Perfiles pergaminenses

Severino Juan Bellina: un hombre de origen humilde que se forjó un buen destino


 Juan Bellina en la intimidad de su cocina narró su historia de vida (LA OPINION)

'' Juan Bellina, en la intimidad de su cocina, narró su historia de vida. (LA OPINION)

Es un vecino del barrio Acevedo a quien muchos conocen por su apodo de “Gringo” y por sus obras como albañil, o su andar por las calles siendo “verdulero”.  Nació en un hogar humilde, trabajó desde niño y  su “perfil pergaminense” rescata las vivencias de alguien que logró superar circunstancias adversas para construir una vida tranquila.


Severino Juan Bellina es un vecino del barrio Acevedo que tiene 80 años. Nació el  29 de octubre de 1936 en el campo de Villanueva, ubicado en Mariano Benítez. Lo conocen con el apodo de “Gringo”. Nació en una familia humilde y su historia de vida es parecida a la de muchos de su generación que crecieron trabajando a la par de sus padres y consiguieron escalar peldaño por peldaño hasta alcanzar cada objetivo. Es de los que logró lo que tiene con esfuerzo. En su memoria están vigentes los recuerdos de un pasado que lo encontró junto a sus hermanos.

“Mi madre siempre me contaba que ella juntó maíz hasta un día antes de tenerme a mí”, recuerda y menciona que pudo nacer gracias a la ayuda que en ese momento le dio a su mamá una señora que también estaba abocada a la recolección del cultivo y su padre que estaba presente. Fue el cuarto hijo del matrimonio de sus padres  Antonio Bellina y Josefa Cantale. En total fueron ocho hermanos, cinco mujeres y tres varones. Juan asegura que desde siempre fueron “muy pobres”. Lo dice con honra. 

“Mi papá trabajaba en los hornos y las quintas y en la cosecha trabajaba en el campo recolectando el maíz”, refiere en el comienzo de la entrevista que se concreta en la casa que comparte con su esposa en el barrio Acevedo. El lugar de “sus amores”. Vivió siempre allí. De chico había vivido en Ameghino y Paraguay, después se mudaron a un rancho ubicado en Río de Janeiro.

“Teniendo 4 ó 5 años nos fuimos al campo de Don Luis Casio en Basualdo. Nos llevaban al rastrojo y nos tapaban con bolsas de arpillera. Mi hermana y yo jugábamos con las lauchas”, relata en una anécdota que en el presente comparte con sus nietos. “Nuestros juguetes es lo que había en el campo, pero nos divertimos. Mi mamá nos había hecho un cinto y una maleta pequeña y me llevaban en el medio de mi mamá y mi papá a juntar maíz a trabajar a la par de ellos”.

También recuerda la campaña de recolección de maíz en la que trabajó su familia en la localidad de J. A. de la Peña, con Don Carlos Amador. “Allí llevamos todas nuestras cosas, nos venían a buscar con un breque, cargábamos toda la familia y nos íbamos”, cuenta, este hombre que recuerda haber dormido en un galpón tapados con bolsas. “En ese tiempo no había cocina ni heladera, la carne para que se mantuviera había que colocarla en la fiambrera”, menciona. Los patrones de ese establecimiento eran generosos con ellos. “Ordeñaban las vacas todos los días y le daban a mi mamá por lo menos cinco litros por día, con los que ella preparaba arroz con leche o polenta con leche. También nos daban la verdura. Fue gente muy buena con nosotros”. Lo que cuenta habla del sacrificio y de la pobreza. También de la unión de la familia que siempre se mantuvo.

 

La relación con sus tíos

En un segmento de la entrevista Juan cuenta que en una oportunidad se fue a casa de sus tíos, Severino Travieso y Juana que trabajaban en un tambo. Sus primos iban a la escuela y él se quedaba trabajando como boyero. Estuvo un tiempo llevando los terneros a un potrero y las vacas a otro. Allí aprendió a hacer de todo. Tenía 11 años. A su padre le habían dado trabajo en el “Monte de los Curas”, donde hoy es Scalabrini. A los dos meses de estar en el tambo su tío lo trajo de visita al lugar donde estaban sus padres. Al verlos supo que quería quedarse. Sin embargo, volvió al tambo, pero la necesidad de estar cerca de su familia lo trajo de regreso. “Mi tío cargó mi ropa y un colchón de chala y me llevó donde estaban mis padres en el ‘Monte de los curas’”.

 

Trabajar desde niño

Juan fue a la Escuela Nº 4, pero solo por épocas ya que varias veces al año su familia se iba a trabajar al campo.  En el rescate de algunas vivencias habla de su hermana mayor, de su madre a la que cuidaban con cariño. También de sus maestras que le compraban verduras que él siendo niño vendía en una canasta. “Enfrente de mi casa había un lote baldío en el que mi padre trabajaba la quinta. Había de todo, y lo que cosechábamos yo lo vendía. Para regar había que sacar agua de un pozo tirando un balde con una soga.

