Perfiles pergaminenses

“Cacho” Gazenezzo: un conocedor del mundo de los repuestos con don para el arte de la venta


 Osvaldo Gazenezzo en la redacción de LA OPINION  (LA OPINION)

'' Osvaldo Gazenezzo, en la redacción de LA OPINION. (LA OPINION)

Se dedicó a la actividad comercial en este rubro durante gran parte de su vida. Eso le permitió viajar mucho y nutrirse de cada vivencia. Conformó su familia de la mano de un intenso ritmo laboral y siempre se hizo tiempo para disfrutar de la compañía de los amigos. Con 80 años, su historia es testimonio de trabajo y dedicación.


Osvaldo Angel “Cacho” Gazenezzo es un pergaminense que se ha dedicado a la venta de repuestos durante gran parte de su vida. Conoce lugares y personas gracias a ese oficio de “repuestero” y “vendedor” que adoptó siendo un adolescente y que honró con dedicación y trabajo. No hubo viaje que le resultara incómodo, ni horas que le quitara a la tarea de cumplir con sus clientes y forjarse un porvenir para él y los suyos. Casado desde hace 57 años con María Magdalena Cillo, es papá de dos hijas mujeres: Alejandra que vive en Escobar, maestra jardinera y profesora de danzas, casada con Enrique Schilling; y Mariángel que vive en Pergamino, bioquímica, casada con Eliseo Bregant. Es abuelo de cuatro nietos: Lautaro, Facundo, Francisco y Joaquín. Cuando habla de ellos recuerda a la que fue su primera nieta, una beba que nació prematura y a los pocos días se transformó en un ángel que los guía desde entonces.

Su familia ha acompañado el ritmo de su trabajo que durante épocas fue intenso. Hoy disfruta junto a su esposa de la cosecha de aquella siembra y se alegra de ver a sus hijas realizadas, cada una en el camino que eligió. Valieron la pena los sacrificios de una vida de trabajo. No se arrepiente de nada de lo que hizo. En el camino se le presentaron grandes oportunidades en el plano laboral. Tomó algunas, rechazó otras y en cada decisión privilegió el bienestar de su familia y la posibilidad de crecer.

Sus orígenes

Nació en Pergamino, hace 80 años. Creció en el barrio Acevedo, donde vivió hasta los 23 años. Recuerda su casa de España, entre Paso y Matheu, donde vivió junto a sus padres Francisco Gazenezzo y Angélica Capaldo; sus hermanos Noemí, Zulema y Francisco, todos mayores que él y ya fallecidos; y su abuela paterna Teresa. “Yo llegué de manera inesperada cuando mis hermanos ya habían crecido”, refiere.

Fue a la Escuela Nº 10, que quedaba muy cerca de su casa. Guarda inolvidables recuerdos de aquella institución y de esa niñez transcurrida en el barrio. De ella se llevó no solo lo que aprendió en las aulas sino amigos que aún conserva, entre ellos el  “Mudo” Puebla, Raúl Bermejo y Alberto Corrado.

Al egresar de la primaria su hermana lo convenció para que siguiera estudiando. Fue así que durante un tiempo asistió a la reconocida Academia Mayo. Pero estudiar no era lo suyo y lo señala sin pudor. “De todo lo que me enseñaban lo único que me gustaba hacer eran las letras góticas en las clases de caligrafía”, cuenta.

Primeras experiencias laborales

Cuando dejó de ir a la Academia llegó el tiempo de abrirse camino en el mundo laboral. De la mano de uno de sus tíos ingresó a trabajar como cadete en la empresa Félix, Leiva y Gorgone: “Ellos comenzaron vendiendo maquinarias agrícolas y después fueron distribuidores de Scania Babi y subagentes de importantes marcas del rubro automotor. Habían comprado una casa de repuestos que funcionaba en la avenida Roca al 100, entré como cadete ahí y comencé a trabajar con Ricardo Taraborelli, mayor que yo. Cuando ellos trasladan la casa de repuestos frente a la Plaza 25 de Mayo, nos fuimos a trabajar ahí y en ese lugar podría decir que comenzó mi oficio. Aprendí mucho de repuestos, iba a Buenos Aires a comprar teniendo 17 años”, relata y agrega que en ese empleo tuvo compañeros como Cubino, Campos y Alvarez, con quienes compartió vivencias inolvidables.

