Perfiles pergaminenses

"Ava" Peroña, una referente indiscutida de la educación física que le puso el alma a sus clases


“Ava” Peroña en la intimidad de su patio “ese pedacito” que es su lugar en el mundo

Crédito: LA OPINION

“Ava” Peroña, en la intimidad de su patio “ese pedacito” que es su lugar en el mundo.

Siguiendo su vocación, construyó su carrera sobre pilares sólidos. Su trabajo le permitió cumplir el sueño de tener su casa y brindarle las herramientas a su hija para que forjara su destino. El suyo estuvo anclado en los buenos valores, lo que la hace destinataria de afectos entrañables. Ya retirada de la actividad, disfruta de placeres sencillos que la conectan con lo esencial.

Libertad Peroña es conocida por "Ava". Así iba a llamarse, pero a su padre no le permitieron inscribirla con ese nombre porque era extranjero. Ese contratiempo de registro no impidió que esas tres letras se transformaran en su verdadera identidad. Es profesora de Educación Física y parte de una generación que abrazó esa profesión con pasión y compromiso. Tuvo la fortuna de desplegar esa tarea formativa en diversos ámbitos. 

Tiene 65 años. Nació en Pergamino, pero creció en Cañada Rica, provincia de Santa Fe. Allí hizo la primaria. Parte del secundario lo cursó en Santa Teresa y luego finalizó en la Escuela Nacional de Comercio, en Pergamino, donde su familia había regresado. "Vivíamos en Belgrano entre Rivadavia y Monteagudo. Después compramos esta casa en el barrio Illia, donde vivo", señala en el inicio de la charla que se desarrolla en su patio, con el aroma de los jazmines que anticipan el verano.

 Su padre fue Anastasio, un hombre que fue marinero y cuando dejó su carrera consiguió reinventarse haciendo múltiples actividades, ya lejos del mar. "El salió del monte chaqueño a los 14 años y siempre había querido conocer el mar. A través de un tío consiguió entrar en la Marina de Guerra como aprendiz y fue ascendiendo, así que logró su sueño. Estuvo dos veces en la Antártida, hasta que cuando yo estaba por nacer, mi madre le pidió que ya no se fuera. Dejó la Marina y comenzó para él otra historia. Primero trabajó en un horno de ladrillos que le habían instalado mis abuelos maternos. También fue capataz en distintas instancias, hasta que entró a trabajar en una fábrica de mosaicos; y más tarde fue recibidor de cereales en Cañada Rica. Falleció a los 65 años de un cáncer de pulmón", relata. 

Su mamá es Deolinda Palermo, una mujer que de joven usaba sus bucles rubios hasta la cintura y hoy tiene 90 años. "Está en el Hogar de Jesús, tiene Alzheimer, ya no me reconoce como hija, voy todos los días a verla y cuando me recibe dice 'Ahí llegó mi mamá'". La voz se le entrecorta cuando lo expresa y los ojos se inundan de esas lágrimas que generan solo las emociones genuinas. Acepta esa condición y la honra sabiendo que "hay un momento de la vida en que tus padres se transforman en tus hijos y pasás a cumplir el rol que ellos tuvieron". No tiene hermanos. Los que abrazó se los regaló la vida.

 Afirma que ella tiene todo de su padre y se identifica incluso con esa personalidad aguerrida. "Tuve una relación rara con él, se había formado en la Marina y era muy estricto. Pero me regaló la vida y muchos de los valores que tengo".

Ava fue mamá soltera a los 35 años. "Estaba viviendo con una amiga de toda la vida en ese tiempo y confieso que me daba mucho temor contárselo a mi padre", señala. Su hija es Naiara y tiene 30 años. 

Algunos años después "Ava" conoció a Oscar, su pareja durante 13 años. "Ella lo adoptó desde el primer día como a un papá, pero confieso que yo nunca permití que influyera demasiado en la crianza, sí que nos acompañara en el camino", sostiene. Y prosigue: "La crié sola, aunque tal vez suene egoísta, pero fue así. Gracias a Dios le pude pagar sus estudios, es abogada y vive con su pareja Nahuel".

"Ella lleva mi apellido y, aunque en más de una oportunidad le pregunté si quería cambiarlo, su respuesta siempre fue que su apellido era el mío y que su papá había sido Oscar", cuenta.

Lamenta el fallecimiento de ese hombre que fue su compañero. "Yo estaba dando clases en la pileta y al salir del agua una compañera me dice que mi celular no había dejado de sonar. Era la hija de Oscar que me preguntaba por el nombre del médico de su papá y cuando le pregunté qué estaba pasando me dijo: 'Papá se murió'. Se me heló la sangre y así, descalza como estaba, salí. Un compañero, Darío Mandarini, me llevó en el auto. Lo encontré sentado con una taza de café y el televisor prendido. Le había estallado el corazón".

Ese episodio trágico sucedió hace 10 años. "Ava" no volvió a reconstruir su vida de pareja. Por elección se quedó sola. "Fue mi último amor", refiere y cuenta: "Yo había tenido mi primer amor a los 18 años, un colega; y el último fue Oscar, lo demás fueron 'daños colaterales' de los que no reniego".

Su vocación

Desde chica sintió inclinación por la actividad física. "Iba a la escuela y los varones me buscaban para jugar al fútbol. Siempre fui machona, me gustaba treparme de los árboles y arreaba el ganado para ordeñar con mi abuelo en el campo de Arroyo Dulce donde pasaba las vacaciones. Tengo recuerdos muy lindos de mi infancia con mis abuelos maternos Pedro y Linda Argentina", comenta.

"En el secundario siempre hice atletismo y pelota al cesto representando a la escuela. A los 14 años comencé a ir al Club Argentino. Mi padre quería que buscara otra carrera más rentable, pero yo sabía que quería ser 'profe' de educación física". 

