Perfiles pergaminenses

Susana Skorpanich: enseñar a cocinar como un acto en el que confluyen el amor y lo social


Susana Skorpanich en la intimidad de su hogar trazó su “Perfil Pergaminense”

Crédito: LA OPINION

Susana Skorpanich, en la intimidad de su hogar, trazó su “Perfil Pergaminense”.

Sus talleres de cocina son elegidos por adolescentes y adultos que se nutren no solo de su saber sino también de su sensibilidad. Este trabajo la gratifica en lo más profundo de su ser porque le permite, además de enseñar una receta, crear un vínculo capaz de transformar una realidad. En lo personal es una persona rica en afectos y alguien que hace de la empatía una condición para vivir.

Susana Beatriz Skorpanich tiene 65 años. Nació en Pergamino, en el viejo Hospital Ferroviario, y creció en el barrio Villa Progreso, en la casa paterna ubicada en calle Zeballos. Su papá fue Vicente Skorpanich, ferroviario; y su mamá Delia Pérez, una mujer a la que le gustaba coser y como modista ayudaba en la economía familiar. Susana tuvo una hermana mayor, Silvia, que falleció hace dos años. Cuando la menciona, el vínculo que tenían aflora: "Su partida temprana fue el golpe más duro que me dio la vida. Desde niñas fuimos una sola".

Conmovida la recuerda y señala que ella le dejó uno de los mejores regalos de la vida: su sobrino y su "nieto del corazón", seres a los que ama profundamente. Es apegada a los afectos y respetuosa de sus raíces croatas. Tiene la sensibilidad de aquellas personas que encuentra en la cercanía con los otros el sustrato esencial de la vida y aprende de cada experiencia.

Cuenta que fue a la Escuela N° 62, que quedaba a dos cuadras de su casa, y se ve transitando esas veredas por el universo de una infancia feliz, entre amigos y primos. "En el barrio había muchos chicos de mi edad. En la esquina de Ecuador y Zeballos aún está la casa de mi abuela materna donde vivía mi tía abuela Pilar, una de las mujeres más importantes de mi vida y de quien aprendí muchísimas cosas valiosas por su ejemplo de fortaleza y lucha".

"La familia ocupaba un cuarto de manzana, media cuadra por Zeballos y media por Ecuador, cada uno tenía su casa, pero por dentro se comunicaban todas, así que los primos estaban al alcance de la mano para jugar y los que no vivían en Pergamino llegaban a pasar las vacaciones de verano. De mi niñez tengo recuerdos preciosos", resalta esta mujer que siempre valoró los lazos familiares, esos que forjan la identidad. Aunque no conoció a ninguno de sus abuelos, encontró en los mayores de la familia referentes afectivos importantes.

"El no haber conocido a mis abuelos y el haber perdido a varios integrantes de esa familia que era tan numerosa, me hizo adoptar otros afectos", refiere y señala que siempre sintió mucha predisposición a "cuidar a los demás". 

"Tengo a mi cargo a una hermana de mi mamá, Marta Pérez de Cervera, un ser extraordinario que ha sido como una madre para mí y con quien he compartido todos los momentos importantes de la vida", agrega.

Afirma que le ha tocado atravesar muchas pérdidas y se ha sentido muy golpeada por ellas. Sin embargo, siempre logró sobreponerse a la adversidad para mirar la vida con esperanza. Confiesa que le gusta la gente y se define como alguien "sociable".

Adolescencia y primeros pasos laborales

También de su adolescencia guarda recuerdos que asegura pertenecen "a la mejor etapa de la vida": "Conservo amigas de la escuela con las cuales lloramos, nos reímos, y nos hemos acompañado a lo largo de la vida. Con varias de ellas nos conocemos desde los 6 años". 

"Tengo la dicha de tener amigas de fierro, que son las que me han rescatado y sostenido", resalta.

Aunque siempre sintió inclinación por lo social y las letras, su paso por la Escuela Nacional de Comercio la dotó de los instrumentos para trabajar en tareas administrativas. De hecho, en ese campo se dieron sus primeras experiencias laborales. Buena alumna, curiosa y estudiosa, sabe que le hubiera gustado seguir estudiando, pero por entonces no tenía tan clara su vocación y su título de perito mercantil la llevó por el mundo laboral sin inconvenientes. Su primer empleo fue con la familia Nadur en la administración de la empresa. Después trabajó en Metalúrgica Pergamino, una firma subsidiaria de Lucini, donde cosechó experiencia y muchos buenos compañeros. Esos fueron sus primeros pasos.

La vida familiar

Siendo muy joven conoció a Rubén Mario Sánchez, con quien se casó. La primera vez que se vieron fue en una tertulia en Bohemia, bailaron en 1971. Dos años después estaban de novios y decidieron conformar su familia. "Llevamos casi 50 años juntos", refiere y comenta que él tiene una fábrica de ascensores y es muy compañero.

Cuando se casaron la vida laboral de Susana se puso entre paréntesis, porque tomó la decisión de abocarse de lleno al cuidado de su hogar y a la crianza de los hijos. Tienen tres: Melina (37) que es licenciada en Letras y vive en Mendoza, donde está en pareja con Roberto Gorieux que es ingeniero agrónomo. Alfonso (31) que es químico, vive en Rosario junto a Victoria Balbiano, que es médica. Ellos le dieron a su primer nieto biológico, León, que cumplirá 3 años. Y Baltazar (30) que es técnico en Seguridad e Higiene, vive en Pergamino, y está en pareja con Paula Puentes que es técnica en Laboratorios.

