Perfiles pergaminenses

“Semilla” Giamarchi: una gloria del deporte que vive con humildad su presente


 Giamarchi una figura del mundo del fútbol recreó sus anécdotas (LA OPINION)

'' Giamarchi, una figura del mundo del fútbol, recreó sus anécdotas. (LA OPINION)

Integró el equipo de Douglas Haig que consiguió el histórico ascenso al Nacional B en 1986. En estos días fue designado utilero del club de sus amores. Remisero, padre,  abuelo y amigo. En cada tarea que le toca realizar pone lo mejor de sí. Lleno de anécdotas, supo vencer la adversidad y enfrenta la vida con alegría, su mayor tesoro. 

Santiago Rubén “Semilla” Giamarchi fue parte del equipo de Douglas Haig que consiguió el histórico ascenso al Nacional B en 1986. Es dueño de una larga trayectoria deportiva, sin embargo recrea sin estridencias el recuerdo de aquellas épocas de gloria y vive con humildad el presente que lo mantiene ligado al club de sus amores, del que fue designado utilero esta semana, tras el fallecimiento de Oscar “Cacho” Rossi. En su vida laboral es remisero y se define como una persona que en cada lugar en el que le toca estar se preocupa por poner lo mejor de sí.

Es humilde y tiene un sentido del humor que acerca en cada momento de la entrevista en la que delinea su “perfil pergaminense”. Tiene una vida sencilla y un aspecto jovial, propio de aquellos que vivieron ligados al deporte y abrazaron esa actividad con pasión. Su sobrenombre es heredado de su padre y él lo legó a su hijo y sabe que el mismo apodo llegará a su nieto. “Es una particularidad de la familia”, afirma y trae a la charla el recuerdo de su padre Santiago, un hombre que era constructor; y de su madre Ana, que era ama de casa. El es el menor de seis hermanos: Ana, ya fallecida, Susana, Norma, Stella y Graciela. “No soy el mejor, pero soy diferente”, afirma. Esa singularidad lo define.

Asistió a la Escuela Nº 4 y vivió en el barrio Acevedo, en calle Manuel de la Fuente. Allí creció. Cuando terminó la primaria se fue a estudiar a Colón, donde fue pupilo de lunes a viernes. “Estuve un tiempo allá y después disparé. Me fui a La Plata a las divisiones inferiores de Estudiantes; después volví y me establecí en el barrio Centenario”, refiere este hombre que se define como “alguien que siempre supo adaptarse a las circunstancias que le fue presentando la vida”.

 

El fútbol, su pasión

“A los 12 años empecé a jugar en Douglas Haig, en la séptima división. A los 15 llegué a Primera, en 1971. En 1973 me compró Lucini, en 1976 me tocó el servicio militar en Junín, jugué en Jorge Newbery de esa ciudad y después volví a Pergamino. En 1977 jugué en Juventud; en 1978 volví a Lucini y cuando cerró la fábrica nos fuimos todos a Douglas Haig hasta 1986 que ascendimos a la B Nacional”, relata describiendo su trayectoria deportiva.

Asegura que para él fue un orgullo “integrar aquel equipo que alcanzó el ascenso” y menciona que jugó al fútbol hasta 1989 en que se retiró a los 33 años. Hoy tiene 61 y acaba de ser convocado por el Club Douglas Haig para colaborar como utilero, en reemplazo del recientemente fallecido “Cacho” Rossi. Cuando la pregunta lo interroga sobre la gloria, sus respuestas nacen de la humildad. Se sintió reconocido en su época y sabe que fue un buen jugador de fútbol, un deporte al que durante muchos años le dedicó la vida y que le dejó lo más preciado que tiene: los amigos.

“Todas las épocas son diferentes, no comparo la presente con la mía, ni a Maradona con Messi. Todo tiene su momento y su lugar en la vida. Yo empecé jugando con mis compañeros del colegio en un tiempo en el que la cancha de Douglas estaba donde ahora está el edificio de la UOM. Así empezó mi carrera. El primer año que jugué salimos campeones invictos sin perder ni un solo partido. Después fuimos campeones con la sexta. Jugué dieciséis años en primera división y durante quince fuimos campeones. Pero yo no jugaba solo, integraba un equipo en el que había jugadores interesantes”, refiere.

