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"El dolor que no cesa. Violencia y muertes injustas y terribles": una carta de Edna Pozzi que no pierde vigencia


Edna nos dejó en mayo de 2017 pero sus palabras en este país nunca pierden vigencia

Crédito: ARCHIVO

Edna nos dejó en mayo de 2017, pero sus palabras en este país nunca pierden vigencia.

En agosto de 2014 la escritora pergaminense Edna Pozzi ponía en palabras una situación dramática que padecía el país con hechos graves de inseguridad que impactaban en el corazón de la sociedad.

Hoy esa carta, rescatada de los archivos por Juan Carlos Pacífico Annan, es de plena vigencia porque aquellos hechos se han reeditado, naturalmente con otros delincuentes y con nuevas víctimas, pero con la misma esencia y el mismo efecto desgarrador.

Edna nos dejó en mayo de 2017 pero como el tango Cambalache, sus palabras en este país nunca pierden vigencia.

A continuación compartimos aquella carta.

La carta

La noticia, entre tantas de igual tenor de la muerte de un joven asesinado para robarle su bicicleta me ha inspirado un pensamiento de repulsa tan grande que no veo otra forma de expresarla sino a través de la escritura. Pero hay otras formas. Estamos entregados a la pasividad de las víctimas huyendo en la noche de los pasos que se acercan para vulnerarnos, acabar con nuestra "inocencia" y nuestro silencio y allí estamos. Como quien aparte de los dolores de la vida debe enfrentar la obscenidad de la violencia.  

El padre del joven asesinado, dijo la verdad: "La justicia no devuelve vidas" y uno nunca se decide a pensar que sin nuestra colaboración no hay manera de frenar este alud de pérdidas, cadáveres de ojos cerrados para siempre y la negación del bien tan evidente que nuestro miedo llega a ser cobardía. Imbéciles son los que aceptan y justifican la aparición de la violencia como un maltrecho pan cotidiano. Yo, nadie, puede devolver la vida a ese padre, que dice, que les pide a todos, tomen conciencia de que también les puede tocar en cualquier momento. Nadie resolverá el problema del dolor pero por lo menos habrá expuesto su conciencia y logrado conmover a los que aun viven "el paraíso" de la indiferencia. Esa conciencia colectiva es la que debemos despertar porque "todos eran mis hijos" y "mañana vendrán por vos". Conciencia colectiva que es difícil pero no imposible de lograr. La falta de ella nos hace ser apáticos, vulnerables y cómplices de la ruptura del pacto con Dios. No hablo de la posibilidad de desterrar por completo la criminalidad sino de demostrar que se llegue a comprender que esta sinrazón de golpes no puede continuar porque todos son nuestros hijos, la joven asesinada en los basurales con el cuerpo comido por la niebla, el ruido de las balas asesinando un joven cuerpo y todo lo que es desorden moral y convierte nuestro país en un lugar inhabitable, gobernado por la dictadura del dinero. Yo supongo que no estábamos preparados para este dolor que no cesa. Pero ahora ya conocemos sus causas y es necesario combatirlas con la misma fuerza con que atravesamos el mundo, juntando plata o escribiendo poemas. Si así no se entiende no haremos nada más que tener una Patria humillada, cada vez mas poseída por la delincuencia. Sé que esto se ve distinto desde un escritorio o de un avión que de ella nos aleja. Pero hay que bajarse de los estrados y recibir en los brazos el cuerpo yacente de nuestras víctimas.  

   

Las Palabras  

Rafael Alberti habla de las palabras y con las palabras para decir: "Manifiestos, artículos, comentarios, discursos, humaredas perdidas, nieblas desperdiciadas. Qué dolor de papeles que ha de llevarse el viento, qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua". Prosigue: "Ahora siento lo pobre, lo desgraciado y muerto que tiene una garganta, cuando desde el fondo de su idioma quisiera gritar lo que no puede por imposible y calla".  

Siento esta noche heridas de muerte, las palabras. El continuo devaneo mediático alrededor del tema de nuestra seguridad achica el dramatismo de los hechos criminales que están conociéndose a diario, si son muchos pierden rareza y poder conmocionante, son una noticia más que no logra deshacer el entramado de buenas intenciones que constituyen la vida de un hombre cualquiera, así nos movemos entre los miles de muertos de Gaza, el default inminente, los tristes dones de las culpas compartidas, las míseras actuaciones del capital y de una resurrección que nadie espera. El mecanismo policial y judicial resulta pobre e inadaptado para estos momentos de sociedades heridas por la delincuencia y el miedo. El jornalero que debe tomar cuatro ómnibus desde su casa en los márgenes del Conurbano hasta el lugar de trabajo, así como la niña que camina por un descampado "es decir ni siquiera campo" para llegar a la escuela o la secretaria de un lujoso emprendimiento que a los 30 años accede a su auto 0 kilómetro después de 10 años de ascender trabajosamente del rancho de sus abuelos a los gestos elaborados de la burguesía metropolitana, despojada de su auto y de su vida sin la menor contemplación hacia su juventud esforzada.  

"Ahora siento lo pobre, lo mezquino, lo triste, lo desgraciado y muerto que tiene una garganta, cuando desde el fondo de su idioma quisiera gritar lo que no puede por imposible y calla".    

Es que somos un país con todos los dones necesarios para instaurar una democracia solida, sin ladrones, ineficacia y corrupción.  

Estamos medianamente preparados para la verdad, la justicia y el país se llena de gobiernos envueltos en las mediocridades de la herencia y el porvenir abortado. Somos incapaces de llenar de significados las palabras que están heridas de muerte. ¿Cómo se debería nombrar el hecho de vulnerar a una jovencita o a una esposa presuntamente infiel o a un niño que no recordaba cómo se abría la caja secreta que contenía un poco de dinero de sus padres, un anillo de oro de la abuela y unas fotografías del niño cuando daba sus primeros pasos? ¿Cómo deberíamos calificar el falso consuelo que los integrantes de los millones de institutos y reparticiones públicas que aseguran que se trabaja esforzadamente por un proyecto (siempre los hay) de seguridad y prevención del delito? ¿Estamos tan desamparados como realmente se ve? ¿Nos encaminamos hacia un agravamiento de la situación de nuestra sociedad de tal manera que la democracia resulta en definitiva una palabra vana, carente de modernidad y sentido moral? Necesitamos acaso un rey o una dictadura que establezca el gobierno de la aristocracia creadora de cierto orden perverso ambicionado por los mediocres a cuya sombra se han gestado las peores injusticias que la mente puede conocer.  

Yo deseo que todo este discurso apocalíptico sirva para algo más que la simple adhesión o repulsa a cada una de las inertes palabras que estoy tratando de conmover. El derecho a la vida es el más grande de los derechos humanos. Arrebatarlo, denigrarlo a la mudez definitiva es un atentado al rastro que tenemos de la actividad de Dios. Siempre hubo y tal vez habrá muertos absurdos y terribles. Algunos de ellos reciben homenajes tardíos porque ya son tierra o viento, caricias perdidas. Pero hay que acordarse de ellos. Por algo hace rato levantamos los brazos para aprender a caminar, si era posible con la frente erguida. (Edna Pozzi).


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