Perfiles pergaminenses

Ismael Robba, un iluminado que lleva sus pasiones al terreno de la realidad


Ismael Robba en su taller aeronutico allí donde pasa buena parte de sus días

Crédito: LA OPINION

Ismael Robba, en su taller aeronáutico, allí donde pasa buena parte de sus días.

Nació en Colón y llegó a Pergamino alentado por el deseo de armar su taller mecánico. Más tarde se dedicó a la reparación y mantenimiento de aviones. En un lugar privilegiado de las afueras de la ciudad logró hacer confluir su amor por la aviación con su hobby: restaurar autos antiguos, detrás de los cuales anidan historias.

Hay historias de vida cuya esencia se descubre en la escucha atenta y en la observación de pequeños detalles que hacen al modo de concebir el trabajo, y hacer de él una pasión. Es lo que sucede cuando se conversa con Ismael Francisco Robba, un hombre de 70 años nacido en Colón, que creció en El Arbolito, un pueblo donde sus padres, Reynaldo Robba y Matilde Acha, tenían campo. Tiene un hermano, Marcelo, cinco años menor. Las rutinas de la vida rural marcaron su infancia y allí, tempranamente reparando bicicletas, descubrió su pasión por la mecánica. Estudio en el Colegio Industrial de Colón y al egresar comenzó a trabajar como mecánico de vehículos de calle. De la mano de su pasión por los fierros, se adentró en el mundo de la aviación: es piloto y además mecánico de aviones.

Acepta trazar su "Perfil Pergaminense" con la humildad que suelen hacerlo aquellos que viven sin el afán de cobrar protagonismo. Solo los impulsa el amor que ponen en la tarea y encuentran la charla como una oportunidad de compartir un saber y muchas vivencias. La entrevista transcurre en la oficina del taller aeronáutico que lleva su nombre y que está ubicado justo frente al Aeródromo, apenas se baja de la ruta N° 8 por el camino de acceso a Pinzón. La empresa tiene la impronta de su profesionalismo. Todo está dispuesto en perfecto orden. Pero hay mucho más que aviones; allí también están los autos antiguos que con minucioso esmero y de manera casi artesanal se dedica a restaurar. 

Su llegada a Pergamino

Ismael llegó a Pergamino en el año 1975. Lo trajo hasta aquí el deseo de instalar su propio taller: "Había tenido taller en Colón con un socio y estaba trabajando en Rojas cuando decidimos venir a Pergamino; en ese momento mi esposa estaba embarazada, veníamos al médico y comenzamos a buscar un terreno donde poder armar el taller", recuerda. 

No dudó en tomar la decisión de mudarse cuando encontró el lugar indicado, en la esquina de Anita Bártoli y la ruta N° 8, en el barrio Santa Julia, donde además del taller construyó su casa. "Tenía relación con Pergamino porque desde El Arbolito siempre veníamos y porque además mi abuelo, Patrocinio Francisco Robba, tenía varias propiedades, incluso el terreno donde hoy está la Plaza 9 de Julio fue donado por él al Municipio", refiere.

Su familia

Ismael está casado con María Ester Capeletti, una mujer a la que conoció en Colón, en una confitería. "En aquel tiempo cuando querías bailar con alguien, tenías que hacer señas con la cabeza y en la mesa eran tres mujeres, se levantaron dos, pero ella sabía que mi invitación era para ella. Yo tenía 18 años por entonces". Se pusieron de novios y cinco años después se casaron. Están juntos desde entonces. Tienen cuatro hijos: Pablo que está en pareja con Carina Mansilla; Flavia, casada con Francisco Polola; María Cecilia, que vive entre Estados Unidos y Argentina y está casada con Ezequiel Miguel; y Carolina.

Es abuelo de seis nietos: Francisco, Rogelio, Antonio, Alvaro, Nicolás y Amelia. "A ninguno le gusta la mecánica, pero vienen mucho al taller porque les gusta aprovechar este lugar para salir a andar en moto, nos divertimos mucho", asegura.

La aviación

Amante de la aviación, armó el taller aeronáutico, emprendimiento que terminó transformándose con los años en su actividad laboral. "Siempre estuve ligado a la aviación, hacía muchas cosas de aeromodelismo. En la Galería Pueyrredón tuvimos locales dedicados a la venta de artículos de aviación, aviones de aeromodelismo, motores y scaletric", cuenta.

Ya era piloto cuando hizo los cursos de mecánica de aviones. "En el taller de autos algunos clientes tenían aviones y me pedían que se los revisara. Decidí hacer los cursos para cumplir con todos los requerimientos que exige la habilitación del taller y empecé a soñar con esta idea. Estudié, rendí en Buenos Aires y obtuve la licencia de mecánico de mantenimiento. Hoy tengo la categoría máxima que es la C", dice con orgullo.

"La mecánica de autos pasó a ser un hobby; laboralmente me dedico a la reparación y el mantenimiento de aviones. Hacemos motor, estructura, tapicería, entelado", resalta. Mira a su alrededor y recuerda: "Esto era un campo. Necesitaba conseguir un espacio físico que se adecuara a las dimensiones de un avión. El escribano Nicolás Pellicioni, por entonces presidente del Aeroclub, era propietario de estos lotes; compré siete y comencé a armar el taller. Me llevó tres años construir este monstruo".

Recuerda con lujo de detalle cada paso dado en el cumplimiento de esa meta que resultaba tan ambiciosa como apasionante. Detrás del emprendimiento hubo una ingeniería precisa y una visión poco común, de esas que solo son capaces de concebir aquellas mentes extraordinarias. "Hace falta estar un poco loco para hacer esto", resalta y asegura con orgullo que "nunca nadie me regaló nada": "Me dediqué a trabajar, si me hubiera dedicado a hacer plata, tendría mucho dinero. Pero no me dediqué a hacer plata, hago mi trabajo y pongo el alma en lo que hago", destaca.

