Perfiles pergaminenses

Ricardo Picco: la cirugía ejercida con un profundo compromiso con el valor de la vida


Ricardo Picco trazó su Perfil Pergaminense en dilogo con LA OPINION

Crédito: LA OPINION

Ricardo Picco trazó su Perfil Pergaminense en diálogo con LA OPINION.

Es un cirujano de reconocida trayectoria que, a pesar de estar jubilado, no abandona su condición de médico. Siempre está dispuesto a nutrirse de nuevos conocimientos. Ama el mar y el buceo y encuentra en la lectura un refugio. Su historia es testimonio de una biografía profesional y personal sostenida en sólidas convicciones y valores genuinos.

Ricardo Mario Picco nació y creció en El Socorro, el pueblo donde aún vive su madre, Elena Butullo, que tiene 98 años. Su papá fue Mario, un agricultor. "Mi mamá lo ayudaba con los números del campo", cuenta en el inicio de una cálida charla en la que narra sus vivencias y hace referencia al nutritivo camino que le permitió recorrer su profesión de médico. Es un reconocido cirujano que, aunque ya no está en actividad, conserva la pasión del primer día y la curiosidad por la naturaleza humana. "Tuve una linda infancia", refiere y menciona a sus hermanos: María Rosa y Roberto Carlos. "Con ellos crecimos entre juegos y rutinas propias de la vida en un pueblo tranquilo".

Fue a la Escuela N° 24 "General Belgrano" y cursó los primeros tres años del secundario en El Socorro y los últimos dos en Peyrano. Siempre supo que quería ser médico, aunque sus inquietudes se debatían también entre la filosofía y la psicología porque le resultaba fascinante la mente humana. "Siempre me interesó el ser humano, me apasionaba saber el porqué de ciertos comportamientos, tenía una enorme necesidad de saber", señala y confiesa que desde niño fue un lector voraz. Lo sigue siendo. "Días atrás estaba leyendo algo en la casa de mi madre, pasó mi hermana y me recordó: 'Así eras de chico, cuando estabas leyendo no se te podía hablar'", cuenta.

Tomó el camino de la medicina y se especializó en cirugía. Obtuvo su título en la Universidad Nacional de Rosario y en la misma casa de estudios hizo la especialidad de Cirugía. Su residencia fue en el Hospital Escuela Centenario. "Mi época de facultad fue muy linda, éramos muy pocos y las clases, muy personalizadas. En Clínica Médica, por ejemplo, teníamos un instructor cada cuatro estudiantes".

Desde temprano vivió el contacto con los pacientes como un privilegio extraordinario que potenciaba su formación y lo hacía crecer. "En cuarto año me ofrecieron sumarme al grupo de medicina psicosomática que trabajaba en la integración mente, cuerpo y espíritu. Pero mi pasión era la cirugía y opté por ingresar a la residencia para hacer la especialidad".

Su excelente promedio y una profunda convicción respecto de cómo pretendía completar su formación fueron las llaves que le permitieron ingresar sin dificultades a la residencia. Por ese entonces entraban solo tres profesionales por año. "Tuve excelentes profesores que me enseñaron a operar, pero también a ejercer la medicina con humanismo", resalta.

Pergamino, el mundo a conquistar

Ya con su título de cirujano general se estableció en Pergamino para iniciar su camino profesional. Aunque hubiera podido ejercer en cualquier parte, pesó una imagen que había conservado de la ciudad cuando, siendo niño, su mamá lo traía desde El Socorro. "Pergamino era el mundo a conquistar", destaca. Y recuerda que su primer espacio de trabajo fue la Clínica Centro.

"Al año me fui a hacer una pasantía al Hospital Johns Hopkins, en Estados Unidos; fue una experiencia fascinante", menciona. Al regresar trabajó muchísimo y con el dinero que reunía se "auto becaba" para seguir aprendiendo. Esa avidez por el saber lo acompañó siempre y fue así que llegó a compartir experiencias con los servicios de Cirugía del Hospital Provincial de Madrid, de importantes centros de Brasil y otras partes del mundo. 

