Perfiles pergaminenses

Horacio Corazza, la sencillez de un hombre abocado al trabajo y la familia


  Horacio Corazza en la intimidad de su hogar relató su historia de vida (LA OPINION)

'' Horacio Corazza, en la intimidad de su hogar, relató su historia de vida. (LA OPINION)

Es playero de la estación de servicio Esso ubicada en la zona del Cruce de Caminos. En su tiempo libre fabrica autos de carrera en madera que moldea a mano y practica cicloturismo. Familiero y amigo de los amigos, la pandemia lo alejó del contacto directo con los clientes pero no lo separó del amor que siente por lo que hace.


Hasta hace un tiempo cualquiera que fuera a cargar combustible a la Estación de Servicio Esso ubicada sobre la ruta nacional N° 8 a la altura del Cruce de Caminos podía ser atendido por Horacio Corazza. Cuando la planta de expendio entró en obra de remodelación, fue trasladado al sector de abastecimiento de GNC, siempre como playero. A partir de la irrupción del nuevo coronavirus dejó de estar en la atención al público porque tiene más de 60 años y eso, frente al virus, suponía un riesgo. Desde entonces asumió otras tareas y las realiza con el mismo entusiasmo y responsabilidad de siempre. Le gusta ponerse su uniforme para ir a trabajar todos los días y lo afirma con el convencimiento que tienen aquellas personas que disfrutan de la labor que realizan. Hoy está abocado a tareas de mantenimiento, colabora con distintas actividades del funcionamiento de la estación y algunas veces oficia de sereno. Sabe que es una situación transitoria hasta tanto pueda vacunarse y retomar esa normalidad perdida. Asevera que durante todos estos meses se ha sentido muy acompañado y valorado por los propietarios de la empresa y por sus propios compañeros.

Acepta trazar su Perfil Pergaminense con la impronta de su sencillez. La entrevista se realiza una tarde de la semana cuando ya finalizó la jornada laboral. La charla transcurre entre anécdotas y proyectos. Extraña el contacto directo con los clientes de todos los días y lo expresa. A lo largo de más de 30 años como trabajador en el rubro de las estaciones de servicio ha sabido establecer buenos vínculos y cosechar amigos. Se define como un hombre de trabajo y lo es. Y se emociona con lo que para él es un reconocimiento: “Sé que mucha gente me aprecia y lo valoro”.

Forma parte de una generación de personas que debieron insertarse en el mundo laboral tempranamente para ayudar económicamente al sostenimiento de sus familias y siempre lo hizo con dedicación. Todo lo que constituye su historia de vida tiene que ver con el marcado apego a sus raíces y la perseverancia, que es lo que le ha permitido alcanzar sus metas.

Nació en Pergamino el 1° de marzo de 1959. Creció en el barrio La Amalia y aún vive en la casa de su infancia. Sus padres fueron Matilde Giacopetti y Domingo Corazza, ambos ya fallecidos. Lo mismo que su único hermano, Roberto Luján, que era ocho años mayor que él.

“Nací, crecí y vivo en la misma casa”, afirma y acerca a la conversación la referencia a un barrio que era muy distinto de como es hoy. “Cuando yo era chico las calles eran de tierra, en la esquina de mi casa estaba la vieja cancha del Club Provincial y ese era el lugar al que íbamos a jugar todos los días”.

Fue en la geografía de ese sector de la ciudad donde cosechó los primeros amigos. “Hice tres años de la primaria en la Escuela N° 50; después me cambiaron a la Escuela N° 62 y terminé séptimo grado de noche en la Escuela N° 4 del barrio Acevedo, porque en ese tiempo había que salir a trabajar”, describe. “Al principio fui cadete en una verdulería, me dedicaba a llevar pedidos y a hacer todo tipo de mandados. Después ingresé a trabajar en un taller de chapa y pintura; y más tarde en una fábrica de fideos que funcionaba en calle Lagos e Italia”.

En la confección

Teniendo 16 años, por recomendación de su cuñada Laborda que por entonces era novia de su hermano, tuvo la posibilidad de ingresar en Adba Confecciones, en el inmenso taller que funcionaba en Echevarría, entre calles Doctor Alem y San Nicolás.

La convocatoria al Servicio Militar le significó un paréntesis y al regresar retomó su actividad en la fábrica. Tiempo después trabajó en Fiorucci: “Era una empresa muy importante que funcionaba en la ciudad en un tiempo en el que Pergamino era la cuna de la industria textil y de fabricación de jeans. Trabajé allí hasta que la fábrica cerró”.

En el conflicto del Atlántico Sur

En la historia de su vida, su paso por el Servicio Militar lo transformó en parte de la historia misma del país. Así lo recuerda: “Me incorporé al Servicio Militar el 5 de marzo de 1978, como parte de la segunda clase que entrábamos de 18 años. Hice 12 meses en Bahía Blanca y estaba bajo bandera cuando se desató el conflicto del Atlántico Sur por el Canal del Beagle y me enviaron junto a otros compañeros durante seis meses a Río Gallegos en el marco de ese conflicto”.

Reconoce que vivió la experiencia con la protección que le confería el hecho de no tener demasiado acceso a la información sobre lo que estaba sucediendo. Sin embargo, eso no les evitaba el dolor del desarraigo. “Fue para las fiestas de fin de año de 1978 que el Papa Juan Pablo II envió al cardenal Samoré y se firmó el acuerdo de paz. Pensábamos que con eso íbamos a poder regresar, pero como parte de un tratado de amistad nos hicieron quedar en el sur dos meses más; o sea que estuve en el Servicio Militar durante 18 meses”.

