Perfiles pergaminenses

Juan Carlos “Lito” Ibarra: albañil y bombero que abrazó su tarea con dedicación y compromiso


 “Lito” Ibarra en la intimidad de una clida charla mantenida con LA OPINION (LA OPINION)

'' “Lito” Ibarra, en la intimidad de una cálida charla mantenida con LA OPINION. (LA OPINION)

A los 79 años tiene una rica historia de vida en la que el amor por su familia, el trabajo y la vocación de servicio constituyen pilares. Fue miembro del Cuerpo Activo de Bomberos Voluntarios de Pergamino. También el hacedor del chocolate en los tradicionales festejos del 2 de junio, recuerdos inolvidables que marcaron su camino.


Juan Carlos Ibarra “Lito” nació en la localidad de Mariano H. Alfonzo el 19 de noviembre de 1941. Vivió en el pueblo hasta los 3 años, en que su familia se mudó a Pergamino. Desde entonces vive en la ciudad, aunque mantiene una relación estrecha con su querido “Alfonzo”, un lugar en el que trabajó y en el que tiene grandes amigos.

Sus padres fueron Sotero Ibarra y María Esther Mac Allister. El dedicado al rubro de la construcción y ella ama de casa. “Lito” fue el menor de siete hermanos, a dos de ellos no los conoció porque fallecieron tempranamente, y en la actualidad solo vive una de sus hermanas, Mabel que tiene 85 años. “Fui el benjamín de la familia”, refiere recordando una infancia vivida primero en la tranquilidad del pueblo y luego en la apacible vida que ofrecía la ciudad en aquellos años. “Cuando nos mudamos a Pergamino nos establecimos en 3 de Febrero 1217. Allí viví hasta que me tocó irme para cumplir con el servicio militar”, relata. Y agrega: “La ciudad era muy tranquila, en el barrio los vecinos establecían relaciones de verdadera amistad y el lugar de encuentro era la calle. Nosotros vivíamos frente a un baldío en 3 de Febrero y Monteagudo y ahí nos juntábamos para al fútbol”.

Es hincha de Boca Juniors y de chico jugó en la quinta categoría del Club Sports, cuando el director técnico era José Thomé. “Jugábamos en la quinta del club, donde funcionaba el campo de deportes”, agrega. Pero su verdadera pasión deportiva es el tenis y su asignatura pendiente que lamenta no haber podido cumplir. Lo que sí hizo durante mucho tiempo fue jugar a la pelota paleta, una actividad que le regaló grandes momentos y buenos amigos a lo largo de la vida.

Fue a la Escuela N° 1 y cuando terminó la primaria comenzó a abrirse camino en el mundo laboral. “Durante tres años me fui al campo del padrino de mi hermana y después empecé a trabajar en la Cooperativa de Construcción ‘La Edilicia’, que funcionaba en Dorrego entre Alberti y Moreno”.

Respecto de esa experiencia menciona que ingresó teniendo 14 años como “peón de mano” como le llamaban a la tarea que él realizaba y que consistía en hacer limpieza, acomodar tirantes y tablones. “Trabajé hasta que me tocó el servicio, estuve quince meses cumpliendo con ese deber, y al regresar retomé mi trabajo un tiempo más hasta que por malas administraciones la cooperativa cerró”.

El Servicio Militar

Juan Carlos conserva buenos recuerdos de su paso por el Batallón Arsenal “Esteban De Luca” en Boulogne Sur Mer en el Partido de San Isidro: “Tengo lindos recuerdos y buenas amistades que forjé en ese tiempo. Fue una buena experiencia mi paso por el Servicio Militar, donde estuve quince meses y ocho días, en un tiempo en que los militares tenían problemas entre los azules y colorados, pero mi vivencia fue muy buena”.

De sus compañeros menciona a Juan Ledesma, Pedro Aponte y otros con los cuales estrechó lazos de amistad que perduraron en el tiempo. “Algunos eran de otros lugares y sin embargo mantuvimos el contacto; varios ya fallecieron y al que veo con más frecuencia es a Pedro Aponte”.

