Perfiles pergaminenses

Ariel Vital: la pasión transformada en vocación a bordo del colectivo


Vital una vida feliz en su “mundo de 20 asientos”

Crédito: LA OPINION

Vital, una vida feliz en su “mundo de 20 asientos”.

Trabaja en el rubro del transporte desde siempre. Fue ambulanciero. En algunas épocas hizo recorridos escolares; otras temporadas de verano llevó chicos a los clubes. Hoy conduce hasta Urquiza a empleados afectados a la construcción de la autopista. Siempre dispuesto a poner lo mejor de sí en una tarea por la que siente profunda gratitud.

Ariel Alberto Vital nació en Pergamino. Tiene 60 años. Creció en "el barrio de la ribera", primero en la casa de sus abuelos maternos, en calle Merced y 3 de Febrero; y más tarde en Monteagudo y 3 de Febrero. Hijo de Carlos Alberto e Irma, ambos fallecidos, fue el del medio de tres hermanos: Sandra, la mayor que falleció hace unos años; y Gabriel, el menor, que vive en Pergamino y es empleado de la Cooperativa Eléctrica. El siempre se dedicó a lo que ama hacer: manejar. Chofer de alma, confiesa que su vida es el colectivo. Acepta la entrevista con la humildad de quienes tienen una historia de vida sencilla, anclada en los valores que le transmitieron sus padres y que él inculcó a sus hijos.

"Mi madre fue ama de casa y mi padre tenía una casa de venta de repuestos de automóviles. Cuando cerró el negocio, en oportunidad que nos mudamos de la casa de mis abuelos a calle Monteagudo, puso un almacén. El lo atendía y todos le dábamos una mano", menciona.

Hoy vive en calle Intendente Biscayart, en cercanías del Club Juventud. Por la ventana del comedor se ve el paseo ribereño, uno de los espacios públicos más emblemáticos de la ciudad y ese que forma parte de su geografía desde siempre. "El barrio era muy distinto cuando yo era chico, ha cambiado mucho", refiere, aunque señala que cuando él nació ya existía el terraplén como tal que operaba de barrera contra la crecida del arroyo, aunque reconoce que el lugar no tenía la fisonomía de hoy en que ha sido modernizado y es usado como espacio de recreación por gente de toda la ciudad.

En los ambientes se conservan algunas huellas de la trágica inundación de 1995. "Fue realmente tremendo, perdimos todo lo que teníamos, nos quedamos en la terraza, y si bien en alguna ocasión pensamos en mudarnos, preferimos arrancar de nuevo; quien nos alquila la casa es alguien muy amigo, que nos permitió ingresar pagando solo el mes de alquiler y sin pedirnos jamás ninguna garantía", reflexiona.

Trabajar desde siempre

Fue a la Escuela Nº 2 y luego hizo dos años del secundario en el Colegio Normal. Dejó de estudiar porque fue necesario salir a trabajar para ayudar a su familia. Desde siempre se le abrieron las puertas de la que fue su actividad: conducir vehículos de transporte de personas. "Manejé colectivos, combis, durante muchos años brindando el servicio de transporte escolar", precisa y recuerda que quien le enseñó a desarrollar esa actividad laboralmente fue un señor de apellido Fernández. "No sé si él vive, hay varios colectivos que llevan el nombre de su empresa y sé que los maneja el hijo. Aprendí mucho de Fernández, 

Había ingresado como ambulanciero de la Clínica Pergamino cuando comenzó a incursionar en el transporte de pasajeros: "Como trabajaba de noche, me quedaba tiempo para hacer los recorridos escolares. Necesitaban chofer en la empresa para la cual trabajé durante más de 30 años, así que me presenté y así inicié un largo camino que me dejó muy lindas experiencias. Al principio hacíamos la temporada de los clubes llevando chicos a las piletas y durante el año realizábamos recorridos escolares. Durante un tiempo hacía los dos trabajos, la ambulancia de la clínica de noche y el transporte durante el día".

A lo largo de su carrera laboral, también se dedicó a hacer viajes fuera de Pergamino, siempre bajo la órbita de las empresas para las cuales trabajó. En la actualidad lo hace para una firma que brinda el servicio de transporte a los empleados que están afectados a la construcción de la autopista de la ruta nacional Nº 8. "En este momento los llevo a Urquiza, mi jornada se inicia muy temprano a la madrugada. A las 5:45 los paso a buscar, los llevo, dejo el colectivo al resguardo en alguna sombra y regreso a Pergamino en el colectivo de línea porque la jornada de ellos finaliza a las 18:00. Así que a las 16.30 me tomo de nuevo el colectivo que me lleva a Urquiza, los paso a buscar y los traigo a Pergamino".

Fiel a su vocación

Siente una enorme gratificación con su tarea. Reconoce que desde siempre su vocación fue manejar y tuvo la fortuna de poder vivir del fruto de su esfuerzo. "Ser colectivero es una actividad linda que te pone en contacto con mucha gente. Es cierto que se requiere paciencia y buena predisposición para tratar con la gente y fundamentalmente con los chicos, pero yo nunca tuve problema con nadie. Hasta el día de hoy me encuentro con chicos que he llevado y que ya son hombres y mujeres que me recuerdan y me manifiestan su aprecio", señala.

Y abunda: "Casualmente hoy me encontré con una chica que yo llevaba en el transporte, hoy es médica y mamá de dos hijas. Fue una satisfacción verla y que me reconociera. Yo jamás me olvido un rostro", señala, agradecido por el reconocimiento que recibe.

"Por suerte tengo mucha gente que me aprecia mucho. Uno se hace querer en el trabajo porque tiene con la gente un trato diario y lo cierto es que cuando uno se dedica al transporte de chicos, también las familias depositan en uno la confianza. Yo la retribuyo siempre con gratitud", resalta.

