Perfiles pergaminenses

Carlos Laguía, la templanza de un hombre que transformó el dolor en solidaridad para seguir


 Carlos Laguía en la intimidad de una charla con LA OPINION (LA OPINION)

'' Carlos Laguía, en la intimidad de una charla con LA OPINION. (LA OPINION)

Médico de reconocida trayectoria, asumió desde siempre un fuerte compromiso con la comunidad a partir de su tarea como dirigente. En agosto de 2013 la tragedia lo golpeó con la muerte de su hijo Santiago y eso lo impulsó a crear una Fundación desde la cual desplegó una tarea social inmensa. Su historia de vida es testimonio de resiliencia.


Carlos Laguía es un conocido médico y dirigente de la ciudad. Hablar de su trayectoria pública es mencionar su compromiso y describir su paso por espacios de representación desde los cuales defendió y defiende la salud pública y la jerarquización del trabajo médico. Hablar de su vida personal es mucho más; es narrar la historia de un hombre al que le tocó atravesar la mayor de las pérdidas cuando la muerte le arrebató a su hijo Santiago en circunstancias trágicas, y supo sobreponerse y alzar la bandera de la solidaridad para construir un futuro para otros.

Tiene 64 años y está atravesando un problema de salud que sobrelleva con calma. Y aunque eso imprime un ritmo dispar a sus actividades cotidianas, no lo desalienta a trazar cada día un nuevo proyecto.

Nació el 11 de julio de 1956 en Pergamino. Hijo de Leoncio Laguía, viajante; y Elvia Nilda Perrotta de Laguía, maestra rural durante muchos años y docente de la Escuela N° 4, a la que él concurrió.

Desde los 10 años jugó al básquet en el Club Comunicaciones, institución en la que se nutrió de valores y donde cosechó amigos. Tuvo la posibilidad de competir en los campeonatos juveniles con muy buen desempeño y de integrarse al equipo de Estudiantes de La Plata, entre otras experiencias.

Fue a partir del deporte que conoció a dos de sus grandes amigos del alma, “Paloma” Fontana y “Choco” Iraeta, con quienes mantiene un vínculo desde la infancia.

Hizo el secundario en el Colegio Nacional y estudió Medicina en la Universidad Nacional de La Plata. “Faltándome poco para recibirme me sumé al curso de Neumonología que dictaba el doctor Juan Carlos Bustos en el Hospital San Juan de Dios y eso me definió en la especialidad que más tarde hice en el Hospital Muñiz de Buenos Aires”, cuenta, reconociéndose como un apasionado de la clínica y el diagnóstico por imágenes.

Los primeros pasos

En un momento estuvo en la disyuntiva de irse al exterior para realizar una experiencia de estudio o establecerse en Pergamino para ejercer. Primó el hecho de saber el enorme sacrificio que sus padres habían hecho para que él pudiera estudiar; y decidió regresar a la ciudad. Fue así que comenzó a transitar los primeros pasos de una profesión que le dio enormes satisfacciones, le planteó valiosos desafíos y le enseñó casi todo lo que sabe.

“En el año 1983 ganamos el premio ‘Angela Llanos’ de la Academia Nacional de Medicina por un trabajo de investigación y eso me daba la posibilidad de viajar al exterior para especializarme”, refiere y confiesa que aunque siempre le quedó esa asignatura pendiente, no se arrepiente. “Por entonces estaba trabajando en San Francisco Solano a cargo del consultorio de Tuberculosis en el centro de salud y también en la Guardia del Hospital, experiencias enriquecedoras”, agrega.

Con gratitud señala que fue Norberto Bianchi, casado con su prima ‘Chiquita’ Laguía, quien lo ayudó a abrirse camino en la profesión. “Comencé a trabajar en la Clínica Pergamino como neumonólogo y médico de Guardia, cuando Andrés Fuentes era director; y en el Hospital San José viejo como concurrente ad honorem”.

