Perfiles pergaminenses

Osvaldo Premio: un apasionado del taller al que dedicó su vida


 Osvaldo Premio en su taller de chapa y pintura del barrio Acevedo (LA OPINION)

'' Osvaldo Premio, en su taller de chapa y pintura del barrio Acevedo. (LA OPINION)

Fue un pionero en incorporar tecnología para perfeccionar su actividad y brindar un mejor servicio a sus clientes. Decir su nombre es sinónimo de chapa y pintura de calidad. Pasa sus días abocado a la tarea de la que no piensa retirarse. En su tiempo libre es un inquieto por el conocimiento y le gusta mucho viajar.

Osvaldo Premio tiene 71 años y su nombre es reconocido en el campo de la chapa y pintura de automóviles porque ha sido un pionero en la incorporación de tecnología puesta al servicio de esta actividad. En su taller del barrio Acevedo trabaja desde siempre. En la casa que era de sus padres. “Esta propiedad se subdividió, la casa se la quedó mi hermana y yo me quedé con la parte de atrás del terreno donde está instalado el taller”, comenta con el orgullo de “seguir trabajando en casa”.

Es dueño de una historia de vida en la que perdió a su madre tempranamente, cuando él apenas tenía 8 años. “Mi papá Rosario Premio, tenía nombre de mujer, y fue madre y padre con una gran entereza, fueron tiempos muy difíciles”, refiere y cuenta que había comenzado sus estudios en el Colegio Normal cuando su mamá se enfermó. Tras el fallecimiento de María, él abandonó la escuela ese año y al siguiente retomó en la Escuela Nº 4, donde completó su trayecto educativo. “Más tarde empecé a estudiar en la Escuela de Comercio, hice dos años y abandoné”, cuenta y comenta que tras la muerte de su madre una familia de apellido Di Paolo los cobijó. “Era un matrimonio de personas grandes que tenían tres hijas y nos criaron como familia. Mi hermana de hecho se quedó viviendo con ellos hasta que murieron; yo a los 13 años dejé a esa familia, me vine a vivir solo acá y empecé a trabajar y estudiar. A la larga abandoné el estudio y me dediqué solo a trabajar”.

La pérdida de su madre marcó su infancia. “Fue una experiencia muy fuerte porque a esa edad no entendés mucho la muerte, fue bravo, te encontrás solo, pero por fortuna tuvimos esa familia extraordinaria que nos contuvo, eran vecinos de al lado de casa, y nos cuidaron como a verdaderos hijos, cuando mi papá que era guarda del Ferrocarril tenía que trabajar”.

De su padre conserva el legado del trabajo. “Mi viejo fue una persona de puro trabajo y ese fue el ejemplo que nosotros tomamos”, afirma y recuerda que “él era peronista y yo radical, así que teníamos diferencias ideológicas, en las discusiones él golpeaba la mesa de un lado y yo lo hacía del otro, pero siempre nos respetamos y quisimos mucho”.

Incursionó en la chapa y pintura a los 14 años, con Carlos Cudugnelo, en Monteagudo y Pinto. “Ahí conocí a un tal Van Dick que fue quien me enseñó; estuve en varios lugares, pero casi siempre en forma independiente ya que siempre me gustó trabajar por mi cuenta más que en relación de dependencia.

“También trabajé con Rafael Sansevero, que fue quien realmente me enseñó el trabajo de chapa”, agrega. Así fue haciéndose conocido de muchos pintores que lo contrataban para trabajar, hasta que un amigo, Francisco Abal, lo llevó a trabajar a Siam Di Tella. 

Instaló su propio taller cuando tenía 17 años. Refiere que al principio comenzó pintando heladeras y motos, hasta que se animó con los automóviles, en lo que se constituyó en la actividad que le permitió sostener su familia y ganarse un prestigio que conserva, hoy avalado en los muchos años de experiencia y seriedad con la que realiza su trabajo.

 

La vida familiar

Sencillo en la forma de relatar aquellas cosas que pertenecen al universo de su vida familiar, Osvaldo comenta que conoció a su esposa, Olga Elena Barroco, en un baile del Club Gimnasia y Esgrima. Hace 47 años que están juntos y armaron una familia compuesta por sus dos hijas: María Laura, que estudió en el Colegio Normal y luego se fue a Buenos Aires a estudiar Abogacía donde se recibió y se casó con un abogado, Sergio Romero, con quien tiene a su hijo Agustín (11); y Romina Elena, que es kinesióloga, trabaja en la Clínica Centro, se casó con Sergio Cervera, y tienen a Franco (10) y a Matías (2 años y medio).

