Perfiles pergaminenses

Carlos "Soga" Fontana, quien ha hecho de la resiliencia un atributo


Carlos Fontana trazó su Perfil Pergaminense en un rico dilogo con LA OPINION

Crédito: LA OPINION

Carlos Fontana, trazó su 'Perfil Pergaminense' en un rico diálogo con LA OPINION.

Con 73 años es dueño de una historia de vida signada por duras pruebas. Se sobrepuso a cada embate de la vida valiéndose de los recursos internos de una personalidad fuerte y de la compañía de afectos incondicionales. Sufrió el abandono y perdió a su único hijo en circunstancias trágicas. Sanó el dolor, emprendió nuevos caminos y aprendió mucho. La noche es fiel aliada de una bohemia que lo define.

Carlos Alberto "Soga" Fontana es dueño de esas historias de vida que poseen los seres resilientes. Nació en San Nicolás, hijo de una mamá soltera de 15 años que a los 10 días de vida lo dejó en el Hospital de Pergamino. "En aquella época era una deshonra para la familia tener un hijo si una mujer no estaba casada", cuenta en el inicio de la entrevista este hombre que supo reconciliarse con su historia. "Una enfermera llamada Rita y su esposo Martín Francisco Fontana, que no tenían hijos, me adoptaron", relata. 

"Supe que las personas pueden cambiar el apellido, no así los nombres. Cuando nací me anotaron como Carlos Alberto Parodi y cuando se formalizó la adopción pasé a ser Carlos Alberto Fontana", agrega orgulloso de esa identidad. Vivió su primera infancia junto a sus padres adoptivos, hasta que la vida lo confrontó con la herida de un nuevo abandono: la mujer que lo había adoptado se fue cuando él tenía apenas 4 años. Desde ese momento se abrazó a su padre, ese hombre al que define como "un ser único en el mundo". Encontró en él un referente que de cierta manera marcó su destino y lo forjó en los buenos valores. "Yo quedé al cuidado de él cuando mi madre se fue. Era mecánico en el Hospital Llanura, nunca tuvo una casa ni un auto, solo una bicicleta, pero me enseñó a ser quien soy", cuenta. "El hizo pareja con una señora; era una época en la que no existían los taxis, así que cuando nos mudamos a la casa de esa mujer lo hicimos en mateo. Un tiempo después volvimos a casa, en Perú y 11 de Septiembre", prosigue. 

A los 7 años ingresó como pupilo en un colegio de Carabelas; allí recibió su formación primaria. Después continuó sus estudios en el Colegio Salesiano de Ferré y más tarde terminó el secundario en el Colegio Industrial de Colón. Su padre quería que siguiera estudiando, pero él refiere que le gustaba "la calle". Fue en esa escuela que aprendió muchas de las herramientas que le sirvieron luego para la vida y casi todas las cosas que sabe. "Al no tener una mamá, me hice en la calle y mi familia eran mi padre y los amigos del barrio", resalta. 

"Mi primer empleo fue como cadete en una farmacia que estaba en Azcuénaga entre Florida y Dorrego. Después trabajé en la Panadería Marina y 'Tito' Marina, el propietario, me enseñó a manejar. Eso cambió mi destino", refiere y cuenta que también trabajó en la vieja Terminal de Omnibus.

"Un día, me acerqué a la ventanilla de Tirsa y pregunté si necesitaban un empleado. Al día siguiente estaba viajando a Rosario para realizar el control médico. Comencé siendo guarda y luego fui chofer", comenta.

Una dura pérdida

A los 24 años se casó en primeras nupcias y tuvo un hijo, Mauro Martín Fontana. "Era un chico excepcional que me hizo muy feliz. Pero falleció en un accidente cuando tenía apenas 20 años. Me siguió castigando la vida", expresa recreando uno de los momentos más dolorosos de su vida.

