Perfiles pergaminenses

Rosa Giles viuda de Quintero: una militante del peronismo y de la vida


 Rosa Giles viuda de Quintero en la tranquilidad de su casa en su querido “Barrio Obrero” (LA OPINION)

'' Rosa Giles viuda de Quintero, en la tranquilidad de su casa, en su querido “Barrio Obrero”. (LA OPINION)

Tiene 89 años y aún hoy sigue militando por sus ideales, en el seno de una fuerza política que abrazó desde joven. Perdió hace algunos años a su compañero con el que compartió esa pasión por la participación. Hoy transcurre sus días rodeada del afecto de sus hijos, nietos y bisnietos, sin esperar mucho más de la vida que, según dice “ya me dio lo suficiente”.


Rosa  Giles, viuda de Quintero, tiene 89 años. Nació en La Violeta. En aquel tiempo su padre, Enrique Giles, era policía y estaba a cargo del departamento policial del pueblo. Su madre, María Sara Ochoa, era ama de casa. Fueron diez hermanos. Rosa es la segunda de las mujeres. Cuando ella tenía un año y medio se establecieron en Pergamino. Vivieron en el barrio Villa Progreso, a una cuadra de la Escuela Nº 41, donde hizo hasta cuarto grado. Esa fue toda su escolaridad. Lo demás que sabe se lo enseñó la vida. Con el transcurso del tiempo su papá dejó de ser policía y se dedicó a múltiples tareas, varias de ellas en el campo. Ella también trabajó desde chica. 

Es peronista y lo dice desde el comienzo mismo de la entrevista. A Perón, entre muchas cosas, le agradece la posibilidad de tener su casa en el “Barrio Obrero” donde vive. Se mudó allí en mayo de 1953, le habían adjudicado la casa un mes antes, el 13 de abril. Esa fue la llave del progreso. Llegó a un lugar que prácticamente era un descampado y hoy es una de las zonas más residenciales de la ciudad. Añora los vecinos de entonces y la tranquilidad de una vida en la que todo era diferente. 

El primer empleo que recuerda fue en un taller que seleccionaba hebras de cerda, instalado en Mar del Plata e Hipólito Yrigoyen. “No me querían tomar porque era menor de edad y temían por las inspecciones”, refiere. Fue empleada de Annan de Pergamino una fábrica que, según cuenta, “le daba de comer a todo Pergamino”.

“Era un mundo aparte ese lugar, y cuando me fui de allí seguí trabajando siempre en la industria textil. Estuve en varios talleres como revisora. La única máquina en la que me senté fue en la de pegar botones, pero salvo eso, siempre me dediqué a levantar botas y haciendo el revisado final de la costura, doblando las prendas en el sector de empaque”, menciona. Se jubiló como obrera de la industria textil y siempre se mostró agradecida con cada lugar que le dio la posibilidad de ganarse el pan y asegurarse un porvenir junto a su esposo e hijos.

El hombre que le enseñó a caminar

Siendo muy joven Rosa se casó con el hombre que le enseñó a caminar. La historia del amor que los unió hasta que él falleció hace siete años, tiene las notas de color de los amores de antes, esos en los cuales las familias tenían un enorme peso al momento de configurar el futuro marital de los hijos.

“Mi marido me enseñó a caminar. Como a mi papá le pagaban poco siendo policía, él pedía licencia para ir a la juntada de maíz. Así fue como caímos en un campo, en la Estancia Escobar, arrendada por los hermanos Cárcara, la familia de mi marido también estaba trabajando por allí. El tenía 11 años y yo aún no caminaba, se ve que me quería largar, pero no me animaba. Mi madre me contaba que un día fue él quien me paró frente al alambrado, se alejó unos pasos y me tendió los brazos, y fue ese el momento en el que comencé a caminar”, recuerda.

 Habla de Gonzalo Amaro Quintero, “Guncho”, el hombre con el que más tarde se casó. Cuando terminó la tarea de juntar maíz, cada familia volvió a su lugar y no se volvieron a ver. Pasaron los años y ya estando en Pergamino, coincidieron en vivir en el mismo barrio, a apenas un par de cuadras. “Un día él pasó por la puerta de mi casa, la vio a mi madre que sacaba el tacho de basura, la reconoció, la vino a saludar y nunca más se alejó de mi familia. Un día le preguntó a mi madre qué había sido de aquella niña que él la había hecho caminar. Mi mamá me llamó, yo había crecido, tenía 17 ó 18 años por aquel entonces, y así fue como la vida nos volvió a encontrar”.

Relata que al poco tiempo este hombre le dijo al papá de Rosa que estaba muy solo y que deseaba tener una compañera. Le pidió la mano de Rosa, que por entonces era una joven que poco y nada sabía de amores. “Mi padre le dijo que estaba muy conforme, así que un día me trajo ropa y me dijo que se quería casar conmigo. Yo no estaba enamorada, pero acepté porque en esa época mandaban los padres”, confiesa.

Enseguida aclara que luego sí se enamoró de ese hombre con quien vivió durante muchos años y que le dio una buena vida. “Tuvimos una buena vida, con el tiempo y viviendo juntos me enamoré de él y fuimos muy compañeros, compartimos la pasión por la militancia política y siempre tuvimos coincidencias ideológicas”.

