Perfiles pergaminenses

Diego García y su historia de vida, acompasando los signos de los tiempos


Nació hace 68 años en Pergamino, con el mismo nombre que su abuelo, que fue intendente de nuestra ciudad. Trabajó por más de tres décadas en el Banco Nación donde hace tres se jubiló. Se define como un ser familiero y disfruta viajando y conociendo los rincones de Argentina. Casado con Sonia hace 47 años, es padre de dos hijas y abuelo de dos nietas.

Diego Marcelo García nació el 30 de junio de 1953. La Clínica Pergamino fue el sanatorio donde vio el mundo por primera vez hace 68 años. Hijo de Diego Marcelo García, bancario, y de Ethel Elena Damiano, ama de casa, Diego es el segundo de cuatro hermanos: Alicia, Miguel Angel ("Pato", recientemente fallecido) y Sergio.

El desarrollo de su infancia y parte de su juventud tuvo lugar en el barrio Acevedo, precisamente en calle San Lorenzo al 150, a escasos metros de avenida Vélez Sarsfield.

Recuerda que son muchas las anécdotas transcurridas en esas calles de la zona norte. "Podría hacer un libro de anécdotas de tantas que tengo", señaló Diego. Pero puntualmente se le viene a la memoria el almacén de Batch, en la intersección de calles Roque Sáenz Peña y San Lorenzo, donde se producían los encuentros de las "barras", como llamamos los argentinos a los grupos de pertenencia.

La Parroquia San Roque fue también el escenario de muchos momentos de su vida. "Jugábamos en la cancha de fútbol", señala y también recuerda las picardías de la infancia: "Le comíamos las hostias al cura y tocábamos las campanas. Con el "Pato" nos llevábamos poca diferencia de edad y junto a él hacíamos todas las travesuras".

La velita, el fútbol y todos los juegos callejeros formaron parte de lo Diego denominó una infancia alegre junto a sus amigos: Mario Gauna, "Pato" Ríos, Eduardo Ojeda, Héctor Salinas.

La etapa escolar

Diego cursó tanto el jardín de infantes como la primaria en la Escuela Normal antigua, que se ubicaba en calle Florida casi 9 de Julio, donde después se emplazó la Cámara de Comercio.

"Mi hermana y yo cursamos los estudios en el Centro, íbamos en colectivo, en ese momento era el blanco. Los hermanos Vercellino eran los encargados del transporte, después vinieron los Caluch que trajeron el primer Mercedes Benz. En algunas oportunidades nos llevaba mi viejo en la bicicleta porque no era habitual tener auto en esa época", contó García.

De su época escolar aclara que no era un alumno aplicado, por el contrario estudiar no era su fuerte, razón por la que cursó el primer año de la secundaria en el Comercial pero atentos a que le estaba agarrando "la vagancia", sus padres decidieron enviarlo al colegio de Rancagua. Allí hizo un año, retornó a la escuela nocturna pero ya en su tercer año de secundario, con 17 años, desistió de los libros e ingresó a trabajar al Banco Nación, en la sede del Centro, donde tuvo la oportunidad de compartir horas de labor junto a su padre que también era bancario. "En ese momento entrábamos a trabajar a las 11: 45 porque el banco abría a las 12:00 y cerraba a las 16:00 al público pero los empleados después nos quedábamos trabajando hasta las 18:00 aproximadamente. Llegamos a ser 107 empleados en el banco", indicó Diego.

Cuando era joven además Diego practicaba natación y jugó en Racing, donde se destacaba como arquero.

Ida y vuelta al Banco Nación

Su primera etapa como bancario duró siete años ya que por cuestiones económicas decidió encarar su propio negocio. "Puse un kiosco en sociedad con el "Negro" Perretta, fui canillita también, estuve trabajando en una metalúrgica, tuve una cafetería frente a la Clínica General Paz. Lo que se me cruzaba lo hacía porque en esa época en el banco no se ganaba muy bien. Por eso en 1977, cuando yo me fui, fueron varios los que dejaron el banco para dedicarse a otras cosas".

En 1988 quiso la suerte que volviera a ingresar al Banco Nación; no era habitual que a un empleado que había decidido irse lo volvieran a tomar pero ese no fue su caso. "Estuve un año en la ciudad de San Nicolás y después ya me trasladaron al Banco Nación del barrio Acevedo, donde permanecí hasta que me jubilé", dijo el entrevistado. En esa entidad bancaria trabajó por más de 30 años, primero desarrollando tareas administrativas y en los últimos 18 años en la caja, atendiendo al público. "Hace algunos años eran muy largas las filas de personas que necesitaban realizar hacer sus trámites en las cajas pero después, con el paso de los años, la apertura de nuevas bocas de pago y de los pagos online, las largas colas fueron disminuyendo", señaló.

En su labor como cajero se hizo reconocible para la comunidad. "Conocí muchísima gente, algunas personas me saludan cuando me ven en la calle", asegura.

