Perfiles pergaminenses

Ginés Eduardo Fuentes, un hombre que en el trabajo y en la vida honra la palabra y los buenos valores


Eduardo Fuentes en una clida charla compartida con LA OPINION relató su historia de vida

Crédito: LA OPINION

Eduardo Fuentes, en una cálida charla compartida con LA OPINION relató su historia de vida.

Es propietario de "Forrajes y Semillas Fuentes", un comercio emblemático de la ciudad. Familiero y amigo incondicional, siempre está dispuesto a tomar nuevos desafíos. El próximo será el traslado del negocio al corazón mismo del barrio Centenario, allí donde están sus orígenes. Agradecido y fiel a sus convicciones, sabe que "el buen nombre" es la llave que abre todas las puertas.

Ginés Eduardo Fuentes "El Gallego" tiene 64 años. Nació y creció en el barrio Centenario, donde vivió hasta los 39 años. Igualmente, nunca se alejó demasiado de ese lugar tan cercano a sus afectos porque su actividad comercial siempre lo mantuvo "en el barrio". Es propietario de "Forrajes y Semillas Fuentes", un emblemático comercio que en unos días más se trasladará de Juan B. Justo -donde funciona desde 1996-, a calle Balboa 760, a la vuelta de la que fue su casa paterna, de 9 de Julio 2082. "Le debo mucho a la gente del barrio y a Pergamino, tanto a los clientes del campo o de la ciudad que siempre han confiado en mí y me han brindado tanto", refiere en el inicio de la entrevista que se realiza en la intimidad de su hogar en el barrio Aeroclub, esa zona que hace unos años con su esposa María Rosa Zuccarelli eligieron para vivir, buscando la tranquilidad, el espacio donde recibir amigos, y también ese silencio que los reencuentra con aquellas cosas intangibles y esenciales que son las que nutren la vida.

Hijo de Ginés Fuentes e Isabel López, tuvo una hermana mayor, Agueda Noemí, que falleció hace tres años. "Aún hoy siento esa pérdida", señala con emoción y menciona a su cuñado, Mario Moschini, y a sus sobrinos Lucas y Martín. También habla con el mismo amor, inmenso, de los sobrinos que tiene por parte de su cuñada Mariela Zuccarelli y su esposo Fabio Fram: Tatiana y Thiago.

"Nosotros no tenemos hijos, así que nuestros sobrinos son como hijos. Somos muy felices de tenerlos y de compartir con ellos nuestra vida", expresa.

Cuando la charla lo lleva a recorrer los caminos de su infancia y juventud, el relato se colma de vivencias inolvidables: "Mi padre trabajaba en un campo que teníamos y más tarde estuvimos juntos en el negocio. Mi madre fue ama de casa, y cuando nosotros éramos chicos, bordaba ropa de bebé para un comercio de Pergamino".

"Guardo hermosos recuerdos de mi niñez y de mi época de juventud; yo me casé a los 39 años, así que hasta ese momento viví en el barrio, un lugar donde siempre hubo muy buena gente, muy sencilla y siempre dispuesta a brindarse", relata.

"Cuando yo era chico se jugaba en la calle, las puertas permanecían abiertas hasta altas horas de la noche. Incluso en mi adolescencia era habitual que mis padres dejaran la puerta sin llave hasta que yo volvía de bailar a las 4:00 de la madrugada. Uno caminaba por las calles sin mirar para los costados, todo era muy sano. También nuestra manera de divertirnos. La 'previa' la hacíamos en El Refugio y después íbamos a Fedra, Bohemia, Fenicia, los lugares que estaban de moda y donde estábamos todos", agrega en una referencia que se transforma en una postal de aquel Pergamino. 

Fue a la Escuela Nº53 hasta segundo grado. Terminó la primaria en la Escuela Nº1. Los dos primeros años del secundario fueron en el Colegio Nacional y luego continuó sus estudios en el Instituto Mariano Moreno de la localidad de Mariano H. Alfonzo, donde egresó.

