Perfiles pergaminenses

Abraham Ramón Jure, o quien por su curiosidad y trabajo impulsó realizaciones que lo trascienden


Abraham Ramón Jure en el taller abocado a la construcción de un nuevo equipo para el calado de cereales

Crédito: LA OPINION

Abraham Ramón Jure, en el taller, abocado a la construcción de un nuevo equipo para el calado de cereales.

Nació en Mariano H. Alfonzo. Trabajó durante 26 años en Cargill, donde tomó grandes desafíos que lo convirtieron en un innovador. También se dedicó a la panadería y más tarde, siempre impulsado por su condición de "curioso constante", se abocó a producir caladores para el muestreo de cereal, un campo en el que consiguió importantes avances.

Abraham Ramón Jure nació en Mariano H. Alfonzo el 22 de noviembre de 1938. Se estableció en la ciudad en 1962. Hijo de Abraham Jure y Angela Mafalda Elías, creció en el seno de una familia de fuerte arraigo a las raíces. "A mis abuelos paternos no los conocí, a los maternos Ramón y Rosa sí, ella era siciliana y la partera del pueblo", refiere. Recuerda la infancia junto a su hermano Jorge, primos y amigos. Vivían frente al Ferrocarril y aún conserva en la memoria las maniobras de las formaciones que llegaban dejando vagones vacíos y llevándose las cargas en una actividad incesante. Desde muy pequeño la curiosidad lo acompañó como una condición de su personalidad que le sirvió de guía. "Siempre sentí curiosidad por todo, especialmente por el funcionamiento de las máquinas. Moría por saber cómo funcionaba una locomotora o cuál era el mecanismo por el cual podían andar vehículos como los Ford T o los Ford A o similares y cómo un conjunto de hierros o chapas podían moverse sin la asistencia de un caballo". 

"En una oportunidad los Reyes Magos me trajeron una locomotora hermosa construida en madera y cartón; me puse a jugar, pero mi curiosidad por saber qué tenía en su interior era tal que con un cuchillo la abrí por la mitad y con sorpresa observé que estaba vacía. Eso me entristeció mucho. Me gané un reto de mis padres y los Reyes Magos no pasaron nunca más", relata. Teniendo poco más de 10 años, leyendo un artículo en la revista Batman y Robin, pudo responder a muchas de sus inquietudes sobre el funcionamiento de motores. La vida y su interés por el conocimiento le enseñaron todo lo demás.

Hizo la primaria en la Escuela Nº 7. Cuenta con orgullo que asistían hasta los sábados y cuestiona la poca importancia que en la actualidad se le da a la educación. Desde los 12 años hasta los 15 estuvo pupilo en un colegio de Colón, donde aprendió Teneduría de Libros. Luego fue a la Escuela Nacional de Comercio donde obtuvo el título de perito mercantil.  

En la tienda de sus padres

Su historia laboral se inició en el negocio de sus padres, "una tienda de árabes en la que se vendía de todo". Pero sentía que allí no estaba su vocación, razón por la cual decidió transitar su propio camino de búsqueda. En 1961 la Academia Mayo lo convocó para dar clases en una sucursal en Arroyo Dulce. Sin dudarlo, se mudó a esa localidad: "A la mañana daba clases de contabilidad y dactilografía, a la tarde a chicos de primaria y por la noche a personas mayores que querían reforzar sus saberes". 

Un innovador en Cargill

Ingresó a trabajar a Cargill Semillas en marzo de 1962 y lo que pensó podía ser una actividad temporal, se terminó transformando en una historia que se escribió durante 26 años. "De a poco le fui tomando el gusto al trabajo en el laboratorio de semillas, si bien no tenía mucha relación con lo que yo había aprendido en el colegio, sí se vinculaba con esta condición de curioso que siempre tuve", confiesa. 

