Perfiles pergaminenses

Rubén Bártoli: la riqueza de una vida sostenida en la sencillez, los valores de la familia y el trabajo


Rubén Brtoli recibió a LA OPINION en la intimidad de su hogar para trazar su “Perfil Pergaminense”

Crédito: LA OPINION

Rubén Bártoli recibió a LA OPINION en la intimidad de su hogar para trazar su “Perfil Pergaminense”.

Hijo de inmigrantes italianos, aprendió de sus padres el valor del esfuerzo. Fue mecánico tornero. Trabajó en la fábrica Berini, en varios talleres particulares y más tarde en la Cooperativa Eléctrica donde se jubiló. Con 92 años trazó su "Perfil Pergaminense" con la lucidez de aquellos que aceptan con serenidad el paso del tiempo y toman de él los mejores frutos.

Rubén Pedro Bártoli tiene 92 años, nació el 9 de junio de 1929 en Pergamino. Hijo de Anita y Virgilio, creció en una familia de inmigrantes de la que aprendió el valor del trabajo y del esfuerzo como llaves para abrir las puertas de un buen destino. Fueron cinco hermanos, pero su hermana mayor falleció siendo una niña. Los otros cuatro crecieron juntos y hoy ya ninguno vive. Rubén los recuerda, y al hablar de ellos rescata las vivencias de la infancia, la juventud y la vida compartida.

Cuenta que su padre fue agricultor y su mamá, ama de casa. Eran italianos y se asentaron en el barrio Malvinas Argentinas, un espacio que por entonces era de quintas. Trabajaban la tierra, sembraban papas y batatas y cosechaban alfalfa que vendían en los negocios del Centro. Además, tenían un predio que durante años alquilaron para el funcionamiento de un horno de ladrillos. 

Fue a la Escuela Nº 77, una institución que lleva en su corazón. "Fui a la escuela vieja y en las últimas elecciones me tocó votar en el aula en la que cursé tercer grado. Fue una emoción enorme", señala con una lucidez admirable. Ese lugar lo acerca a los primeros amigos, a los buenos maestros, a la niñez. "De mis compañeros, solo me queda uno que vive en Colón y con el que hablo por teléfono a menudo", refiere, con la añoranza por los que ya no están. "Es lo que sucede con el paso del tiempo", asegura.

Quinto y sexto grado los hizo en la Escuela Nº 1 y al egresar fue a la Escuela de Artes y Oficios. Tenía vocación de ser carpintero: "Iba con esa idea, pero al llegar había unos alumnos de tercer año trabajando en un torno, sacaban la viruta de hierro, y al verlos me encantó lo que hacían. La intención de ser carpintero se borró de inmediato y me incliné por la tornería. Fui mecánico tornero".

En la fábrica Berini

Poco antes de terminar el tercer año de la escuela técnica -el cuarto era opcional- comenzó a trabajar: "Cuando faltaban 15 días para terminar, en casa me dijeron que me iba a tener que buscar algún trabajo. Llegué a la fábrica Berini, que funcionaba en San Nicolás y Lagos y en ese primer lugar al que fui, la pegué. Hablé con uno de los dueños, le dije que estaba finalizando mis estudios y que quería trabajar. Me pidió que volviera cuando me faltara una semana y eso hice. Empecé a trabajar de inmediato".

Se inició como ayudante de un herrero. Siempre inquieto por aprender, tomó de él cada una de las pautas señaladas y comenzó a familiarizarse con el idioma del taller.

"Recuerdo que nuevito como llegué me pidió que le alcanzara una 'tarraja de cuatro octavos'. No me sonaba para nada, la busqué sin éxito. Se acercó a mí y me llevó hasta donde estaban las herramientas y me explicó. En la jerga del trabajo había otro lenguaje, ellos dividían la pulgada en octavos, la de 'cuatro octavos' era la de 'media pulgada'. Ese fue mi primer traspié si lo tomo de manera negativa o el primer aprendizaje si tomo lo bueno de esa lección".

Meses después lo mandaron a trabajar en "el palenque", un torno viejo de bancada plana que le asignaban a quienes se iniciaban en la tarea. "Fui saliendo airoso y al poco tiempo me fueron dando máquinas más nuevas".

Nuevo rumbo

Trabajó en la legendaria fábrica Berini hasta que le tocó el Servicio Militar en San Nicolás. Cuando regresó, tomó otro rumbo. "Me fui a un taller particular; después trabajé con un hermano mío, Clorindo, que era herrero. Era un tiempo en el que se trabajaba el hierro, las aberturas eran de ese material o de chapa. Ahí aprendí el oficio de herrero de obra sin buscarlo y los trabajos me salían bastante bien".

"Durante un tiempo trabajé en la tornería de Don Pablo Luca y después volví a trabajar con mi hermano, hasta que ingresé al taller de Friguglietti", describe.

Más tarde ingresó a la Cooperativa Eléctrica, en una época en la que todavía se producía la energía que abastecía a la ciudad. "Entré en el taller mecánico y aprendí muchísimo. De hecho, me jubilé como empleado de la Cooperativa", agrega.

En paralelo y junto a un compañero Argentino Luján Lavate, aprendió los conceptos básicos de electricidad y de manera particular hacían trabajos. "Lamento profundamente que se lo llevó el Covid", menciona Rubén al recordar a ese compañero con el que forjó una amistad perdurable. "Era un pan de Dios", agrega.