“Diez años después de haber estado en el servicio militar regresé y pasé a visitar al suboficial Roberto Róvere que me recibió muy bien”, añade en una conversación colmada de anécdotas.

Una vida en la construcción

Cuando cerró la cooperativa en la que trabajaba, “Lito” se abocó a trabajar por su cuenta en el rubro de la construcción. Había tomado el oficio de su padre y conocía el secreto de las obras a la perfección. “Trabajé para Siele Hermanos, haciéndoles trabajos de piso y portones y fui chofer; y luego de manera independiente en albañilería. Durante 1985,1986 y 1987 también fui tractorista y cocinero con José Escacia”.

Se jubiló a los 66 años. Hoy tiene 79 y siente una profunda gratitud por sus años de labor que le permitieron construir su porvenir y sostener a su familia.

Los afectos, su gran riqueza

Hace 52 años está casado con Lucía Isabel Balmaceda. Eran vecinos, se pusieron de novios y tiempo después se unieron en matrimonio para transitar juntos buena parte de la vida. Tienen dos hijos: Karina Fernanda, en pareja con Carlos Vieytes; e Ivana Gabriela, en pareja con Willy Chalón. Son abuelos de Melina (28), Rodrigo (26) y Guillermina (13).

Como familia son muy unidos, han sorteado juntos las dificultades y disfrutado de las alegrías. “Lito” asegura que su familia es su principal riqueza. Actualmente están viviendo en el barrio Centenario en casa de su hermana, por una cuestión circunstancial. Su casa de siempre está en Rivadavia al 1200, donde están los vecinos de toda la vida.

“Todas las tardes cuando voy a casa, aprovecho y paso por el Club Rivadavia, donde tengo grandes amigos como Pedro Aponte. Ahí comparto un rato con el encargado ‘Pepe’ Basile y su esposa, Marta Mollo, muy buena gente” refiere este hombre que se define amigo de los amigos y menciona entre ellos a Julio Chaves, Gustavo Mote con quienes se encuentra en el Club 25 de Mayo; y Eduardo Pepa de Alfonzo, papá del subdirector de la Clínica la Pequeña Familia. “Sé que estoy eludiendo nombrar a tantos otros, pero sería imposible, ellos saben quiénes son y lo que representan en mi vida”.

Superar la adversidad

Desde hace un tiempo su esposa está atravesando un problema de salud, eso ha modificado un poco las rutinas de ambos, pero los ha unido en la certeza del valor que tiene el acompañarse incondicionalmente. Se miran con la complicidad de los buenos compañeros cuando relatan algunas de las circunstancias que les ha tocado afrontar y se muestran agradecidos por la atención de los médicos y el apoyo de los suyos. Miran hacia adelante cuando hablan de las pruebas que supone el tránsito por la adversidad, pero saben que todo se puede superar con amor. Ellos lo tienen.

Son devotos de la Virgen del Rosario de San Nicolás y viajan al santuario cada vez que pueden. “Reconforta mucho la fe, la virgen nos ha ayudado mucho en circunstancias de la vida”, afirma.

Bombero voluntario

Durante muchos años Juan Carlos fue bombero voluntario, una actividad en la que se introdujo de manera fortuita y que cambió su vida para siempre porque le regaló inolvidables experiencias y lo transformó como persona. “Llegué a ser bombero por esas cosas de la vida, por estar en el lugar indicado en el momento justo”, afirma. Y recuerda: “Un día se incendió una casa de música en San Nicolás y Dorrego. Yo iba siempre con amigos a hacerles la comida a los bomberos y ese día sonaba tanto la sirena que me arrimé para ver qué pasaba. El presidente de ese momento, Santiago Donzella, me preguntó si no podía llevar una autobomba hasta el lugar. Por supuesto le dije que sí y desde ese día me hice bombero.

