Perfiles pergaminenses

Josefa Etchegaray: terminar la primaria a los 90, una historia de superación que enseña


Junto a su esposo que acompañndola también comenzó a estudiar Josefa relató su historia de vida a LA OPINION

Crédito: LA OPINION

Junto a su esposo, que acompañándola también comenzó a estudiar, Josefa relató su historia de vida a LA OPINION.

Junto a su esposo Inocencio, mañana recibirán el diploma que acredita que han finalizado sus estudios primarios. La emoción los invade. Con simpleza, el testimonio de ambos es una muestra del poder transformador de la escuela, cuando el "querer saber" se toma como camino, sin importar la edad ni las circunstancias.

Josefa Etchegaray tiene 90 años y es un ser adorable, cuya historia de vida representa un testimonio de superación. Mañana lunes recibirá el diploma que acredita que finalizó sus estudios primarios. Lo hará junto a su esposo Inocencio Coronel, que siguió sus pasos cuando ella, teniendo más de 85, decidió regresar a la escuela. Ambos cursaron en el Centro de Educación Primaria de Adultos N° 702, en la sede del barrio Malvinas. Ella llegó al aula a través de su amiga Elisa, que había emprendido el camino. El, se sumó un poco más tarde y hasta que se animó a entrar, la esperaba pacientemente en la puerta cada tarde. Quería que ella cumpliera su sueño. 

Sentada en la mesa en la que a diario en estos últimos años se abocó a la tarea de aprender aquello que entendía "le faltaba", ella acepta trazar su Perfil Pergaminense y lo hace con genuina humildad en la antesala de un hecho que será muy importante para ambos. "Ya estamos listos para recibir nuestro diploma", dice y con complicidad mira a su marido, que la acompaña en la entrevista, y atentamente aporta desde su lugar aquellas referencias que el paso del tiempo fue desdibujando de la memoria de Josefa. 

Ella nació en Lincoln y llegó a Pergamino siendo una niña. Con su familia, integrada por su padre, su madre y sus hermanos -ocho varones y dos mujeres- se radicaron en el barrio Centenario. "Mi papá se llamaba Francisco y mi mamá Isabel", cuenta. Ella era ama de casa y él se dedicaba al trabajo "en los caminos". 

"Yo tenía adoración con mi padre y lamentablemente falleció joven. El me quería mucho, yo dormía y él siempre me tomaba la mano", recuerda, recreando las vivencias de una infancia "linda".

"Jugaba en el patio de casa, porque mi mamá no me dejaba salir a la calle. Casi que ni con mis hermanos varones jugaba demasiado porque eran un poco atropellados", comenta y cuando rescata los juegos, menciona la soga para saltar y unas muñecas de trapo. "Mi mamá me cortaba los vestiditos, yo los cocía, hacía las muñequitas de trapo y las vestía", describe con una bondad que se traduce en el brillo de la mirada. Solo uno de sus hermanos vive, Lorenzo Clemente. El paso de los años le ha llevado a muchos seres queridos.

Su contacto con la escuela fue breve. Fue a la Escuela N° 17. "Creo que terminé primero y parte de segundo grado", refiere. La charla transcurre en la sede de la biblioteca de la Comisión de Fomento del barrio Malvinas, ese lugar que "Josefita", como la llaman, compartió con sus compañeros, otros adultos que encontraron en la escuela ese eslabón que los conectó con el saber y les permitió cumplir asignaturas pendientes. "Siempre había querido volver, pero no pude, trabajé desde chica, después me casé y tuve a mis hijos", sostiene esta mujer que a pesar de su escasa formación logró armarse de herramientas para enfrentar la vida. "Mi primer empleo fue como empleada doméstica, mi mamá no me permitía trabajar cama adentro, así que iba todos los días al Centro, cerca de la iglesia Merced, y regresaba a mi casa después de trabajar", describe orgullosa de una tarea que le enseñó mucho.

Más tarde se casó con el padre de cuatro de sus hijos. Se separó y fruto de una segunda pareja, de la que quedó viuda, tuvo a su quinta hija. Es abuela de 11 nietos y ayudó en la crianza de varios de ellos. Sus hijos son Mirta, Alberto, Francisca, Antonio y Claudia.  

Volver a la escuela

Tomó la decisión de terminar la primaria en 2017. "A mí me gustaba la idea de saber leer y sacar cuentas", señala y agrega: "El primer día que vine fue hermoso, me gustó y no falté casi nunca".

