Perfiles pergaminenses

Miriam Alesso, quien de la mano de la fonoaudiología marcó una senda en el ámbito de la salud pública


 Miriam Alesso en la intimidad de su consultorio (LA OPINION)

'' Miriam Alesso, en la intimidad de su consultorio,. (LA OPINION)

Hace unos días se jubiló como jefa de la Unidad de Fonoaudiología del Hospital. Trabaja en el Ceat N° 1 y desde el primer día de ejercicio profesional, tanto en lo educativo como en lo sanitario asumió cada desafío con un marcado compromiso. Participó de instancias fundantes de proyectos que la trascenderán. En cada uno puso la impronta de su sensibilidad.


Miriam Patricia Alesso dedicó buena parte de su vida al trabajo en el campo de la salud pública, ejerciendo como fonoaudióloga en el Hospital San José, lugar del que se jubiló a fin de 2020. Su Perfil Pergaminense es el de las personas que de la mano de su profesión no solo han alcanzado metas personales sino que han abierto caminos que marcaron un rumbo que continuarán otros. También en el ámbito educativo cuenta con una rica trayectoria por su desempeño; y de hecho sigue trabajando en el Centro de Atención Temprana (Ceat N° 1). La entrevista transcurre dejando traslucir las emociones que se juegan en un momento de la vida en el que se inaugura una etapa y es propicio el balance.

Cuenta que creció frente a la Plaza 25 de Mayo, ese territorio de juego en el que no había distinción entre varones y mujeres y donde daba lo mismo jugar a los soldaditos, a la maestra o a la secretaria con escritorios inventados que se valían de los cajones vacíos que en la vereda dejaba su padre que era mayorista de frutas y verduras. “La vida en esa época era otra cosa”, dice y recrea las tardes que pasaba con sus amigas de siempre taconeando con zapatos de las tías. “Tengo recuerdos entrañables de los amigos con los que compartí esas vivencias, nombrarlos a todos sería imposible, y cualquier olvido sería imperdonable”, aclara y menciona a Marisa y Patricia Raimundo, Marcela Majul, Norma Zabaleta y Norma Bichara, “amigas de toda la vida”.

Su padre fue Santiago Juan José Alesso, ya fallecido. Y su mamá es María Haydeé Bassi de Alesso, una mujer de 87 años muy bien llevados. “Eramos tres hermanas mujeres: Mónica, que falleció muy joven; yo era la del medio; y Marisa la más chica”.

“Me crié en la casa de mis abuelos maternos venidos de Italia, Marino y Anunciada. En la parte de abajo vivían ellos y arriba había dos departamentos, en uno vivíamos nosotros; y en el otro mis tíos Pedro Alesso y Ana Beba Bassi con mis primos Mario, Marcelo y Marcos, que son hermanos para mí. Mi mamá es hermana de mi tía y mi papá hermano del papá de mis primos; así que nosotros nos criamos los seis juntos, a todos nos pusieron nombres que comenzaban con la letra M y siempre fuimos muy unidos. Toda la vida tuve dos mamás y dos papás”, refiere. También menciona a sus abuelos paternos, Isabel y Francisco, que vivían a unas cuadras y con los que siempre compartían momentos hermosos.

El valor del encuentro

Aquella unión familiar de la infancia se trasladó de generación en generación. “A esta casa donde vivo hoy le decíamos ‘Restoran’ porque era el lugar de encuentro para todos - y lo es, salvo ahora por la pandemia-. Mi esposo empezaba a hacer el asado para nosotros y al rato se sumaban sobrinos, primos, amigos. Extrañamos mucho eso”.

Está casada con Juan José Albani, comerciante que trabaja en Autoradio Alesso. Tienen tres hijos: Rocío, que vive en Buenos Aires, está en pareja con Carlos y son los papás de India (4) su primera nieta. Antonella, que vive en Australia y está en pareja con Benjamín; y Diógenes, que está en pareja con Ana y viven en Buenos Aires”.

Confiesa que haber estrenado el título de abuela con la llegada de India le permitió descubrir “un amor diferente”.