“Mi mamá me mandaba a vender lo que cosechábamos, salía caminando con una canasta, en esa época no había carrito. Iba hasta calle Alsina, le vendía a una maestra Mirta Caracciolo y también le vendía a mi maestra Marta Ubillos que vivía  en Lagos, al lado del Club Tráfico’s Old Boys”, cuenta. Y agrega que con el dinero que juntaba producto de vender la verdura su madre le hacía los encargos para que hiciera las compras familiares. Así se ve siendo un niño yendo hasta la carnicería a comprar la media cabeza de vaca, corazón y achuras y a la panadería a comprar pan oreado. “Recorría los lugares en los que sabía que vendían más barato. El kilo de pan del día anterior salía 20 centavos. Me seguían los perros cuando regresaba a mi casa”.

Se ayuda en la entrevista con hojas de papel en el que las anécdotas están escritas de su puño y letra. Afirma que por momentos le falla la memoria. Sin embargo, sus recuerdos están intactos.

Ayudado por esos apuntes menciona que estando en el “Monte de los Curas” con sus padres, y siendo aún muy chico, salió a buscar trabajo. Así llegó a Filomeno y Abaca que tenían horno de ladrillos. Les pedí empleo, pero no necesitaban. Me contactaron con un señor de apellido Trotta. “Este señor lo conocía a mi padre desde siempre, así que vino a hablar con él y me contrató en el horno de ladrillos por 12 pesos por mes. Ese hombre, su esposa y sus hijos, fueron como una familia para mí. Trabajé con él hasta los 17 años en que mi padre se enfermó y tuve que ir a cuidarlo”.

Después trabajó de albañil. “Fue un oficio que me gustó mucho y que me permitió conocer mucha gente con la que trabajé, algunos de ellos ya fallecidos”, menciona. Y recuerda sus anécdotas de oficio con Ismael Trotta, Julio Acevedo, Roda, gente que lo ayudó mucho a progresar.

 

Su propia familia

En otro momento de su vida y hasta que fue al Servicio Militar volvió a ser verdulero. Ese oficio que lo acompañó por un buen tiempo le permitió conocer a su esposa. 

“No tenía 20 años todavía y recorría caminando la ciudad para vender verdura. Así conocí a mi esposa, yo le vendía a una prima de su mamá, le había quedado debiendo una bolsa de papas y salió para reclamármela. Seguí viéndola cada vez que iba a vender y a los pocos días le pedí una cita”.

Habla de Carmen Santoro, su compañera desde hace 60 años. Luego de algún tiempo de novios y algún distanciamiento, se reencontraron. 

Se casaron al regreso de Juan del Servicio Militar, cuando ya habían conseguido tener algunas cosas para “armar su propio nido”.

Por entonces había entrado a trabajar en el Ferrocarril, eso le daba cierta estabilidad. “Teníamos una mesa chica, dos sillas, dos bancos, un ropero y una cama. Teniendo eso nos casamos el 16 de junio de 1959”, refiere. Todo lo que consiguieron después fue fruto del esfuerzo que hicieron para progresar.

Recuerda cada una de las vivencias del noviazgo, rescata la relación con su familia política y destaca el compañerismo que les sirvió de guía en los muchos años que llevan juntos.

“La primera torta de cumpleaños que tuve en mi vida me la hizo ella con mi cuñada”, recuerda y se emociona al sentirse querido. Su esposa es testigo de la entrevista y ríe con cada una de las anécdotas que él cuenta con lujo de detalles.

Tuvieron tres hijos: Edelmi Leticia, casada con Oscar Damelio; Mario Antonio, casado con Liliana di Lorenzi y Juan José está separado.

Tienen nietos: Tania, Juanchi, Leidi; Ezequiel, Mariana y Daniela; Jonatan, Mariela, Daiana, Mariquena y Enzo. Además tienen ocho bisnietos: Camila, Bautista, Nazareno, Lautaro, Jorgelina, Costanza, Tihago y Jano.

 

El presente

Juan trabajó de albañil hasta que su corazón le jugó una mala pasada. Estuvo internado en Buenos Aires mucho tiempo y terminó jubilándose por invalidez. Hoy disfruta de su condición de jubilado. Tiene rutinas sencillas. Cultiva la quinta en el patio de su casa, hace los mandados, lee el diario. Aunque tiene algunas dificultades para ver, trata de no limitarse para hacer las cosas que le gustan. Las comparte con su compañera de vida. No tiene grandes aspiraciones. A medida que avanza la charla, la conversación toma un carácter más informal, las anécdotas del pasado y del presente se entrelazan con los recuerdos y los sueños. De a ratos vuelve a ser el chico que dormía en el colchón de chala tapado con mantas fabricadas de arpillera. Por momentos es el albañil que construyó muchas casas. Como construyó su vida, superándose a sí mismo. Quiere ver bien a los suyos, quiere sentirse bien. Afronta con templanza las dificultades que le van poniendo en el camino algunos achaques de la salud y sigue hacia adelante, disfrutando junto a sus seres queridos de una vida que le gusta vivir.


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