"La maestra, Alejandra Bianco, había anotado a Elisa y por su intermedio me animé a venir. Al principio Inocencio me acompañaba y después él se sumó también", dice mirando a su esposo con picardía. 

Pintar con colores

Hasta que llegó a la escuela de adultos, Josefa nunca había tenido lápices de colores. No sabía pintar. Y siempre había tenido el deseo de aprender a hacerlo. Conociendo ese anhelo, un día la docente les propuso como actividad calcar una imagen de Mafalda y colorearla. "Sentí una emoción tan grande que lloré", confiesa. Y esa emoción habla de su sensibilidad y la de su esposo que tiempo después le regaló lápices de colores para que ella pintara cada vez que tuviera ganas.

Josefa se inició en el trayecto de formación integral y llegó al de formación por proyectos. "Me siento muy conforme con lo que logré, y aunque me gustaría seguir estudiando no sé si voy a poder porque tengo algunos problemas de memoria, producto de mi edad", menciona y busca la mano de su esposo. 

Se acompañan en todo. Y mañana cuando reciban el diploma le pondrán el broche de oro a una etapa que vivieron juntos. Como tantas otras en tantos años de vida compartida.

Un buen amor

 Josefa e Inocencio se conocieron hace 30 años en un baile en el Club Rivadavia. Venían de historias distintas. Ella tenía 60 y estaba con sus nietas. El tenía 31 y era soltero. La sacó a bailar. Ella recuerda que le preguntó si su deseo era bailar con su nieta y él le respondió: "Quiero bailar contigo". La diferencia de edad se desdibujó entre ellos apenas la confianza fue abriéndole paso al buen amor que construyeron. "Forjamos una hermosa amistad, nos enamoramos, y después nos fuimos a vivir juntos. Nos casamos en el año 2006", cuenta. Y es su esposo quien acota que la decisión de unirse legalmente en matrimonio fue "para protegernos mutuamente" y evitar cualquier sobresalto capaz de condicionarles el futuro si algún día uno de los dos faltara. Esa determinación habla de los amores verdaderos que sientan bases profundas. 

Se miran con ternura. A ambos la vida los puso frente a la necesidad de reinventarse y lo hicieron. El había nacido en Santiago del Estero, en el seno de una familia que lo dio en adopción. No tuvo una infancia fácil, sufrió todo tipo de privaciones y carencias afectivas que dejaron huellas. Llegó a Pergamino teniendo poco más de 20 años y aquí forjó su porvenir. Josefa es su compañera. Ambos están jubilados y disfrutan de acompañarse en todo. El trabajó en aserraderos y ella tuvo comercio en su casa. "Tenía un kiosco que atendía con mucha dedicación, me gustaba el contacto con la gente", refiere y fantasea con la posibilidad de "volver a tener comercio, hoy que la escuela me ha dado más herramientas".

Lo dice como quien sabe que la vida se construye de plantearse cada día nuevos anhelos. "A Inocencio le hubiera gustado ser abogado. Yo nunca tuve una vocación marcada, cuando iba a la escuela, prestaba atención, pero también me iba despacito de un lugar a otro, descubriendo, explorando. Siempre fui curiosa", relata. Y afirma que tuvo una "linda vida".

Experiencias que transforman

La gratitud aparece en el decir de Josefa. Junto a Inocencio recuerda a sus compañeros de la escuela de adultos. Así menciona a Isabel, Elisa, Rosa, Rosana, Daniel, Hugo, Juan Carlos y Valeria. También a quienes partieron durante la pandemia: Maruca, Flora, Angélica y Don Irusta. 

"Lo he pasado muy lindo, estoy muy agradecida", expresa, sabiendo que con el diploma dejará atrás un camino que transitó con dedicación. Y en el que aprendió no solo a leer o escribir, sino a estrechar nuevos lazos, a crecer. Mucho de lo que aprendieron en la escuela a Josefa e Inocencio se los había señalado la vida. Pero faltaba algo, quizás volver a ser un poco niños para animarse a tomar lápiz, papel, libros, y abrirse al universo que solo permite descubrir la educación entendida en su verdadera dimensión social.

"Los dos aprendimos mucho en este tiempo. No nos vamos de acá siendo los mismos", concluye Josefa, sabiendo que ella y sus compañeros están recogiendo los frutos de esas decisiones trascendentes que transforman la realidad, a cualquier edad.


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