Los primeros pasos

De la mano de su padre comenzó a escribir su historia laboral en un pequeño campo que tenían. Buscando siempre progresar, durante los meses de octubre a marzo tenían una barraca; compraban lanas y cueros que vendían a Buenos Aires. "Cuando vino la crisis de 1991 los que me compraban a mí se quedaron sin efectivo, yo me quedé sin efectivo y por efecto dominó todo iba para atrás. Eso me llevó a que cambiara de actividad, pero siempre relacionado con el campo, porque era el único idioma que yo conocía", señala. Y cuenta que, sin conocer demasiado de alimentos balanceados, comenzó a traer un suplemento de Río Cuarto y a venderlo en campos de la zona. "Iba chacra por chacra, era un sacrificio enorme porque lo único que tenía era una camioneta y un apellido muy limpio que era el de mi padre", resalta.

Ese buen nombre y su vocación de trabajo le fueron abriendo todas las tranqueras y el campo lo retribuyó con la aceptación del producto que ofrecía. "Salía con la camioneta, recorría chacra a chacra y el productor que tenía cerdos me compraba, así me fui haciendo".

"En 1994 me encontré con un amigo, Orlando Fernández, criador de cerdos de General Arenales, y preguntándole sobre qué estaba usando y cómo le iba, me habló de un alimento de Villa Cañas. Le señalé mi intención de poder comercializarlo y a los dos días me estaba llamando para decirme que me estaban esperando. Viajé a la fábrica y me dieron todas las posibilidades, me abrieron una cuenta corriente sin conocerme, solo por las referencias que mi amigo había dado, y ahí inicié una nueva etapa de mi actividad comercial", refiere.

El negocio

En el año 1996, con el espíritu de seguir creciendo tomó la decisión de instalar la forrajería. "Yo había conocido a la que es mi esposa, le pregunté si podía darle una mano a mi padre si poníamos el negocio así yo podía seguir viajando al campo. Ella aceptó de inmediato y hacía convivir esa actividad con su tarea como docente. Así instalamos la forrajería", menciona y recuerda que el primer salón estuvo en Juan B. Justo 2424, y luego se mudaron a Juan B. Justo 2418, donde funciona desde entonces.

"Yo seguía vendiendo en el campo y mi papá y ella estaban en el negocio, eso fue hasta 1997 en que mi papá falleció. Yo dejé de viajar tanto, pero mis clientes igual me siguieron comprando, comenzaron a encargarme lo que necesitaban y yo iba solo para entregarles el pedido. Eso me permitía estar más en el negocio también".

"Cuando a mi esposa le surgió la posibilidad de tomar a su cargo la dirección del Instituto Mariano Moreno de Alfonzo, dejó de poder estar tanto en el negocio, así que pusimos un empleado. Al principio uno de mis sobrinos y hoy Leonardo que trabaja conmigo. Siempre tuve la suerte de tener chicos sanos y honestos".

Una nueva etapa

Hoy Eduardo está al frente del negocio y comparte la tarea con su empleado de manera incondicional. "Cuidamos mucho el trato con los clientes", afirma. Ahora están abocados a la mudanza. Hace unos meses tuvo la posibilidad de comprar un salón propio en calle Balboa y en unos días más, a partir del 1º de abril 'Forrajes y Semillas Fuentes' se trasladará a ese nuevo espacio. Con esa decisión se abre una nueva etapa que vive con entusiasmo. "Es algo que representa muchas cosas, me pone contento, en tantos años de actividad comercial hemos atravesado muchas situaciones, algunas crisis y también hemos sorteado las dificultades propias del país y siempre seguimos adelante", reflexiona. "Si uno se queda pensando en los problemas del país, deja de producir, y eso no está bien. Hay que encontrar el modo de seguir hacia adelante y proyectar", señala en una apreciación que habla mucho de él y de su modo de concebir la vida. 

