Perfiles pergaminenses

Emilio Bastian: una vida construida sobre la base de las convicciones y los buenos valores


Emilio Bastian en la intimidad de su hogar recibió a LA OPINION

Crédito: LA OPINION

Emilio Bastian, en la intimidad de su hogar recibió a LA OPINION.

Fue productor de seguros durante sesenta años. Su gran pasión fue la música y es un bandoneonista talentoso que integró las principales orquestas de la ciudad y se formó de la mano de grandes exponentes. Lector incansable, es sacristán de la Parroquia Nuestra Señora de la Merced. Con 86 años, acepta el paso del tiempo, agradecido por el camino recorrido.

Emilio Alberto Bastian tiene 86 años, nació en Pergamino. Creció en la ciudad, en cercanías de la parroquia Nuestra Señora del Luján, un barrio tranquilo del que guarda hermosos recuerdos. Sus padres fueron Cándido y Aída. Tuvo un hermano, Alfredo. Y conformó su propia familia siendo muy joven, cuando se casó a los 21 años- luego de tres de noviazgo- con María Elena Vaudagna. Tiene dos hijos: Sergio (60) y Marisa (53) y cuatro nietos: Virginia, Martín, Joaquín y María Rosario.

Hasta 2019 fue productor de seguros, una actividad que desarrolló de manera ininterrumpida durante sesenta años de su vida. Reconoce que la decisión de retirarse de la actividad no le resultó fácil, pero la tomó siguiendo de algún modo la sugerencia de sus hijos. "Había llegado el tiempo de descansar un poco y cerrar una etapa intensa y productiva", señala y con cierta añoranza recrea las largas jornadas laborales, los sábados y domingos trabajando sin descanso para responder a clientes sumamente fieles con los cuales estableció una relación sustentada en la confianza mutua. Agradece a la vida el camino recorrido y reconoce que "ser productor de seguros" fue algo que fue dándose por consecuencia de otras decisiones personales, y alternativas que la vida le fue proponiendo laboralmente. Tomó el desafío con responsabilidad e hizo de esta actividad una verdadera pasión a la que le dedicó buena parte de la vida. 

Traza su "Perfil Pergaminense" en la intimidad de su hogar. Cuenta que fue nieto de inmigrantes, que hizo la primaria en la Escuela N° 5 que funcionaba en la entonces avenida Julio A. Roca y Moreno y el secundario en el Comercial. También refiere que su papá trabajó en una importante empresa de transporte de camiones y que su mamá fue ama de casa. 

Su vocación y otro camino

Siguiendo su vocación, ingresó a la Escuela General Lemos, donde estuvo durante dos años y recibió instrucción militar. "Me hubiera gustado seguir la carrera militar, esa era mi vocación, pero yo me había puesto de novio con mi esposa y ella entendía que una vez recibido me iban a asignar distintos destinos y que eso iba a resultar un ritmo de locos para la organización de la vida familiar. Su voz pesó en mi determinación, en su momento fue difícil porque tenía una vocación muy fuerte, pero tuve que elegir".

"Ya con la decisión tomada de no seguir, mi capitán me pidió que me quedara un tiempo más en la escuela y fue estando allí que surgió la posibilidad de entrar a trabajar en una de las empresas más grandes que tenía Pergamino, la agencia Kehoe", cuenta y recuerda que comenzó haciendo sueldos y jornales de 150 empleados y luego se transformó en jefe de personal, con más de 260 personas a cargo. "Al principio mi tarea era administrativa, pero yo tenía otra formación, el presidente de la empresa lo sabía y me propuso que me hiciera cargo del personal", refiere Emilio.

"En 1960 comenzamos a vender Ford y la firma Kehoe se transformó en la concesionaria Ford de Pergamino", recuerda.

Los seguros

De la mano del crecimiento que fue teniendo la empresa, en una ocasión el dueño de Kehoe le preguntó si quería hacerse cargo de los seguros y la respuesta afirmativa de Emilio de algún modo le abrió las puertas de la que iba a transformarse en su actividad laboral. 

"Vendíamos un sheep o una estanciera y le hacíamos el seguro", describe Emilio y recuerda una época en que el mercado de esa actividad era sensiblemente diferente al de hoy. "En ese tiempo, el asegurador en Pergamino era Hugo Apesteguía, no habrá otro como él. El me aconsejó mucho, me impulsaba a que 'abriera el abanico' y delegara algunas cuestiones. Era un visionario, siempre tuve con él una muy buena relación".

Con visión de futuro, Emilio comenzó a advertir que, si bien el seguro de autos era algo importante, había otros bienes que debían estar asegurados y que ahí había nichos comerciales que podían explotarse para brindar distintos servicios. "Yo veía que el negocio no era solo el seguro de los autos, de hecho, las viviendas son más importantes que el auto, los campos, la maquinaria agrícola. Fui ampliando la cartera y empecé a trabajar también en ciudades vecinas como San Nicolás, Capitán Sarmiento y Salto".

Trabajó en Kehoe hasta que la agencia se vendió en 1980 y luego siguió por su cuenta, ya establecido como productor de seguros. "En Kehoe se había hecho una bolsa, la utilidad de las pólizas no ingresaba a la empresa, sino que era repartida entre Kehoe, Aguirre que era el gerente y yo que era el jefe de personal. Cuando dejé la agencia, seguí trabajando por mi cuenta".