Conoció a su esposo en el cumpleaños de 15 de Marisa Raimundo, una de sus amigas de la infancia. “Lo vi entrar con su hermana y le confesé a mi amiga que me parecía muy lindo su primo. Me dijo ‘te lo voy a presentar’ y así fue que nos pusimos de novios y 11 años después nos casamos y formamos una familia hermosa”.

Una profesión que la enamoró

Fue desde jardín al Colegio Nuestra Señora del Huerto y al egresar se fue a Buenos Aires para estudiar Fonoaudiología. “Me costó adaptarme. Vivíamos en un departamento que mis padres habían comprado con mis tíos; pero el ritmo de vida me resultaba enloquecedor, así que rendí los primeros parciales y me volví. Mi padre entendió la situación. Pasadas las vacaciones de invierno retomé y me fui enamorando de mi carrera”, señala.

Ya con el título comenzó a trabajar, primero en un jardín de infantes en el que tomaban fonoaudiólogos. Después en el Hospital Fernández, en el Hospital Español y en la atención de pacientes en domicilio.

Regresó a Pergamino en 1983. Al año siguiente se casó, en 1986 nació su primera hija. “Cuando llegué puse el consultorio en la casa de mi abuela y empecé a hacer suplencias en Educación, en la Escuela N° 503 y 502”.

Primeros pasos en el Hospital

En el año 1985 recibió el ofrecimiento para ser concurrente en el viejo Hospital San José. Tomó el desafío y comenzó a trabajar junto a Guillermo Aiello, Edith Ailán y Verónica González Padilla, llevando su audiómetro. Su nombramiento llegó en el año 1988, ya en el Hospital nuevo. En paralelo seguía trabajando en la órbita privada. En el año 1993 consiguió su nombramiento en Educación y comenzó a trabajar en el Centro de Atención Temprana N° 1. “Logré que mis trabajos confluyeran en el predio hospitalario y eso, más allá de los espacios físicos, significaba la posibilidad de desarrollar un trabajo articulado. Me llevaba los nenes del Hospital a la escuela y viceversa”, refiere.

Siempre sintió un profundo compromiso con lo público y fruto de ello dedicó tiempo a capacitarse. Asegura que contó con el apoyo de las distintas direcciones para alcanzar los objetivos que se proponía: “Trabajé sin defender ninguna bandera política; viendo lo que era mejor para el Hospital y los pacientes”.

“Gestioné un consultorio para el trabajo con adultos con patologías neurológicas. Conté con la ayuda incondicional de mis compañeros y lo conseguí. Me asignaron un lugar enfrente de Kinesiología con quienes articulábamos mucho”.

La gratitud acompaña el relato: “Siento un profundo agradecimiento hacia mis pares, hacia el personal de Enfermería y los profesionales de todas las áreas; la gente de limpieza, mantenimiento, electromedicina; todos siempre estuvieron a mi lado en cada proyecto”, resalta.

En la atención primaria

En una ocasión recibió el ofrecimiento de la dirección del Hospital para asistir a la sala de salud “Italo Viglierchio” para atender a niños. “Inicié un camino que me dio enormes satisfacciones. Durante 18 años los martes y jueves atendía en la salita. Fueron años inolvidables, con gente como Alicia Otto, la enfermera; Graciela Oviedo, la pediatra. Se hacía una tarea impecable para una población enorme, y yo me sumaba a todas las iniciativas. Hicimos hasta obras de teatro para que los papás entendieran la importancia de los controles de salud de sus hijos”.

Casi dos décadas después dejó la sala para abocarse a la tarea de trabajar con niños con patología neurológica. “Habíamos conformado un equipo con Clide Coscia, Eve Verde que estaba en Región Sanitaria y Antonia Irizar que trabajaba en Terapia Ocupacional”, señala.

Reconocimiento a su trabajo

Consiguió la jefatura de la Unidad de Fonoaudiología del Hospital durante la gestión del doctor Gerardo Monacci y lo vivió como “un reconocimiento”.

