Perfiles pergaminenses

Fernando Morro: en la docencia y en la vida, el compromiso con valores fundamentales


Fernando Morro trazó su Perfil Pergaminense recreando sus vivencias en una clida charla con LA OPINION

Crédito: LA OPINION

Fernando Morro trazó su Perfil Pergaminense recreando sus vivencias en una cálida charla con LA OPINION.

Profesor y licenciado en Psicopedagogía, encontró en el aula su lugar en el mundo. Cuando se jubiló se volcó a la escritura de cuentos y relatos y tiene publicados tres libros. De buen obrar y con la sencillez de aquellos que transitan el camino sin grandilocuencias, conserva en su acervo personal la experiencia y la pasión como la llave para seguir aprendiendo.

Fernando Raúl Morro tiene 63 años. Nació en la ciudad de Colón, pero al año de vida con su familia se mudó a Pergamino y vivió en el corazón del barrio Trocha. Tiene una fuerte identidad pergaminense que se manifiesta en el sano apego a lugares que siente propios y a espacios en los que transcurrió su niñez y juventud. Asegura que, aunque la ciudad ha crecido en muchos aspectos, conserva algunas cosas que la vuelven entrañable. Disfruta de recorrer las calles y de volver de vez en cuando a ciertos sitios amados. "Muchas cosas esenciales, no han cambiado", afirma.

Hijo de Rodolfo Morro y Ana Cruellas, tiene una hermana menor, Adriana. "Nací en Colón porque por cuestiones laborales de mi padre, que trabajaba en cooperativas rurales, vivíamos allá; pero mi familia era de Pergamino. Cuando yo tenía un año nos establecimos acá y ya no nos fuimos", cuenta y señala que sus abuelos paternos, Felipe y María, tenían una chacra en Rancagua: "Nuestras visitas a ese lugar eran constantes. Era un convivir permanente entre un lugar y otro porque de chico iba todos los veranos".

Fue al Jardín de Infantes Nº1, de calle Florida, y luego hizo primaria y secundaria en el Colegio San José de los Hermanos Maristas. "En el año 1965 el Colegio abrió en Pergamino el primer grado y realicé todo mi trayecto educativo en esa institución que me dio mucho, porque después por mi tarea docente trabajé allí, primero como preceptor y luego como profesor".

El Servicio Militar

Al terminar el colegio secundario le tocó hacer el Servicio Militar. Fue el primer año que las convocatorias se hacían a jóvenes de 18 años. Fue en Las Lajas, provincia de Neuquén. "Para nosotros, que teníamos 18 años y éramos un poco 'nenes de mamá' acostumbrados a la cercanía y a la contención que nos brindaban la familia y el colegio, esa experiencia fue bastante fuerte porque de golpe nos vimos lejos de casa, sometidos a una actividad completamente diferente a las que hacíamos en nuestra vida cotidiana", relata y recuerda que los llevaron primero a Junín, luego a Buenos Aires y desde allí a Neuquén. "No conocía a nadie, con mis compañeros nos fuimos conociendo en el viaje en tren, pero fue un choque bastante importante porque además coincidía con la época del proceso militar", agrega.

Menciona que recién a los cuatro meses de haberse incorporado a "la Colimba" su familia supo dónde estaba. "No dejaban llegar las cartas, era un sistema bastante perverso en ese sentido y una época muy particular", refiere. Recibió la baja un año y medio después, aunque le tocó regresar al mismo destino tiempo más tarde cuando se produjo el conflicto con Chile por el Canal de Beagle. "Yo quería seguir la carrera de Veterinaria en Casilda y había empezado el Ingreso cuando me convocaron, así que me fui a Neuquén durante siete meses más y en un contexto de conflicto. Acá la gente vivía naturalmente, pero nosotros lo hacíamos al borde de la guerra", relata reconociendo que fue una experiencia dura de la que también tomó aprendizajes.

