Perfiles pergaminenses

Rosa Stivaletta: raíces italianas, una hija y una profesión amadas, y la resiliencia, sus pilares para forjar un destino


Rosa Stivaletta en la intimidad de su salón donde est su pasión y su esencia

Crédito: LA OPINION

Rosa Stivaletta, en la intimidad de su salón, donde está su pasión y su esencia.

Su salón de peluquería es de los más reconocidos de la ciudad. De la mano de su trabajo hizo de su nombre una impronta de calidad. Nació en Italia y sufrió el desarraigo de tantos inmigrantes siendo muy pequeña. Muchos años después pudo viajar y reencontrarse con su añorada abuela y el resto de su familia. Ese abrazo que estrecharon y lo que compartieron le permitió terminar de escribir su historia. 

Este país y esta ciudad han sido cunas de inmigrantes y las historias que se han tejido y tejen en torno a ese desarraigo son verdaderamente ricas. Llegar a una tierra diferente a la propia tiene algo de dolor, bastante de ilusión, y algo de pérdida. También de enorme ganancia emocional porque crecer honrando raíces y conformar la identidad a partir de una adaptación constante tienen un valor inconmensurable. Todas estas ideas son las que irrumpen cuando se habla con Rosa Stivaletta, una mujer nacida en Italia que llegó a Pergamino siendo apenas una niña muy pequeña y forjó aquí su porvenir, junto a su familia que arribó a esta geografía escapando de las huellas profundas que había dejado la guerra y buscando un porvenir. Al principio fue el amor de sus padres, y luego la contención que le dio el ingreso a la escuela primaria, lo que le fue brindando las herramientas que necesitaba aquella niña que no sabía el idioma y tampoco tenía espacios por fuera de su hogar donde estrechar vínculos. Más tarde su profesión de peluquera, aprendida de la mano de los grandes, le abrió el camino e hizo de su nombre un sello claro de profesionalismo y entrega.

"Nací en Italia, en la ciudad de Vasto, sobre la costa adriática. Mis padres fueron Grazia Dii Guilmi y Juan Stivaletta. Después de la Segunda Guerra Mundial, en la que a mi papá le tocó combatir, ellos decidieron venir a Argentina. Yo tenía un año y medio cuando él se vino. Tiempo después, llegamos nosotras. Nos vinimos con mucha tristeza porque toda nuestra familia -que era muy numerosa- se quedó del otro lado del mundo. El desarraigo fue terrible", relata Rosa, una mujer que tiene unos ojos increíbles, de un color verde que por momentos se torna gris y que son iguales a los de su madre. "Yo tenía casi 3 años y aunque no tengo demasiados recuerdos de nuestra llegada, por momentos me sobrevienen imágenes parecidas a las de un sueño", agrega. Y refiere: "Llegamos pisando el año 50, un 28 de diciembre de 1949".

Cuenta que su padre se dedicó a la construcción y de la mano de ese oficio pudo progresar. "A los cinco o seis años de estar acá ya teníamos nuestra casa en el barrio Acevedo, el lugar que albergaba a todos los que llegaban".

Confiesa que tuvo una infancia muy dura: "En casa se hablaba italiano, así que fuera de mi hogar nadie me entendía. Poco antes de comenzar el colegio tuve una maestra particular con la que aprendí el idioma. Apenas llegamos estuvimos tratando de adaptarnos, pero conmigo fue difícil. De golpe me había quedado sin abuelos, sin tíos, sin primos. Tampoco podía tener amigos porque no me entendían, incluso algunas veces me hacían hablar en italiano para burlarse. Fue una niñez muy solitaria y triste. La única compañía que tenía era la de mi madre. Eso cambió cuando comencé a ir a la Escuela N°4, donde tuve maestras increíbles y establecí amistades que aún mantengo".

"Me dedicaba mucho a estudiar, ese era mi refugio", refiere. Comenzó sus estudios secundarios con la intención de poder seguir estudiando una carrera universitaria, pero su padre se opuso a la idea. "El tenía mucho miedo y era comprensible", relata. 

Cuando Rosa habla de su padre la invade la emoción de haber crecido con un hombre que jamás pudo borrar de sus retinas los horrores de la guerra. "Por suerte y gracias a la generosidad de este país, ese destino que él quería construir para nosotras acá lo pudo conseguir", resalta. Y cuenta que ya viviendo en Pergamino nació su hermano Luis.

"Su llegada fue algo hermoso para mí porque tenía a alguien con quien crecer. Con el paso del tiempo fue como un hijo. Y la muerte me lo arrebató tempranamente cuando tenía 38 años", comenta.

Su profesión, una salvación

La pasión que siempre sintió por la peluquería y por la estética, le dieron las llaves para forjar su profesión. A los 14 años comenzó a viajar a Buenos Aires acompañada por su madre para realizar los primeros masters. "Empecé a dedicarme a esto con pasión, tuve que estudiar mucho y desde el principio me propuse hacerlo seriamente. Por esa razón terminé el secundario rindiendo libre".

"Tuve la suerte de capacitarme con maestros impresionantes que traían de Europa L'Oreal y Wella; los masters eran con ellos; era una formación de primer nivel. Abracé mi profesión con tanta pasión que no dejé de ejercerla ni un solo día hasta hoy. Pasaron 60 años", destaca.

Con el apoyo de su padre pudo abrir su primer salón a los 15 años. "Lo armamos en la casa paterna, mi padre construyó el espacio adecuado con todas las comodidades".

