Perfiles pergaminenses

Mabel Delestal, mujer emprendedora a quien la fuerza del amor la impulsó a cumplir sueños


Mabel Delestal hizo un recorrido por su historia de vida

Crédito: LA OPINION

Mabel Delestal hizo un recorrido por su historia de vida.

Es pergaminense por adopción. Se casó con Oscar Aranguren. Juntos dieron vida a "Pastas El Vasquito". Cuando él falleció tempranamente, con el apoyo de sus hijos siguió adelante honrando su memoria y haciendo crecer ese emprendimiento. Detrás de su historia hay un testimonio de resiliencia que muestra el valor del amor, el trabajo y la constancia.

Marta Mabel Delestal viuda de Aranguren es pergaminense por adopción y "por amor". Nació en Pehuajó y se mudó siendo muy chica a Longchamps, donde vivió hasta que sus padres, Eva Ibáñez y Bautista Delestal, se separaron. Con su madre y sus hermanos -Mirta y Hugo-, se fue a Avellaneda. Más tarde se establecieron en Florencio Varela. Cuenta que su madre hizo enormes esfuerzos por cuidarlos y brindarles lo mejor. "Ella trabajaba en la industria textil y como no podía dejarnos solos, mi hermano quedaba con una gente del barrio y a mi hermana y a mí nos puso pupilas", relata. Recuerda con un dejo de tristeza esos tres años: "Yo tendría 6 años y fue muy triste no poder estar con mi mamá. Era un buen lugar, pero no era nuestra casa".

No habla demasiado de su padre, solo refiere que tuvo trato con él siendo grande y que nunca sintió rencor. 

Al salir del colegio de monjas tuvo su primer contacto con Pergamino: su tía Jorgelina y su tío Altamira Lencina la recibieron en su casa donde vivió durante tres años. En ese tiempo fue a la Escuela N° 6. "Estuve aquí desde los 9 hasta los 12 años, y aunque mis primos, Hugo y Cacho, eran como hermanos del corazón, yo extrañaba a mis hermanos y a mi madre, así que regresé a Buenos Aires al terminar sexto grado".

 Allá comenzó a trabajar con su mamá, de la que habla con profunda admiración, valorando su capacidad de superar la adversidad y siempre enfrentar la vida con alegría y confianza.

Fue en ese núcleo familiar que Mabel conoció la cultura del trabajo, el afán de progresar y la recompensa al esfuerzo. "Tuve una linda adolescencia. Fue una época en la que recuperé a mi mama", señala conmovida.

Un destino en Pergamino

El destino se encargó siempre de traerla a Pergamino: "Venía durante las vacaciones a casa de mis tíos. Y así fue que conocí a quien fue mi marido".

Lo que cuenta la lleva a un baile de Carnaval en el Club Compañía. Allí conoció a Oscar Aranguren, con quien comenzó a intercambiar cartas cuando ella regresó a Buenos Aires. Volvieron a verse meses después y ya con la anuencia de su tío comenzaron un noviazgo que se transformó en una gran historia de amor "a la distancia".

"Teníamos 15 años cuando nos conocimos. Unos años después nos distanciamos y nos reencontramos a los 20", menciona Mabel.

"Cuando la relación tuvo un impasse yo sufrí mucho. Había sido mi primer amor y pensé que había terminado. Un día, estando en mi casa donde trabajaba con una máquina de tejido industrial, recibí una carta dirigida a mi hermana. Reconocí la letra de Oscar. Le había escrito para contarle que estaba en La Plata haciendo el Servicio Militar y que podíamos escribirle o visitarlo si queríamos. Le escribí y así retomamos el contacto. Después él se fue a Bahía Blanca para continuar el Servicio y recién volvimos a vernos en Pergamino cuando me invitó al casamiento de su hermana Yolanda".

Un año y medio después se casaron y se establecieron en Pergamino. 

Tuvieron cuatro hijos: Fabricio (46), Gabriela (44), Flavia (36) y Daiana (27).

"Cuando nos cansamos vivimos con mis suegros, Alberto y Catalina, y cuando nos entregaron la casa en el barrio Malvinas nos mudamos", comenta. Su esposo trabajaba en Pastas 'La Modelo', de Julio Valenti; y ella era ama de casa.

Cuando habla del presente, sus hijos y nietos ocupan el lugar central del relato: "Fabricio estaba en pareja con Doris Cesco, a quien quiero muchísimo. Ahora están separados y son los papás de Catalina (15) y Lola (10) que viven en Rosario. Gabriela está separada y es mamá de Tomás (20) y Joaquín (15). Flavia está en pareja con Adriana y tienen una familia preciosa con la que paso hermosos momentos; y Daiana es soltera, vive en Buenos Aires, estudia la carrera de contador público y trabaja en una empresa".

El kiosco

En el año 1978, con el dinero de un crédito que les habían otorgado para comprar un televisor para ver los partidos del Mundial, Mabel y Oscar pusieron un kiosco que atendieron en su casa durante 10 años. Guarda inolvidables recuerdos de esa actividad y del barrio Malvinas: "La gente era increíble y los chicos hicieron allí sus primeros amigos", refiere. Por ese entonces su marido trabajaba como viajante y más tarde ingresó a la fábrica Eslabón.

 

Elaborar pastas

Siempre buscando forjar un mejor porvenir, fue su esposo quien le planteó el deseo de volver a trabajar en el rubro de las pastas: "Con un dinero ahorrado y la venta del auto nos lanzamos a eso que parecía una aventura".