"La actividad del negocio me ha implicado enormes sacrificios, pero también me ha dado grandes satisfacciones; con el paso del tiempo la forrajería como rubro se fue diversificando y eso nos permitió sumar productos y crecer sin abandonar nunca nuestros orígenes. Empecé con un cheque a 30 días y a remarla. Siempre me acompañó la gente y traté de obrar bien. Desde hace más de 20 años trabajo de manera directa con Metrive y tengo clientes que han sido y son muy fieles", destaca y muestra su gratitud hacia ellos: "Todos han sido incondicionales y en esta nueva etapa que estamos iniciando, espero me sigan acompañando".

Su gran compañera

Detrás de Eduardo hay una mujer con la que comparte la vida desde que se conocieron, cuando él tenía 39 años. "Yo nunca había pensado en casarme, hasta que conocí a María Rosa", confiesa. Y cuenta que eso sucedió por casualidad o por esa coincidencia que el destino les tenía preparada. "Se casaba una amiga en común y nos conocimos en la despedida de soltera, comenzamos a salir y nos casamos en 1997", cuenta y señala que son profundamente felices. "Nos acompañamos y respetamos mucho", remarca valorando en esos atributos los mejores condimentos de la vida que comparten juntos. 

Su lugar en el mundo

Desde el año 2018 viven en el barrio Aeroclub, en una casa que es el lugar donde reciben amigos y familiares y donde disfrutan del compartir con los seres queridos. "Este es nuestro lugar en el mundo. Vivíamos en un departamento y usábamos esta casa como quinta hasta que decidimos mudarnos buscando tranquilidad y un poco de aire libre. El barrio es hermoso, tenemos muy buenos vecinos, salir a caminar por aquí es increíble", comenta Eduardo y refiere que, aunque la pandemia limitó mucho su vida social, de a poco van recuperando esa linda costumbre de recibir amigos. "Acá nunca faltan parejas de amigos con los que nos juntamos a comer o a tomar unos mates. Nos encanta recibirlos, la palabra amistad es muy grande, y tenemos la fortuna de estar rodeados de buena gente", afirma, sabiendo que en esos vínculos está "esa familia que agranda la propia y se elige". 

Amante de los caballos, las antigüedades y los cuchillos, siempre se hace tiempo de disfrutar esos placeres con sus sobrinos con los que ama compartir las rutinas de una vida simple. 

En la calidez de la charla expresa que Pergamino es una ciudad en la que le gusta vivir. "No podría vivir en Buenos Aires, ni en ningún lugar donde uno no conoce al que tiene al lado", sostiene. Y la reflexión lo lleva de nuevo a su lugar, el querido barrio Centenario: "Me encanta Pergamino y el barrio Centenario, ahora que el negocio funcionará a la vuelta de la que era mi casa, salgo a la puerta y todos levantan la mano para saludar, eso te llena el alma. Es un lugar entrañable".

El buen nombre

Es un defensor de la palabra empeñada y no cree demasiado en los documentos. "Vale lo que se dice, el modo de obrar. El apellido de mi viejo me abrió muchas puertas", refiere y vuelve sobre la memoria de ese hombre que le marcó el camino y del que aprendió de la vida las cosas importantes: "Mi padre fue un tipo honesto, sano, de mucha palabra. Como yo siempre digo, era un hombre de apellido limpio. El me enseñó esos valores y yo traté siempre de honrarlos. Para mí los papeles no existen y tal vez por eso cuando me fallan, sufro mucho porque yo no soy capaz de eso. Si no puedo pagar algo, prefiero no tenerlo".

Esos valores aprendidos son los que le han dado seguramente las mejores recompensas. Escuchar el relato de la historia de vida de Eduardo Fuentes es de algún modo rescatar el testimonio de aquellos que forjaron su porvenir sobre la base del trabajo honesto y la gratitud, atributos que a menudo en esta sociedad parecen escasear y que, sin embargo, tanto significan.


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