Hizo su carrera en el Instituto Superior de Educación Física en Rosario, junto a compañeros como Raúl Delfino, Rubén Salas, Ricardo Bojanich, María Andrea Serrat, Elena Pico. "Mi papá trabajaba en la Municipalidad y era instructor en la Escuela Agrotécnica, donde mi mamá era portera, y costear los estudios se hacía dificultoso, así que a través de Bienestar Social solicité una beca".

Con su título en mano regresó a Pergamino y rápidamente se insertó laboralmente. "En 1978 había pocos 'profes', nuestros referentes eran Walter Rauch, 'Guga' Torres Traverso, Basilio González, Ferreyra, Ethel Colabella, Lucía Mangione. El 2 de enero comencé a trabajar en la Municipalidad, en un intercambio de campamentos entre el Conurbano y las ciudades del interior. Ahí conocí a Aldo Carrera, profesor en el Instituto de Alfonzo, que me llevó a trabajar allá".

En paralelo viajaba a Maguire a dar clases en una escuela de campo. Tres días a la semana iba a Acevedo y otros a Alfonzo y trabajaba en el Club Comunicaciones dando clases de destreza y de gimnasia. "Estuve varios años en el Club y aprendí mucho de la mano de Basilio González", refiere.

A lo largo de su carrera hizo suplencias en el Colegio Nacional y en el Comercial y por su trabajo en la Municipalidad estuvo además en el Centro de Desarrollo Comunitario de José Hernández, Otero, Villa Alicia, Fe y Patria y 12 de Octubre; y en Acevedo y Manuel Ocampo.

De cada experiencia guarda los mejores recuerdos y lleva en su corazón su paso por el Instituto Mariano Moreno de Alfonzo, un lugar entrañable que fue como "volver a su infancia" por lo que representa trabajar en el ambiente de una localidad de campaña. 

"Siempre disfruté mucho la escuela, amé los campamentos. Conocí casi todo el país. El último que realizamos me regaló la posibilidad de ver nevar, fue increíble", recuerda y menciona a sus compañeros Mauro Chicchierini y Gisela Aluch.

"También trabajé en Inta en la colonia de vacaciones y en la Agencia de Extensión Rural con adultos mayores. Nelly Cancellieri me llevaba, fue hermoso", agrega.

Una experiencia transformadora

Fruto de su trabajo en el Municipio fue convocada para dirigir el Centro de Desarrollo Comunitario "Fe y Patria". "Estuve allí durante 17 años. Cuando llegué estaba muy politizado y precisamente Rubén Salas me recomendó por mi perfil, para que le diera el centro otra impronta. Fue un gran desafío".

"El Centro me enseñó. Me emociona ver a exalumnos de los Centros Comunitarios que hoy ejercen una profesión o encontraron su camino. Yo hubiera sido una 'negrita del monte chaqueño' si mi padre no hubiera hecho nada por superarse. Hay abuelas que hacían bolas de fraile que vendían para que sus nietos estudiaran y hoy son profesionales y dan clases en la facultad; hay historias de superación increíbles. Si la gente tuviera más empatía, existirían menos prejuicios", reflexiona.

Un broche de otro

Sus últimos años de ejercicio profesional fueron con adultos mayores. La convocatoria de Rubén Fernández para trabajar en la pileta la llevó a aprender, hablar con médicos y prepararse para asumir una tarea distinta a la que había desarrollado antes. "Fue algo extraordinario, aún me emociona lo que sentí en la última clase el día que les comuniqué que me jubilaba".

Un presente nuevo

Se jubiló del Municipio el 28 de diciembre de 2018 y un año más tarde en el Instituto de Alfonzo. Reconoce que no fue una decisión fácil de tomar, pero se adaptó a nuevas rutinas. "Pensaba arreglar la casa y cambiar el auto con el dinero que reuní al jubilarme, pero mi hija me alentó a que viajara, así que hice un viaje increíble al Caribe con dos alumnas de mi grupo de adultos mayores".

A su regreso comenzó una nueva etapa. Pandemia de por medio, se abocó al cuidado de dos tíos, Obdulio y Yolanda, y de su madre. "Ella sufrió un ACV y me dije 'voy a ayudarla en su rehabilitación, haciendo lo que sé'. Hoy camina", cuenta.

Dos veces por semana le da clases a Main, una mujer de 84 años. El resto del tiempo lo invierte en cuidar sus plantas, sus perros, tomar clases de Ritmos y viajar cada vez que puede. 

"Durante más de un año y medio no podía volver al parque", confiesa sobre el impacto que le causó la jubilación.

La vida construida

Siempre soñó con tener una familia numerosa y varios hijos. Pero ama profundamente la vida tal como la construyó. "A nivel laboral y social, fue lo que soñé. Y en lo familiar, me siento orgullosa y feliz de haber criado a mi hija del modo en que lo hice".

Defensora de los animales, le hubiera gustado tener un espacio amplio para rescatar perros de la calle. Tiene varios de los que se ocupa. "Si fuéramos más animales, qué buena raza seríamos", plantea.

Sociable, sensible, ama los cumpleaños numerosos y la mesa tendida para compartir con los suyos. "Soy una persona muy afectiva e intuitiva. Soy amiga del hombre, valoro mucho la amistad del hombre y de la mujer", dice. Y como en aquellos "fogones de corazones abiertos" de los campamentos, desde el primer minuto de la entrevista su testimonio es el de las personas capaces de abrirse a un diálogo genuino, sin especulaciones. La charla deja el alma al descubierto y expresa la humanidad de alguien que entregó todo en cada clase y en cada vínculo, dando lo mejor de sí, y recibió, a cambio, tanto.


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