Aunque en alguna ocasión tuvo la posibilidad de tener un colectivo propio y una combi con capacidad para el traslado de varios pasajeros, con el paso del tiempo y el cambio en algunas de sus condiciones laborales, decidió vender esos vehículos y seguir trabajando en relación de dependencia. Nunca le faltaron oportunidades y siempre las honró brindando lo mejor de sí.

Su paso por el deporte

Ariel fue jugador de basquetbol y tuvo la posibilidad de hacerlo profesionalmente. "Jugué en Juventud, en Argentino y en Sports. También en Ricardo Gutiérrez de Arrecifes; en San Martín de Junín; y en Argentino de esa localidad", menciona y recuerda el protagonismo que tenían en la escena deportiva los torneos locales. "Había muy buenos equipos, coseché muchos amigos en el deporte y tuve la posibilidad de jugar profesionalmente", destaca.

De su paso por el deporte recuerda cuando dos clubes de Junín se disputaban por tenerlo jugando para su equipo. "Yo jugaba en Junín y me fueron a buscar de Argentino que estaba en las finales, fue una decisión difícil de tomar porque la gente del otro club era muy buena", cuenta este hombre que siempre destaca el lado humano de las experiencias y se enriquece con los afectos que ha podido cosechar a su paso por cada lugar. "Amistades tengo muchas, realmente en el deporte hice amigos, también en mi trabajo. Con los choferes teníamos una peña que se interrumpió con la pandemia, pero soy de tener amigos muy leales".

La familia, el eje

En lo personal Ariel conformó su familia con Alicia Mondino, una mujer a la que conoció gracias a su trabajo: "Yo manejaba transporte de colectivos. Llevaba pasajeros de la Iglesia Bautista al anexo que tenía en Pearson, de donde es mi esposa: ella asistía a la iglesia, así que en esos viajes nos conocimos. Nos pusimos de novios y tiempo después nos casamos y nos establecimos en Pergamino".

"Nos comprometimos un mes de junio y en noviembre de ese mismo año nos casamos, cuando ella tenía 31 años y yo 28", refiere marcando la profundidad de un vínculo fruto del cual nacieron sus dos hijos: Gonzalo (30) que desde hace más de dos años vive en Dinamarca, y Franco (28) que es camillero del Hospital Interzonal General de Agudos San José.

"Mi hijo el mayor trabajaba en el bingo, empezaron a despedir gente y con lo que le correspondió en concepto de indemnización tomó la decisión de irse a probar suerte en el exterior. Realmente le va muy bien; ahora está en Italia porque está tramitando la ciudadanía. No tiene planes de regresar al país. Está trabajando con argentinos que se dedican a la elaboración de carnes a la parrilla en carritos que se trasladan a distintos lugares. Está muy contento, porque donde vive hay una estabilidad que aquí es lo que falta".

"Franco vive con nosotros, tuvo la suerte de poder ingresar a trabajar al Hospital hace poco, durante la pandemia, y le gusta mucho su actividad. La tarea que todo el personal de salud ha llevado adelante durante este tiempo ha sido enorme", destaca.

Su esposa también es empleada del Hospital San José y desde hace varios años es secretaria administrativa en el Servicio de Maternidad. 

Cuando habla de su familia, hay algo en el tono de la voz y en el brillo de la mirada que muestra que ahí, en ese universo afectivo, está el eje de su vida. Recuerda el tiempo en que acompañaban a los chicos en sus experiencias con el básquetbol, deporte que también abrazaron.

En una de las paredes del comedor hay un cuadro en el que están los cuatro, sonriendo. "Esa es mi familia", señala Ariel y cuenta que en realidad un día fueron cinco. "Tuvimos una tercera hija, que a causa de un problema encefálico severo vivió apenas media hora", cuenta revelando quizás el proceso más doloroso que como familia les tocó afrontar. La llamaron Iara y aunque los estudios realizados durante el embarazo les mostraban que había algunos problemas que eran incompatibles con la vida, dueños de una profunda fe, decidieron que naciera y la recibieron con amor incondicional. "Fue realmente muy duro, sobre todo para mi esposa. Pero somos muy creyentes y entendemos que si Dios se la llevó es porque tenía un propósito", resalta.

Después de eso no intentaron tener más hijos. Y el recuerdo los acompaña siempre. 

Sobre el final, al hacer un recorrido por los principales momentos de su vida, aunque siendo muy joven, sus respuestas tienen algo de balance: "Siempre me gustó manejar. El colectivo es una pasión y pude vivir de lo que me gusta hacer. Jugué al básquetbol, me pagaron para hacerlo. Todo lo que quise, lo hice. Y lo más importante: formé mi familia, llegaron los chicos y mi mirada hoy y la de mi esposa se centra en ellos".

 "Siempre lo hablamos: la mayor enseñanza que uno puede dejarle a los hijos es que sean buenas personas y que trabajen. Con la madre queremos que el día de mañana, cuando nosotros no estemos, tengan herramientas para desenvolverse en la vida. Gracias a Dios están los dos encaminados, así que ya estamos tranquilos y satisfechos de que el sacrificio valió la pena. Uno les inculca buenos valores a sus hijos y los chicos aprenden eso. Los dos son muy buenos hijos. No podríamos pedirle a Dios nada más", confiesa. Y si algo pudiera anhelar, aunque imposible, sería tener de nuevo a su lado a su papá: "Mi viejo siempre me ayudó mucho y me marcó el camino. Y a mí en este momento de la vida me gustaría tenerlo conmigo. Me queda lo que me enseñó. Y eso es lo mismo que pretendo hacer con los míos, dejarles el legado de ser buenas personas", concluye, reconociendo en su familia su principal recompensa.


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