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Inmersos en un mundo profundamente desigual y agobiados con problemas urgentes, solemos perder de vista los debates necesarios que deben darse para pensar el futuro y hacerlo viable. Se ha dicho hasta el hartazgo que la pandemia ha puesto al mundo patas para arriba y esto influye en todas las dinámicas de la vida social y también en las políticas que deben diseñarse para encarar el porvenir. La problemática del desempleo no es causa de la pandemia ni novedosa. En términos del impacto de esta cuestión en la economía, el debate está abierto hace muchísimos años y formar para el ejercicio de las profesiones y actividades del futuro es una cuestión que aunque está presente en la agenda de manera preexistente a esta emergencia sin precedentes, cobra hoy mucha más relevancia si se atiende al hecho que lo que habrá que reconfigurar cuando la pandemia haya terminado son las estructuras que sostienen la estructura económica de las naciones y las formas de relación e intercambio.
A la luz de lo que muestra la compleja realidad que experimenta el mundo y de las transformaciones que se han producido en el terreno productivo, el empleo masivo, asalariado y estable del Siglo XX no volverá y frente a esto que aparece como una certeza, solo un cambio radical en la concepción del trabajo permitirá diseñar estrategias más armónicas e inclusivas de tecnología y humanidad.
En este escenario donde la diversidad de problemáticas que la ciencia está convocada a resolver, las actividades que propongan la innovación y el uso de la tecnología cobrarán seguramente una importancia superlativa. Pero si algo ha mostrado este presente incierto es que nada puede sostenerse sin las actividades del llamado "arte de cuidar", profesiones que a menudo están precarizadas en la estructura laboral y que sin embargo han mostrado como nunca su valor "esencial". En este terreno no hay lugar para dudar que este fenómeno tan doloroso puede ser el punto de inflexión para jerarquizar trabajos que agregan valor a la sociedad y diseñar para ellos futuros promisorios.
Del mismo modo, hay un horizonte amplio para idear y fortalecer políticas educativas, sociales y económicas que favorezcan la inclusión de aquellos que trabajan en la informalidad ya sea por imposición del mundo del trabajo, por elección o casi siempre por necesidad.
Esta descripción no agota para nada el inventario de las múltiples situaciones que plantea el mundo del trabajo y plantean la necesidad de poner a las personas en el centro de los sistemas, políticas y estrategias tanto en el terreno público como privado. Hace unos días un comentario editorial publicado en esta misma sección hacía referencia a la importancia del capital humano para afrontar los difíciles desafíos que plantea el futuro. Esta reflexión va en la línea de aquel planteo. Poner a las personas en el centro no es un posicionamiento que tenga que ver con ninguna ideología. Es patrimonio de las miradas conscientes y desprejuiciadas acerca de la capacidad humana de transformación para generar bienestar individual y colectivo, sin renegar de las tecnologías ni esperar pasivamente sus despliegues.
La necesidad imperiosa de muchas personas por sobrevivir, por abrirse horizontes y contar con espacios adecuados donde desplegar su potencial debe servir como trampolín para idear y crear las condiciones propicias para que esas capacidades puedan desplegarse. No hacerlo es condenar el futuro de muchas generaciones al desarraigo o la marginalidad.
Nadie duda del futuro que tendrán las actividades y disciplinas más vinculadas a la innovación científica y tecnológica en todos los sectores de la economía. No es casual que la economía del conocimiento aparezca en el horizonte como una llave. Pero pensar los empleos del futuro no acaba solo en ese campo. Las actividades más tradicionales que una sociedad requiere y demanda, muchas de ellas consideradas esenciales, deben fortalecerse y jerarquizarse para resolver problemas de vieja data asociados a bajo o nulo crecimiento salarial, achicamiento ante el influjo de la automatización tecnológica y migración de muchas personas a trabajos independientes más significativos. Hay aquí un mundo por recrear para ofrecer modelos innovadores, públicos y privados que pueden rescatar a estos trabajos de las arenas del estancamiento y proyectarlos al futuro bajo renovadas condiciones de desempeño.
El amplio universo del trabajo independiente y flexible se impone como tendencia entre las nuevas generaciones y esta cuestión debe ser atendida y regulada para que no ofrezca como contracara la precarización o la vulneración de derechos y abarque categorías de empleos que seguirán en sostenida expansión en todos los formatos que contiene: oficios, trabajadores freelance, profesionales, prestadores de plataformas, nuevos cuentapropismos y variantes de la economía social y popular. El desafío es comprenderlos, promoverlos y protegerlos para así convertirlos en fuentes de oportunidades para millones de personas evitando situaciones de precariado.
Todo indica que no se puede abordar la agenda del futuro del trabajo con demagogia. En este campo como en tantos otros, se requiere del consenso y del diálogo genuino de todos los actores involucrados. Esto compromete la economía, pero fundamentalmente la educación. Una problemática compleja no se resuelve con soluciones simples. Por el contrario, la simplificación solo puede multiplicar las dificultades.
El mundo vive quizás un tiempo de transición agravado por la pandemia. La gran tarea es actuar con inteligencia para no profundizar las asimetrías que no hacen sino alejar a las mayorías de los beneficios del progreso tecnológico y la innovación humana en general, que han sacado nuestra civilización desde orígenes tan precarios y tienen el potencial para afrontar con éxito los desafíos colectivos del Siglo XXI.