También menciona que jugó en la selección de Pergamino. En 1980 jugó en el Grenoble, Francia. Recuerda la experiencia con satisfacción: “Nunca había estado en un lugar así y fue genial. Me tocó vivir con un chico que hablaba español y fui tres veces a París. Tenía 24 años. Es una vivencia que no olvidaré nunca porque conocí lugares como Mónaco y Niza, a los que no hubiera llegado si no fuera por el fútbol”. A diario convive con gente que lo interroga sobre porqué habiendo sido tan “famoso” terminó su carrera deportiva sin dinero. “Hay gente que me dice: ‘Si fuiste tan bueno, cómo vas a trabajar de remisero’. Yo les respondo que todos tenemos un lugar en el mundo, seamos jugadores de fútbol, médicos, basureros o abogados. Tenés que estar en el lugar en el que Dios te pone y ser feliz. Para mí ser remisero no es una deshonra, al contrario. Yo me sentí reconocido en el mundo del fútbol, pero ahora un jugador puede ganar mucho dinero, en mi época no, cobrábamos poco y jugábamos más por el amor a la camiseta. Lo que viví me encantó y si volviera a vivir, no dejaría de hacer nada de lo que hice. Pero ese tiempo ya pasó y mi presente hoy es otro.

“El tiempo también es otro y va manejando la vida de todos. Yo tengo platea en Douglas y hace 20 años cuando iba a la cancha demoraba una hora en llegar a ubicarme para ver el partido porque todo el mundo me hablaba. Hoy demoro tres minutos porque ya no me conoce nadie. La mayoría de la gente que me conocía ya no está y los que quedan les cuentan a sus nietos quién fui yo y los chicos se quedan mirándome.

“En mi época fui reconocido y vivía para el fútbol”, agrega y todavía recuerda como si fuera hoy el día en que lo compró Lucini, durante la presidencia de Miguel Morales, algo que lo introdujo en un mundo para él desconocido. “Yo por aquel entonces trabajaba en un taller de costura, era mecánico de las máquinas, y recuerdo que Lucini me convocó a la fábrica y me contó que me había comprado para que jugara al fútbol. Me preguntó cuánto ganaba en el taller y me hizo acompañar a presentar el telegrama de renuncia. Me iba a pagar mucho más dinero que el que yo ganaba solo para que jugara. No lo podía creer.

“Después no trabajé más. Dejé de jugar al fútbol en 1989, y hasta 1999 era ayudante de campo y entrenaba a los arqueros en Douglas y tuve a mi cargo la utilería. En el 2000 me fui a Buenos Aires y me quedé diez años trabajando en una pensión de jugadores de Racing”, cuenta y relata varias anécdotas de esa experiencia.

“A mi regreso a Pergamino tuve el comedor del Colegio San Pablo hasta 2014 en que comencé a trabajar como remisero”, agrega.

 

El ascenso

Asegura que el ascenso de Douglas de 1986 del que fue protagonista, fue la experiencia más importante que vivió en el fútbol. “No sabíamos lo que habíamos logrado porque nunca Pergamino había participado profesionalmente a ese nivel. Eramos todos laburantes, jugábamos regionalmente hasta que apareció el maestro Juan Miguel Echecopar y nos llevó por el camino para llegar donde llegamos. Después de aquella final vinimos de Tandil y desde la rotonda de Rojas hasta Pergamino a ambos lados de la ruta había una caravana de gente esperándonos para darnos la bienvenida porque habíamos ascendido. No lo podíamos creer, fue una fiesta”, recuerda. Señala que en aquel tiempo la cancha de Douglas lo único que tenía era la platea, todo estaba por hacer. “Nos tocaba enfrentar a grandes como Estudiantes y asumir el desafío de sostener la categoría en la que estuvimos 14 años”, refiere y menciona que todo lo que se hacía en aquel tiempo era “a pulmón”. 

“Hacíamos muchas cosas para recaudar fondos, las tribunas las construyó la gente, fue algo increíble y hoy, a la distancia, uno se da cuenta los valores que teníamos aquellos jugadores, éramos catorce de Pergamino”.

En el club hizo a sus amigos. “De la época del ascenso de Douglas, con diez nos seguimos reuniendo todos los meses a comer en algún lugar y es un momento para compartir anécdotas”. Se refiere al encuentro que mantiene con: Castro, Rubio, Alvarez, Rosello, Cardozo, Salce, Urbaneja, Cittadini, Digilio y Ferrari, con quienes disfruta de la charla y de la vida.

