Perfiles pergaminenses

María Martha Huljich, en el aula y en la gestión, una vida comprometida con la educación pública


María Martha Huljich recibió a LA OPINION para trazar su “Perfil Pergaminense”

Crédito: LA OPINION

María Martha Huljich recibió a LA OPINION para trazar su “Perfil Pergaminense”.

Fue docente de matemática en varios establecimientos. Vivió la transformación educativa y organizó la EGB Nº 19 en la Escuela Nº 5. Fue vicedirectora del Colegio Nacional y siempre defendió la escuela como ese espacio edificante desde el cual enseñar en valores. Trabajó en Wrangler. Su vocación convivió con una vida familiar de la que disfruta plenamente.

María Martha Huljich nació en Pergamino y dedicó gran parte de su vida a la docencia. Tiene 62 años, está jubilada, aunque sabe que eligió una profesión que se lleva en el alma y no se abandona jamás. Quizás por eso "siempre está enseñando" y guarda una mirada atenta sobre la educación. Creció en el Centro y tuvo una infancia feliz. "Vivíamos en Luzuriaga entre Pinto y Echevarría, pero mis abuelos maternos, Sara Nuno y Luis Tahuil, en Alberti, entre avenida y Pueyrredón, así que ese era nuestro caminito diario".

Sus padres fueron Juan Huljich y Victoria Tahuil. Tiene una hermana mayor, María Teresa, que es bioquímica. "Mi padre se dedicaba al comercio y al campo y mi mamá fue ama de casa hasta que entró a trabajar en Filus, ya cuando mi hermana estaba estudiando en Rosario".

Tiene una relación entrañable con María Ester Tahuil, "Chela", hermana de su mamá y quien con sus 94 años le relata historias de familia que se enriquecen en la voz de una "feminista de la primera hora". "Mi hermana y yo estamos encargadas de su cuidado. 'Chela' es soltera por elección, se hizo cargo de sus padres, nunca le pesó la soledad y siempre tomó sus propias decisiones, hemos aprendido mucho de ella y lo seguimos haciendo".

Cuando la charla la lleva por su niñez, señala que disfrutó mucho de jugar en la calle y establecer con los vecinos relaciones perdurables, casi de familia. "Mi prima -que es mi madrina y hoy tiene 80 años- me llevaba a todas partes, igual fuera de casa yo no hablaba y cuando comencé la escuela tenían miedo de que hiciera lo mismo. Pero fue pisar el escalón del colegio y empecé a hablar para no parar más", cuenta con la ternura de recordar a aquella niña en la que se reconoce aún.

Fue a la Escuela Nº 5 que funcionaba en avenida entre Alberti y Moreno y de la primaria le quedaron sus amigas "de la vida": "Patri", "Meme" y Nancy.

Hizo el secundario en la Escuela Nacional de Comercio: "Siempre me gustaron los números y quería ser contadora, pero económicamente no fue posible, así que me incliné por el Profesorado de Matemática, Física y Cosmografía".

Reconoce que siempre le gustó enseñar y recuerda que al departamento en el que vivía, en Dorrego entre Moreno y Azcuénaga, sus compañeros lo llamaban "la Biblioteca Menéndez" porque iban cada mañana para que María Martha les explicara contenidos de las distintas materias. Conserva afectos de ese tiempo, entre ellos "Lety" otra de sus amigas del alma. "Teníamos un grupo hermoso, salíamos, íbamos a Bohemia, a las matinés que comenzaban a las 7:00 de la tarde; y ya más de grandes a Fedra, La Vieja Barraca, o Corcho's, cuando nos escapábamos del Colegio".

La vida laboral

A través de Raúl Di Santo, María Martha tuvo la posibilidad de ingresar a trabajar en la Oficina de Personal de Wrangler cuando se instaló en Pergamino. Desde entonces cultica su amistad con Silvia. "Lo asumí como un desafío, recuerdo que tomaba el colectivo blanco a las 5:20 para llegar. En un momento la fábrica llegó a tener casi 500 empleados y los conocía a todos. Al poco tiempo inicié el Profesorado, así que hice la carrera trabajando". Se recibió en 1981 y seguía en la fábrica cuando un hecho que le atribuye al destino o al universo hizo que su etapa en ese lugar terminara y se abriera el camino de su profesión: "Siempre creí en el universo o en energías que me fueron guiando. Al poco tiempo de haberme recibido despidieron al jefe de Personal de la fábrica, aún no estábamos en democracia, y a mí se me ocurrió juntar firmas en su apoyo. Cuando me descubrieron, él mismo tuvo que echarme. Recuerdo que ese día llegué a casa y cuando se lo comenté a mi papá me dijo que estaba orgulloso de mí y eso me hizo muy bien, siempre fui justiciera. A los 15 días comencé a trabajar en el Instituto Juan Anchorena de Urquiza, donde el director era Roberto Castañón".

Una larga trayectoria

El año 1982 marcó un hito en la historia de María Martha: a la vez que comenzó a trabajar como docente, ingresó al Colegio Nacional en la Tesorería. "Al año siguiente, en 1983, tomó licencia la señorita Neira; el director era Jorge Martínez y me convocó para tomar parte de esas horas. Fue una gran oportunidad que siempre agradezco, lo mismo que el apoyo que me brindó Mary Canessa, que con su respaldo me marcó positivamente".

"También trabajé en el Colegio Industrial, en el Comercial, en la Escuela Media Nº 2 y en la Escuela Técnica Nº2", refiere y trae a la charla las vivencias de la transformación educativa que se vivió en los '90, un proceso que fue dificultoso y de muchos cambios. "Ahí se inició una nueva etapa. Los colegios en los cuales trabajaban tenían su articulación, así que además pertenecí a las escuelas Nº 4, Nº 1, Nº50 y Nº 22".

