Perfiles pergaminenses

Juan Domingo Ginzano, de oficio “chatarrero”, una actividad que ejerció con dedicación y honradez


 Ginzano en el negocio del barrio Belgrano que armó hace muchos años (LA OPINION)

'' Ginzano, en el negocio del barrio Belgrano que armó hace muchos años. (LA OPINION)

De chico trabajó en el campo y con el fruto de su esfuerzo fue progresando. Más tarde se cruzó con alguien que le enseñó a clasificar fierros y venderlos, lo que se transformó en la fuente laboral con la que pudo forjarse un porvenir. Hoy ya jubilado acompaña a su hijo en la tarea que se diversificó y sigue sintiendo la pasión del comienzo.


Juan Domingo Ginzano nació en el año 1949 en El Socorro, pero vivió buena parte de su vida en la zona rural de Manuel Ocampo. “Crecí en el campo, con una de mis hermanas, Diana Isabel. Tenía 10 años cuando me mudé con ella que junto a su marido arrendaban campo. Estuve allí hasta que me tocó hacer el Servicio Militar. Ya después me establecí en Pergamino”, cuenta en el comienzo de la entrevista que se realiza en el corazón del barrio Belgrano, donde funciona el negocio dedicado a la compra venta de chatarra, su oficio de siempre. “Ahora acompaño a mi hijo Mauricio que es quien tomó la posta del negocio; nos dedicamos a la compra venta de fierros, pero también tenemos ferretería”, menciona, alegrándose por la continuidad de una actividad que Juan desarrolló con dedicación durante muchos años.

Su historia de vida es la de aquellos que trabajaron desde muy chicos y pudieron forjarse un destino fruto de ese esfuerzo y el cambio de las horas de juego por las responsabilidades de una vida adulta prematura. En su caso, primero fue en el campo y luego al descubrir su oficio de “chatarrero”, en el rubro de comprar y vender.

Sus padres fueron Juan Aurelio Ginzano y Catalina Lipo. Fueron ocho hermanos, aunque solo tres están vivos. Los recuerda a todos cuando recrea las vivencias de su primera infancia en el campo. “Mi padre era policía y por esa razón no todos mis hermanos nacieron en el mismo lugar; uno de ellos, el mayor que ya está fallecido, por ejemplo nació en La Violeta, el pueblo donde habían asignado a mi padre para cumplir funciones”, cuenta y refiere que antes era muy habitual el traslado de los efectivos policiales a distintos destacamentos. “En cada pueblo en el que vivían iban naciendo los hijos”, agrega.

“Fui muy poco a la escuela, ya estando en Manuel Ocampo”, refiere y asegura que todo lo que sabe se lo enseñaron la vida y los valores que le inculcó su familia.

Asegura que le gustaba mucho la tarea de campo y desde chico aprendió el arte de arar, sembrar y realizar todo tipo de actividad que tuviera que ver con la actividad rural. “Ya teniendo 13 años sabía hacer muchas cosas y me gustaba darles de comer a los animales”, menciona y señala que su hermana con la que creció estaba casada con un agricultor y arrendaban un campo en Manuel Ocampo. “En el año 1968, cuando vino el desalojo, tuvieron que entregar la tierra que arrendaban en la Estancia ‘La Blanqueada’”.

En Junín de los Andes

El Servicio Militar le tocó en Junín de los Andes. Ese hecho marcó para Juan un primer desarraigo porque las distancias eran enormes. Sin embargo, rescata varias vivencias positivas de aquella experiencia y asegura que si no hubiera sido ese el destino asignado, quizás nunca hubiera tenido la posibilidad de conocer un lugar tan hermoso del sur argentino. “Estuve casi ocho meses, me gustó el lugar en el que estuve y si no hubiera sido por la ‘Colimba’, tal vez nunca hubiera conocido”.

