pública de Rafael Calzada, en 2000. Fue su reacción a las burlas y los maltratos que sufría.
Entre los dos casos, sin embargo, había diferencias: Romero eligió a sus víctimas, mientras que Juniors disparó una ráfaga sin mirar a quién y hay elementos para sospechar que habría extendido la masacre si no se le hubiera trabado el arma.
Morosi tiene una teoría adicional sobre la confusión ligada al personaje de la película del legendario Manuel García Ferré: "El día de la masacre de Patagones, una alumna de la escuela describió a Juniors como un 'Pantriste', y puede que eso se haya instalado".
Marisa, al igual que lo hicieron varias veces los sobrevivientes, asegura que Juniors no sufría bullying: "Lo compararon con el caso de 'Pantriste' y no fue así. A Educación de la provincia le vino como anillo al dedo que se instalara esa cuestión. Juniors era un chico retraído, nada más. No era un blanco de cargadas por parte de sus compañeros".
Y profundiza: "Hasta el padre, que mucha culpa tiene por haber descuidado el arma y por el maltrato que le hacía a su hijo y a su esposa, había ido a la escuela para que lo ayudaran y el gabinete no le dio bola. Lo que él quería era que Juniors dejara de juntarse con Dante Pena. Este chico solía desafiar a Juniors para que hiciera lo que hizo. Lo fue llevando hasta que finalmente lo logró".
Marisa evoca una de las últimas charlas que tuvo con su hijo: "Unos días antes de que pasara lo que pasó, Fede me contó que el profesor de educación física les había pedido a él y a Nico (Leonardi) que integraran a Juniors al grupo. La idea, en realidad, era separarlo de Dante, a partir de un pedido especial del padre de Juniors".
A Rafael Solich le preocupaba que el único vínculo de su hijo en el aula fuese con Dante, con quien Juniors solía escuchar "The Nobodies (Los don Nadie)", la canción que Marilyn Manson dedicó a Eric Harris y Dylan Klebold, autores de la masacre en la escuela secundaria de Columbine, el 20 de abril de 1999.
La confesión de Juniors: "Desde séptimo grado pensaba en hacer algo así"
En su acercamiento a la escuela meses antes del hecho, según consta en el expediente de la demanda civil que la familia de Federico inició contra la Dirección General de Cultura y Educación (DGCE) y el Estado Nacional, el padre de Juniors planteó otras inquietudes: dijo, por ejemplo, que le había encontrado a su hijo una cruz esvástica e inscripciones alusivas a Adolf Hitler.
"Juniors tenía manifestaciones de violencia desde el jardín de infantes. Con Dante, además, maltrataban a sus compañeras mujeres. Hubo varias señales previas de que algo no andaba bien en él", afirma Marisa.
En 2023, la Cámara Federal de Bahía Blanca ratificó el fallo en primera instancia que condenó al Estado Nacional y provincial a pagar, en partes iguales, el daño moral y psíquico, los tratamientos psicoterapéuticos y psiquiátricos y la incapacidad sobreviniente al crimen de Federico. La sentencia todavía no está firme: la Provincia apeló la resolución bajo el argumento de que la masacre no podía haberse evitado.
El libro de Morosi y Baillard reconstruye un diálogo entre Juniors y la jueza Ramallo unas horas después del hecho. Allí el -entonces- adolescente describió una violenta discusión con su padre el día anterior, le habló a la magistrada de la pesadilla donde lo acuchillaba y dejó una confesión: "Desde séptimo grado pensaba en hacer algo así". Fue la única vez que Juniors habló ante la Justicia.
Este sábado a las 15, como cada 28 de septiembre, habrá un homenaje "por la vida y por la memoria" en el Parque Piedra Buena, a orillas del río, junto a la escultura que recuerda a Federico, Evangelina y Sandra.
Hoy, como desde hace 20 años, sus familias intentan quebrar el muro de silencio y obtener una respuesta. "Lo único que supe de Juniors durante todo este tiempo fue por los medios. No sé si voy a ganar mucho con saber dónde y cómo está. En su momento me preocupaba porque era alguien peligroso para su entorno y tenía un tratamiento ambulatorio", dice Marisa, y cierra: "Siempre dije que ojalá alguna vez pudiera tener a Juniors frente a mí para hacerle una sola pregunta: ¿por qué?".
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Por Mariano López Blasco
Edición periodística: Agustina Acciardi
https://tn.com.ar/policiales/2024/09/28/a-20-anos-de-la-masacre-de-patagones-una-escuela-banada-en-sangre-y-la-pregunta-que-el-asesino-nunca-contesto/