Perfiles pergaminenses

"Panchita" Paterlini: la sensibilidad de alguien que encontró en el arte ese sustrato que transforma


Panchita Paterlini- la sensibilidad de alguien que encontroacute en el arte ese sustrato que transforma

Crédito: LA OPINION

Mamá de tres hijos, docente jubilada, artista, inquieta, curiosa y atenta a las necesidades de los otros, es dueña de una historia de vida rica en vivencias de esas que conectan a las personas con lo esencial. Apegada a los afectos y respetuosa de sus raíces, hizo de la resiliencia una condición para sortear la adversidad y forjar un buen destino.

María del Carmen "Panchita" Paterlini traza su "Perfil Pergaminense" en la intimidad de su casa, el lugar en el que nació y donde actualmente vive, en la calidez de un espacio vestido de arte, una escenografía de la vida cotidiana que la describe de manera perfecta. Rodeada de fotos, esculturas y pinturas de artistas, alumnos y entrañables amigos, allí está su universo. Docente jubilada, transitó un largo camino de la mano de la educación artística y siempre persiguió sus sueños.

Su padre fue José Francisco Paterlini; su madre es Noemí Giorgi y tiene 95 años; y sus hermanos son Mónica y Juan José. Recuerda su infancia y adolescencia como un tiempo feliz. Dueña de una personalidad determinada, desde chica encontró el modo de ir por aquellas cosas que quiso y venció cualquier prejuicio de su época. Al hablar de su niñez menciona a su madrina, Argentina, que tiene 97 años; a su niñera Miriam, parte de su familia y pilar fundamental de su vida; y también a Cristina Noguera, amigas desde los 4 años.

Su padre fue miembro de una conocida empresa familiar dedicada a la industria de la carne. "Como en toda familia, cuando se diluyó una sociedad comercial surgieron divergencias, pero con el tiempo se fueron subsanando y por fortuna tengo buena relación con todos mis primos", resalta esta mujer que siempre ha sentido la protección de Dios aún en los momentos de mayor dificultad. "He afianzado mi vida en torno a mis hijos, a los que defino como 'mi gran obra de arte'; la docencia, mis alumnos y los amigos incondicionales".

Un ser resiliente

Se casó en 1981 y se divorció nueve años después. Se abocó a la crianza de sus hijos y al ejercicio de su profesión. Sus hijos son Matías, Mauro y Martín Skarpanich. Habla de ellos con orgullo: "Matías tiene 40 años es periodista, trabaja en C5N y vive en pareja con Jorgelina; Mauro, tiene 39 años, es ingeniero industrial y trabaja en Rosario; y Martín tiene 32, ha hecho estudios de Psicología y trabajó como acompañante terapéutico. Tuve otro hijo, Mariano, que falleció a los dos meses de muerte súbita, fue un golpe muy duro", cuenta.

La muerte de un hijo, la separación, el fallecimiento de su padre, los problemas de la empresa, las discrepancias familiares, nada la hizo decaer. Apostó a la familia y fue forjando la armonía para propiciar que sus hijos crecieran felices y confiados. 

Conectada con la espiritualidad, en momentos difíciles comenzó a hacer yoga, actividad que sigue practicando y de la mano de la fe vivió experiencias únicas como el viaje a Jerusalén que tuvo oportunidad de hacer en 2016 y que fue "una gracia de Dios".

Aunque nunca volvió a conformar una pareja de convivencia, hace unos años tuvo una relación con alguien a quien quiso mucho y recuerda esa historia con la añoranza que dejan los vínculos maduros, de genuino afecto y respeto mutuo.

Sensibilidad a flor de piel

Heredó la bohemia de su padre. De él también tomó el valor de la amistad y el saber mirar al otro para comprenderlo. Una figura importante fue su abuela Felisa: "De ella aprendí el sentido de la hospitalidad, el gusto por ver la casa llena de gente. Ella me nutrió el alma".

La curiosidad es un atributo que la acompaña y la llave que le abrió las puertas. "Siempre me crucé con personas de buen corazón que me han brindado lo mejor de sí. Quizás por eso nunca me ha acompañado el temor", sostiene.

El arte y la docencia

Se formó en la Escuela Normal y es una enamorada de esa comunidad, donde luego trabajó. "Somos de la promoción 1971 y con mis compañeras aún nos vemos", refiere. 

Al egresar se fue a Rosario para estudiar Decoración de Interiores. Antes, en Pergamino, había hecho Arte Decorativo en la Escuela Profesional Nº 1. "Trabajé como empapeladora en una época que era el boom".

"En Rosario viví con grandes amigas como Mabel, Raquel y Liliana", cuenta y comenta que siguió sus estudios en Bellas Artes. Antes había hecho el ingreso a Ciencias Económicas, acatando un mandato familiar que pronto desatendió, respetuosa de su vocación por el arte. "Estudiaba y trabajaba en una galería de arte donde conocí a muchos artistas", relata.

Se nutrió de cada experiencia. "A este mundo venimos a aprender y a dar. Otra cosa no te llevas, por eso me encanta compartir, viajar, conocer, aprender con otros", reflexiona.

Regresó a Pergamino en 1978, recibida del Profesorado de Bellas Artes, y comenzó a trabajar como docente. "Si bien el arte es una herramienta de transformación social, he pensado la vida social a través del arte", afirma "Panchita".

Comenzó su carrera docente en el Colegio Nacional, luego logró concentrar sus horas en la Escuela Normal, donde trabajó en todos los niveles. "En aquel momento la asignatura era Educación Artística", recuerda.