“Salimos de noche y cuando llegamos me encontré con las montañas que no conocía. El Ejército estaba rodeado de montañas. Me pregunté dónde me habían llevado, pero me fui acostumbrando y la pasé con momentos lindos y feos, pero tomando lo mejor”, resalta. Reconoce que estando allá extrañaba mucho a una de sus sobrinas que había nacido en aquella época. “Era la hija de mi hermana con la que me crié, me llevaba de las narices esa niña, y realmente me costaba estar lejos”, confiesa.

Su llegada a Pergamino

Finalizó el Servicio en la primera baja y se instaló en Pergamino. Su hermana había comprado una propiedad en Solís y Alberdi, pero Juan se mudó solo.

Gracias al esfuerzo de su trabajo en el campo, había podido comprar un terreno y levantar la que fue su primera casa propia en Liniers y Fullana. “Eso me dio la posibilidad de irme a vivir allí al regresar del Servicio y de algún modo estar cerca de mi familia teniendo mi propio espacio”, agrega.

Viviendo en Pergamino siguió trabajando en el campo con un contratista y gente que lo convocaba por su experiencia: “Empecé con la viuda de Grunale que tenía campo en Guerrico, me fui de maquinista y después seguí trabajando con quienes me contrataban para realizar distintas tareas siempre vinculadas a la actividad agropecuaria“.

La decisión que marcó el camino

A los 24 años estaba por empezar a trabajar en Iradi gracias a la recomendación de ‘Pocho’ Calcaterra y apareció en su vida Víctor Capozucca, un hombre que gracias a un ofrecimiento laboral iba a cambiar el rumbo de su destino: “Era vendedor de Sinelli, quería comenzar a trabajar por cuenta propia y buscaba a una persona para limpiar un terreno en Marcelino Ugarte y la ruta N°188. Fue en el año 1975, acepté su propuesta, me fui por una semana y resultó que coincidimos mucho en el modo de trabajar. De su mano descubrí el mundo de los fierros”.

“Un día me dijo que necesitaba que me quedara con él, pero me aclaró que él no sabía cómo le iba a ir con su actividad comercial. Me vi en la disyuntiva de tener que elegir entre la estabilidad de un trabajo en Iradi y este desafío. Lo hablé con la que en ese momento era mi pareja, la mamá de mi hijo, y tomé el riesgo de seguir al lado de Capozucca que fue como un padre para mí. Lo que empezó por unos días duró más de 20 años”, comenta, agradecido de haber tomado ese camino.

“Primero trabajamos en Marcelino Ugarte y la ruta y después fuimos a otro lugar donde se construyó el complejo Sidney. El tenía la representación para la venta de maquinarias nuevas y atrás tenía el taller, donde aprendí casi todo lo que sé de los fierros”, prosigue y menciona que fue ese patrón quien le enseñó el oficio de “chatarrero”.

La gratitud acompaña su relato porque aquella posibilidad laboral le abrió las puertas del que luego fue su propio camino: “Recuerdo como si fuera hoy que cuando limpiábamos el terreno de Ugarte: él me indicaba cmo clasificar los fierros que había y me alentaba a juntarlos para poder venderlos. Me empecé a entusiasmar con eso que más tarde se transformó en mi oficio”, añade. Y continúa: “Trabajando con Capozucca tenía contacto con muchos de sus clientes y me fui animando a preguntarles si tenían fierros para vender. Así me fui haciendo conocido, me convocaban para limpiar los campos y me regalaban los fierros. Los sábados a la tarde agarraba un tractor del taller que Capozucca nunca me negaba, y me hice chatarrero. Con esa actividad construí mi casa y ayudé a los míos”.

Con pasión afirma que siempre le gustó mucho esa actividad que realizó hasta hace un tiempo en que se jubiló. “Ya estoy retirado, hace unos años tuve un problema de salud, mi hijo comenzó a ayudarme, le gustó, y desde entonces trabajamos juntos. Ahora es él quien tomó la posta y sumó otras actividades. En el barrio Belgrano tenemos el negocio de compraventa de chatarra y una ferretería en la que vendemos de todo un poco”.