Una dura prueba

El 24 de marzo de 1986 a las 8:00 de la mañana, volando en Acevedo, sufrió un grave accidente. "Fue una imprudencia mía", reconoce y recrea ese momento que quedó grabado a fuego. "Estaba volando bajo, pero el golpe fue estrepitoso. Estos accidentes suelen ser mortales, pero se ve que no era mi hora. No tenía el boleto picado, como se dice. Me rompí todo, el accidente me arrancó literalmente los pies. Fue muy dura la rehabilitación", relata.

Pero nada lo desanimó. Por el contrario, aun enyesado utilizaba uno de los aviones de instrucción del Aeroclub para "salir a volar". Asegura que era una necesidad casi instintiva y comenta que se valía de las características de ese avión para poder sortear el obstáculo de la imposibilidad física. En la actualidad sigue volando.

Una pasión

La dedicación al trabajo es la que marca sus días. "Un día de mi vida es intenso: arranco temprano, el taller aeronáutico funciona hasta las 17:00, pero yo me quedo hasta la noche, porque sigo en el taller de autos. No me aburro nunca".

La tarea que realiza con los autos no forma parte de una actividad laboral. Es pura pasión. La restauración es un arte aprendido por Ismael y ejercido con apego a la historia que se recrea detrás de cada compra. "El primer auto que compré fue una coupé Ford; le prometí a Flavia, mi hija, que íbamos a usarla cuando ella cumpliera sus 15 años, pero nunca lo restauré. Mi hija hoy tiene 44". Sin embargo son muchos los que llegaron al taller como chatarra y tras pasar por sus manos hoy se conciben como cero kilómetro.

Contiguo al taller aeronáutico, guarda los autos, tanto aquellos que han sido restaurados como los que aún esperan su momento. Y en un espacio cercano, el lugar donde trabaja en ellos hasta devolverles su esencia. "Los autos tienen sus papeles y los que están listos tienen la VTV, menciona y señala un Ford T del año 1924: "Este auto es muy viejo, dentro de dos años cumplirá un siglo desde que fue fabricado, pero tiene documentación nueva porque nunca había sido patentado", explica.

Autos con historia

Los autos clásicos que posee no son solo vehículos ni han sido comprados al azar. Hay en ellos algo de la historia familiar, modelos que tuvieron sus tíos o sus padres. Hay, por ejemplo, una Ford F100 que buscó durante mucho tiempo. Tenía que ser modelo 65 porque ese era el modelo de la primera camioneta que había tenido su padre y que él mismo, teniendo 14 años, había retirado de la agencia. "Con mi hermano viajamos a Iguazú a buscarla, estuvimos una semana poniéndola a punto, la compramos. Con mi hija Carolina nos volvimos en la camioneta, hicimos 1.500 kilómetros y gastamos 302 litros de nafta", recuerda.

Hoy esa unidad parece un cero kilómetro. "La restauración me apasiona, en general trabajo en solitario, aunque ahora hay un pintor, pero tengo la virtud de poder hacer motores, instalación eléctrica, pintura".

Desde hace mucho tiempo es integrante de la comisión de Auto Clásica Pergamino: "Tenemos un lindo club, compartimos nuestras experiencias y cada 15 días los martes nos reunimos, es una peña", comenta.

El auto de su padre

En la actualidad está abocado a la restauración de un Ford 1928 que había sido propiedad de su padre. "Había nacido mi hermano y teníamos una Voiture 1931, que tenía cortinas en vez de vidrios; recuerdo que mi mamá le decía a mi padre que había que cambiarla porque el bebé se iba a enfermar. La entregó en una agencia y compró el Ford 1928, que aunque era un modelo más viejo, tenía vidrios. Cuando yo tenía 9 años lo cambió y nunca más supimos del destino de ese auto. Un día le comentan a mi hermano que en un galpón cercano al arroyo Chu-Chú había un auto antiguo, por si nos interesaba verlo. Fuimos. Tuve una sensación muy particular al verlo, tenía mucho registro de ese auto que tenía una marca especial que le había quedado de una vez que mi padre se había chocado un sulky. Le pedí a mi hermano que se fijara: ahí estaba la marca estaba intacta. Sin querer, habíamos encontrado el auto de mi padre. El mismo que se había vendido cuando yo tenía 9 años llegaba a nuestras manos 50 años después. Lo encontramos el 14 de mayo de 2010 y hoy, en abril de 2022 lo estoy terminando. Viajé varias veces a Estados Unidos a buscar piezas que faltaban y ahora lo estamos pintando".

Ismael se para frente a ese ejemplar y algo en su mirada se ilumina; quizás al recordar las travesuras que había hecho con ese auto que ahora está en el corazón de su lugar en el mundo.

Siente que es de los últimos que restaurará. "Me cuesta mucho restaurar un auto y ya no tiene sentido, los que están hechos, ya están y los que no, los estoy vendiendo porque no quiero dejarles a mis hijos un montón de fierros para que un chatarrero venga y los cargue", confiesa y reflexiona: "Nací siendo mecánico. Si tuviera que terminar los autos que tengo, tendría que vivir 200 años y nadie vive tanto tiempo. A mis hijos y nietos no les interesa la mecánica, así que nadie va a seguir estos pasos. Cada uno de ellos tiene un auto que les pertenece, ya estoy hecho". 

Su legado, tal vez, sea otro: haberles enseñado el valor del esfuerzo y la dedicación puesta al servicio de trabajar por los sueños con persistencia, hasta hacerlos realidad y construir en torno a ellos la vida, con la pasión como bandera.


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