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Para Domingo Castagna, “es urgente hacer conocer que Cristo es el redentor”


 Castagna hoy arzobispo emérito con el Papa Francisco (DIARIO EPOCA)

'' Castagna, hoy arzobispo emérito, con el Papa Francisco. (DIARIO EPOCA)

El arzobispo emérito de Corrientes y que fuera obispo de nuestra diócesis entre 1984 y 1994 ofrece su mirada sobre la sociedad actual, la falta de valores y la mediocridad haciendo un paralelo con la festividad del bautismo de Jesús que se recuerda hoy.

DE LA REDACCION. “Abrumada por algunos gobernantes irresponsables y la criminalidad de los delincuentes, nuestra sociedad necesita recuperar la esperanza de revertir su situación. El egoísmo y la mediocridad siguen enrareciendo la atmósfera social, hasta tornarla irrespirable, sin embargo, el bien es más poderoso que el mal, el amor vence al odio y el perdón a la locura de la violencia. Cristo es el redentor de la humanidad y es urgente que sea conocido y amado”, dice el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, en su sugerencia para la homilía de este domingo del Bautismo del Señor. 

Castagna explica: “Jesús se somete al bautismo penitencial de Juan para que el Padre lo transforme en una corriente de gracia que regenere a los hombres y, de esa manera, los saque del pecado y los conduzca a la santidad. El gesto de abajamiento de Dios hasta el hombre, postrado por su estado de infidelidad, se realiza en aquel momento. Juan Bautista da por terminada su misión para ceder todo el espacio a Cristo, la misma santidad encarnada. La salvación está en El -es El-, por ello es imprescindible que lo conozcan. El bautismo del Señor en el Jordán da lugar a la revelación de la identidad del joven primo de Juan Bautista. Nos hace recordar la Visitación de María a Isabel, la madre de Juan. Entonces se produce un movimiento en el seno materno de Isabel, que sólo ella sabe interpretar: ‘Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!’ (Lucas 1, 40-42). Todo el tiempo litúrgico anterior, dominado por la Navidad, introduce, a sus celebrantes, en la contemplación visible del misterio invisible. Lo afirma, con verdadero júbilo, el apóstol Juan: ‘Porque la vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado’”. (1 Juan 1, 2) 

 

Esperanza de cambio

Trayendo a nuestros días el episodio bíblico, dice el arzobispo: “Nuestra sociedad, abrumada por la irresponsabilidad de algunos gobernantes y la criminalidad de numerosos delincuentes, necesita recuperar la esperanza de revertir su situación. Dios eligió cómo lograrlo al decretar la encarnación de su Hijo. Es urgente hacer conocer el hecho de la intervención de Dios en nuestra malograda historia. El lo hace a su manera -misteriosa e inexplicable- que le exige involucrarse personalmente, hasta el extremo de soportar ser salpicado por el barro de sus criaturas, sin dejarse manchar por él. Insisto en el ‘hecho’ para disipar cualquier sombra de fabulación. La evangelización no consiste en la exposición de un producto de la fantasía de Disney World sino en el anuncio de un hecho real que aconteció, y trasciende su tiempo, haciéndose presente ahora y en cada momento de la historia. Es preciso despertar la conciencia de que Cristo resucitado es contemporáneo de todos los hombres y de todos los pueblos. Como causa de salvación -de perdón y de santidad- está al alcance de quienes necesitan hoy ser redimidos. ¿Quién no está hoy necesitado de redención? ‘Quien afirme no estarlo es un necio y corre el riesgo de perderse trágicamente’; la confesión humilde del Papa Francisco, considerándose pecador con los pecadores, constituye un gesto ejemplificador para todos. No es preciso haber cometido pecados personales para estar comprendidos en la condición de pecadores, necesitados de penitencia. San Pablo así lo entiende cuando se refiere a la encarnación del Hijo de Dios”.

 

El mal alojado en el corazón 

Continúa diciendo Castagna: “Los más santos de la historia se consideran necesitados de la misericordia de Dios. Porque todos, sin excepción, comprueban la debilidad de la carne, inicialmente herida por acción del mal. Consecuencia de un erróneo uso de la libertad, el mal se aloja en el corazón de la humanidad desde los primeros padres. Agravado por los pecados personales se confabula para impedir el regreso al camino que Dios ofrece en Cristo, con entrañable misericordia. El combate durará toda la historia. La base de la derrota del mal está en la práctica de la humildad, por parte de los afectados. El pecado, o el verdadero mal, es un acto insensato de soberbia. El relato bíblico de la tentación diabólica es la simple crónica de la pretensión de ser como Dios, incentivada por el enemigo. Ese mal es vencido por el mismo Dios, en su Hijo eterno, haciendo propia la condición humana y redimiéndola. Es preciso que el mundo se notifique de este hecho fundante de una nueva historia humana. De otra manera perderá su tiempo en busca de lo que ya ha acontecido, con el riesgo de seguir equivocando el camino”.

 

Que sea conocido y amado 

“El bautismo que recibe Jesús, en el lecho manso del Jordán, es un gesto simbólico con el que Dios se hace cargo de la redención de la humanidad. Entrañan la humildad y la pobreza como rasgos identificatorios del redentor. El Dios que se humilla, hasta el ‘anonadamiento’, tiende el puente que conduce a la verdad y al bien para quienes deseen atravesarlo. Es imprescindible que se publique, para que los protagonistas de la actualidad social dejen de ir a los tumbos y decidan cruzar el puente que conduce a la Vida. El aturdimiento producido por el egoísmo y la mediocridad sigue enrareciendo la atmósfera social, hasta tornarla irrespirable. El bien es más poderoso que el mal, el amor vence al odio, la justicia a la discriminación y el perdón a la locura de la violencia. Cristo es el Hacedor de la Redención, que reconduce a la humanidad a su Verdad perdida. Es muy urgente que sea conocido y amado”. Así se expresó monseñor Castagna, especialmente a los sacerdotes, para que lo compartan con la feligresía.


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