Editorial

La única verdad es la realidad


Jacques Lacan (1901-1981) desarrolló tres dimensiones de lo psíquico: lo real, lo imaginario y lo simbólico. Trasladadas estas categorías a la coyuntura argentina, es fácil caer en cuenta que falta mucho de lo primero en el análisis, y sobra lo segundo y tercero.

Estamos inmersos en lo irreal, a pura imaginación y símbolo, con una política abismática carente de orden y secuencia. Sirve de botón de muestra la reciente tournée por Washington del equipo económico. Más allá de placas fotográficas bien logradas en el plano simbólico, todo se reduce al comunicado real de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI): las metas permanecen inalteradas; especialmente el déficit primario de 2,5 por ciento del PBI para 2022 y 1,9 por ciento para 2023, y el compromiso de "una mejor orientación de los subsidios a la energía, transporte y agua, junto con una mejor priorización del gasto y manejo estricto del presupuesto".

Seguimos sin cura para los desafíos de siempre. El problema es la metodología: estamos ante un conjunto de propuestas oxidadas. Es un "consenso de Washington" demodé, con la incongruencia de que la base de apoyo político de la coalición gobernante piensa exactamente lo contrario. Sería un "solo escuchen lo que digo, no miren lo que hago"; una evolución patética del "pongo el giño a la izquierda para doblar a la derecha". El escenario se agrava por el tridente de fuerzas que atraviesan el contexto internacional y agudizan nuestras inconsistencias: inestabilidad financiera, alta inflación y tasas de interés en alza.

Se suma una tensión geopolítica antes inexistente en el mercado de deuda soberana: la mirada occidental, con organismos de crédito (FMI y Banco Mundial) que aceptan marcar pérdidas siempre y cuando los países deudores pongan en orden su economía para cumplir; versus la mirada china, principal acreedor oficial del mundo, que apuesta al "extend and pretend": solo extender plazos o refinanciar, sin exigir reformas estructurales.

El viejo sistema multilateral con la experiencia de las reestructuraciones de los '80 y el Plan Brady; contra otro esencialmente unilateral, que propone evitar con su abordaje crisis de balanzas de pago e incumplimientos terminales.

Argentina le debe a los dos, y mucho. Es sorprendente que estemos jugando una vez más al borde del default y con un riesgo país mayor que un país en guerra como Ucrania, luego de haber reestructurado nuestra deuda soberana hace menos de un año. Pero lo es más todavía que no tengamos un plan claro para enfrentarla en su integridad, con una mirada de política exterior y económica que comprenda el nuevo escenario mundial, los desafíos y oportunidades que presenta.

La única verdad es la realidad. Tal vez el problema mayor es que hayan desoído al fundador del movimiento por tanto tiempo, atentos al metaverso de su relato. Las categorías lacanianas valen en política, pero con un orden: primero la realidad, luego la imaginación para transformarla y por último la simbología para traducirla. Todo lo demás son parches y remiendos, una fantasía de patas cortas.


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