Descubriendo una vocación

Ya de regreso del Servicio Militar, y siguiendo la que por entonces parecía su vocación, logró ingresar a la carrera de Veterinaria. "En el segundo intento aprobé el examen de Ingreso; estuve casi dos años estudiando, pero descubrí que no era lo mío, así que regresé a Pergamino y ahí inicié una historia laboral en la que hice varias cosas hasta que finalmente me dediqué a la docencia, que fue mi carrera y mi pasión", expresa.

En su historia laboral se inscribe el haber trabajado en la venta de maquinarias agrícolas junto a un amigo que tenía una empresa y el haberse desempeñado como empleado durante varios años en Gillette Argentina. "Después inicié la carrera docente y ejercí durante más de 30 años".

La carrera docente

Reconoce que estudiar le llevó muchos años porque siempre compatibilizó su tiempo de formación con compromisos laborales. Primeramente, cursó el profesorado en Psicopedagogía en el Instituto de Formación Docente y Técnica Nº 5; después en el Instituto Hernandarias de Buenos Aires, el profesorado en Ciencias Sociales; y más tarde hizo la licenciatura en Psicopedagogía en la Universidad de El Salvador.

Sus primeros pasos en la docencia los dio en el Colegio Marista. "Entré a trabajar como docente en 1988; sin tener aún el título, confiaron en mí. El hermano Marcelo fue el que me llevó y quien me acompañó en todo mi crecimiento como docente", cuenta y señala que a la par de esas primeras experiencias en el aula fue continuando su formación académica.

Destaca la riqueza de esa trayectoria y refiere en la figura del hermano Marcelo a esa persona que le abrió las puertas de un camino que le dio enormes satisfacciones: "El hermano Marcelo, además de ser hermano Marista como título, era como un hermano para mí en lo afectivo. El me empujó al aula y siempre recuerdo que el único consejo que me dio con respecto a los alumnos fue: 'Amalos, querelos, lo demás viene solo". Jamás lo olvidó e hizo de esa consigna su bandera. 

Daba clases de Ciencias Sociales y además del Colegio Marista, trabajó en otras instituciones educativas como la Escuela Media Nº4, donde a la par de dar clases en el turno vespertino fue coordinador de un sistema de tutorías del Ministerio de Educación de la Nación. "También hice suplencias en el Colegio Industrial, en el Normal y en el Comercial, pero fue breve ese paso. Transité buena parte de mi carrera en Maristas", acota.

La jubilación y el balance

Se jubiló poco antes de que comenzara la pandemia. Confiesa que fue una decisión difícil de tomar. Lo hizo en la convicción de que "llega un momento en que uno ya no está en condiciones de dar lo que le gustaría dar y hay que ser muy consciente de eso y dar ese paso que le permite abrirse paso a otras tareas".

"La docencia lleva no solo las horas de clases sino el resto del día. Solo el que es docente, sabe de lo que estoy hablando", señala y confiesa que aún ya retirado sigue teniendo la certeza de que "el aula es mi lugar en el mundo".

"Me costó horrores dejarla", reconoce este hombre que nunca se interrogó sobre la génesis de su vocación. Solo siguió ese impulso y lo nutrió de conocimientos. Sabe que le gusta enseñar y siempre lo hizo con un profundo compromiso que trascendió el aula. Quizás por eso cosechó de su paso por la docencia las mejores experiencias.

"Siempre sentí que estudiar y trabajar era lo mínimo que yo podía hacer, porque siempre había visto a mis padres hacer un gran esfuerzo. Ellos querían lo mejor para nosotros. Eran una familia de trabajadores, hijos de inmigrantes, y nosotros crecimos viéndolos trabajar y también crecimos en una familia donde se reconocía el esfuerzo; no era una familia de castigos y esa estimulación positiva fue muy importante para mí y de algún modo me marcó el camino", sostiene con una mirada retrospectiva, sintiéndose satisfecho.