"También trabajé en el Instituto de Formación Docente del Normal, donde daba Historia del Arte en los profesorados de Historia y Literatura. Di clases en la Universidad Nacional de Rosario y también en la Escuela de Artes Visuales, donde fui docente de Historia del Arte y Grabado e incluso hice algunos reemplazos en cargo directivo", detalla con minuciosa memoria su currículum. 

Rindió el examen para ser inspectora de la rama Artística, cargo que desempeñó en la Región VIII. "Mi designación coincidió con un viaje a Europa que habíamos planeado con 'Mené', una profesora de Música del Normal, para recorrer iglesias y museos y hacer una capacitación en Roma. Pedí una licencia sin goce de sueldo. Tomé posesión al regreso y estuve en la inspección durante tres años hasta que finalmente renuncié".

Su labor docente siempre tuvo anclaje en la comunidad. Formada en Arte Terapia, dio vida a un proyecto que propició que alumnas de la Escuela de Artes Viduales pudieran acudir a la Sala de Pediatría del Hospital San José para "difundir el arte".

"Fue muy gratificante. Hice colectas en empresas e instituciones para comprar los materiales que llevábamos en un carrito de supermercado con el que recorríamos las habitaciones", describe.

La jubilación 

Luego de 27 años de trayectoria docente, se jubiló hace 15. Su carrera le dio enormes gratificaciones, de esas que nutren el espíritu. Fue la vida la que le marcó el momento del retiro. "La vida te dice", afirma.

"15 después no dejo de sorprenderme cuando me encuentro con mis alumnos y sigo aprendiendo de ellos, asisto a talleres, compro sus obras, me alegro por su realización. Siempre traté de dejar una huella en ellos; de promover que enriquecieran su personalidad a través del arte, que fueran curiosos, inquietos y disfrutaran del entorno tomando una postura crítica y transformadora", remarca.

Seguramente lo consiguió porque en su trabajo abrió caminos. Con docentes de otras asignaturas interrelacionaba el arte y llevaba adelante proyectos tan creativos como innovadores. Recuerda los viajes de estudio, los concursos, las clases que llevaba a las plazas. "En educación, si ponés un detalle de locura, otros docentes te acompañan, los chicos se entusiasman y conquistas una familia hermosa", afirma, mostrando la que fue su consigna, con el juego como aliado imprescindible. 

Un rico camino

Siempre le interesó mantenerse actualizada y ya consolidada en la profesión, regresó a la Facultad para realizar cursos de Crítica de Arte y talleres de Grabado. 

Incursionó en distintos espacios culturales. Colaboró con la Casa de la Cultura desde su conformación y cosechó allí grandes amigos. Participó del Salón "Manuel Asso" y obtuvo el primer premio en Grabado. Fue parte de varias muestras colectivas. Ilustradora de libros y poesías, participó de distintas convocatorias que llevaron sus trabajos a destacados espacios. "Hubo uno de la Universidad, 'La silenciosa virtud creadora de un ignorado' de Luis Michelon, que hicimos con dos compañeros de Rosario y se presentó en Bellas Artes, la Escuela de Artes Visuales y la Universidad de Rosario", detalla, por acercar solo alguna de tantas experiencias. A través del arte, colaboró siempre con instituciones, una de ellas, la Embajada de Yugoslavia, a la que donó una de sus obras.

Pergaminense de alma, entiende que son los espacios de la ciudad y los lazos tejidos en esos lugares los que constituyen la identidad. Menciona al Club Social, como uno de ellos.

La casa grande

En 1983 llegó a manos de la familia una foto de la casa de sus abuelos Paterlini, en el norte de Italia. Ese mismo día se propuso que iba a llegar hasta ese sitio. Lo consiguió varios años después cuando en aquel viaje realizado a Europa antes de asumir como inspectora transitó el camino que la llevó hasta esa construcción tan cara a su historia familiar. Dejó una tarjeta con sus datos y siguió viaje. Poco después comenzó a intercambiar correspondencia y llamadas telefónicas con primos de su papá. Pocos meses después estaba viajando nuevamente para conocerlos. "Me fue a esperar un primo hermano de mi papá con su hija y su yerno, Roxana y Batista, con quienes establecimos una relación hermosa; ellos tuvieron la posibilidad de venir y encontrarse con la familia".

Aunque aquellos anfitriones ya no están, lo que sembraron continúa y hoy son las generaciones que siguen en ese árbol familiar las que mantienen un vínculo valioso.  

El año próximo "Panchita" planifica celebrar sus 70 años junto a sus hijos en "La casa grande", como llaman a ese lugar que sobrevivió al paso del tiempo para mantener intacta esa raíz que conecta a las personas con lo esencial. "Quiero regresar en un gesto de agradecimiento a la vida", afirma.

La gratitud es un sentimiento que la acompaña. Nunca habla de fracasos, más bien de aprendizajes porque entiende que la vida es eso: experiencia y conquista. "Si uno cree en la verdad y en el amor, no hay nada imposible", recalca sobre el final y rescata al señalarlo esa magia aprendida de su abuela Felisa: "Siempre me llamaron la atención sus manos". 

"Las manos representan el trabajo, el dar, el abrazar, el contener, el recibir", dice al recordarlas. Las suyas tienen la misma expresividad, tal vez porque "Panchita" tomó naturalmente ese legado, esa capacidad de brindarse a través de sus manos y de su arte, para recibir como recompensa, tanto.


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