Perfiles pergaminenses

Juan Carlos Arroyo Pappalardo: "Soy un agradecido por la vida que me ha dado"


Juan Carlos Arroyo Pappalardo dueño de una rica historia de vida

Crédito: LA OPINION

Juan Carlos Arroyo Pappalardo, dueño de una rica historia de vida.

Nació en Junín, pero adoptó a Pergamino como el lugar donde forjar el porvenir. Se dedicó a múltiples actividades, entre ellas: la cocina. Fue dueño de una de las primeras rotiserías de la ciudad. Trabajó en España y al regresar impulsó nuevos proyectos. Ya jubilado, disfruta el presente, en la convicción de haber vivido en consonancia con los sueños.

Juan Carlos Arroyo Pappalardo nació en Junín el 29 de octubre de 1945. Hijo de Francisca Pappalardo "La Francis" y de Natividad Arroyo, tornero del Ferrocarril San Martín, que los abandonó cuando él era chico. Tuvo un hermano, Miguel Angel que falleció hace tres meses en Europa, donde vivía.

Traza su "Perfil Pergaminense" en una charla que se concreta en la intimidad de su hogar. Todo lo que cuenta está minuciosamente relatado en un cuaderno que generosamente entrega. Allí están sus anécdotas, el inventario de actividades laborales y vivencias personales, y el tono de balance que casi siempre acompaña el recorrido por una historia de vida. No lee, más bien cuenta. Y comienza por su infancia, y el recuerdo de sus queridos abuelos José Pappalardo, italiano; y María, puntana. Las vivencias de su infancia y juventud acompañan un relato ameno. La figura de su madre tiene un papel preponderante, porque de ella y de su aguerrida actitud aprendió un modo de concebir la vida y de darle batalla a la adversidad para sobreponerse siempre.

"A los 13 años y medio me mandaron a estudiar a la Escuela de Suboficiales de Aeronáutica en Córdoba, pero no pasé el examen físico por un antojo de nacimiento", refiere. Al año siguiente ingresó a la Escuela de Marina en la Isla Martín García y luego a la Escuela de Mecánica de la Armada, donde estudió para ser mecánico aeronáutico en la Base Comandante Espora. "Hice la campaña antártica, una experiencia inolvidable".

Cuando dejó las fuerzas, regresó a Lincoln, donde su madre trabajaba como regente del Asilo de Varones. "Allí conocí al padre Manuel Guirao, y él me conectó con Al Gas S.A. e ingresé a trabajar como encargado de la planta", refiere.

"Estando en el asilo conocí a una maestra que trabajaba allí, Ana Scarcella, con quien me casé un año después. Llegó nuestra primera hija: Ana María", relata y cuenta que cuando la planta cerró sus puertas salió a buscar empleo. "Por intermedio de un tío comencé a trabajar en la empresa "El Pulpo" que vendía pescado en la calle", relata y recrea el canto con el que se paraba en las esquinas tentando a los clientes para incentivar las ventas.

"Haciendo esa tarea me entero que Carlos Catelli que tenía un camión tanque que transportaba combustible Shell no iba a trabajar más, así que lo contacto y fue él quien me enseñó a manejar el camión. Cuando él falleció ingresé a Transporte Junín y para mejorar el ingreso conseguí otro trabajo en una empresa química". 

Por entonces con su familia se habían establecido en Junín, en una casa que habían podido construir en un lote que le había regalado su mamá. "En Junín nacieron Gustavo y Natalia", agrega.

Su contacto con Pergamino

Con la empresa química comenzó a viajar a Rosario, y antes de salir cargaba la cucheta del camión con quesos de Argenlac que vendía. "Así fue como comencé a venderle a Hugo Frontera, representante de 'La Casera' de Chacabuco en Pergamino. Con él establecimos una amistad y me fue gustando Pergamino".