 

La vida familiar

“Semilla” Giamarchi está divorciado y desde hace varios años está en pareja con Gladys. Tiene tres hijos: Diego (37) casado con Celeste, Noelia (35) y Florencia (32), casada con Fernando. Y tres nietos: Lucio (4), Brisa (16) y Santiago (11).

Aunque su designación como “utilero” del rojinegro seguramente alterará sus rutinas, hasta el momento en lo cotidiano la vida de “Semilla” Giamarchi es sencilla. Se levanta a las 5:00 y a las 6:00 está manejando el auto en la agencia de remis para la que trabaja. Asegura que le gusta lo que hace. “Todo lo que hago me gusta, siempre me pasó lo mismo, le pongo cariño a todo lo que hago, creo que esa es la clave de la felicidad”.

 

Valor, frente a la adversidad

Santiago es un hombre acostumbrado a ver el lado feliz de la vida gracias a su carácter. Sin embargo sabe de superar la adversidad. A los 29 años un tumor de testículo lo dejó fuera de las canchas. Y lo puso frente a una dificultad que transitó con temple. Un día terminando de entrenar sintió un dolor punzante que dio comienzo a la pesadilla. Acudió a distintas consultas médicas, pero recién tuvo diagnóstico en Rosario donde le dijeron que se tenía que operar. Pasó por dos cirugías y las atravesó con valor. La gente del club y los amigos fueron incondicionales en el acompañamiento que precisó para su recuperación. Recuerda como si hubiera sucedido ayer cada instancia del proceso. Con precisión quedaron grabados en su memoria los valores de análisis y palabras de los médicos. El solo quería curarse y lo consiguió. Su familia fue un motor que lo impulsó a dar cada paso. La recurrencia de su enfermedad lo obligó también a tener que realizar un tratamiento de quimioterapia. Lo afrontó con aceptación. En sus brazos quedan aún las marcas del tratamiento. Sin embargo, para él la experiencia quedó atrás el mismo día que finalizó la aplicación de las drogas que le colocaban. Ese día se puso del lado de la vida y nunca más miró hacia atrás. Siente gratitud por cada uno de los profesionales que lo atendieron, pero no se detiene a pensar en la enfermedad. Confiesa que nunca pensó en la muerte ni sintió miedo. El coraje lo ayudó a mirar siempre hacia adelante. Un día le dijo a su oncólogo, el doctor Roberto Parodi, que lo mirara bien porque finalizado el tratamiento él había tomado la decisión de no hacerse nada más. Se concentró en vivir y hoy, muchos años después, sabe que esa fue la determinación correcta. “Lo mejor que me pasó después de eso fue volver a la cancha en 1985 cuando Juan Miguel Echecopar se hizo cargo de Douglas. Yo pesaba 50 kilos y me fue a buscar a mi casa un domingo para que fuera su ayudante de campo. Seis meses después mis compañeros me pidieron que volviera al equipo. Eso no se paga con nada, me di cuenta que estaba vivo y nunca más pensé en la enfermedad. Había quedado atrás”, relata.

 

Hacer lo mejor

Trata de hacer siempre lo mejor, en cada rol que le toca desempeñar. No se enoja nunca y disfruta del trato con la gente. La cordialidad y el respeto son valores que abraza. “En el remis en veinte cuadras te enterás de muchas de las cosas profundas de la vida. Hay personas que te cuentan lo que les pasa apenas se suben al auto y uno trata de aconsejar en la medida de sus posibilidades, dándole un parecer que siempre es respetuoso”.

Cuando no trabaja es “casero” y le gusta cocinar. Los canelones, las berenjenas y morrones en escabeche le salen muy bien, lo mismo que las pizzas. Vive intensamente el presente y lo dice: “Yo siempre pienso, el ayer ya pasó y mañana no llegó. Hoy estoy vivo y tengo la obligación de ser feliz, una tarea que hago todos los días”.

Hincha de Independiente y de Douglas Haig lleva al fútbol en el alma. Y como si fuera obra del destino, la vida siempre lo lleva por el camino de las canchas para seguir nutriéndolo de las más ricas anécdotas, esas con las que hace reír en cualquier charla.


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