Su núcleo familiar se completa con Marcos Ficorilli, el hijo de su hermana, que está casado con Paola Cillo, docente, y son papás de Vicentino (9) su "nieto del corazón". 

Cuenta que "va por la vida" apropiándose de vínculos que la hacen feliz. De cada persona que se cruza en su camino toma algo que la nutre y quizás por eso tiene un universo afectivo rico en vivencias. Todo el tiempo se muestra agradecida y conectada con esa emocionalidad que le permite rescatar siempre lo bueno.

"He perdido a mucha de mi gente querida, pero también me he encontrado con personas a las que quiero como si fueran parte de mi familia", señala brindándose entera en cada vínculo y recibiendo mucho amor a cambio.

La cocina, un amor

Ama cocinar y cuando fue necesario volver a salir a trabajar para "sortear los vaivenes económicos del país", encontró en ese arte un aliado para forjarse un camino. "Me había alejado mucho del mundo laboral y no sabía cómo insertarme. Había realizado talleres de cocina, en la escuela de Estela Duzdevich y siempre había sido la cocinera de la familia, así que me puse a cocinar", relata.

Comenzó vendiendo sus productos en el comercio de una amiga, Andrea Carunchio. Más tarde trabajó en restaurantes y en casas de comida como cocinera. Así fue ganando experiencia sin olvidar jamás a la persona con la que había dado sus primeros pasos en la cocina: su suegra "Maruca" Pitar.

Concibe el cocinar como un acto de amor que ejerce todos los días con genuina entrega y agradece la buena gente que se encontró en el camino: "En uno de mis trabajos el contador Carreras me enseñó a sacar los costos y a comprar. En el restaurante de 'Lalo' Garbini, a quien quise mucho como a un padre, aprendí muchísimo. También con Marcelo Ferrari. Muchas personas me ayudaron en lo laboral".

Ese impulso le fue señalando el camino y su habilidad y dedicación hicieron todo lo demás.

En una ocasión un problema de salud la dejó lejos de los hornos. Se reinventó. Volvió a quedarse en casa y a instancias de amigas, con el tiempo volvió a cocinar. "Un día me llamó Teresa De Mayo y me encargó que le preparara viandas con las indicaciones que le daba su nutricionista. Acepté y de boca en boca otros nutricionistas me conocieron y me mandaban los planes de alimentación y yo preparaba el menú para sus pacientes. Fui pionera en la elaboración de viandas ligth en Pergamino. Llegué a tener personas que me ayudaban en casa. Se transformó en un emprendimiento".

Un nuevo camino

En un momento sintió la necesidad de volver a trabajar fuera de casa. Tomó conocimiento de que buscaban una persona en la Municipalidad para dar talleres. Se acercó a la Secretaría de Desarrollo Social y allí Patricia De Lucca le contó sobre las actividades en los programas Envión y Cabaña Joven. Tomó el desafío y con esa experiencia laboral descubrió el trabajo social.

"A poco de comenzar con mis talleres de cocina dije: 'Esto es para mí'. Sentí que se unía mi pasión por la cocina y por lo social. Cocinando en los talleres comprendí que detrás de las personas que la sociedad a menudo juzga, siempre hay una historia que hay que respetar", señala esta mujer que guarda en la memoria la biografía de cada persona que pasó por sus talleres. "Disfruto mucho cuando me las cruzo en la vida y veo que se han encaminado".

Actualmente dicta los talleres para adolescentes en los espacios Nido y Cabaña Joven; y también en el Programa Emprender al que asisten personas de todas las edades. Asimismo, asiste al Centro de Desarrollo de José Hernández con la coordinadora, Ana Paula Tenaglia.

En cada espacio lo que comparte es mucho más que una receta. Y lo que recibe es un amor que le llena el alma. "Creo que el trabajo social hubiera sido mi vida", afirma y cuenta que antes de la pandemia se inscribió para cursar la carrera, pero finalmente optó por "seguir haciendo trabajo social de cabotaje", como define parte de su tarea, por no perderse la posibilidad del contacto con quienes eligen sus talleres. "Quizás en algún momento retome la idea de estudiar", agrega.

Algunas veces también recibe a chicos del Hogar Convivencial que toman sus clases. Se siente afortunada de poder brindarles su amor en ese tiempo que habilita la cocina. Y la gratifica sentir que ellos acuden a ese espacio buscando algo más que nutrirse de un saber práctico. Respetuosa de la historia de cada uno de ellos, relata vivencias conmovedoras. "Algunos me dicen 'abuela' y otros 'mamá'. Eso me emociona hasta las lágrimas. ¿Qué más se le puede pedir a la cocina?", reflexiona.

Una mujer sensible

Susana se define a sí misma como una mujer sensible y con sentido del humor. Cuando no está cocinando le gusta leer, viajar. Ama los lugares urbanos, el teatro y el arte en cualquiera de sus expresiones. Nada de lo que hace está separado de su sensibilidad. "Soy pura emoción", afirma y esa apreciación la pinta de cuerpo entero.

Sin asignaturas pendientes, solo anhela una vejez lúcida y rodeada por el afecto de los suyos. Por lo demás, desea seguir trabajando y brindando lo mejor de sí. 

Cuando la entrevista casi termina, mira a su alrededor. En el comedor de su casa están sus tesoros, elementos que conserva de los suyos, de aquellos que han partido y han dejado una huella y un legado. Susana celebra esa herencia, rica en afecto y enseñanzas. Y se nutre de ella, como su cocina se nutre del amor, para brindarse a los demás, cada día.


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