“Mi esposa es docente, trabajó como maestra y se jubiló como secretaria en una escuela”, agrega en el relato. Viven en el centro de la ciudad, aunque él pasa muchas horas en el taller al que le dedica parte de su día.

“La dinámica del taller demanda tiempo, soy un apasionado de mi trabajo, siempre estuve volcado a esta actividad y empeñé mi vida en ella. Soy un loco de la guerra, pero también un pionero. En algún momento pensé en dejar la actividad, pero voy a una ferretería grande, veo una herramienta que me sirve y la compro. Siempre estoy pensando en cómo mejorar mi actividad”, confiesa. 

Quizás esa pasión fue la que lo transformó en un referente de esta tarea. “En 1986 puse el horno de pintura. En 1981 había viajado a Japón y tuve la posibilidad de conocer varios talleres. De ese recorrido me traje la certeza de que el futuro del vehículo estaba en la pintura en horno y en la tecnología, descubrí que si bien no estábamos tan atrasados, era necesario invertir y así lo hice.

“En 1987, cuando ya estaba instalado empecé a trabajar con Renault, fue una época en la que aprendí mucho a través de cursos que hice, me nombraron Agente B y me capacité para la pintura en horno, bicapa, tricapa y todo lo que vino después. Estuve trabajando para Renault hasta el 2000, pero siempre como Osvaldo Premio”.

A esta altura de su trayectoria, su actividad tiene nombre propio y para los pergaminenses también es una referencia. “He tenido y tengo una clientela muy fiel. Me pasé la vida haciendo clientes y hoy cosecho esa siembra. Puse mucha vehemencia y me mato por ellos, a veces cuando no encuentro un color o no podemos resolver alguna cuestión, no me puedo dormir hasta que no aparece la solución. Me cuesta separar la vida del taller, porque en el taller está mi vida; tengo un temperamento desgraciado”, afirma. 

 

Otras pasiones

Por fuera de la actividad laboral, Osvaldo también es un apasionado. “Mi locura más grande fue la práctica de sky acuático, recuerdo que me iba desde San Nicolás a Villa Constitución. También me gustaba jugar tenis en el Club de Viajantes, son actividades en las que puse mucha pasión y de las cuales hoy ya estoy retirado.

“También incursioné en el teatro en ‘Tablado Teatro Libre’, era buen actor. También estudié en la Escuela de Teatro que funcionaba en la Escuela Nº 22, con Mario Rebottaro.

“En la década del 90 puse una empresa con unos socios e incursioné en la apicultura, hice cursos por todos lados. A los cinco años tenía un montón de colmenas y hablaba con los apicultores de igual a igual. No continué porque el esfuerzo era tremendo, había que viajar mucho”, agrega y describe que todos sus emprendimientos estuvieron signados por la pasión que es capaz de poner en cada proyecto.

 

Su presente

Retirado del deporte, de las tablas, y de las actividades alternativas que supo emprender durante su vida, hoy trabaja a pleno en el taller. “La satisfacción más grande que tuve en la vida me la dieron mis hijas. Ellas lograron el objetivo que yo no pude, que fue estudiar”, afirma y en esa apreciación confiesa su pasión por el conocimiento. “Me encanta leer, antes leíamos mucho, no teníamos televisión así que escuchábamos radio y luego leíamos. 

“Envidiaba el conocimiento de Gerardo Sofovich, con mi esposa mirábamos el programa de televisión Los 8 Escalones y nos descubríamos en porcentajes elevadísimos de respuestas”, cuenta.

Otras de las actividades que le gusta compartir con su compañera de vida son los viajes. “Nos apasiona viajar, el año pasado estuvimos en Francia, viajamos siempre que podemos y hemos tenido la suerte de conocer varios lugares como Estados Unidos y Europa”. 

Por delante no tiene demasiadas asignaturas pendientes. Trabajar y viajar aparecen en su presente y están en el horizonte de su futuro como elecciones. 

“Pienso seguir trabajando hasta que me muera y no pienso demasiado en la vejez, aunque con mi señora de vez en cuando decimos que en realidad ya somos un poco viejos. Y en la próxima vida no me quedo acá, elegiría otro lugar para vivir, porque lamentablemente van a pasar muchos años para que podamos vivir en el país que quisiéramos, con otro nivel de desarrollo”, concluye con una mirada que en lo personal lo encuentra satisfecho; pero que en lo colectivo espera del futuro algo más promisorio, no ya para él sino para las futuras generaciones.


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