Sorteando cambios de épocas, vaivenes de las propias compañías de seguro, siguió adelante y ejerció siempre con la convicción de que su principal capital era la responsabilidad y la confianza. "La relación con mis clientes siempre fue muy personalizada. Llegué a tener una cartera muy amplia. Empecé trabajando con 'La Primera', a lo largo de los años trabajé también con otras compañías y después y hasta el último día, con una empresa líder de Córdoba 'El Norte'".

Destaca que en sesenta años trabajó sin descanso y jamás se tomó vacaciones. A la vuelta del camino, en parte lo lamenta, pero entiende que fue el modo en que concibió su actividad y la manera que encontró para hacer de ella el pilar que sostuvo el crecimiento y el sostenimiento de su familia.

"Era muy personalizada la tarea, yo agarraba el coche y salía. Siempre fui claro con el cliente y honraba la palabra empeñada. Durante sesenta años trabajé todos los días de la misma manera, tuve una empleada durante 25 años y una persona encargada de la cobranza. Cuando la actividad cambió y se transformó radicalmente el rubro, aconsejado por mis hijos, entendí que era tiempo de dejar. Vendí la cartera de clientes y me retiré".

La música

 Por fuera de la actividad laboral su hobby fue la música. Es un gran bandoneonista que integró las orquestas más importantes de la ciudad. "La música fue mi gran pasión, soy músico, estudié y toqué en grandes orquestas, me perfeccioné en Rosario y fue una actividad que me dio enormes satisfacciones. Hoy solo toco para mí, como un acto privadísimo".

Confiesa que descubrió su vocación por la música en un baile del Club Compañía al que su padre lo llevó cuando tenía apenas 14 años. "Tocaba la orquesta de Osvaldo Pugliese. Quedé embobado, yo nunca había visto un pentagrama, sentí una fascinación enorme. Y el mozo me preguntó por qué no estudiaba y me habló de Normando Nóbili. Empecé a estudiar con él. Era pibe, no sabía leer música. Mi papá me compró el bandoneón a los tres meses, un 17 de marzo; y el 30 de diciembre debuté en la orquesta de mi maestro en el Club Sirio Libanés", recrea y sus ojos claros se iluminan con ese recuerdo.

Su talento y disciplina le abrieron las puertas de los más importantes espacios musicales de la ciudad. "Estuve con Normando Nóbili, en 'La América', que fue la mejor orquesta; también con Tito Comité; y me retiré en un cuarteto que se llamaba 'Cuatro estrellas para el tango', con un pianista de aquellos, Pepe Motta. Con este cuarteto ganamos un premio de la Provincia de Buenos Aires", agrega. Y refiere que en una ocasión un violinista de la orquesta en la que estaba le preguntó si le interesaba estudiar con Antonio Ríos. "Confieso que pensé que no me iba a tomar, pero no fue así, me fui a perfeccionar con él y aprendí mucho". 

Reconoce que de la mano de la música y de las relaciones que había establecido, recibió ofrecimientos para irse a Buenos Aires y desplegar allí su arte. Pero Emilio ya había conformado su familia y le resultaba complicado. Desistió de hacerlo y con el tiempo confirmó que había tomado la decisión correcta porque eso coincidió con una época en la que el tango tristemente empezó a desaparecer de la escena nacional.

Hoy la música ocupa el lugar privilegiado del placer. Escucha buena música y conserva más de mil cassettes. También toca, pero ya no para otros Atrás quedaron los aplausos del público. Solo conserva ese amor entrañable que se tiene por aquellas cosas que permitieron construir hermosos recuerdos.

Por fuera de la música y el trabajo, en lo comunitario colaboró con las cooperadoras policiales, en la Policía Caminera, en la Comisaría Primara y en la Departamental y siempre encontró el modo de estar atento a las necesidades de los demás. 

En lo personal su trabajo le ha regalado muchas relaciones e innumerable cantidad de conocidos. Sin embargo, amigo tiene uno solo y lo menciona: el doctor Héctor Garassa. "Nos une una amistad verdadera, a pesar de que tenemos alguna diferencia de edad. El me salvó la vida cuando tuve un problema de salud, pero no somos amigos por eso, nuestra amistad se construyó muchos años antes".

Un hombre de fe

Es un hombre de fe y en el presente es sacristán de la Parroquia Nuestra Señora de la Merced. Es una tarea de servicio que ejerce a diario y que lo conecta con lo esencial. En su tiempo libre lee y tiene una vida plena. En su casa posee dos espacios transformados en bibliotecas. Allí pasa sus horas, recreando historias y manteniendo "activa la mente".

Reconoce que por delante no tiene sueños por cumplir. Su proyecto de vida está realizado. "Tengo una hermosa familia. Personalmente nunca me gustó viajar, pero mi esposa conoce buena parte del mundo. Hemos compartido nuestra vida juntos y nos hemos respetado en nuestros intereses", sostiene este hombre que hoy, retirado de la actividad laboral, disfruta de la cercanía de sus hijos y nietos y le agradece a Dios "por todo lo que me ha dado".

 Sabe que su mundo hoy es el de su hogar y el de la iglesia. Ese es su horizonte y bromea con el paso del tiempo, aunque sabe que está listo para afrontar lo que Dios le tenga preparado. "Solo trato de hacer bien los deberes, para que el Señor me reciba cuando considere que es el momento", refiere sobre el final y su rostro dibuja la sonrisa, esa que solo pueden esbozar aquellos que han vivido y viven fiel a sus más íntimas convicciones.


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