Tuvieron seis hijos: Alicia, Raquel, Alba, Amaro, Walter y Fabián”. Hoy Rosa, ya viuda, disfruta de ellos y de sus nietos y bisnietos. “Armamos un familión”, refiere. Con su esposo fueron “muy peronistas”. El fue inspector municipal, un empleo que obtuvo gracias a su amistad con el intendente García. El trabajo, la militancia y las relaciones los acercaron al sueño de la casa propia. Resultaron adjudicatarios cuando se construyó el “Barrio Obrero” y Rosa vive allí desde entonces. Recuerda que la zona era despoblada, había campos y una feria donde más tarde se edificaron las casas,

El día que se hizo peronista

Durante toda su vida militó en el peronismo, y sigue haciéndolo en el presente. “Conocí mucha gente, siempre estuve en contacto, salíamos a la calle a golpear puerta por puerta para afiliar gente. La mayoría de los afiliados justicialistas de esta zona eran afiliados míos”, cuenta y se siente reconocida en esa tarea. Aún hoy cuando participa de algún acto la convocan para pronunciar algún discurso. “Hablo de peronismo, los oligarcas dicen que el peronismo ya murió, pero eso es mentira. Para nosotros existe el peronismo y no va a morir nunca”.

Cuenta que se hizo peronista estando en Buenos Aires, donde vivió un tiempo mientras era soltera. Se había ido a casa de uno de sus hermanos a cuidar de sus sobrinas. Una relación difícil con su cuñada y la necesidad de buscar su propio horizonte la llevaron siendo muy jovencita a trabajar en un hotel en el que se le daba de comer a los empleados de muchas fábricas. En ese mismo lugar funcionaba una heladería. Buenos Aires era muy diferente entonces. Reconoce que se cruzó siempre con gente buena que se mostró dispuesta a tenderle una mano. “La mujer del hotel que me había empleado, cuando yo entré a trabajar en una fábrica, siguió dándome lugar para vivir allí”, menciona.

Estando allá se había hecho amiga de algunas chicas con las que compartía el trabajo y algunas salidas. Ellas la contactaron con los propietarios de la fábrica en la que estaba aquel día en el que se descubrió siendo protagonista de un hecho histórico que relata con la precisión de quien recuerda cada detalle: “Trabajaba en la fábrica, entraba a las 5:00 de la mañana, un día el encargado nos dijo que teníamos que salir a la calle porque querían encarcelar al coronel Perón y todo el pueblo tenía que salir a la calle a impedirlo. Me hicieron llevar un estandarte que decía ‘Viva Perón’ o ‘Devuelvan a Perón’, ya no lo recuerdo bien, solo sé que yo lo llevé sin entender nada. Solo recuerdo que fui parte de esa manifestación en la que éramos una multitud. Fue terrible. No puedo describir lo que sentí. Eran tiempos muy convulsionados. Cuando terminó esa marcha volví a la fábrica y al hotel en el que vivía y supe que algo en mi sentir había cambiado. A los pocos días me invitaron para ir a una Unidad Básica que había creado un grupo de mujeres. Desde entonces soy peronista”.

Su estadía en Buenos Aires duró un tiempo más hasta que su mamá la mandó a buscar porque tenían que operar a una de sus hermanas y porque su abuelo había fallecido. “En realidad mi madre me mandó a llamar porque tendría miedo de que pudiera pasarme algo. Eran tiempos en el que los militares te paraban por la calle para pedirte los documentos y preguntar de dónde eras”, relata. “Vine a Pergamino y mi mamá no me dejó volver nunca más a Buenos Aires”.

Una gran militante

Testigo y protagonista de muchos hechos que de algún modo marcaron la historia, Rosa refiere que a lo largo de su vida y de su militancia nunca hizo alarde de haber sido “una revolucionaria”. ”Podría haber contado que lo fui, pero nunca quise decir nada, porque iban a pensar que me quería mandar la parte”, afirma y enseguida agrega: “Para mí la militancia fue mi vida.

“Como tenía cuarto grado, apenas sabía leer y escribir, no me encontraba capacitada para pedir ningún cargo, así que siempre milité desde el llano y lo sigo haciendo porque me entusiasma el contacto con la gente y con los peronistas”. Se muestra agradecida al movimiento del que se siente parte. “Fue muy linda la experiencia militante. Viajé mucho para participar de congresos, fui elegida como triunviro con dos compañeras más y con mi esposo fuimos grandes militantes”.

La vida hoy

Vive su vejez tranquilamente. Comparte la vida cotidiana con uno de sus hijos. Viuda hace ya varios años, prefiere no salir demasiado. Solo la convoca la reunión familiar y los festivales en los que pueda escuchar música folklórica o tangos. No tiene demasiadas aspiraciones, se contenta con lo que vivió. “La verdad es que no tengo ninguna asignatura pendiente, me parece que ya mi tarea está cumplida. He criado a mis hijos, comparto tiempo con mis nietos y los ayudo en todo lo que puedo. Vivo rodeada del afecto de mi familia, cuando nos reunimos todos somos más de cuarenta y no es por alabarme, pero creo que somos una de las familias más unidas y cariñosas. Si hay un cumpleaños allí estamos todos. Mi casa es el lugar de reunión y disfruto mucho de eso. No tengo nada más que pedirle a la vida. Tengo también a dos de mis hermanos: la mayor de 94 años y otro de 91”, cuenta y sonríe, haciendo el balance de una historia vivida intensamente.


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