Perfiles pergaminenses

Carlos "Pocho" Marcolongo, la historia de un canillita con 40 años en las calles de la ciudad


Pocho habló de su vida en la casa de LA OPINION la hoja que lleva a los vecinos del barrio Acevedo

Crédito: LA OPINION

Pocho habló de su vida en la casa de LA OPINION, la hoja que lleva a los vecinos del barrio Acevedo.

Por mucho más de la mitad de su vida ha caminado y voceado vendiendo diarios en el barrio Acevedo. Está cerca de jubilarse, pero sigue teniendo el mismo entusiasmo de siempre, aun en tiempos difíciles para su actividad. En lo personal es orgulloso papá y amoroso abuelo. Buen amigo de sus amigos, futbolero y pergaminense de alma.

Carlos "Pocho" Marcolongo nació hace 67 años, un 9 de diciembre, en el barrio Acevedo. Hace cuarenta que es canillita, oficio que ejerció con placer y del que le cuesta desprenderse cuando se acerca la jubilación, que igual anhela como escalón para iniciar una nueva etapa de la vida. 

Creció en una familia integrada por sus padres, Alberto y Ana, y sus hermanos: Alberto, Ester, Liliana y Francisco (ya fallecido). "Mi padre era ferroviario y mi mamá ama de casa, tuve una infancia linda, en un barrio que era muy distinto a como es hoy. Nuestra casa estaba en Maipú y Córdoba y las calles de la zona eran de tierra", relata en el comienzo de la entrevista que se desarrolla en la Redacción de LA OPINION. Fue a la Escuela N° 4 "Bartolomé Mitre". Cuenta que desde muy chico, incluso todavía yendo al colegio, empezó a trabajar. Su primera experiencia laboral fue como heladero. Tenía 10 años y durante las vacaciones de la escuela se cargaba al hombro una caja conservadora y caminaba por las calles vendiendo helados. "Era una manera de poder tomarme algunos helados durante el verano", afirma y recrea las anécdotas de ese andar por todos lados conociendo la ciudad y abriéndose paso a la vida. 

"La primaria la terminé de noche porque había empezado a trabajar en una fábrica de madera que se dedicaban a la fabricación de pisos. Después fui cadete en una farmacia y en ese mismo lugar, empleado hasta los 20 años", agrega.

El Servicio Militar

Hizo un paréntesis en su actividad laboral cuando le tocó hacer el Servicio Militar en la Séptima Brigada Aérea de Morón. "Estuve 14 meses que me sirvieron para aprender muchas cosas. Yo siempre digo que hoy les haría falta a los chicos esa experiencia que te enseña disciplina y responsabilidad", reflexiona.

A su regreso comenzó a trabajar por su cuenta realizando algunas cobranzas y cuatro años después lo volvieron a incorporar al Servicio Militar en el marco de una convocatoria que realizaron en pleno conflicto por el Canal de Beagle. "Me incorporaron en Río Cuarto y desde ahí me mandaron a Santa Rosa, La Pampa, durante un mes a custodiar el aeropuerto", relata y asegura que aunque fue algo que se dio en el marco de un conflicto que podía suponer riesgos, nunca lo vivió con temor porque además le tocó cumplir con ese compromiso en un lugar alejado de la frontera. "Justo me fui el día de mi cumpleaños en diciembre y estuve hasta el 10 de enero, siempre recuerdo que ese año Navidad y Año Nuevo los viví de un modo muy particular lejos de mi casa", agrega.

El oficio de vender diarios

Cuando finalizó esa experiencia volvió a su vida en Pergamino. Continuó trabajando de manera independiente hasta que adoptó su oficio de canillita, ese que abrazó para siempre: "Hace más de 40 años que me dedico a vender diarios. Empecé siendo empleado de Pablo Magro y me quedé con el reparto cuando él falleció. Tengo el kiosco en calle Ameghino y San Lorenzo, lo atiendo yo todos los días".

Aunque asegura que hoy es muy complicado el presente de la actividad porque en tiempos de crisis económicas descienden las ventas, resalta que cuenta con una clientela muy fiel. "Estamos atravesando un momento complejo, la venta de diarios ya no es lo que era antes. Hay días que por fuera del reparto se venden dos o tres diarios, a excepción de los domingos y lunes que las ventas son mejores. Pero seguimos adelante", refiere y trae a la conversación el recuerdo de las épocas en que cualquier canillita a la mañana vendía 200 diarios. "Había lindos repartos, se trabajaba muy bien".

