Perfiles pergaminenses

Raúl Alberto Mengoni, un hombre apreciado por su bonhomía y honradez


 Raúl Mengoni cerca de las vías del Belgrano donde comenzó su impecable trayectoria laboral (LA OPINION)

'' Raúl Mengoni, cerca de las vías del Belgrano, donde comenzó su impecable trayectoria laboral. (LA OPINION)

Se estableció en Pergamino tras recibir una propuesta laboral como perito clasificador de granos. Adoptó la ciudad como propia y aquí echó raíces junto a su familia. Se ganó un lugar por su condición de “buena gente” y el compromiso que puso en cada tarea. Un testimonio de lo que puede forjarse sobre la base de la dedicación y los buenos valores.


Raúl Alberto Mengoni es un pergaminense por adopción que nació en Vedia, provincia de Buenos Aires. Tiene 80 años y está radicado en Pergamino desde hace cuatro décadas. Ama la ciudad y aquí echó raíces porque este es el lugar en el que ancló el destino de sus hijos y donde crecen sus nietos. Una parte de su historia laboral se escribió en torno al ferrocarril, porque de la mano del ramal que unía su ciudad natal con Pergamino accedió a su primer empleo como transportista de correo. “Teniendo 18 años me ocuparon para llevar la correspondencia al tren y para traer la que llegaba a través del Ferrocarril Belgrano para la gente del pueblo”, cuenta. Habla de Fortín Acha, el lugar en el que creció.

Por entonces, Raúl ya era amante de escuchar el telégrafo, que era el medio de comunicación que tenía el ferrocarril. “Estudié el alfabeto Morse, rendí en Buenos Aires el examen e ingresé a trabajar al Ferrocarril Belgrano en la Estación Berdier, Partido de Salto como cambista”, cuenta en el inicio de la charla en la que también recrea recuerdos de su infancia y rescata el recuerdo de sus padres: Juan Enrique Mengoni y Josefina Luisa Astrologo. “El era carpintero y ella ama de casa”, señala y cuenta que fueron ocho hermanos, cinco varones y tres mujeres, una de ellas falleció siendo muy pequeña a causa de una meningitis. “De ellos solo me queda una de mis hermanas, que vive en Teodelina”, agrega.

Al regresar del Servicio Militar que hizo durante 10 meses en Campo de Mayo fue trasladado por el Ferrocarril a Uranga, donde estuvo durante tres años. Volvió a Fortín Acha cuando le ofrecieron el puesto de jefe de estación. Allí estaba su novia de toda la vida, Nora Pagani, su esposa desde hace 57 años. “Durante 10 años fui el jefe de estación y en ese tiempo organizamos nuestra vida familiar, nos casamos y siempre buscando un mejor horizonte laboral, cuando se cerró el ramal del ferrocarril, nos mudamos a Teodelina”.

Su llegada al mundo del cereal

Así como el ferrocarril había significado enormes desafíos y le había dejado grandes enseñanzas, finalizada esa etapa Raúl se abrió a nuevas experiencias, en otro terreno de actividad laboral. “Hice un curso de perito clasificador de cereales y oleaginosas y eso me abrió un nuevo horizonte”, relata. Dotado de esos conocimientos, luego de rendir el examen correspondiente comenzó a trabajar como perito clasificador en la Cooperativa de Teodelina y comenzó a dar los primeros pasos en una actividad técnica que fue la que desplegó en distintos lugares hasta jubilarse.

Estando en Teodelina nació su primer hijo: Javier Alberto (48), licenciado en Comunicación Social, casado con Romina Apesteguía, con quien tiene a sus tres hijos: Faustina (17), Genaro (12) y Luisa (6).

Diez años después, ya radicados en Ayacucho llegó Juan Pablo (39), su segundo hijo; ingeniero agrónomo, casado con Betty Novoa, y padres de Ambar (5).

Raúl menciona que su arribo a Ayacucho se dio a raíz de una oferta laboral que le resultó conveniente. “Mi familia siempre me acompañó mucho en cada etapa de la vida. Nora fue una compañera incondicional que siempre estuvo dispuesta a que pudiéramos mudarnos hacia donde surgía una posibilidad de crecer y estar mejor”, resalta. Asegura que el haberse recibido de perito clasificador de granos le abrió muchas puertas. Por entonces las instituciones y empresas estaban obligadas a tener personas capacitadas en esta tarea casi como condición para la habilitación de sus plantas. “Guardo muy buenos recuerdos de nuestra vida en aquella ciudad”, refiere. También comenta que estando allí le surgió la posibilidad de incursionar en una actividad extra: la caza de liebres para un frigorífico que exportaba a Alemania.

“Era una actividad que se hacía durante cuatro meses. Me dedicaba a cazar por las noches, significaba un sacrificio pero económicamente resultaba una actividad muy rentable. El frigorífico pagaba por unidad. Con lo que ganaba y mi sueldo en la Cooperativa tuve la posibilidad de comprar nuestra primera casa”, agrega.

Fue parte de una generación de hombres y mujeres que hicieron del trabajo y la responsabilidad un culto. “Fueron años muy productivos”, destaca.

La llegada a Pergamino

A través de un primo que trabajaba en Agricultores Federados Argentinos, recibió un ofrecimiento para trabajar en Pergamino. Fue así que el deseo de progresar lo trajo hasta esta geografía, que hasta ese momento solo conocía por referencias. “Cuando llegamos nos mudamos a un departamento en la calle Zeballos, hasta que pudimos comprar nuestra casa”.