Cuatro años después obtuvo su nombramiento en el San José y siempre siguió en la Clínica. “Tengo recuerdos muy lindos del trabajo con los doctores Aguirrebarrena, Pedro Sotosanti, Julio Lanternier, gente que amaba el Hospital”.

Un perfil dirigente

Creció en una familia donde la política siempre estuvo presente y con ella el respeto a las instituciones: “Tanto por el lado del justicialismo con mi tío Leandro Laguía; como por el radicalismo con Santiago Donzella, siempre se vivió un clima de respeto al trabajo institucional. Quizás de ahí tomé la vocación de participar, aunque nunca lo hice en el terreno de la política partidaria y jamás ocupé un cargo político”, resalta.

“Soy un convencido de que cuando uno está en un ámbito en el que representa a personas con distintas ideologías, no puede asumir un cargo representando a un determinado sector”, sostiene.

Ingresó en la Asociación Médica en 1986 en una época en que la comisión directiva estaba muy dividida. Cuando a Norberto Bianchi le propusieron ser presidente lo convocó para acompañarlo como secretario y así comenzó a participar activamente en una institución que es parte misma de su vida. Los hitos que menciona son muchos, rescata uno: “En Pergamino había varios (sistemas de salud) prepagos chicos, logramos establecer consensos y crear uno solo y sobre esa base iniciar una serie de desarrollos muy importantes que tuvieron continuidad en las distintas generaciones”, plantea este hombre que presidió la entidad durante varios períodos y hoy es su secretario gremial; además de secretario de Actividades Científicas y Culturales de la Federación Médica de la Provincia de Buenos Aires; y tesorero el Colegio de Médicos del Distrito VI.

Su mirada sobre el sistema de Salud

Conocedor y estudioso de temas vinculados a la gestión en Salud, ha tenido la suerte de indagar en el funcionamiento de los sistemas sanitarios de distintos lugares como Costa Rica, Brasil, Uruguay, Colombia, España, Francia. Italia, Canadá y Estados Unidos y considera que en ningún lado se ocupan cargos por la pertenencia al partido político del gobernante de turno. “En todas partes la dirigencia en Salud tiene una formación muy importante que es la consecuencia de una política de Estado que trasciende a los gobiernos”, expresa. Y prosigue: “Lamentablemente en Argentina eso no pasa”.

El peor dolor

En agosto de 2013 la vida golpeó a su familia con un hecho trágico: su hijo Santiago fue una de las víctimas fatales de la explosión del edificio de calle Salta en la ciudad de Rosario. “Fue un antes y un después en mi vida”, afirma Carlos, que se había casado en el año 1984 y había tenido a Santiago y a Macarena; y aunque se había divorciado años después, nada había alterado la relación con los chicos.

Recuerda que estaba participando de una reunión de Femeba cuando se conoció la noticia y un llamado telefónico de su exesposa le confirmó que Santiago no aparecía. Aún hoy no sabe cómo hizo para llegar manejando desde La Plata a Rosario. “A Santiago le faltaban cinco materias para recibirse de médico y estaba por rendir. Yo pensé que se había ido a la facultad”, dice.

Transitó con templanza la incertidumbre que medió entre la explosión y el momento en el que hallaron el cuerpo, siete días después. Lo describe con la crudeza de un dolor desgarrador. Y atribuye al destino y a cierta impericia todo lo que ocurrió. Tuvo la fuerza física y mental para sostenerse en la espera y apuntalar a los suyos. Pasaron ya varios años y sin embargo, al relatar las instancias de esos días es como si algo de la tensión de aquel momento se le hubiera quedado en la piel y en la voz, como si algunos dolores jamás sanaran. Reconoce que fue reparador por lo menos saber qué había sido de su hijo y al recuperar sus pertenencias, comenzar a transitar el duelo, sabiendo que desde entonces ya nada sería como antes.