“A la noche a los que habíamos intervenido en ese incendio nos agasajaron con una comida”, recuerda. Tenía 34 años cuando comenzó a cumplir funciones y se jubiló a los 60. Es un apasionado de la vida en el cuartel. “Es una tarea voluntaria para la que se necesita vocación y compromiso”, refiere.

“Tengo muy lindos recuerdos, yo compartí mis años de bombero con personas de las que aprendí mucho como Alberto Príncipe, Ricardo Príncipe, Horacio Palacios, Ricardo Esteban, Carlos Balmaceda y Sergio Iglesias y otros tantos que sería imposible mencionar. “En ese tiempo nuestras esposas nos ayudaban para hacer comidas y organizar los festejos del Día del Bombero Voluntario”, destaca y señala que su función dentro del cuerpo activo siempre fue la de ser chofer de una de las autobombas. “Tenía una unidad a mi cargo y era el responsable de mantenerla y conducirla cuando había que salir a asistir en algún siniestro.

“Por lo general yo no intervenía en el incendio porque tenía que estar en la autobomba brindándoles presión de agua a los bomberos”, agrega.

Hay muchos siniestros que recuerda, afirma que es difícil mencionar alguno; pero reconoce que lo más doloroso para él fue asistir en accidentes donde hay víctimas. “En cualquier incendio o accidente lo que ves en primera persona es el sufrimiento de la gente y eso te atraviesa”, sostiene, admirando el trabajo que se realiza desde el cuerpo de bomberos voluntarios de Pergamino.

Confiesa que nunca se imaginó que iba a ser bombero voluntario. Pero amó su tarea y la posibilidad de servir a la comunidad. “Fue absolutamente por casualidad, yo ayudaba al cocinero, iba a preparar asados o el chocolate de los festejos, pero nunca me imaginé que yo iba a ser uno de ellos. Fue Alberto Príncipe quien me hizo bombero y estudié mucho para eso, me entrené y recibí toda la instrucción que resultó necesaria para hacer mi trabajo con responsabilidad”.

Como tantos otros que asumen ese rol dentro de la comunidad, lo hizo distrayendo tiempo de su descanso y de sus obligaciones laborales. “Ser bombero es un servicio. Yo trabajaba en Alfonzo y si ocurría un incendio en el que me tocaba intervenir y estaba allá, algún vecino del pueblo me traía en el auto”, recuerda.

Lo que le dejó su paso por el cuartel es una mayor conciencia del cuidado de los otros. “Uno aprende a cuidar a los demás, el compañerismo, la empatía con la persona que sufre. Siendo bombero se aprende a querer mucho a la familia porque en el momento que salís con la autobomba ellos sufren también”.

Aunque ya retirado de la actividad, hasta hace un tiempo seguía siendo el encargado de preparar el chocolate para el festejo del Día del Bombero en el cuartel. “Hoy ya solo voy de vez en cuando y me lleno de nostalgia, se me vienen a la mente muchos recuerdos de una época hermosa, de los chicos de las escuelas que venían a visitarnos, de los desfiles por las calles de la ciudad y de las visitas que hacíamos a los colegios de los pueblos mostrándoles nuestra tarea. Aún hoy cuando escucho la sirena siento algo especial, hay un impulso que no se pierde”.

Una filosofía de vida

Hoy que ya no tiene el apremio de la rutina laboral, se dedica a hacer arreglos en su casa. Es el encargado de las compras. Asume que la pandemia modificó algunos hábitos de vida y reconoce que a la espera de poder vacunarse, se cuida mucho y anhela que todo pase para “poder seguir viajando” con su esposa a lugares tranquilos que les gusta visitar.

Se lleva bien con la idea del paso del tiempo y la salud lo acompaña en el camino. “La vejez es esto que estamos transitando”, expresa y reflexiona sobre el final: “Yo siempre digo que la vejez empieza desde el momento que uno nace, desde el nacimiento estamos envejeciendo y conscientes de ello debemos vivir cada día de la mejor manera posible”. Esa apreciación, es quizás la esencia que lo define.


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