"Su muerte fue una pérdida irreparable y me enseñó que una persona para ser fuerte no tiene que medir dos metros ni tener una espalda enorme; todo está en la cabeza. Tuve que desarrollar una fortaleza enorme para sobrellevar su muerte. Es un dolor que no se supera nunca, solo se aprende a convivir con esa ausencia", agrega, abriéndose en la conversación a sensaciones que a menudo guarda. "No soy muy demostrativo, pero como dice el dicho, 'la procesión va por dentro'".

A los 30 años Carlos se había separado. Dos años después conoció a Ana Eva, su actual esposa y la mujer con la que comparte la vida desde hace 42 años. "Ella es una mujer increíble y una compañera incondicional", resalta mirándola con la complicidad de aquellos que se conocen plenamente. Recuerda que la había visto algunas veces en casa de un vecino cuando él aún estaba casado, pero no se encontraron hasta bastante tiempo después, cuando una noche se cruzaron en Specktra: "Era temprano y no había mucha gente, la invité a tomar algo y bailamos. Era la misma chica rubia que yo había visto al lado de mi casa en varios cumpleaños y Navidades. No nos separamos más desde entonces. No tuvimos hijos, nos llevamos muy bien y nos acompañamos mucho". 

El camión y otros caminos

Laboralmente la vida lo llevó a Carlos de Tirsa a los camiones, primero trabajando para una empresa de Manuel Ocampo y más tarde para otra de Arroyo Dulce.

"En otro momento con mi mujer pusimos una sandwichería que tuvimos durante tres años. Ella fue una leona trabajando, pero después vino la hiperinflación y decidimos cerrar el negocio. Volví a los camiones. Trabajé para Siele en los camiones-tanque llevando cargas peligrosas. Con esa actividad conocí buena parte del país", describe.

"Cuando cobré un dinero que me adeudaban en Tirsa nos estabilizamos y pude comprar un camión propio que trabajé durante algunos años, hasta que tomamos la decisión de irnos a vivir a San Marino, donde estuvimos casi 10 años".

"Ya había pasado lo de mi hijo, fue un modo de empezar una nueva etapa, así que vendimos lo que teníamos y nos fuimos", refiere Carlos y recuerda gratamente esa experiencia de la que tomó muchos aprendizajes. Rescata la estabilidad, el orden, la cultura de ese lugar y la enorme cantidad de amigos que hicieron en la estadía. "Desde el primer día hasta el último fuimos bien acogidos. Trabajé en una fábrica de muebles de cocina".

Cuando fue tiempo de regresar a Pergamino lo hicieron con la convicción de haber recorrido un rico camino. "Regresamos ya jubilados, no fue una decisión fácil de tomar", reconoce.

Volver a la ruta

Ya establecido nuevamente en Pergamino, sintió el deseo de "seguir haciendo algo". "La vida de jubilado no era para mí, así que un día tomando un café en El Refugio un amigo me dio la idea de que pusiera mi auto de remis para hacer viajes particulares de larga distancia. El conocer a tanta gente me hizo muy fácil la tarea de armarme de una clientela que fue muy fiel. Cambié el auto por uno más grande y volví a la ruta. Dejé de viajar antes de la pandemia".

 Rico en amigos

Desde chico encontró en la vida del club y en los amigos el refugio afectivo que resultó un pilar. Cuenta que hasta los 18 años fue al Club Sports y más tarde al Club Argentino. "No practicaba deportes, pero me gustaba ese sentido de pertenencia que da el club. 

A los amigos les debe su apodo: "Soga". "Nadie me conoce por mi nombre, soy 'Soga' desde que empezaron a llamarme así los chicos con los que jugaba a la pelota en la Capilla San Vicente; me pusieron ese sobrenombre porque siempre fui delgado, pero tenía panza, era como 'una soga que tenía un nudo'". 

También en el Club Social cosechó grandes amigos. Jugador de casín, tuvo la suerte de representar al país en el Sudamericano disputado en Uruguay y de vivir muchas experiencias. 