De Santiago del Estero a Campo de Mayo

Osvaldo comenta que su trabajo era en una empresa muy grande: “Junto con Trotta, que vendía tractores Fiat, armaron una agencia en Santiago del Estero y me mandaron a mí para armar una casa de repuestos.  Estuve un año hasta que me tocó el servicio militar”, agrega. De esa experiencia que le tocó vivir en Campo de Mayo rescata algunos aprendizajes. “Estuve 18 meses, buena parte de los cuales fui asistente personal de un superior de apellido Larrategui que era de Pergamino. Estando allí aprendí a valorar muchas cosas”.

Cuando le dieron la baja del servicio, regresó durante un tiempo más a Santiago del Estero y luego volvió a Pergamino, donde continuó con su vida laboral y personal -por entonces ya estaba de novio con la que hoy es su esposa-. “Yo estaba de novio hacía varios años, tenía deseos de volver y de que pudiéramos organizar nuestra familia”, refiere. Sucedió tal como lo planeó y desde su regreso de Santiago del Estero su actividad laboral se centró en Pergamino, aunque viajando siempre por distintos lugares abocado a la venta.

El emprendimiento propio

Cuando a raíz de la muerte de Leiva en un accidente automovilístico, la actividad comercial de la firma Félix, Leiva y Gorgone tomó otro rumbo, su compañero de trabajo Taraborelli se fue a trabajar a otro lugar y él siguió, aunque pensando ya en tomar otro camino. “Les planteé a unos proveedores de Buenos Aires que conocía la inquietud de armar mi propia empresa de repuestos. De inmediato conté con el apoyo de ellos que me facilitaron todo para hacerlo sin tener un solo peso, solo en la confianza de que yo les iba a cumplir.

“Puse mi primera casa de repuestos en sociedad con Rocha, un exempleado ferroviario con el que empezamos alquilando un local en Luzuriaga y Pinto. El lugar nos quedó chico y nos mudamos a la esquina de Alberti y avenida Roca, donde funcionamos durante muchos años. Esa fue la firma Gazenezzo y Rocha que tuvimos juntos hasta 1980”, menciona y trae a la conversación su eterna gratitud hacia un gran viajante que tuvieron: “Bocha” Luca, alguien que aun hoy cuando lo cruza por la calle le dice “jefe”; y hacia el primer empleado: Carlitos González, un joven que se fue a ofrecer cuando casi terminaba la escuela y a quien Osvaldo define como “un señor con todas las letras”.

Un largo camino

Cuando vendieron “Gazenezzo y Rocha”, los compradores fueron Darder y Lozano. “Cada uno tomó su camino, sin ningún problema económico. Yo me fui a trabajar a Darder y Lozano, al principio había aceptado la propuesta por un año y finalmente me quedé cinco”, comenta. Rescata esa experiencia en la que le fue muy bien. “Ellos incorporaron la parte de encendido que siempre había sido el fuerte de nuestro negocio, así que trabajé sin ninguna dificultad”, refiere, conocedor de los secretos de los repuestos y del arte de vender.

Luego de su paso por Darder y Lozano el dueño de una fábrica de cables lo convocó para ser vendedor de su firma. “Me entusiasmé y viajé mucho. Me daban un auto 0 kilómetros y pagaban todos los viáticos, pero las comisiones eran muy chicas y aunque yo vivía como un rey cuando viajaba, la remuneración no rendía en la economía familiar.

“Después de hacer una venta muy grande en San Antonio de Areco, me retiré e inicié otro camino. Conocí a Osvaldo Cabrera que con su hermano habían puesto una casa de repuestos. Me ofrecieron asociarme con ellos. Así surgió ‘El encendido’. Salí a vender a clientes que tenía y el negocio comenzó a crecer. Trabajamos juntos hasta 1996. Llegamos a tener cinco vehículos propios. Después el negocio empezó a aflojar y sacar sueldos para tres familias era complicado. Necesitaba algo seguro, así que decidí irme, siempre en muy buenos términos”, prosigue. De ese modo fue que se incorporó a trabajar en Galán Hermanos. “Siempre agradezco la posibilidad que me dieron y el enorme aprendizaje que me significó el paso por esa empresa. Ellos eran grandes conocedores de motores y muy buenas personas”, resalta.