“Me gusta mucho este oficio porque establecés buenas amistades con mucha gente sana”, resalta, agradecido por la confianza dispensada por ellos a lo largo de tantos años.

La familia, su gran riqueza

Se define como un hombre apegado a la familia y considera que sus seres queridos son su mayor fortuna. Está separado de la mamá de Mauricio desde hace muchos años. “Con ella de jóvenes habíamos armado nuestra familia, ella tenía a Ariel de 4 años, que es un hijo más para mí y quien me hizo abuelo de Valentino, Macarena y Melisa”.

“Mauricio está en pareja con Valeria, y Ariel con Marilú”, agrega y la emoción lo invade cuando habla de los suyos.

Juan actualmente está en pareja con Susana Saeta, docente jubilada y mamá de Carina (fallecida), Laura y Judith. “Con Susana nos conocimos en un baile de ‘Abuelos Club’ hace varios años ya.  Ella era viuda. Hoy convivimos y nos llevamos muy bien. Viajamos y hemos podido ensamblar nuestras familias, acompañándonos en las buenas y en las malas”.

Cuando no está en el negocio le gusta jugar a las cartas con su compañera, salir y viajar todo lo que pueden. También pasar los fines de semana en la quinta en Roberto Cano.

Es integrante del Club Amigos Tejo Pergamino, un lugar al que concurre desde hace 18 años. “Ahora por la pandemia no estoy yendo, pero he competido, jugaba con mi hermano más chico y tenido la satisfacción de ser subcampeón provincial de tejo en los Torneos Bonaerenses”.

Su querido barrio

Aunque vive en el centro de la ciudad, buena parte de su tiempo cotidiano transcurre en el barrio Belgrano, donde funciona el negocio. “Casi siempre vengo a abrir, pero estoy retirado ya, solo acompaño a mi hijo y trabajo sin horarios”, señala, conocedor de un oficio que ha cambiado mucho con los años y que requiere de un atributo fundamental para sostenerse en el tiempo: la confianza.

“Este barrio me vio crecer, en lo personal y en lo comercial. Y quiero mucho al barrio y a su gente de toda la vida”, remarca.

Siempre encontró el modo de colaborar con el barrio, una zona de la ciudad rica a sus afectos. “Yo vine en el año 1968 y prácticamente eran todos terrenos baldíos. Había mucha gente buena. Hoy es un barrio enorme, poblado”.

Fue uno de los fundadores del Club Fomento Barrio Belgrano, una institución a la que quiere mucho y que hoy después de algunas dificultades están recuperando. “Yo ya no participo formalmente de la comisión, pero trabajo mucho en todo lo que puedo porque tiene una historia la fundación del Club”, menciona y el recuerdo lo remonta al momento en que constituyeron las primeras condiciones con el espíritu de dar vida a la entidad: “Tenía 18 años cuando llegué al barrio y empezamos a trabajar por el barrio con mi cuñado Roberto Morello. Nos juntábamos en el bar de Calía y formamos una comisión para impulsar distintos proyectos; teníamos intenciones de armar el club, pero surgieron otras prioridades, así nació el espacio que cedimos a la escuela, después al comedor escolar y otros emprendimientos; hasta que finalmente se formó la comisión que promovió la creación del Club”.

Una buena vida

De apreciaciones sencillas, sobre el final reflexiona sobre el sentido de la vida. Arraigado a sus valores y a sus lugares, no tiene otras aspiraciones que no sean el bienestar de los suyos. “He tenido y tengo una buena vida. No puedo quejarme. Mi riqueza es la familia, que es lo que más quiero. No anhelo mucho más”, concluye, mientras cuenta que vuelve al campo cada vez que puede para reencontrarse con aquellas tareas que realizó desde niño. Y confiesa que como el primer día conserva esa pasión por la “chatarra” que le dio vida a su oficio. “Me siento afortunado por mi familia y por la innumerable cantidad de amigos que tengo por todos lados. Donde voy la gente me conoce; esa es una fortuna inmensa”.


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