Testigo de los cambios

Fueron muchos los años en que Diego se desempeñó en el banco y fue testigo de los innumerables cambios que sufrió el trabajo del empleado bancario conforme avanzaba la inclusión de la tecnología. "Recuerdo que cuando ingresé llegaban los jubilados y firmaban los recibos con pluma y tinta, se hacían los cálculos con tablas de madera. Tiempo después comenzaron a aparecer las biromes, las máquinas eléctricas Olivetti, las computadoras. Me tuve que aggiornar a todos los cambios para poder seguir trabajando", sostiene.

No solo fue testigo de los cambios en la dinámica de trabajo en el banco sino también que tuvo la oportunidad de conocer varias generaciones de familias; a modo de ejemplo cuenta que "he llegado a conocer cuatro generaciones de policías, algunos chicos que pasaron por el banco para hacer guardias terminaron como comisarios mayores".

Jubilación

En diciembre se cumplieron tres años desde que se jubiló, poniendo punto final a su vida laboral activa. Al respecto asegura: "La jubilación me sentó bien, extraño a mis compañeros de trabajo pero tres veces por mes solemos reunirnos para compartir una cena y recuerdos del banco".

La conformación de su familia

A la par de su vida laboral se fue armando su vida familiar. Hace 47 años que está casado con Sonia Bellestando, y ambos son padres de dos mujeres. "La conocí cuando tenía 18 años, a través de amigos en común, compartíamos algunos asaltos. Estuvimos tres años de novio y cuando yo tenía 21 años nos casamos en la iglesia Merced", evoca. Al tercer año de estar casados nació Cintia García que en la actualidad tiene 44 años, es secretaria de la Escuela Nº2 y también trabaja en la Escuela Nº 53. Está casada con Sergio Contreras. Ambos son padres de Iara de 20 años de edad que reside en Rosario ya que allí cursa sus estudios de Medicina, y Sofia que está culminando sus estudios secundarios en Maristas. 

La segunda hija de Diego y Sonia se llama Maira, tiene 35 años y es directora del Jardín Nº 904.

Por diferentes barrios

Apenas casados, Diego y Sonia compraron una casa en el barrio Santa Julia, cuando esa zona era despoblada, "no entraba el colectivo, ni agua había" pero a pesar de las adversidades vivieron allí 34 años. Luego adquirieron una propiedad en el barrio Centro donde viven hace 14 años. "Todos los barrios en los que viví tienen su encanto aunque recuerdo que de chico ya me gustaba el Centro porque de jóvenes salíamos mucho a pasear. Hoy elijo este lugar para vivir porque me queda todo cerca".

Su abuelo el intendente

Diego lleva el mismo nombre que su abuelo, quien fuera intendente de Pergamino aunque asegura que no tiene relación con la política. No obstante recuerda a su abuelo en ese rol, cuando se juntaba toda la familia para disfrutar de comida gallega. "Me acuerdo de esas grandes juntadas de domingo donde se discutía mucho sobre fútbol. Recuerdo a mi abuela, doña Esperanza, que era quien cocinaba", cuenta.

La vida, un viaje

Amante de su país, Diego y su familia recorrieron diferentes rincones de Argentina pero nunca salió del país. "Anduvimos mucho por Córdoba, Merlo, el resto de San Luis, Mendoza y la costa argentina" aunque advierte tiene aún "varios viajes pendientes que algún día haré, por ejemplo todo el sur, no conozco nada de esa parte del país". Su paisaje favorito es la montaña y no duda en afirmar que en Pergamino tiene sus raíces por lo que afirma que esta ciudad es su lugar en el mundo.

La cotidianeidad

Un día de Diego empieza en las primeras horas de la mañana; durante el verano, acude a la quinta a limpiar la pileta y hacer los quehaceres propios de ese tipo de espacios, luego disfruta de salir a caminar por las calles céntricas con su mujer. La hora del almuerzo lo encuentra ya en su casa, es religión luego dormir la siesta para así estar descansados al atardecer, momento en que gusta de asistir a la quinta a preparar alguna carne asada. 

Hombre de fe

Diego es un apasionado del aire libre y se declara "familiero", afirma no tenerle miedo al paso del tiempo porque vive el momento. Además es un hombre de fe; en su casa hay imágenes de Jesús y la Virgen, lo que denota su devoción. Afirma que algunas cosas que le sucedieron lo llevaron a creer en Dios. "Soy muy devoto del Padre Pío. En el '90 empecé a empaparme en la historia de este sacerdote milagroso del que me llamó la atención su fe, fortaleza, su videncia", relató. Y considera que "en las trincheras no hay ateos ya que "cuando se te complica en algo crees, y es válido creer en el zodíaco, el universo o las energías porque siempre es bueno creer en algo para sentirse fortalecido".

A la hora de definir su filosofía de vida, marca como dos pilares la honestidad y el trabajo. Por último aconseja: "Nunca hay que negarle nada a nadie y no es bueno ser rencoroso".


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