Para Agricultores Federados Argentinos, durante una década trabajó en una planta que funcionaba donde hoy está emplazado el Parque Belgrano y más tarde en el lugar en el que la planta funciona actualmente.

“Enseguida nos gustó la ciudad y nos fuimos relacionando. Supimos desde el primer momento que era un hermoso lugar para vivir y para que nuestros hijos crecieran y desarrollaran distintas actividades”, menciona, mostrándose agradecido por el trato que todos le dispensaron desde el primer día.

Se abrió un nuevo capítulo de su historia cuando fue convocado para trabajar en la Cooperativa “La Unión de Alfonso”. “Fue una experiencia de trabajo extraordinaria. Realmente en todos los lugares que trabajé siempre fui muy bien tratado. Pero en la Cooperativa de Alfonso logré establecer vínculos para toda la vida, con el personal, con el gerente, con los productores. Fue muy gratificante”.

En un momento estableció un paréntesis en su actividad como perito clasificador de granos y regresó a Teodelina como encargado de estancia. “Ya estábamos viviendo en Pergamino, pero tomé el compromiso a través de un contrato por dos años, porque pagaban muy buen dinero”, refiere y recuerda que un fin de semana al regresar a su casa encontró un papel con la firma del gerente de la Cooperativa de Alfonso que lo convocaba a una charla: “Era para proponerme que fuera el encargado de la planta que la Cooperativa iba a abrir en la localidad de Urquiza. No lo dudé. Tomé el desafío y comencé a viajar todos los días durante 15 años, me iba a la mañana y regresaba a la noche”.

El fin de la historia laboral

Cuando tuvo en su haber 44 años y tres meses de aportes, llegó su jubilación, pero por pedido del gerente de la Cooperativa aceptó seguir trabajando tres años más. “Siempre lo hice con mucho gusto. Me apasionaba mi tarea”, reconoce.

Transcurrido ese tiempo “extra” un día sintió que era momento de retirarse y se dispuso a comenzar una nueva etapa de la vida: la de ser jubilado.

“Todos me decían que me iba a aburrir, que siguiera un tiempo más. Pero yo sentía que tenía que experimentar también esa sensación de que las rutinas se reordenaran. Al principio reconozco que me costó y extrañé mucho. Pero después me fui acostumbrando a otros ritmos y conectándome con nuevas rutinas”, dice nuestro perfil de hoy..

Con una mirada retrospectiva, se siente profundamente agradecido con la vida. Sabe que siempre trató de buscar lo mejor y que su anhelo fue forjar un porvenir para los suyos. Para ello siempre estuvo abierto y receptivo a establecerse allí donde surgía la oportunidad. Esa condición de nómade, sin embargo no le impidió estrechar vínculos entrañables. En cada lugar tiene amigos y personas que lo estiman por su condición de ser un hombre de bien.

La familia, su gran tesoro

Sabe que nada de lo que hizo hubiera sido posible sin la compañía incondicional de esa mujer a la que define como el amor de su vida: “Con Nora estuvimos juntos desde siempre, crecimos en el mismo lugar, fuimos juntos a la escuela. Nos enamoramos, nos casamos cuando teníamos 23 años, llevamos 57 años ya. Es mi novia, mi compañera, la mujer de mi vida. Compartimos las buenas y las malas experiencias. Sorteamos todas las dificultades, un accidente muy grande que tuvo nuestro hijo Javier nos marcó mucho. Esa fue quizás la adversidad más grande que nos tocó afrontar. Pero la vida nos ha tratado bien y ha sido generosa con nosotros”.

Se define como un hombre de fe y junto a su esposa ha puesto ese sentir en acto colaborando en distintos espacios parroquiales y participando activamente de experiencias como las de Encuentro Matrimonial que no solo contribuyeron a fortalecer su fe practicante sino a expresar los valores cristianos en su vida de familia. Hoy participan en la comunidad de San Vicente y durante años hicieron lo propio en la Parroquia San Carlos.

El universo íntimo y sus anhelos

Se emociona cuando habla de su familia. En el ambiente de su casa donde transcurre la charla las fotos de los suyos ocupan un lugar de privilegio. “Fue nuestra mejor construcción. Nuestros nietos son nuestros soles, iluminan nuestra vida. Los quiero de un modo que no podría definir con palabras”, confiesa. La emoción que se cuela en la voz traduce de manera exacta lo que siente por ellos. No hacen falta las palabras.

Anhelando que la pandemia termine, Raúl aguarda que llegue el momento para reencontrarse con la posibilidad de volver a viajar con sus hijos y nietos, o con amigos como la familia Cerruti con quienes siempre es bueno “hacerse una escapada a Córdoba”. También desea regresar a Mar del Plata, una ciudad de la que disfrutan con Nora, y de pensar un nuevo destino para descubrir. Esos son sus anhelos, no le pide a la vida más.

Con la templanza que dan los años vividos, Raúl acepta lo que le propone el presente y se contenta con rutinas sencillas. También asume el paso del tiempo como oportunidad para nutrirse de nuevas experiencias. Siente que su mayor satisfacción es haber llegado a cumplir sus 80 años. “Creo que la clave está en aceptar cada etapa de la vida con lo que tiene. Yo estoy siempre haciendo algo, disfruto de la caminata diaria con mi esposa y le agradezco a Dios por la familia que tenemos y el tiempo que comparto con mis nietos”, concluye con la misma sencillez que vive.


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