"Siempre tuve la idea de la cocina y Hugo me dio una mano muy grande, me consiguió un local para alquilar en calle Pueyrredón, entre Merced y San Nicolás. Allí instalé mi primera rotisería con la ayuda incondicional que me brindaron Hugo Frontera y Pancho Torresillas. Y José Venco, un carpintero que instaló todos los muebles del negocio sin cobrarme un solo peso. En agradecimiento a él la rotisería se llamó 'Don Pepino'". 

"En ese tiempo conocí a un gran amigo, Raúl 'Chili' Cardozo, que en la Galería Pueyrredón tenía una imprenta y tengo con él una amistad desde entonces", menciona, recordando las épocas en que vivía en el sótano de la rotisería y su familia aún estaba en Junín. "Cuando el negocio comenzó a funcionar me los traje y alquilamos una casa en Río de Janeiro y C". 

Por entonces su competencia era la Rotisería Paz y El Bracerito. "Cuando había funciones de cine, vendíamos dos espiedos llenos, trescientas o cuatroscientas empanadas. Era otro Pergamino".

Un duro golpe y un nuevo camino

"El Rodrigazo" representó un duro traspié en su historia laboral y personal. Decidió cerrar el negocio y buscar trabajo. "Hice un arreglo con Roberto Pellicioni y le cambié todos los elementos del negocio por un lote sobre calle Chaco en el barrio José Hernández y allí más tarde construí el chalet alpino que fue nuestra casa".

"Fui chofer de camiones jaula hasta que me enteré que Siele compraba doce camiones Fiat para hacer licitaciones que había ganado. Me anoté y me llamaron para trabajar en Sielcor S.A. Primero llevaba JP1, el kerosene blanco para los aviones a reacción a las bases aéreas. Iba desde San Lorenzo a Paraná, Reconquista, Resistencia y Posadas. Luego me tocó ir al sur, de Plaza Huincul a Bariloche, eso fue lo más duro porque solo podía regresar a Pergamino cada mes y medio cuando había que reparar el camión".

"Para estar un poco más con mi familia dejé Siele y entré a trabajar a Plus Ultra, una experiencia con muy buena gente como 'Zapallo' Friguglietti y su mano derecha 'La yegua' Gómez".

La cocina

En paralelo a sus distintas experiencias laborales fue haciendo su casa, y jamás perdió de vista su deseo de trabajar en la gastronomía. "Hice un galpón y comencé a fabricar prepizzas, al principio las vendía con una bicicleta con canasto por el barrio, el emprendimiento, que se llamaba 'Los Arroyos. Caserito' fue creciendo mucho, como su familia, ya que también tenían a Nicolás y Ayelén. Con mucho sacrificio ese galponcito se transformó en una cuadra de panadería. Llegamos a hacer 1500 prepizzas por semana, fui a una química de Quilmes y me vendieron un preparado para que pudieran mantenerse, el mismo que utilizan las grandes marcas. Una vez a Fargo se le rompió la máquina y durante tres meses me mandaban las bolsas de su harina y les envasaba 500 prepizzas por semana. Muchos jóvenes del barrio tenían trabajo en mi fabrica, también mis hijos".

Teniendo en marcha ese emprendimiento conoció a un conocido pastelero que se había radicado en Pergamino con su esposa Rosita, José Monteleone. "Con él transformamos la fábrica de prepizzas en una de las mejores panaderías y confiterías de Pergamino 'El Colonial' llegamos a tener nueve sucursales".

"En ese tiempo, con más de treinta años de casados con Ana decidimos separarnos, ella construyó su casa y pusimos en venta la casa alpina", menciona. 

Fiel a su vocación por la gastronomía comenzó a estudiar en la Escuela del Gato Dumas en Rosario. Allí entre muchas otras cosas aprendió que "los cocineros llenan el plato y los chefs, el espíritu". 

Con Mónica Linquet y "Paco", su esposo, emprendieron "La Cantina" frente a la rotonda del Parque Municipal donde realizaban cenas y espectáculos. Pero la vida lo iba a llevar después a España, donde vivía su hermano. Allí iba a poder incursionar en la cocina de un modo muy provechoso. Para entonces su parte de "El Colonial" se la había vendido a José Monteleone.

