Perfiles pergaminenses

Oscar y Ana López: la riqueza de una vida juntos y el recuerdo de Manantiales


 Ana y Oscar López- los recuerdos de la vida en Manantiales y el presente de ambos en Pergamino (LA OPINION)

'' Ana y Oscar López: los recuerdos de la vida en Manantiales y el presente de ambos en Pergamino. (LA OPINION)

El protagonista de este perfil es él de 87 años. Sin embargo, haber transitado desde la infancia el camino con ella, su esposa de 84, hace que sea muy difícil separar una historia de la otra porque están entrelazadas en el amor, en la familia que construyeron y en las anécdotas que recrean un tiempo pasado en el paraje rural en el que vivieron.

A

ella la conozco desde que éramos chicos. Ibamos a la Escuela Nº 28 de Manantiales donde vivíamos. Llegábamos en bicicleta y como ella era flacucha, su mamá me pedía que yo fuera adelante atajándole el viento y llevando su portafolio. Llegaba a la escuela así y todos mis compañeros me cargaban porque le llevaba la cartera. Más grandes nos pusimos de novios, nos casamos y aquí estamos”, cuenta Oscar Carlos López, de 87 años, mirando con cierta picardía y mucha ternura a Ana Rosa López, su esposa de 84.

Esa confesión, nacida en el comienzo de la charla, es la que confirma que aunque él es el protagonista originario de este “Perfil pergaminense”, la riqueza de una vida transitada juntos trastoca al plural el resto del relato, acercando anécdotas y vivencias compartidas en Manantiales donde ambos vivieron hasta 1959 en que se establecieron en Pergamino.

“Yo en realidad nací en Arrecifes, porque mi padre era carnicero y trabajaba allí. A los 2 años nos vinimos a vivir a Manantiales, en el Paraje Liera-López”, cuenta Oscar recreando las primeras vivencias en el campo de su abuelo paterno.

“Viví allí hasta los 33 años”, agrega. Como en aquel paraje no había carnicería, su abuelo tentó a su padre para instalar una en el campo y así fue que ese negocio comenzó a funcionar y a constituir el oficio de Oscar. “Mi padre montó la carnicería que funcionó en Manantiales hasta que nos vinimos a Pergamino en 1959”.

Los primeros recuerdos que trae al relato tienen que ver con la infancia de Oscar. “La Escuela Nº 28 de Manantiales era el lugar al que todos íbamos, en ese tiempo se podía hacer hasta cuarto grado, así que muchos repetíamos varias veces el mismo año”, señala y menciona a sus hermanos: Hilda, Raúl (fallecido) y Rubén.

La escuela lo contuvo a Oscar hasta los 13 años en que fue el momento de comenzar a trabajar. “Mi papá necesitaba un peón, así que empecé a trabajar con él, porque a mí no me gustaba estudiar”, confiesa. Al principio, en función de los pedidos de los clientes era su papá el que fraccionaba la carne y Oscar solo la repartía con un carro. Más tarde cuando aprendió el oficio, su padre lo mandaba con una determinada cantidad de kilos y él mismo se encargaba de despachar, campo por campo, con un carro. También ayudaba a carnear animales.

Aunque el trabajo era bastante sacrificado para su corta edad, lo aceptó con dignidad y se fue formando en un oficio que es el que luego abrazó durante toda su vida. “Era sacrificada la tarea, pero no había otra posibilidad, el problema era cuando llovía que había que subir y bajar del carro y pasar las tranqueras”.

 

Una vida juntos

Ana Rosa, sentada a su lado en la casa del Centro de Pergamino donde viven actualmente, escucha con atención el relato. Fue testigo y protagonista de mucho de lo que él cuenta. Su historia de vida es parecida. Su padre era empleado del almacén de Manantiales y allí transcurrió su infancia. “Era un almacén de ramos generales donde también había surtidor de combustible, así que cuando tuve edad ayudé a mi padre en la atención del almacén”.

Se conocen desde siempre. Eso se nota en la forma en que se miran. En el modo en que se cuidan. “Mi papá y su papá eran amigos, mirá como será que nos conocemos que hasta tenemos el mismo apellido”, acota ella y sonríe.

“Nosotros teníamos almacén a cinco cuadras de la carnicería de él. Mi papá, José Antonio López, era empleado, había ido a Manantiales a los 16 años y trabajaba con Segundo Méndez, dueño del almacén”, cuenta Ana y agrega que “cuando transcurrió el tiempo mi padre se casó, siguió viviendo en el almacén de Méndez hasta que su patrón se vino a Pergamino y él le alquiló el almacén”.

Ese almacén fue para ambos algo más que el lugar de trabajo. Fue su casa, porque cuando decidieron casarse se mudaron a una pieza contigua que los albergó para permitirles consolidarse como familia. 

Oscar asegura que “la culpa” de que estén juntos la tiene su suegra y vuelve a recordar las anécdotas del colegio. “A ella le decían ‘Pichona’, de hecho le dicen así aún, siempre fue flacucha y todavía me veo atajándole  el viento por indicación de su madre. 

“Cuando llegábamos a la escuela, para que sus compañeros no lo cargaran porque me llevaba la cartera, me la tiraba en el pasto; todavía lo recuerdo como si fuera hoy”, acota Ana.

En todo momento se ríen juntos. Se pusieron de novios a los 16 años, hasta que se casaron cuando Oscar tenía 23 y Ana 20. “Mi suegro tuvo que salir de ‘garantía’ porque como teníamos el mismo apellido el padre Amondarain no nos quería casar porque se pensaba que éramos primos”, menciona Oscar. 

 

Manantiales y Pergamino

Vivieron en el campo los primeros nueve años de su matrimonio. Allí nació la única hija que tuvieron: Mabel (62).