Trabajó en el viejo Hospital San José y en el año 1990 comenzó a operar en la Clínica Pergamino y también en localidades de la zona como Capitán Sarmiento y Chivilcoy. "Atendía consultorio junto al doctor Carlos Tittaferrante, un gran compañero y amigo", refiere.

Siempre le apasionó la cirugía mayor y con el paso del tiempo, y sin abandonarla, fue abocándose a la cirugía de imagen corporal, fundamentalmente de modelado corporal y a la realización de intervenciones de cabeza y cuello con fines reconstructivos.

Un compromiso con el paciente

Hace cinco años se jubiló y ya no volvió a operar. "Siempre estoy dispuesto a seguir discutiendo temas médicos, estudiando, leyendo, amo la medicina y extraño la cirugía profundamente, pero hace algún tiempo me jubilé porque entendí que había llegado el momento", sostiene. Y continúa: "Como yo la concibo, la cirugía requiere mucha dedicación. Si uno toca la sangre del paciente, tiene el compromiso de estar ante cualquier eventualidad. No hay horarios, no puedo dejarlo en manos de un cirujano de guardia. Es mi responsabilidad y mi compromiso".

Con esa convicción ejerció su profesión desde el primer día y sabe que, aunque lejos del quirófano, nunca se deja de ser médico. "Por lo menos yo, no dejo de serlo", afirma.

"Para el cirujano el quirófano es un templo. Y el problema comienza cuando ponés el último punto, porque cuando el paciente está anestesiado, todo está bajo control, pero lo que ocurre cuando despierta ya no depende solo de una sola variable. Depende de lo que uno hizo como cirujano, pero también del cuerpo del paciente, y siempre de una cuota de azar", expresa y reconoce: "Cuando el paciente anda bien, uno toca el cielo con las manos. En cambio, cuando anda mal, uno se siente realmente muy mal".

Respetuoso de la relación médico-paciente entendida como uno de los vínculos humanos más trascendentes, resalta el valor de la confianza. "El paciente te entrega la vida y su confianza y eso hay que honrarlo", recalca y con humildad confiesa que conserva cosas valiosísimas que ha recibido de sus pacientes y familias. "En el teléfono guardo varios versos que me han escrito".

Esa es quizás la mejor recompensa. Tal vez la muestra de que en tantos años de ejercicio profesional supo hacer confluir la pericia que se requiere para una intervención quirúrgica con ese cuidado atento por el ser que necesita ser atendido.

Su vida familiar

Ricardo está casado con Delia Enria, médica y exdirectora del Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas "Doctor Julio Maiztegui", a quien conoció cuando ambos hacían la residencia. "Ella estaba formándose en Clínica Médica y yo en Cirugía. Nos pusimos de novios, años después nos casamos y nos establecimos en Pergamino".

Tienen un hijo, Julián Ricardo, que es instructor de Buceo y vive en una isla en el Golfo de Tailandia. "Lo acompañamos mucho y disfrutamos de verlo hacer lo que ama", resalta Ricardo y confiesa que como familia comparten el amor por el mar y el respeto por la libertad, ese don que le permite a las personas transitar el camino hacia los sueños.

"Tanto Delia como yo nos hemos respetado mucho. Ambos hemos tenido recorridos profesionales de mucha entrega personal y nunca interferimos en la vida del otro. Creo que ese respeto y un amor genuino han sido las bases sobre las cuales construimos nuestra familia", señala.

Cuando habla de Julián, lo hace con orgullo y emoción: "Cuando él viajó por primera vez a Tailandia, lo acompañé y estuve mientras hizo sus primeros cursos. Luego me volví. El regresó en la pandemia y en junio del año pasado, se volvió a ir. Confieso que se lo extraña mucho".