Hace un tiempo que inició los trámites para jubilarse, aunque sabe que deberá seguir trabajando. "Hoy una jubilación no alcanza para vivir, así que seguro continuaré trabajando, pero tengo deseos de jubilarme, de iniciar una nueva etapa".

A pesar de los avatares del presente y de los cambios que ha tenido su actividad a lo largo de los años, sigue disfrutando de lo que hace y del trato con la gente. "Arranco a las 4:30, busco los diarios, hago el reparto casa por casa en moto y cuando termino, abro el kiosco y me quedo hasta casi el mediodía", describe.

Tiene esas rutinas incorporadas, y el trato con la gente: "Mi clientela es muy fiel, gracias a Dios con los años hemos establecido una relación de confianza y aprecio".

 

Su familia

A la par de su trabajo Carlos conformó su familia. Se casó con Rosa Gamarra de quien está separado hace 10 años, pero con quien mantiene una muy buena relación fortalecida en el vínculo con sus hijos y su única nieta. 

Tienen tres hijos: Andrea Soledad (43), instrumentista quirúrgica en la Clínica Pergamino y en el Hospital; está en pareja con Gustavo Seta, restaurador de muebles; Tania Valeria (31), enfermera y radióloga, está en pareja con Hugo Matías Bidone, médico clínico; y Carlos Francisco (30), soltero, jugador de fútbol y tiene un reparto de pan.

Hace tres años es abuelo de Ernestina, una niña que asegura llegó para iluminar sus días: "Es un sol. Representa todo para mí".

Cuando habla de ella se emociona y reconoce que la pandemia ha alterado un poco la cercanía. "Ellos viven en J.A. de la Peña, estamos muy cerca, pero con todo esto que está pasando uno no puede estar todo lo cerca que desearía", resalta con la expresión de un deseo: "Espero que esto termine pronto, que pueda vacunarme y que podamos ir de a poco recuperando nuestras vidas". 

Amante el fútbol

Carlos se define como "un futbolero de ley". Aunque solo jugó en forma amateur y llegó hasta la tercera de Douglas Haig, reconoce que siempre sintió pasión por el deporte. Hincha del rojinegro y de River Plate, la vida le regaló el privilegio de que su hijo se dedicara a jugar profesionalmente: "La satisfacción más grande que tuve fue la que me dio mi hijo Carlos, jugando en Douglas me regaló dos ascensos; del Federal B al Federal A y de ahí al Nacional B. Fue lo más grande que me pudo haber dado como jugador de fútbol".

Una vida tranquila

En la continuidad de la charla refiere que cuando no está en el puesto de diario prefiere las rutinas sencillas. "La pandemia ha limitado algunas de mis actividades porque me cuido mucho y lo hago también para proteger a los míos".

"Hoy el cuidado que cada uno toma es la llave para poder estar un poco más cerca de los afectos", reflexiona y sostiene que en tiempos tan complejos como los que propone el presente, encuentra motivación en sus seres queridos para seguir adelante.

Vive solo y reconoce que extraña el encuentro con los amigos. "Cuando me separé tenía una peña todos los días, hasta los domingos habíamos armado una peña de separados", cuenta y aunque sabe que finalizada la pandemia ya no volvería a "salir tanto", sí aguarda poder reencontrarse con esos amigos de la vida que no saben de distancias.

Sus amigos del alma son Tito Cordone y Miguel Butteri. Tiene otros también a los que quiere entrañablemente y muchísimos conocidos. "Extraño la peña que con Miguel teníamos cada 15 días y que servía de excusa para conversar. Desde marzo del año pasado que no volvimos a reunirnos". 

Imagina el futuro como ese espacio tranquilo donde compartir el tiempo con personas queridas, disfrutando de cosas simples, una buena charla, los juegos con su nieta y la cercanía con su familia. "Uno no anhela mucho más. Me imagino la vida tranquila, pudiendo ver a mi nieta que es lo que más quiero y ayudando a mis hijos en todo lo que esté a mi alcance. Verlos encaminados y realizados en lo suyo me da una enorme satisfacción", resalta, sobre el final, confesando no tener asignaturas pendientes ni deseos más allá de esos que convocan a la felicidad como cosecha de sus años de trabajo en esta ciudad que ama.

Cuando la entrevista termina, agradece la posibilidad de haber podido contar su historia, sabiendo que en letra de molde estará en las páginas que él mismo se encargará de acercar a sus clientes, lectores fieles de estas historias que hablan de los personajes de la ciudad como Carlos y de ellos mismos.


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