Editorial

Los duelos de la pandemia, ese sentir que convoca a la empatía


A menudo los espacios editoriales se reservan para el abordaje de las cuestiones medulares de la actualidad y habilitan el análisis desde múltiples aristas. Casi siempre tratan de lo coyuntural y urgente. Con frecuencia son temáticas de la actualidad más dura y por esa razón en algunas ocasiones las notas de perfil humano quedan confinadas a otras secciones o se plantean solo tangencialmente en los segmentos de opinión. En esta oportunidad, este comentario que apenas pretende plantear algunas reflexiones quiebra esa norma y se introduce en un aspecto sensible de la actualidad como es el tema de los duelos. 

La tragedia que ha desatado la pandemia, su avance en todas las geografías y el dolor social que ha causado de por sí, muestra su peor cara y su mayor virulencia cuando de lo general la mirada se vuelve hacia lo particular, y en las narrativas sociales comienzan a aparecer los relatos de las pérdidas. Es inmensa la cantidad de vidas que se ha cobrado la emergencia sanitaria causada por el Covid-19 y solo con observar los registros locales, la realidad impacta. Al momento que se escribe este comentario son 354 los fallecidos por coronavirus en Pergamino y el indicador sigue en una curva de ascenso que alarma a las propias autoridades sanitarias. El número impacta e impresiona mucho más si se tiene en cuenta que detrás de la cifra lo que existen son historias de pacientes, de familias enteras diezmadas por una situación francamente dañina, generada por un virus que tiene la enorme capacidad de golpear el corazón mismo de las relaciones y las formas de interacción más profundas de las personas.

Quienes trabajan en estos temas y los analizan desde la psicología y desde la propia medicina afirman que cuando la vida no es posible se tiene la obligación de atender, cuidar, reconocer procesos de duelo y rituales de despedida. Cómo se lleva adelante esta tarea tan sustantiva en tiempos que están tan fuera de lo ordinario y culturalmente legitimado, es un interrogante que surge al observar la realidad. Cómo se elabora la pérdida en tiempos en que lo que precisamente se ha perdido es la posibilidad de poner en práctica el ritual de despedida tal como lo concebimos históricamente en nuestra cultura, es otra pregunta sin respuestas ciertas. Y frente a ellas tan importante como la elaboración individual que cada uno pueda hacer para afrontar este momento de la historia, empieza a resultar significativo poner en marcha estrategias colectivas, como en otras dimensiones de la atención de la pandemia. No alcanza con declamar el acompañamiento, hay que ejercerlo.

Son repetidas las narrativas públicas que comienzan a dar cuenta de esto, tornando necesario fortalecer las políticas públicas en relación a los procesos de duelo como experiencia colectiva humanizada y, también idear modos que contemplen sin poner en riesgo las medidas sanitarias para prevenir el contagio del virus, ritualidades posibles en el contexto actual.

Quizás como sucede frente a las grandes catástrofes, la cuestión del duelo cobra en estos tiempos una importancia superlativa. Y hacerlos de manera respetuosa es algo que como sociedad debemos asumir en forma colectiva. Porque la pandemia lo ha trastocado todo, incluso el modo de morir y de despedir a los seres queridos. Lo que no ha alterado es lo que el final de la vida representa para quien muere y para quienes quedan. Y ahí es donde la presencia del otro- del modo en que se puede- la mirada empática y la solidaridad están llamadas a ponerse en juego. Buscar, crear e inventar formas de transitar las muertes de hoy y los duelos pendientes de manera saludable, es algo que solo es posible en un marco de conciencia colectiva del momento histórico en el que estas pérdidas están ocurriendo y con qué implicancias.

Tanto en la esfera íntima como comunitaria es preciso generar los lazos sociales de comprensión para asumir cada una de las muertes que han ocurrido y ocurren en la pandemia, pérdidas de seres queridos, de personas conocidas, de vecinos, lo que las coloca en un lugar que trasciende el dolor individual y las transforma en un duelo que es un poco de todos y que solo podremos superar si lo asumimos como un proceso colectivo. No hacerlo será acarrear otra herida, mucho más profunda que la que deja cualquier muerte anónima y lejana. La emergencia sanitaria por Covid-19 ha puesto a la muerte entre nosotros con una conciencia mucho mayor de la finitud de la que teníamos antes de que esta situación comenzara. 

En coincidencia con un día que culturalmente se celebra como es el Día del Padre son muchas las familias que vivirán esta jornada sin la habitualidad del festejo. Fatalmente a causa de la pandemia en muchos hogares faltarán padres, madres, hijos, hermanos, tíos, sobrinos, amigos, seres amados. 

No es banal que temas vinculados al dolor más profundo de las personas le ganen la carrera a la vorágine de la actualidad de todos los días para poner una pausa e interrogarnos qué nos sucede ante la pérdida, ante la muerte inesperada, ante situaciones disruptivas que han alterado hasta la posibilidad de la despedida. Hacerlo es desde este espacio tender un lazo de empatía con quienes están atravesando sus propias pérdidas, en señal de que nada de lo que sucede en la esfera íntima de cada familia pergaminense es indiferente a la mirada de quienes escribimos sobre la realidad todos los días.


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