Recuerdan un pueblo pujante, con una vida social de impronta fuerte. El Club Social donde se hacían bailes era un lugar al que todos iban y la carnicería era el espacio de reunión donde siempre había gente. “Es una lástima que después todo eso se perdió porque los chacareros comenzaron a irse a Buenos Aires y el pueblo se fue quedando vacío”.

En 1959 ellos también tomaron esa decisión y se establecieron en Pergamino. “La gente empezó a irse y ya no quedaban chacareros. Mi papá se daba cuenta de que la actividad no andaba, uno de mis hermanos ya estaba viviendo en Pergamino, así que mi padre compró una carnicería aquí, en 3 de Febrero y Merced. Al tiempo nosotros hicimos lo mismo, rematamos todo en el campo y nos vinimos para Pergamino”, comenta Oscar.

En este momento del relato recuerda a Mario Apesteguía que tenía locales para alquilar y también a la familia Paterlini que eran “matarifes”. “Mi papá conversó con ‘Meneco’ Paterlini, le habló de un local en el barrio Centenario que tenía herramientas, así que ahí me instalé con la primera carnicería que abrí el 17 de noviembre de 1959, en Emilio R. Coni y Alvear. Más tarde me fui comprando mis propias herramientas y me mudé a San Nicolás y Emilio R. Coni. Finalmente me establecí en Juan B. Justo y Balboa donde funcionó la carnicería hasta el 2000 en que me jubilé”.

Así fue armando la vida en Pergamino, junto a Ana Rosa. “Primero alquilamos una casa en el barrio Villa Progreso, después en calle 25 de Mayo en el barrio Centenario, hasta que pudimos comprar una casa en calle Solís, donde actualmente vive nuestra hija”, refiere Oscar y cuenta que desde 1970 ellos viven en el Centro. “Mis suegros también se vinieron a Pergamino, compraron una casa en el barrio Acevedo, un día nos llama mi cuñada y nos propone comprar una casa grande para vivir todos juntos, ya que mi suegro estaba un poco enfermo y necesitaba cuidado. Eso hicimos y nos mudamos a esta casa donde vivimos hasta hoy.

“Recuerdo que la compramos a crédito y que con la inflación de ese tiempo fue fácil de pagar”, acota. Viven en el Centro, sobre calle Italia y mencionan que toda la fisonomía del barrio es similar a cuando llegaron. Les gusta el lugar en el que viven y las rutinas sencillas que comparten.

 

Rodeados de afecto

“Estamos siempre rodeados de familiares, mi hija, su esposo Lorenzo Jarrier, nuestros nietos Vanesa, Gabriela y Hernán y nuestros bisnietos Alejo y  Aquiles Incerti, Anita y Catalina Heredia”, menciona Ana y agrega: “Aunque tuvimos una sola hija tenemos un familión, y vivimos rodeados del afecto de ellos y de muchos amigos”.

Varios de esos afectos son testigos de la charla y acotan anécdotas y recuerdos.  La casa en la que viven albergó las peñas con amigos, las tardes de charla y mate, los torneos de truco. “Yo hice el Servicio Militar en Concepción del Uruguay, y durante muchos años tuvimos la Peña del 27, integrada por los soldados de esa clase, todos los años hacíamos un encuentro, llegamos a ser 600 una vez en la Sociedad Rural y con algunos de ellos armamos una amistad entrañable, en un momento éramos doce o trece parejas que nos reuníamos para salir a cenar y estábamos siempre juntos”.

Transitan el presente en la intimidad del hogar. Pero mantienen vivo el recuerdo de los tiempos de juventud. Oscar se confiesa un buen bailarín y le gusta la música. Ana Rosa cuenta que les gustaba ir a los bailes que se organizaban en el Club Compañía, en la Sociedad Española, en el Italclub y también en el Club Social del “querido Manantiales”.

Oscar conoce la letra de los tangos y cuenta que le gusta el chamamé, la cumbia, el fox trot. “Menos el rock me gusta todo, aunque ya no puedo bailar porque ando con bastón”, refiere.

 

Las pequeñas cosas

No necesitan mucho para ser felices. Se tienen el uno al otro y disfrutan de las cosas simples. “De vez en cuando volvemos a Manantiales, nos une una amistad con ‘Lolita’ Liera que vive acá, sus hermanos viven en el campo, así que cuando podemos vamos”.

Sienten la contradicción de sentirse “en casa” cuando llegan, pero los invade la nostalgia de un tiempo pasado que a veces parece haber sido mejor para Manantiales. “Allí nada es como era entonces, está todo abandonado, el salón del Club permanece, pero se usa para guardar maquinarias, es una lástima, pero así es el paso del tiempo”.

Igualmente no se quedan con una mirada triste. Enseguida cubren esa sensación con el recuerdo de vivencias compartidas con sus vecinos, el tiempo de las grandes cenas, del esplendor de aquel paraje rural que fue escenario de la historia de amor que trascendió aquella geografía y que hoy los tiene como testimonio de que es posible apostar a los buenos valores para vivir una vida plena.

“Creo que la clave de cualquier relación es la tolerancia, entenderse uno al otro”, confiesan. No tienen grandes pretensiones: se levantan temprano, desayunan. “Leo LA OPINION y escucho Radio Mon mientras desayuno”, cuenta Oscar describiendo sus rituales cotidianos. Ana agrega que cocinan juntos y comparten un presente del que disfrutan, con sus achaques. 

“No hay que darle mucha bolilla al paso del tiempo”, sugiere Oscar y anhela “tener por delante diez años más” para recoger el fruto de una siembra que le da como mayor recompensa, la certeza de haber transitado por el camino correcto.


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