Con el paso del tiempo, mejorar la estrategia de germinación se transformó para él en un desvelo. "Por curioso me puse a pensar que el método que se usaba hasta el momento no mostraba lo que le pasaba a la semilla en el suelo. Fue así que le propuse a la empresa que me permitiera tomar la temperatura del mismo, a campo, en distintos horarios en la época de siembra, con noches frescas a frías y en días templados a calurosos. Me asignaron una superficie para realizar la observación, instalé en el suelo termómetros y personalmente me aboqué a reunir datos que me fueron nutriendo de información", relata. Con humildad señala que "hay un método de germinación que hoy se utiliza en el mundo que nació en Pergamino y sin ninguna arrogancia, nació por iniciativa mía cuando estaba en el laboratorio de control de calidad de Cargill, hay quienes pueden atestiguar esto que cuento".

"Me defino como curioso constante, como alguien que siempre le está buscando el quid a las cosas y esta experiencia en Cargill surgió de esa curiosidad y del aliento que recibí de parte de quienes me permitieron avanzar en la búsqueda", agrega y aclara que el método simultáneamente se estaba haciendo en Estados Unidos, "pero por pura coincidencia; nosotros teníamos resultados de un año de ensayos cuando nos enteramos de esto a través del ingeniero Savoia, que una mañana nos contó como una novedad lo que estaban haciendo en Estados Unidos y con sorpresa escuchó que nosotros teníamos importantes avances en ese proceso de pasar la semilla por frío. Hoy el mundo entero utiliza ese método".

Hacerse desde abajo

Cuando Abraham llegó a Pergamino vivió en distintas pensiones y llegaba a trabajar en colectivo o en bicicleta. Siempre entendió que el esfuerzo era parte de la siembra y que la cosecha iba a ser poder forjarse un porvenir para él y los suyos. Fue en el barrio La Amalia que finalmente tuvo su casa propia. "En 1965 con un compañero de trabajo compramos un lote y nos ayudamos mutuamente a construir nuestras casas para luego subdividir", cuenta. Para entonces ya se había casado con Emerita Ascensión Rodríguez, con quien se conocía desde niño. "Ambos éramos de Alfonzo, teniendo poco más de 20 años nos pusimos de novios y a los 24 nos casamos. Tenemos la misma edad y ya hemos dado más de 80 vueltas al sol", resalta marcando la incondicionalidad de la vida compartida con esta mujer que es ama de casa y fue modista de alta costura. 

Tienen cuatro hijos: Analía Ascensión (56), que es comunicadora social y vive en Mar del Plata; Verónica Leila (54), docente; Edgardo Ramón (51), que es mecánico y tiene su propio taller; y Lisandro Ignacio (47), mecánico y empresario. Son abuelos de nueve nietos: Rocío del Mar, Lautaro Nahuel, Leila Rosario, Thiago Rafael, Ignacio, Lautaro Iván, Enzo Nicolás, Juan Bautista y Lisandro Benjamín. "Es enorme y es hermosa nuestra familia".

La panadería, una pasión

Cuando dejó de trabajar en Cargill incursionó en la panadería, "una pasión" que abrazó desde niño. El recuerdo lo lleva hasta la panadería de la familia Del Piano de la localidad de Alfonzo en cuya cuadra pasaba las mañanas "metido entre pan y bizcochos".

"En casa tenía un horno de ladrillos que era el entretenimiento de los fines de semana; lo acondicionamos, pedimos las autorizaciones correspondientes y empezamos a producir", cuenta. "Uno de los dueños de El Refugio me pidió que hiciera medialunas de manteca como las que se ofrecían en cafeterías de Buenos Aires. No tenía la fórmula, pero empecé a probar hasta que encontré el punto exacto. La primera tanda que me compró fue de 17 docenas. Así fue que empezamos a vender en bares y confiterías emblemáticas de la ciudad como la confitería del Hotel Fenicia, Corcho's, El Danubio, Rincón Azul, La Estación y el Bar Enrique, entre otros".

"En una oportunidad el dueño de Corcho's me pidió que hiciera pan árabe para sándwiches. Probé distintas recetas y encontré la fórmula", agrega y lamenta no haber tenido la posibilidad de instalar un negocio. "Teníamos un reparto, pero las condiciones del país comenzaron a cambiar y la actividad dejó de ser rentable. En el último tiempo hacíamos alfajores de maicena que mi hijo salía a vender en bicicleta", relata.