Con 73 años, la calle y la vida le han regalado como principal capital los amigos y lo destaca. "Tengo la fortuna de tener muy buenos amigos y una compañera de vida que me apoya en todo, una mujer que ama la casa y que ha aceptado siempre que soy un bohemio".

La noche

Confiesa que le gustan la noche y los bares. "No sirvo para quedarme en casa mirando televisión, aunque a veces lo hago; soy nochero, me gusta la vida del bar y la buena charla con amigos", resalta y cuenta que el lugar de encuentro es la confitería de la estación de servicio Puma de Avenida de Mayo y Merced y desde allí parte para alguna peña.

"Tengo muchos amigos y quizás porque he vivido mucho, tengo la fortuna que me siguen mucho los jóvenes; a ellos les cuento lo que era la noche de ese Pergamino de oro", refiere y con cierta nostalgia menciona los lugares que frecuentaba. "La noche de esta ciudad era increíble".

Ya sin actividad laboral, cuenta que le gusta acostarse tarde y levantarse tarde. Ya no hay horarios. Sus rutinas son sencillas. Va cosechando lo que alguna vez sembró y vive tranquilamente. 

A mano

En el horizonte el único anhelo es poder volver a Italia a visitar a los amigos que están del otro lado del mundo y con los cuales se relaciona gracias a "la tecnología". Por lo demás, se siente a mano con la vida. Ha aceptado sus golpes y tomado de ellos las enseñanzas que ha sabido capitalizar con entereza. Eso le ha permitido también reconciliarse con el pasado y con sus orígenes sin guardar rencores.

"Pude conocer a mi mamá biológica. Se dio de manera fortuita. Trabajaba en Tirsa, le cobré el boleto a una señora que me preguntó mi apellido. Cuando le dije 'Fontana', me pidió disculpas y me dijo que me había confundido con una persona de apellido Parodi que era de San Nicolás. Eso me resonó y le conté mi historia. Resultó ser la esposa de un abogado conocido de San Nicolás que fue el que finalmente me llevó hasta la puerta de mi casa", relata. Y confiesa que más allá de conocer a su madre biológica, siempre lo había inquietado saber si tenía hermanos. "Supe que había tenido una medio hermana, pero ya había fallecido así que solo pude conocerla por fotos y videos. Con mi madre biológica tuve una relación y de mi padre se que era un vasco alto de San Pedro, pero nunca intenté ubicarlo".

Un enamorado de lo verdadero

Sobre el final confiesa que es "un enamorado de Pergamino" y cuando la pregunta lo convoca a rescatar de la memoria algún recuerdo asociado a ese amor por la ciudad, Carlos trae a la charla vivencias de su niñez y los aprendizajes tomados de su padre: "De ese Pergamino dorado recuerdo la infancia. A pesar de que mi papá era un laburante que nunca tuvo nada material, me enseñó mucho y a mi manera fui feliz, jugando con los chicos del barrio".

Esa simpleza lo describe. Vuelve sobre el recuerdo de su padre que murió a los 86 años y a quien él señala como una persona inigualable a la que le hubiera gustado parecerse. Seguro se parece, más de lo que sabe, porque ha tomado de esa crianza la esencia de lo verdadero.

Enamorado de las cosas simples de la vida, consciente del paso del tiempo, "Soga" Fontana se define como un bohemio. Cuando lo dice sonríe y muestra un poema que escribió para él su amigo Adolfo Zabalza. En una de sus estrofas, la semblanza lo pinta de cuerpo entero: "La noche es su gran aliada/los amigos su riqueza/ y un corazón con nobleza/ tolera sus trasnochadas/ las malas horas pasadas/ las enterró en el olvido/ y los años que ha vivido/ en un hogar con pobreza/ lo modeló en la entereza/ para olvidar lo sufrido". 


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