“En 2010 desde la dirección del Hospital me convocaron para participar de una reunión del Programa de Detección y Atención de la Hipoacusia Infantil. Y tuve el honor de que me designaran coordinadora regional. Fue una tarea muy enriquecedora que me obligó a involucrarme en la gestión y a trabajar con los 13 hospitales de la Región Sanitaria IV”, relata.

“Yo había hecho una capacitación en audiología y en ese curso aprendí que a los bebés había que evaluarlos con los elementos que tuviéramos a mano. Se lo conté a Mary Langoni, directora del Ceat N° 1, y con el apoyo de la cooperadora de la escuela compramos un audiómetro pediátrico y desde ese día con Zulma Martini empezamos a evaluar la audición de los bebés en las cunas de Neonatología”.

“Mi trabajo en audiología había empezado ahí, Clide Coscia lo conocía y cuando llegó la convocatoria del Ministerio de Salud para trabajar en el programa, entendieron que era la persona indicada para coordinarlo”, agrega.

“Esa experiencia me dio la posibilidad de hacer la diplomatura y de estrechar vínculos de amistad con colegas. De hecho hace un tiempo presentamos un proyecto para hacer control auditivo en adultos, la iniciativa fue aprobada y estamos a la espera de poder implementarla”, refiere.

“Gracias al orograma conseguimos el otoemisor para el Hospital San José y el equipo de potenciales evocados”, precisa.

El sueño cumplido

La creación del Servicio de Rehabilitación del Hospital fue un proyecto que Miriam define como “un sueño hecho realidad”. Tuvo la fortuna de participar de esa instancia fundacional y hacer el aporte de su trabajo al cumplimiento de ese anhelo.

“Clide Coscia trabajó mucho en la gestión y nosotras aportábamos estadísticas y el conocimiento de nuestro trabajo. Verlo realizado permitió consolidar un equipo interdisciplinario al que se fue sumando gente muy valiosa. Hoy en mi lugar quedará María José Gallo, ayudada por Juliana Habib y Verónica González Padilla” agrega.

La tarea formadora

Otro hito en su carrera fue la creación de la Residencia de Fonoaudiología: “Yo había empezado como docente en 2008 con alumnas de la Universidad de Rosario que realizaban sus prácticas en el Hospital. Más tarde nació la idea de abrir la Residencia. Trabajamos mucho con Antonia Irizar -ya que también se gestionaba la de Trabajo Ocupacional- y fue incansable la labor de Angela Pacífico, Diego y Guillermina del Servicio de Docencia e Investigación. Cuando se creó fui instructora y eso me permitió acompañar a los residentes, algo muy desafiante”.

Una decisión difícil

Jubilarse fue una determinación meditada: “Mis hijos comenzaron a decirme que ya era suficiente, y me convencieron. Me fui del Hospital el 30 de diciembre de 2020; mantengo mi cargo en el Ceat; y desde hace dos años retomé la actividad en el consultorio que armé en mi casa”.

Esta nueva etapa le dará el tiempo para inaugurar otras rutinas. La principal será disfrutar de su familia y los amigos; viajar, recuperar sus peñas, aprender tango y jardinería. Esa será la recompensa para esta mujer de casi 62 años a la que le gusta salir a caminar todas las mañanas, leer, hacer yoga, estar en su casa y vivenciar con felicidad el placer de ese compañerismo que la une a su esposo desde el primer día.

“Me fui del Hospital con el alma llena, la carrera hospitalaria fue todo para mí. Ejercer en el campo de la salud pública es una decisión de vida”, afirma, sobre el final. Y al mirar hacia atrás sabe que lo único que se sacó al jubilarse fue el ambo que todas las mañanas se ponía para ir al Hospital. Lo demás perdura en ella y en lo que su tarea hizo. “Más de una vez cruzando el parque para ir a trabajar me preguntaba qué iba a ser de mí cuando ya no tuviera el uniforme”, confiesa. Ese futuro ya llegó y se abre para ella a nuevos desafíos. Sin el ambo ya, pero con el compromiso, intacto. 


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