Editorial

Ecos de la política cuando anula la posibilidad de la construcción colectiva


Las medidas tomadas por el Gobierno nacional para intentar desacelerar el ritmo de contagios de Covid-19 en la ciudad autónoma de Buenos Aires y el Area Metropolitana de Buenos Aires (Amba) generaron fuertes repercusiones políticas y una reacción espontánea de distintos sectores de la sociedad, agobiados tras un año de pandemia.

Más allá de la necesidad y legitimidad de las medidas restrictivas tomadas con fines sanitarios, la palabra presidencial rompió la barrera de lo sanitario y se introdujo en el centro mismo del escenario político; y lesionó algo en la relación con el colectivo social. Quizás porque hubo en el mensaje del presidente Alberto Fernández un tono poco conciliador, quizás sobreactuado en la necesidad de fortalecer la imagen presidencial y recuperar la iniciativa perdida y el efecto que sus discursos causados en el comienzo de la pandemia. Pero el tono y el contenido de lo dicho fue radicalmente diferente a lo que expresaba hace un año cuando sus palabras representaban desde la conciliación, una invitación a ser parte de una batalla colectiva contra un enemigo silencioso que debía incluir a todos. En aquel momento los profesionales de la salud eran héroes y los padres de los chicos en edad escolar, grandes aliados del sistema educativo en la preservación de la salud. Hoy el sistema de salud se relajó y las clases presenciales deben suspenderse porque las madres se amontonan a conversar en la puerta de los colegios y los estudiantes juegan a intercambiarse los barbijos. Esto sumado a que ni gobernadores ni intendentes están, a su juicio, a la altura de las circunstancias; lo que le exige a él asumir el costo de las decisiones.

Lo dicho al momento de anunciar las nuevas restricciones crispó el ánimo social. Muchos salieron a expresar su descontento. Médicos y profesionales del sistema sanitario se manifestaron en redes enumerando las múltiples situaciones que estaban atendiendo mientras el presidente de la Nación entendía que "se estaban relajando". Padres y alumnos de distintos niveles de la educación salieron a defender la presencialidad y a exigir que se vuelva atrás en la decisión de suspender las clases. Las principales sociedades científicas salieron al cruce de los anuncios y de la adjetivación exagerada del primer mandatario profundizando el clima de disgusto.

El mensaje presidencial estalló como una bomba y algo cambió. El espacio público se abrió a la expresión de posiciones que parecen no estar representadas en la mesa en la que se toman las decisiones. Al delicado momento de la pandemia se le sumó la crispación, el malestar y una grieta tan dañina como innecesaria, definitivamente instalada entre los principales decisores de la política que aunque lo niegan públicamente asumieron jugar el juego de la especulación, ese que devalúa la actividad política porque da paso al golpe bajo y a la chicana.

La adjetivación presidencial tocó hilos sensibles que oscurecieron aún más el horizonte de un país que está seriamente afectado por la segunda ola de Covid-19 y que no tiene certezas respecto de cuáles serán los instrumentos que se emplearán para dar batalla a un grave problema que es sanitario pero tiene implicancias en muchos otros aspectos de la vida social como la economía y el trabajo.

Más allá del cauce que tome el diálogo entre los principales dirigentes del país en los próximos días y del curso que siga la pandemia, lo cierto es que hay algo en la relación de los ciudadanos con sus líderes que parece haberse lesionado. Se requerirá de mucha pericia y de una buena cuota de mesura retomar la senda del consenso, algo que parece ilusorio a la luz de los discursos que a uno y otro lado del arco político no hacen sino echar leña a un fuego que ya está encendido.

También se necesitará autocrítica, para que no queden fuera del debate indicadores objetivos sobre el manejo de la pandemia. Solo las decisiones basadas en evidencia abren la posibilidad de conducir esta emergencia a un mejor destino y resulta difícil imaginar que esto pueda lograrse con discursos de alto voltaje que poco dicen de cuestiones centrales para la administración de la pandemia.

No ayuda a que las medidas se hagan carne en quienes tienen que acatarlas y sentirlas como una contribución necesaria para salir de esta emergencia si quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones eligen la chicana y el agravio. Esto vale para los dirigentes que están a uno y otro lado de la grieta. Es inadmisible que la pelea le gane la pulseada a la necesidad imperiosa de la búsqueda del consenso.

El daño social que genera la pandemia es de por sí enorme y no puede ser menor si a lo único que se apela es al destrato. Es hora de asumir que la mesura debe transformarse en protagonista porque hay que volver a construir confianza. Ese valor que se ha perdido en la relación entre los propios líderes y en el vínculo de estos con la sociedad. Solo de estrechar esos lazos que parecen rotos surgirá la posibilidad cierta de recuperar la cohesión que se necesita para dar una nueva batalla a un enemigo que sigue expresándose con una voracidad y que demuestra que ante la envergadura de la tragedia solo pueden ensayarse soluciones colectivas para lo cual hace falta un nivel de verdadera conciencia y cohesión social que hoy en Argentina no existen.


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23 de Marzo de 2024 - 05:00
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