Un nuevo desafío

Aunque nunca le pesó el esfuerzo, reconoce que algunos procesos dejaron marcas que le generaron algunas dificultades de salud. Pero nada la desalentó jamás en su vocación y tampoco en su inquietud por el conocimiento. 

"Podría decir que hasta los 45 años viví con la responsabilidad grabada a fuego como un sello, y luego de un cuadro de depresión, con las herramientas de una buena terapia, logré posicionarme de otra manera y cobrar impulso", señala y cuenta que fue así que tomó la decisión de iniciar la Licenciatura en Calidad de la Gestión Educativa, que se dictó a través de la Universidad Nacional de El Salvador en el Instituto de Formación Docente Nº 5. "Terminé en 2005 y al año siguiente me presenté al examen para cargo, pero no pude acceder. Perseveré, volví a rendir y tomé la dirección de la Escuela Nº 5 cuando se creó la EGB Nº 19. Fue una experiencia de la que tomé muchos aprendizajes. Estuve un año y medio hasta que surgió la posibilidad de cubrir la vicedirección del Colegio Nacional, que asumí junto a Milena Badía que era la directora. Es más, circunstancialmente estuve a cargo de la dirección cuando el Colegio cumplió sus 80 años", señala.

Aunque reconoce que los cargos de gestión suponen otras dificultades, distintas a las que plantea el trabajo con los alumnos, sostiene que en su caso "siempre sus compañeros la vieron como un par".

En el año 2012 se inscribió en el concurso de titulares, pero desistió porque ya tenía tomada la decisión de jubilarse al cumplir sus 55 años. Por esta razón sus últimos años de trabajo fueron en el aula. "Hay quienes luego de estar en un cargo directivo no quieren volver a dar clases por una cuestión de estatus, para mí fue hermoso hacerlo", resalta.

Conserva anécdotas infinitas de su paso por la escuela y amistades verdaderas. "El G10 es el grupo que integramos docentes que nos hemos encontrado en distintas etapas de nuestras carreras y establecido una amistad que perdura. Con los compañeros jubilados del Colegio Nacional también nos seguimos viendo. El grupo de la Escuela Nº 5 es entrañable. Y guardo impresos los mensajes que mis alumnos me enviaron cuando me jubilé".

Una concepción valiosa

Es defensora de la educación pública. Cuando promedia la charla, acerca a la entrevista una anécdota vivida en la Escuela Nº 5 que retrata su concepción sobre el rol de la escuela: "Un viernes me avisaron que un chico que vivía situaciones muy complejas se había ido de la casa, lo buscaron todo el fin de semana. El lunes a las 7:30 estaba en la puerta de la escuela para entrar a clases. Había elegido ir".

"Me enojo cuando escucho que 'con esos chicos no se puede hacer nada', porque es precisamente en esos contextos donde la educación tiene más para hacer. Estoy convencida de que la escuela es el único lugar todavía confiable para el adolescente", resalta.

Una generación comprometida

María Martha es parte de una generación de docentes con mucho compromiso. "Cuando pasa el tiempo uno se da cuenta que fue parte de la historia de una generación a la que le tocó dar grandes batallas", reflexiona y con convicción afirma: "El docente de mi generación es el ser con mayor capacidad de adaptación de todos los trabajadores". 

El cartero llamó y se quedó

Aunque por lo nutrida de su historia laboral las referencias a la docencia se llevan buena parte de la charla, la mayor riqueza de María Martha está en la vida personal. Su familia es su gran construcción y se siente orgullosa de ella. Se casó con Héctor Períes, aquel chico con el que bailó a los 13 años en Bohemia. Aquella noche se sorprendió de que él supiera su nombre y dirección. Después entendió que él era el cartero de su barrio. "Al principio me asusté porque sabía todo de mi", recuerda, pero algo le llamó la atención de ese joven a quien invitó a su cumpleaños de 15. La vida los llevó luego por caminos diferentes, hasta que a los 22 años se reencontraron, se pusieron de novios el 2 de abril de 1982 y un año más tarde el 30 de abril de 1983 se casaron. Tienen dos hijos: María Paula (37), que está en pareja con Maximiliano González, trabaja en el Servicio de Hemodinamia del Hospital, estudió Psicología y actualmente está haciendo la carrera de Trabajo Social; y es feminista. Y Mariano (32) que está en pareja con Daniela Fernández: es profesor de Matemática y trabaja en el Correo, una paradoja de la génesis de esta familia. Ellos son papás de Renata, la primera nieta de María Martha y a quien le dedica su tiempo. "Ahora mi trabajo es mimarla", refiere.

Ama la cocina, y disfruta de agasajar a su gente. Es famosa entre los amigos por sus empanaditas de nuez. Le gusta viajar, pintar, dibujar y hacer juegos de lógica. Tiene una vida plena, y la vive fiel a sus convicciones y a un sentir sensible que la hace siempre permeable a lo que sucede a su alrededor. 

Balance y recompensa

Su mayor recompensa es la familia que conformó y el camino que transitó en la profesión. "Suelo pensar que sembré bien, en la escuela y en la vida", dice.

"En lo laboral, siempre traté de formar en el criterio, el disenso y la diversidad. Y en lo personal tengo una familia hermosa, una relación preciosa con mi hermana; con el hermano de mi esposo y su familia; mis sobrinos y sobrinos nietos y los amigos que me llenan el alma".

Cuando se introduce en el universo íntimo del balance en su mirada aparece ese brillo que da la tranquilidad del bien obrar y en la voz la esencia de un modo de ser: "Tanto en la docencia como en la vida, si no hay afecto, el conocimiento y los valores no entran". Ese fue su norte, y lo sigue siendo.


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