Siente que entró casi por casualidad a la docencia y recorrió un camino importante. "Fue una actividad que me gustó mucho, siempre sentí mucha empatía con la gente, a lo largo de más de treinta años logré un grupo de amigos excepcionales, cuando la gente que trabaja con vos tiene las mismas inquietudes y proyectos se genera una química extraordinaria y a esa gente te la llevas para la vida y forman parte de tus afectos", menciona, agradecido.

Su familia

En lo personal, Fernando está casado con Claudia Federici, docente de Matemática, a quien conoció cuando ambos eran estudiantes. "Nos conocimos en el Profesorado, nos enamoramos, nos pusimos de novios y tiempo después nos casamos".

Tienen tres hijos: Marcos (33) que es técnico en Seguridad e Higiene y es el jefe del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Pergamino; Marina (31) que es psicóloga; y Joaquín (30) que es ingeniero y está radicado en Rosario.

Valentino, de 4 años, hijo de su hija Marina, es el único nieto. Al nombrar a ese pequeño al que dedica buena parte de sus horas, algo en la mirada se ilumina, como sucede siempre ante los seres amados. Habla de su familia con la alegría profunda de aquellos que encuentran en los afectos su mayor recompensa.

Aunque ya retirado de la actividad laboral en el aula, se mantiene cerca de su profesión en otra de sus aristas, como es el trabajo psicopedagógico. "Antes de la pandemia ejercí, luego eso quedó ahí, pero tengo como proyecto empezar a trabajar en el ámbito del consultorio, en equipo con mi hija que es psicóloga, haciendo orientación vocacional y colaborando también con ella en cuestiones técnicas de mi profesión".

La escritura

En su tiempo libre le gusta escribir. "Tengo publicados tres libros de relatos y cuentos, voy por el cuarto, y estoy trabajando en una novela", cuenta y señala que le gustaría escribir sobre educación, volcando su experiencia, aunque reconoce que es algo difícil porque requiere del trabajo en otro género, como el ensayo.

Escribe desde siempre y aún conserva una medalla de oro que ganó en el Primer Concurso Literario organizado por el Diario LA OPINION en 1976. "Revisando cosas la encontré, y recordé esa experiencia de haberme presentado con un cuento".

La decisión de publicar sus trabajos surgió ya estando jubilado. "Cuando me jubilé toda esa energía que tenía puesta en la docencia se liberó y comencé a idear el proyecto de mis libros", comenta y refiere que encontró como aliado en esa tarea a su profesor Daniel Ruiz Rubini, del taller literario al que asiste. 

Cuando la pregunta indaga en aquellas cosas que inspiran sus relatos, confiesa que siempre hay algo de la experiencia personal en lo que escribe. "No podemos impedir esa subjetividad que nace de la memoria, la experiencia, el recuerdo, en algún momento está. La ficción enmascara de algún modo lo propio porque relata vivencias que le suceden a otros, pero siempre hay ahí algo de la propia biografía", sostiene.

De la mano de la escritura y de su asistencia al taller literario, hace teatro; durante varios años tomó clases con "Neme" Carenzo y ahora con "Ruly" Defrancesco. "Es una actividad que me gusta y mantiene activo". 

Sin pendientes

A mano con la vida, fiel a valores que aprendió de sus padres y transmitió a sus hijos, es parte de una generación que supo del fruto positivo del esfuerzo. Disfruta de su presente sabiendo que transita un momento en el que ya puede mirar para atrás y observar el camino recorrido. Allí hay una familia, amigos queridos, una profesión elegida y ricas vivencias. En esa mirada retrospectiva esta la historia de un hombre que con honestidad y sencillez asegura que no tiene materias pendientes: "Dicen que en la vida hay que tener hijos, escribir libros y plantar árboles. Hijos tuve tres; libros voy por el cuarto; y arboles creo que he plantado más de los que recuerdo".


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