"Un día me dijo que le hubiera gustado ser cirujano, pero no quería estudiar tantos años. Se inclinó por el mar, y ahí fue, detrás de sus sueños. Compartimos la pasión por el buceo", agrega.

Rutinas sencillas

Hoy que ya no tiene horario laboral, se dedica a la lectura, realiza actividad física sin encerrarse demasiado y viaja a El Socorro. "Es volver siempre a la casa de mamá", recalca. Y sonríe.

No le teme al paso del tiempo, pero lo desvela aquello que pudiera condicionar su autonomía. "Es cosa fea la vejez si uno no puede tomar sus propias decisiones", afirma.

Hace todo lo que está a su alcance para que ese tiempo lo encuentre pleno. Sale a caminar y lo hace por la orilla del arroyo. "Ahí se tranquilizan los esquizococos", bromea y confiesa que en verdad le gustaría vivir en el mar. "Tal vez esa es una influencia que le transmití queriendo o sin querer a Julián".

Fiel a los amigos, lamenta la pérdida temprana de algunos de ellos, Oscar Bustos y Jorge Ripoll: "Ambos murieron con 20 días de diferencia y fueron pérdidas muy dolorosas".

Las cuestiones que lo definen

Formado en la ciencia, pero curioso de la espiritualidad, confiesa que su fe tiene referencia en Cristo. "Tengo una asociación especial con El, podría decir que siento admiración", sostiene y se introduce en una rica reflexión sobre el azar y cómo distintos referentes se han plantado frente a este concepto. "Elijo creer que hay una cierta cuota de azar en todas las cosas, en el trabajo y en la vida".

"Yo he tenido suerte, me ha acompañado buena gente, he conformado mi familia, tengo buenos amigos y en la profesión siempre me he sentido protegido. En torno a esos vínculos uno se va construyendo. No todo es obra del destino y tampoco fruto solo de la voluntad personal. Hay un punto de equilibrio".

Introvertido, tímido, aunque impulsivo, sobre el final de la conversación habla de aquellas cosas que lo definen: su profundo respeto por la vida y la experiencia transformadora de la paternidad. "La vida me ha enseñado muchas cosas. Julián, mi hijo, me enseñó a transmitir afecto. Cada vez que me iba a un congreso colocaba muñequitos en un almanaque para marcarle los días que iba a estar fuera de casa y cuando regresaba el me regañaba diciendo que, aunque los había sacado todos de golpe del calendario, yo no había vuelto. Se abrazaba a mí y se quedaba dormido. Los hijos te muestran cosas valiosas todo el tiempo", afirma.

"Y la medicina también me enseñó muchas cosas. Un día estando en la residencia asistí a un muchacho que ingresó baleado. El cargaba con varias muertes sobre sus espaldas, tenía antecedentes tremendos. Estaba en la cama 19, una noche una enfermera me dijo que el paciente me llamaba. Al ingresar a la sala este hombre me pidió que le tuviera la mano porque se iba a morir. 'Negro, teneme que me voy, quiero sentir que estás conmigo'?, me dijo, y me impactó tremendamente. Eso me enseñó que, así como los seres humanos necesitamos una nodriza para nacer, también precisamos una nodriza para morir. Yo era residente de primer año cuando aprendí esa lección que más tarde encontré en un libro", concluye, trayendo en esas anécdotas de la vida personal y familiar, la riqueza de aquellos aprendizajes verdaderos.


Otros de esta sección...
BuscaLo Clasificados de Pergamino y su región
Buscar en Archivo
Tapa del día
00:00
15:42
Errores:  0
Pistas:  38

Tu mejor tiempo:
12:07
Registrate o Ingresá para poder guardar tus mejores tiempos.

Nueva Partida
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Editorial
Funebres
Perfiles Pergaminenses
Lejos del pago
Farmacias de turno

LO MÁS LEÍDO