Una vida diferente

Carlos nunca pudo volver a ejercer como médico y algo del brillo alegre de su mirada se perdió para siempre. Lo que no perdió es la inmensa gratitud que siente hacia quienes lo acompañaron y entendieron su situación. Menciona entre muchos tantos a Juan Cichillitti, por entonces director del Hospital; Walter Gatón y Leandro Leit que comprendieron que “no podía volver a trabajar y pude jubilarme”.

“También a mis compañeros de la Clínica Pergamino, de la Asociación Médica, de Femeba y del Colegio; a mi familia y amigos que me sostuvieron”, remarca. Y cuenta: “Intenté volver a atender en Colón, donde tenía consultorio, pero el contacto con los pacientes me revivía lo sucedido. Además no me sentía emocionalmente en condiciones. Dejar de ejercer fue un acto de responsabilidad”, reconoce.

La Fundación

Pasado algún tiempo sintió la necesidad de canalizar el dolor de alguna manera para encontrar el modo de cumplir el deseo que Santiago y él tenían de trabajar juntos. Así nació la Fundación que lleva el nombre de su hijo y desde la cual se desplegó una inmensa tarea social en el barrio José Hernández, en su momento en el Club y más tarde y hasta el presente en la Escuela N°5.

“Mi agradecimiento a la gente es infinito, a ‘Cachi’ Gutiérrez, a Javier Martínez, a tantos que ayudaron; pero la solidaridad bien entendida empieza por casa y para muchos proyectos que impulsamos pusimos recursos de nuestra familia. Hoy el ritmo de la actividad es otro, pero los objetivos que nos trazamos, pudimos cumplirlos y así seguiremos”.

Como el primer día lo que lo impulsa es el anhelo de poder transformar la vida de los chicos que viven en situaciones de vulnerabilidad. “Son muchas las cosas que nos dieron satisfacciones, pero ninguna como haberles dado a ellos la posibilidad de soñar con un futuro mejor”, refiere y confiesa que aprendió mucho del trabajo en la Fundación: “El hecho de que un alumno de la Escuela N° 5 ganara el concurso de dibujo de Femeba expresando la realidad que vivía en torno a las adicciones fue un espejo donde mirar realidades que hay que atender”.

Opina que una de las grandes deudas que Pergamino tiene con su sociedad es achicar la desigualdad: “Soy parte de una generación en la que mis padres de clase media tuvieron la posibilidad de crecer fruto del esfuerzo. Hoy el país está sumido en una crisis profunda de valores y se ha perdido ese ideal de ascenso social a partir del trabajo y la educación”.

Un ser resiliente

Actualmente Carlos preside la Asociación de Basquetbol, un compromiso que asumió para retribuirle al deporte lo mucho que le ha dado. También sigue participando de las instituciones médicas y haciéndose tiempo para estar cerca de la familia y los amigos.

Hace cuatro años le diagnosticaron una patología oncológica. “Me sometí a tratamientos y operaciones y aquí estoy”, refiere. Como médico sabe que la recuperación depende en buena medida de la fortaleza personal con la que se sorteen las dificultades que proponen la enfermedad y el tratamiento. “Hay que pensar que uno lo va a superar. Tratar de vivir lo que podés vivir de la mejor manera”, señala. Y cuando lo dice no solo piensa en él sino en los suyos, en su hija Macarena, en su hermana y su familia; en su pareja María Laura y en los amigos.

“Después de todo lo que me tocó vivir, aprendí que uno debe aceptar el destino y rearmarse. Esa es la resiliencia”, afirma y se define como un hombre de fe, devoto de la Virgen de Luján a la que en dos oportunidades fue a visitar como peregrino y que hoy lo acompaña.

Esa fe reconforta y acerca la certeza de que los seres queridos en algún sitio están. Carlos lo siente así y sabe que aquí, donde está su hija Macarena; y en otro lugar donde seguramente está Santiago, sigue teniendo por ellos buenas razones para vivir, sorteando los obstáculos con dignidad. “Transito la vida con la mayor entereza posible, porque me debo a un montón de gente querida que está atrás, sosteniendo”, concluye, agradecido.


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