Recuerda los inicios y menciona que había clientas que te pedían el turno fijo de cada semana. Años más tarde el salón se trasladó a calle San Lorenzo. Fue en coincidencia con su casamiento, que ocurrió cuando tenía 22 años. "En aquella época, en la década del '70, se atendían entre 30 y 40 personas por día. Yo había comenzado la carrera de estética integral, una especialidad que ejercí durante treinta años", agrega y con gratitud señala que siempre trabajó acompañada de compañeras incondicionales. "Empezábamos a las 8:00 de la mañana y eran las 23:00 y estábamos trabajando".

"En paralelo comencé a trabajar en los equipos que armaban los laboratorios para viajar a congresos y eventos nacionales e internacionales", cuenta y menciona que esa integración le dio enormes gratificaciones. "En el equipo de Wella estuve 40 años. Viajé a varios países y fue una experiencia muy enriquecedora".

"Mi trabajo me ayudó a superar todo", reconoce y afirma que profesionalmente logró todo lo que soñó aquella joven de 15 años. Siempre estuvo rodeada de personas incondicionales, una de ellas fue Nora Sarmiento, su "mano derecha" durante muchos años.

Su familia

Siendo muy joven se casó con un hombre también italiano. A los 24 años fue mamá de Renata Ciffolilli (50). Pocos años más tarde se divorció y aunque tuvo otro matrimonio, ya no tuvo más hijos. "Cuando esa relación también se terminó seguí sola, me dediqué fuertemente a la profesión que me dio todo lo que yo quería y también se transformó en un pilar".

Con coraje asumió cada prueba que la vida le puso por delante, y educó a su hija en buenos valores. "Nos acompañamos mucho y crecimos juntas en la experiencia de ser madre e hija", refiere.

Volver a Italia

Después de muchos años, Rosa tuvo la posibilidad de viajar a Italia y reencontrarse con aquella familia que había dejado siendo una niña. El primer viaje llegó después del fallecimiento de sus padres y tenía un valor vital. Después vinieron otros reencuentros, siempre amorosos. "Fui cinco veces, pero esa primera vez, fue quizás la más conmovedora porque pude estrecharme en un abrazo con mi abuela Anna Scopa, la mamá de mi papá. Ese encuentro, después de 43 años, fue inolvidable".

En dos oportunidades volvió con su hija, para que ella también conociera a su familia. Y cada vez que regresó fue hermoso. "Descubrí que había un lazo intangible que no se había cortado ni con la distancia ni con el paso del tiempo. Lo que recibí en cada viaje fue tan generoso, tenía mucha necesidad de caminar por esas calles, de nutrirme de familia".

Rosa estuvo en Italia en 1993, 1995, 1997, 2000 y 2010. Cuando habla del último viaje algo de tristeza la invade. Ella y su abuela, que tuvo la dicha de vivir 102 años, se despidieron entonces y ya nunca más volvieron a verse. Poco tiempo después su amada Ana falleció: "Las charlas con ella fueron tan nutritivas. Yo había sido su primera nieta y la que más lejos había tenido. Siempre me pedía que volviera y esa última vez que nos vimos, ella y yo sabíamos que era la última".

Con la pasión de siempre

En la intimidad de su salón que desde el año 1990 funciona en calle Bolivia, señala que sus días siguen organizados en función del trabajo como desde el primer día, aunque hoy a otro ritmo. Lo que está intacta es la esencia de quien sabe que el trabajo le ha salvado la vida. "Por mi salón pasaron varias generaciones, hubo épocas doradas para esta actividad que se transformó mucho con los años, pero nunca perdió su esencia, que es brindar un servicio de calidad a quienes depositan en este lugar su confianza. Mi agradecimiento a mis clientas es infinito", resalta esta mujer que cuando no está trabajando le gusta escribir y conectarse con el arte en cualquiera de sus manifestaciones. "Soy una apasionada de la estética, desde chica; mi madre era igual y cuando conocí a mi abuela, entendí que hay una razón para ser como somos".

Su pendiente

Cuando se retrotrae al pasado ya no siente tristeza. Sí nostalgia por seres queridos que están en la lejanía, pero con los que está en contacto gracias a las posibilidades que brinda la tecnología. Experimenta un sentimiento de paz cuando rescata que tuvo la posibilidad que no todos tienen de reencontrarse con ese núcleo familiar primario para terminar de escribir su historia. "Mis padres habían muerto muy jóvenes y había preguntas que habían quedado sin responder. Mi abuela me dio esa posibilidad con sus charlas y con su infinito amor hacia mí, tan sanador, le estaré agradecida por siempre a esa familia que me recibió en sus brazos. Hoy solo anhelo poder volver algún día con mis nietos para que ellos también conozcan sus raíces. No ansío nada más", cuenta, agradecida.

Para no repetir la historia

En su sentir más íntimo reconoce que hubiera podido volver a radicarse en Italia. Su profesión incluso le brindó algunas posibilidades concretas. De hecho, viajó a España y a Italia con los laboratorios e incluso acordó contratos. Pero la vida la fue dejando de este lado del mundo donde ella con su hija, su yerno Flavio, y sus nietos, Olivia y Facundo Flageat había conformado su propia familia. "No quise repetir la historia y que mi hija sufriera un desarraigo", confiesa, conmovida. Y no se arrepiente de la determinación porque siempre entendió, con profunda gratitud, que aquí, como tantos inmigrantes, ella había construido su universo, nutrido de aquellas raíces que ama profundamente y honra. 


Otros de esta sección...
BuscaLo Clasificados de Pergamino y su región
Buscar en Archivo
Tapa del día
00:00
15:42
Errores:  0
Pistas:  38

Tu mejor tiempo:
12:07
Registrate o Ingresá para poder guardar tus mejores tiempos.

Nueva Partida
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Editorial
Funebres
Perfiles Pergaminenses
Lejos del pago
Farmacias de turno

LO MÁS LEÍDO