Volver a lo que sabía

En el año 1994 sintió que era tiempo de "volver a lo que sabía hacer" y se valió de todo lo aprendido en Cargill, más sus conocimientos como perito clasificador de granos y esa cualidad emprendedora que siempre tuvo. Con un amigo, Fidel Alvarez, con el que desde jóvenes habían compartido el anhelo de "hacer algo juntos", pusieron manos a la obra a la fabricación de caladores para el muestreo de cereal. "Comenzamos a sacar muestras de semillas y veíamos que los métodos que existían comenzaban a ser insuficientes y se requerían sistemas más eficientes y novedosos"

"De manera casi artesanal terminamos ideando una sonda que trabaja por succión y da excelentes resultados. Comenzamos a armar un calador, lo ofertamos, comenzamos a vender y nos empezaron a comprar", refiere describiendo las instancias de un largo camino. "En 1998 instalamos el taller y empezamos a fabricar; tiempo después conseguimos un socio. El primer calador automático lo hicimos en el patio del taller de Genitrini y lo instalamos en Cargill".

Dispuesto a reinventarse

"Con el tiempo y por distintas situaciones me quedé trabajando solo", señala y recuerda que "en un momento decidí rescindir el contrato de alquiler y llevarme las herramientas a mi casa, esperando un mejor momento para seguir".

"Cuando la crisis hizo insostenible la actividad, comencé a trabajar en el taller mecánico con mi hijo. Más tarde Alberto Duzdevich me facilitó un galpón hasta que cuando todo se comenzó a reactivar conseguí otro espacio, allá por el año 2004, hasta que en 2007 habíamos podido reunir el dinero para comprar el lugar en el que funcionamos hoy".

Abraham menciona que, pese a los claroscuros, su actividad le dio enormes gratificaciones. "En plena crisis de 2001 tuve la fortuna de haber ganado el premio de Expochacra, un incentivo económico que nos dio un gran respaldo", menciona. Exhibe con orgullo las patentes de invención y certificaciones que posee de los equipos producidos en las distintas etapas del emprendimiento comercial que hoy funciona bajo el nombre de fantasía San Ignacio. 

En la actualidad hay alrededor de 100 caladores instalados. "Agricultores Federados en Pergamino y la zona tiene cinco o seis equipos; la Cooperativa de Alfonzo, dos y estamos trabajando en un nuevo equipo; otro está instalado en Monsanto de Rojas", precisa y recuerda que el primer equipo fue vendido a la Cooperativa de Conesa para su planta de General Gelly; el segundo calador automático a Tanoni Hermanos, una aceitera de Bombal. 

Pergaminense de alma

Ama esta ciudad que -siente- tiene mucho de su esfuerzo personal y el de mucha gente conocida. "Muchas calles pavimentadas del barrio La Amalia son fruto de que nos movimos en la vieja Cooperativa de Pavimentación".

Comprometido con su comunidad, fue síndico suplente de la comisión del Banco Local en la época en que se construyó el edificio y voluntario de la vacuna Candid I y defensor del trabajo realizado por el doctor Julio Maiztegui, al que conoció.

 "¡Cómo no voy a querer esta ciudad! Acá están mis hijos, aquí se educaron y acá está ese pedazo de tierra que se transformó en nuestra casa fruto del esfuerzo", resalta.

Siempre con nuevos proyectos

Naturalista vegetariano desde hace 62 años, ama la vida. Cada vez que comienza un nuevo día, su energía se enfoca en todo aquello que tiene por hacer. En su mente siempre hay un nuevo proyecto y tiene la inteligencia para plasmar los anhelos en realidad. En su capacidad de trabajo y su inventiva está quizás la síntesis de su historia de vida y el legado. Su relato no tiene la grandilocuencia del ego. Por el contrario, posee la humildad de aquellos hombres que sobre la base del esfuerzo construyeron una identidad y todo aquello que los trasciende fruto de esa constancia, se impone ante las generaciones futuras como espejo, y como tarea.


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