"Livio, un amigo de mi hermano tenía una cadena de restoranes, 'La Pampa' estuve como encargado en uno de ellos, que funcionaba en la costa brava a ochenta kilómetros de Barcelona. Me iba en marzo y volvía a Argentina en octubre cuando terminaba la temporada; fue una experiencia rica en muchos sentidos, a los cincuenta y pico de años estaba solo en otro país, vinculado a grandes cocinas donde aprendí mucho", resalta.

Cuando regresaba le hacía honor a la música con su hijo Nicolás. El folklore fusión les regaló a ambos, vivencias extraordinarias, primero con "La Banda" y después con "La llave".

Un recuerdo entrañable

Cuando habla de su paso por Europa trae el recuerdo entrañable de su hermano, un hombre que había estudiado veterinaria en Tandil y que se había tenido que marchar en la dictadura. Tras varios años de no saber de él, su madre recibió una carta en la que supo que estaba bien y después se reencontraron cuando el clima en el país había cambiado. Su muerte reciente lo conmueve, "Durante muchos años había luchado contra un cáncer y le había ganado la batalla y la pandemia se lo llevó en pocos días", refiere anhelando poder volver a aquella tierra donde tiene familia. 

El regreso a Argentina

Señala que su último viaje a Europa fue en el año 2000. "En un cumpleaños de mi hija Ana conocí a Mercedes Coceres, mi compañera de vida desde entonces".

"Ese día me contó cuando cumplía los años, me comentó que le gustaban las plantas, le prometí un regalo, le traje un repollo grande como una mesa, acompañado por rosas para que no me echara", cuenta y señala que Mercedes tiene dos hijas, Marina y Anabela.

Construyó una casa en calle Paso donde se estableció. Y después se mudó con Mercedes, a casa de ella en el barrio Esperanza, donde viven.

Laboralmente trabajó en El Colonial en San Nicolás, después puso una rotisería en el barrio Villa San José. "Abría a las 7 de la mañana y los chicos cuando iban a la escuela pasaban a tomar mates y yo les daba galletitas. Hoy son hombres y me emociona recordarlos".

Predispuesto a progresar, fue uno de los primeros que puso un negocio de "Todo suelto" en Pergamino. "Me pagaban con patacones", refiere.

 Un agradecido

Con 76 años hoy está jubilado, pero siempre tiene nuevos proyectos. "Mercedes también lo está así que disfrutamos de nuestro tiempo libre, viajamos cada vez que podemos y tenemos una hermosa familia que hemos ensamblado en armonía".

"Tengo muy buena relación con Ana, cuatro de nuestros hijos viven en Buenos Aires y la mayor aquí, enfrente de casa", comenta y describe a cada uno: "Gustavo es profesor de Filosofía y se perfeccionó en Alemania. Es papá de Lautaro. Natalia estudió Sociales y trabaja en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación y es mamá de Fidel. Nicolás es un excelente músico, está casado con Bárbara Factorovich, dueña de la productora Palermo Film, y tienen a Sarita. Ayelén es soltera y se dedica a diseñar y confeccionar a gran escala productos para sex shop. Emplea para ello cámaras de vehículos a las que les realiza un proceso que las transforma en tela. Tiene su propia marca. Y Ana vive en Pergamino, tiene un negocio de venta de lanas e hilos; y es mamá de Amelí y Santino".

Su decir cobra sobre el final un tono reflexivo. Tanto en la charla como en los apuntes que entrega con confianza, el denominador común es la gratitud. "Me defino como una persona agradecida por la vida que me he dado, y digo 'me he dado' porque con aciertos y errores he tomado mis propias decisiones y volvería a caminar de la misma manera", expresa en una apreciación que constituye la esencia de un hombre que en cada circunstancia hizo lo mejor que pudo, siempre en la convicción de forjar su destino.


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