Trabajando allí su amigo y viejo compañero Taraborelli le ofrece un puesto de viajante. “Nos conocíamos desde muy jóvenes y sentí el compromiso de aceptar. Me fui llorando de Galán Hermanos porque con ellos siempre me había sentido muy a gusto, además había tenido la posibilidad de viajar por buena parte del país con ellos. Acepté el ofrecimiento e inicié una nueva etapa. Me propuse probar tres meses, en 2002, y estuve vendiendo en casas de repuestos hasta 2016. Incluso me jubilé allí”.

Un ángel para la venta

Siempre se sintió a gusto con su trabajo y lo resalta: “No sé si tengo un Dios aparte para vender, pero siempre me fue muy bien en cada cosa que hice. Siempre vendí con mucha naturalidad, es un don, un ángel, una actividad que siempre me gustó y al día de hoy me gusta y que me doy el gusto de hacer algo cuando clientes de otras épocas me llaman cuando hay algún repuesto que no pueden conseguir”.

Conocedor del mundo de los repuestos, rescata la experiencia de tantos años de oficio y hoy pasa buena parte de sus horas cerca de los fierros, acompañando en el taller a su amigo Miguel Sánchez.

Amigo de los amigos

La amistad ocupa un lugar muy importante en su vida. “Si pudiera nombrarlos a todos, lo haría, pero me olvidaría de muchos. Soy integrante de cinco peñas y disfruto de poder verlos en un café o compartiendo una copa de buen vino, amo el Malbec”, señala.

Aunque la pandemia ha desalentado el encuentro, sabe que es algo pasajero. Al momento de hacer nombres, menciona a Hugo Retrivi, Juan Gallo, Cubino, Villani; a los integrantes de la peña de empleados de Taraborelli: “El ogro” Roca, “El ingeniero” Barbero, “El número uno” Albani, Yosi, Hadad y Picarelli. A los amigos del Bar Querede o de Forum. “Por todos lados tengo amigos de fierro, sería imposible mencionarlos a todos, pero ellos saben quiénes son y cuánto los valoro”.

Se confiesa amante de Buenos Aires y apasionado del tango. Recrea el tiempo en el que iba para ir a la cancha -es fanático de Independiente- o disfrutar del teatro. Nunca se privó de esos placeres que le dejaron inolvidables recuerdos.

Vocación de participar

Siempre tuvo vocación de participar y encontró en algunas instituciones el espacio para hacerlo. Fue consejero de la Cooperativa Eléctrica y secretario del Club de Viajantes, donde presidió la Comisión de Fiestas. Fue el impulsor de los famosos bailes del club y mentor de grandes espectáculos. Las anécdotas son infinitas y se siente honrado de la tarea realizada y de la confianza dispensada en su persona.

A mano con la vida

Haciendo un repaso de su historia de vida, aparecen oportunidades que se le presentaron, desafíos que tomó y otros que dejó a un lado. En una ocasión, una de las más importantes empresas de repuestos del país lo convocó para ser viajante. El ofrecimiento era tentador, pero le significaba mudarse a Córdoba, hacer la ruta de comercialización en el norte del país y volver a Pergamino cada tres meses. “Yo tenía a mi hija mayor de 2 años, era incompatible esa posibilidad laboral con la vida que nosotros ya habíamos establecido en Pergamino. Rechacé ese ofrecimiento con cierta pena por lo que hubiera significado económicamente. Pero no me arrepiento porque el destino me dio otras posibilidades y pude darle a mi familia un buen pasar, comprar nuestra casa y tener una vida tranquila”.

Sabe que haber privilegiado su propio camino en la actividad laboral le significó enormes esfuerzos, pero también le dio satisfacciones. Se queda con el aprendizaje. En el plano laboral y personal, la balanza está en equilibrio, quizás porque siempre en cada cosa que hizo fue fiel a sí mismo.


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