Reconoce que la estadía en un lugar tan alejado del suyo y las condiciones en que eso ocurrió fue algo que lo marcó para siempre de un modo especial. “Con algunos compañeros aún nos seguimos comunicando y cuando hablamos a la distancia nos damos cuenta de lo que vivimos siendo casi niños y sin ningún tipo de entrenamiento. Fue duro. En ese momento no lo podíamos dimensionar porque las comunicaciones no eran como ahora. Cuando recibíamos una carta nos poníamos a llorar sin consuelo”, relata. Y recuerda que para poder hablar con su madre tenía que ir hasta una estafeta que funcionaba en Río Gallegos, llamar por teléfono a una vecina que vivía a una cuadra y media de su casa; colgar, aguardar que ésta la fuera a buscar; y volver a llamar para escucharla apenas unos minutos. “Era toda una epopeya en esa época”, recalca.

Su vida familiar

Está casado con Felisa Centeno, una mujer que conoció en el año 1980 trabajando en Fiorucci. Luego de cuatro años de novios, contrajeron matrimonio en 1984 y están juntos desde entonces. Ella siempre trabajó en el rubro de la confección y hoy ya está jubilada.

“Federico Damián es viajante, está en pareja con Macarena Samitier que es empleada bancaria; y Mariel Noemí es empleada de comercio y está casada con Leonardo Córdoba”, cuenta Horacio que siente una profunda emoción cuando habla de sus hijos y menciona a sus nietos: Donato (8), Camilo (un mes) y Renata (10).

Asegura que su familia es el pilar sobre el cual se sostiene todo lo demás. “Realmente soy muy familiero, me gusta reunir a mi familia”.

“Tengo mucha relación con mi prima hermana Mirta Corazza, que es como una hermana para mí; también con sus hijos; con los ocho sobrinos que tengo por parte de mi esposa; y los dos de mi hermano: Silvina y Hernán; y mi cuñada. “Realmente soy muy afortunado”, afirma este hombre que se declara “amigo de los amigos” y sin dar nombres porque sería imperdonable cualquier olvido, afirma que los considera parte de su familia. “Tengo muchos amigos, incondicionales”, refiere y también mucha gente conocida a la que lo une un gran afecto.

Su oficio de playero

Volviendo a su trayectoria laboral, comenta que cuando cerró Fiorucci estuvo un año haciendo changas hasta que apareció en su vida alguien a quien considera como “un segundo padre”. Habla de Alberto Bocanera, de la firma Bocanera y Dieguez. “Un día le comenté que tenía los chicos y necesitaba trabajar y él mismo me fue a buscar a mi casa para llevarme a trabajar en la estación de servicio Esso de calle Alsina”, relata. Y agrega: “Esa fue mi primera experiencia como playero”.

“Agradezco siempre la posibilidad que me brindó. Trabajé allí durante siete años hasta que la estación cerró. Y esa experiencia me valió de carta de presentación para mi trabajo actual en la Estación de Félix Ferrario, ubicada en la ruta nacional N° 8, kilómetro 222”.

Reconoce que le gusta su actividad. “Disfruto de ser playero, me hace bien el contacto con la gente. Hace 31 años que trabajo en el rubro”, refiere.

“Actualmente estoy en la parte de GNC porque la estación está en reparación. Me siento muy cómodo. Por la pandemia no estoy atendiendo al público, pero estoy abocado a otras tareas”, añade, señalando que hoy el emprendimiento comercial está a cargo de la hija del dueño de la estación y su yerno: Florencia y Ariel. “Se han portado siempre muy bien conmigo, me siento muy valorado”, resalta, agradecido.

Cicloturismo y juguetes de madera

Cuando no está trabajando invierte su tiempo en dos hobbies: el cicloturismo y la construcción de juguetes de madera.

“El cicloturismo es una actividad que practico hace 10 años. Con un grupo de amigos visitamos los pueblos del Partido de Pergamino por caminos rurales, es algo que me resulta muy placentero”, señala.

En el mismo sentido comenta que desde hace un tiempo incursiona en la fabricación de juguetes: “Estoy haciendo maquetas de autos de turismo carretera, los armo en madera, siempre trabajada a mano, son piezas de 50 centímetros por 15 centímetros de alto”.

“Empecé fabricando algunos para mis nietos y me entusiasmé. Comencé a fabricar otros para regalarlos o venderlos”, refiere, reconociendo que es un pasatiempo que le resultó de mucha utilidad durante el confinamiento impuesto por la pandemia. “Al principio de la cuarentena caminaba por las paredes, así que puse manos a la obra”.

Se valió de su habilidad para las actividades manuales y de la observación autodidacta de la tarea que realizan algunos artesanos amigos. “Mirando, haciendo, así los fui sacando”, agrega reconociéndose amante del automovilismo. “Soy seguidor del Turismo Carretera, antes iba a las carreras, pero ya ahora no porque mi trabajo no tiene sábados ni domingos”.

Pergamino y el futuro

A Horacio le faltan aún tres años para jubilarse y no piensa demasiado en el retiro. “Me siento bien y tengo ganas de trabajar. No sé si me dejarán seguir, se verá cuando llegue el momento”, afirma. Lo que sí sabe con certeza es que cuando queden atrás las rutinas de la actividad laboral anhela inaugurar un tiempo para viajar; seguir andando en bicicleta; disfrutar de Pergamino, de los lugares de la Peatonal donde poder tomar un café viendo a la gente pasar; o de los espacios públicos como el Parque Municipal y el Aeroclub donde compartir un buen mate. Y por supuesto, reunir a la familia y a los amigos.

“Amo esta ciudad y es aquí donde imagino la vejez, junto a mi gente querida”, concluye. Y sabe que esa será la mejor recompensa, esa que en el anhelo ya lo colma de felicidad.


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