Ese fue el cimiento de Pastas "El Vasquito": "Armamos la primera 'fabriquita' en la casa de mis suegros, que tenían un almacén en Vergara Campos y Bolivia. Yo preparaba los rellenos en mi casa y los llevábamos para elaborar las pastas, en la misma habitación en la que habíamos vivido cuando recién nos casamos y que habíamos azulejado".

Afianzados en la actividad, más tarde se instalaron en Drago 38. Para entonces Oscar había dejado su empleo para abocarse de lleno al negocio. "Inauguramos el martes 13 de diciembre de 1988, y poco a poco la gente acostumbrada a amasar su propia pasta dejó de hacerlo para elegir la que preparábamos nosotros", cuenta Mabel recordando los comienzos del negocio que hoy es un emblema en la ciudad. 

"Amo el barrio Acevedo que fue el que nos dio el espaldarazo para crecer", expresa y recuerda aquellos inicios en los que se iban en bicicleta desde el barrio Malvinas para abrir el negocio.

Ponerlo todo, siempre

Mabel es una convencida de que todo aquello que se hace con amor está destinado a salir bien. Al decirlo cuenta que para equipar la fábrica llegaron a vender hasta la casa. "Oscar decía 'estas máquinas me van a devolver la casa'. Y fue así. Tres años después pudimos volver a comprar una propiedad en calle Ramón Raimundo".

Reconoce que siempre le resultó sencillo acompañar a su compañero en cada proyecto porque "era una persona que transmitía seguridad".

Cuando surgió la posibilidad de comprar el terreno del lugar donde la fábrica funciona actualmente -al lado del negocio original- tomaron el desafío. Sin embargo, Mabel reconoce que "los primeros cimientos fueron tristes" porque coincidieron con el tiempo en que a su marido le diagnosticaron una enfermedad oncológica.

"Tuvo un tumor cerebral. Fueron nueve meses muy duros. Primero lo operaron acá y más tarde en la Clínica Adventista con el doctor Herrera, pero a pesar de todos los esfuerzos no pudo salir adelante y falleció el 18 de junio de 2009", señala.

Seguir adelante 

La pérdida de su esposo fue un golpe muy duro del que le costó reponerse: "Fue como que se me terminó la vida. Creo que me ayudó el estar fuerte espiritualmente gracias a que desde hacía tiempo hacía Reiki y otras terapias alternativas", confiesa. "Igualmente me costó mucho volver al negocio. Mi cuñado Daniel un día me dijo: 'El negocio te llama y te necesita' y eso me hizo reaccionar".

Resalta que sus hijos la ayudaron mucho. Cinco años después lograron finalizar la obra de la fábrica y se instalaron donde funcionan hoy. Asegura que no sería nada sin su familia, sin la presencia en su vida de amigos incondicionales y clientes fieles.

Trabajar en familia

Como desde el primer día, sigue trabajando en familia: "Flavia está en la producción; Fabricio en la parte contable; Gabriela conmigo en la cocina; y Daiana cuando viene, en la venta al público. Y mi sobrina Evelina Ochoa es la primera en llegar y la última en irse de la fábrica. Hasta hace un tiempo trabajó mi sobrino Martín Lencina, que era mi mano derecha en la cocina. Hasta los nietos comienzan a involucrarse y aunque no es fácil trabajar en familia, soy muy afortunada".

"Cada uno de nosotros entiende lo que significa este emprendimiento y lo que representaba para Oscar. Honramos su memoria trabajando todos los días y contamos con un plantel de personal excelente e incondicional, muy buena gente", menciona, agradecida.

Una mujer resiliente

Si bien es cierto que hace unos años luego del fallecimiento de su esposo, su propia salud le jugó una mala pasada, tuvo la fortaleza necesaria para superar esa prueba y sobreponerse. "Siempre le pido fuerzas a Dios, y se ve que me escucha", refiere y agradece el apoyo que le brindan Silvia, su maestra de Reiki; y Marcelo Vargas su acupunturista, y su esposa Cintia. 

Su historia de vida la muestra tal cual es: una mujer que estuvo profundamente enamorada de su compañero, que fue capaz de superar la pérdida quizás valiéndose de los valores que aprendió de su madre y que con dedicación supo transmitir a sus hijos. "Las cosas en la vida se logran trabajando y confiando; no hay demasiados secretos".

"Mis hijos y mis nietos son lo más importante que tengo", afirma y reconoce: "Me costó aprender a vivir sin Oscar porque es parte de mí".

Con nostalgia recuerda cuánto disfrutaban irse de vacaciones. "Cuando me quedé sola me costó volver a viajar, pero tuve a mis amigos del alma, Dora y Aldo Risso, siempre dispuestos a acompañarme. Lo mismo que mi amiga Graciela".

"También cuento para todo con mis cuñadas Raquel y Yoli; mis cuñados Daniel y Omar; mis sobrinos; Cristina, la esposa de mi hermano; y mi hermana que vive en Varela con su hija. Tengo una hermosa familia", recalca.

Perceptiva, sabe aferrarse a lo positivo y confía en el curso de la vida. No le teme al final; sí al sufrimiento. Quizás porque vio sufrir a su ser más amado. Intenta no pensar en eso. Se queda con los recuerdos felices que le sirven de impulso para mirar hacia adelante. "Le agradezco a Dios todos los días el hombre que puso en mi camino para formar mi familia", expresa.

Sin asignaturas pendientes, todo lo que anhela es la felicidad de los suyos, que es su propia felicidad. "No me quedaron cosas por hacer. Quizás vivir en Merlo, pero no creo que sea posible", menciona. Sobre el final vuelve a su presente, ese territorio en el que disfruta de su gente haciendo lo que ama y honrando cada día el modo en que nació todo lo que tiene: fruto de un gran amor y de la constancia puesta al servicio de los sueños, que por fortuna se cumplieron.


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