Su familia, un pilar

Se casó con Celia Haydee Servedía hace 62 años. Transitan juntos la adultez con templanza y compañerismo. Se conocieron en un baile de la primavera organizado por la Cooperadora de la Escuela de Fontezuela. Y desde el momento en que se vieron, forjaron su relación. "Había fallecido mi abuela materna y en esa época el luto se llevaba durante mucho tiempo. Salir en la ciudad no era algo bien visto. Así que un fin de semana con un amigo decidimos ir a un baile de los que se organizaban en los pueblos cercanos. Elegimos Fontezuela y allí nos conocimos. Ella vivía en un campo cercano. Comenzamos a frecuentarnos. Yo tenía una moto Puma con la que iba a visitarla. Dos años después nos casamos y nos establecimos en Pergamino", cuenta

Por entonces él había podido agrandar la casa familiar en la que vivieron hasta que construyeron su propio hogar, sin dejar nunca el barrio Malvinas.

Fiel compañera, su esposa trabajó a la par de él para forjar la familia que construyeron. Durante más de 40 años tuvo una boutique en la esquina de su casa, un lugar distinguido por la calidad de las prendas de mujer que vendía y al que llegaban clientas de toda la ciudad. "La gente del Centro venía a comprar", resalta Rubén, mirándola con ternura.

Tuvieron una hija, Alejandra, que es médica especialista en oncología clínica. Ella está radicada en Rosario y viene a trabajar a Pergamino. Está en pareja con Edgardo y tiene dos hijos Matías (33) que es visitador médico y trabaja en investigación clínica para la industria farmacéutica; y está casado con Mariana; y Marina (31) que es agente de viajes y está en pareja con Lisandro.

"Mis nietos son dos soles que, aunque viven en Rosario, han pasado su infancia en esta casa con nosotros y siempre están muy cerca nuestro", refiere Rubén y agrega: "Además somos bisabuelos de Guadalupe que tiene 5 años y de otro bisnieto que llegará en agosto".

La familia ha sido el pilar sobre cual ha edificado cada uno de sus proyectos y el sostén para sobrellevar las vicisitudes de la vida.

Inquieto y dispuesto a aprender

Hincha de Boca Juniors y amante de los deportes mecánicos, le gusta ver las carreras de automovilismo y de motociclismo. "Recuerdo que en el Parque Municipal funcionaba una pista en la que se corrían carreras de autos de Fuerza Limitada. Ahí vi correr a grandes como Froilán González. Era una delicia su destreza", relata.

También le gusta volar y durante mucho tiempo fue al Aeroclub a observar los aviones y a realizar vuelos. "Siempre me gustó salirme de la rutina, para aprender cosas nuevas". 

Siempre dispuesto a participar de la vida de su comunidad, fue uno de los fundadores de la Comisión de Fomento del barrio Malvinas Argentinas e integró una comisión directiva que impulsó valiosos proyectos. En cada lugar en el que estuvo dejó su impronta de compromiso y aprendió cosas que se llevó para la vida.

Ama su barrio y lo respeta. Sabe que ha cambiado mucho, algunos de los viejos vecinos ya no están, pero quedan sus familias y ese afecto que es capaz de trascender el paso del tiempo. "Mis vecinos y amigos de toda la vida fueron la familia de Don Genaro González y la familia de Don Generoso San Martín, cuyos descendientes siguen viviendo en el barrio", refiere. 

Su raíz italiana

En dos ocasiones tuvo la posibilidad de estar en Europa y en uno de esos viajes, llegar hasta el pueblo de sus padres, Castelnuovo Di Sotto, en la Reggio Emilia. "Fui uno de los fundadores de la Asociación Emilia Romagna de Pergamino, el primer tesorero de la entidad, y con ese grupo de gente maravillosa, viajamos con mi hija Alejandra para conocer el pueblo de mis padres y recorrer lugares de los que tanto me hablaba mi mamá", cuenta con la voz entrecortada por la emoción y esa sonrisa que ilumina el rostro y recrea un sentir anclado en lo esencial.

"Allí nos encontramos con un primo hermano, Vittorio, con el que mantenemos un hermoso vínculo. Fue muy emocionante ese viaje y ese reencuentro con mis raíces", confiesa y cuenta que como parte del itinerario pudo llegar hasta "una pequeña capilla de poca altura y un tanto desgarbada a la que mi madre iba a jugar siendo una niña. También a un canal de agua del que siempre hablaba. Fue muy movilizante e inolvidable estar allí".

A mano con la vida

A poco de cumplir 93 años, la minuciosidad del relato de Rubén, la claridad de sus conceptos y lo que dice cuando recrea su vida, es una invitación a rescatar de las anécdotas esas postales que hablan del paso del tiempo para tomar de ellas las mejores enseñanzas. Esas que tienen que ver con la sencillez y con la apuesta al trabajo como pasaporte al cumplimiento de los sueños. Los de Rubén, según dice, sobre el final, están cumplidos. Lo que queda es esa gratitud de sentirse "a mano con una vida que ha pasado".

Jubilado desde el año 1991 transita un presente tranquilo. Maneja su auto, se dedica cuidar el parque de su casa, y mantener la vereda ordenada. Las rutinas cotidianas le traen armonía. Disfruta de este tiempo, sin asignaturas pendientes. "La vida ya está hecha", reflexiona y mira a su alrededor, sabiendo que en ese universo íntimo de los afectos está su mejor cosecha.


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