Perfiles pergaminenses

Nora Weimar Severino: una vida dedicada a la docencia y una vocación que perdura


 Nora relató sus experiencias y se definió como “una mujer feliz” (LA OPINION)

'' Nora relató sus experiencias y se definió como “una mujer feliz”. (LA OPINION)

Fue maestra en diversos establecimientos educativos y se jubiló tempranamente como directora de la Escuela Nº 5 para atender la salud de su padre. Hoy, retirada de la actividad recrea su vivencia en las aulas, en un presente en el que está rodeada de familiares y amigos, sintiendo que nunca se deja de ser docente cuando esa pasión se lleva en el alma.

Su nombre es Nora Weimar Severino de Marín. Nació el 17 de marzo de 1937, por lo que está a pocos días de cumplir años. Contará 78. Se casó con Carlos Alberto Marín y tuvo dos hijas: Sandra y María del Huerto. También tiene una hija del corazón: Norma; un yerno, Jorge y dos nietos a los que ama: Mateo (24) y Gregorio (21). Esos son los afectos más cercanos, junto a una innumerable cantidad de amigos cosechados en la vida y en la docencia.

Nació en el barrio Acevedo, en Paraguay y Laprida, y creció junto a sus padres Felipe y Angelita y su hermano Roberto (ya fallecido), en la Estación “La Pinta”, un lugar en el mundo que solo tenía la estación ferroviaria, la primitiva Escuela Nº 8 y el almacén de Ramos Generales de su padre, que a su vez ejercía funciones de jefe de correo. Cuando recrea su niñez recuerda vívidamente los casilleros del almacén con la correspondencia que los chacareros iban a retirar y aprovechaban para surtirse de su despensa.

“Fueron los momentos más lindos que pasé en mi vida, los otros días fui a ‘La Pinta’ y lloré mucho, está todo muy cambiado, está para llorar” . Revive los mejores momentos de su infancia en un lugar al que su padre llegó casado ya, para vivir unos meses, y se quedó 34 años. “Todo el mundo iba a nuestra casa, allí se hacían torneos de fútbol, de bochas y bailes inolvidables a los que asistía toda la gente de los alrededores”.

 

Su curiosidad por la escuela

La escuela quedaba muy cerca de su casa, lo que significaba para Nora la posibilidad de acercarse con frecuencia a observar clases y adentrarse en un universo que más tarde iba a marcar vocacionalmente su camino. Era muy pequeña cuando ya sabía leer. “Gracias a la señora Zunilda Zanotti aprendí a leer siendo muy pequeña, antes incluso de ir a la escuela”, refiere y menciona que por un problema de salud de su madre tuvo que volver a Pergamino para realizar el primer ciclo de la escuela primaria. Cursó primero inferior en la antigua Escuela Nº 4 del barrio Acevedo y también primero superior. “Mis maestras fueron las señoras Flageat y Noguera de Paradiso”, refiere.

También recuerda que cuando la señora Zunilda Zanotti se casó con el señor Gerde su lugar en “La Pinta” fue ocupado por Blanca Duarte, hermana de Eva Duarte, quien viajaba diariamente a “La Pinta” desde Junín. 

“En segundo y tercer grado, ya de vuelta en casa de mis padres, tuve como docente a Evelia de Antonieta. Cuarto y quinto los hice en la Escuela Nº 4 de Arribeños, pues en ‘La Pinta’ no había grados superiores. Mis maestras fueron ‘Mechita’ Musachio y Lady Giacobone de Argento. Todas ellas fueron quienes despertaron esta enorme vocación docente que aún me acompaña”, refiere.

Desde chiquita quiso ser maestra y con esa confesión recuerda que siendo muy niña “me sacaban corriendo de la escuela porque era demasiado pequeña para estar allí”.

 

Seguir estudiando

Lejos de disponer de colegio secundario en la zona en la que vivía y siguiendo ese deseo de “ser maestra”, haciendo un enorme sacrificio se inscribió como alumna pupila en el Colegio Nuestra Señora del Huerto. “Fue un gran sacrificio porque nada era como ahora, las opciones para estudiar en el secundario estaban en Pergamino o Junín, así que para viajar había que hacer varios kilómetros de tierra, eso lo complicaba todo, así que me inscribieron como pupila para que pudiera seguir estudiando”. Luego de cinco años en esa condición obtuvo su título. En 1957 se recibió de maestra, en una época en la que no eran demasiadas y contaban con una formación rigurosa que era un ejemplo.

“En aquella época coseché amigas que aún conservo y con quienes mensualmente nos reunimos”, cuenta.

 

Los primeros pasos

En el inicio del ciclo lectivo de 1958 ingresó como docente suplente en Estación Arenales, una escuela de campo. En marzo de 1959 nombraron un grupo de diez maestras, entre las que estaba, en la Escuela Nº 4 de Arribeños. “Quedé como docente titular en Arribeños. Ahí me casé y siempre seguí trabajando”.

Conoció a su esposo Carlos (ya fallecido) en “La Pinta”. “Yo tenía 18 años y el 22. Lo conocí jugando al basquetbol, yo pertenecía al equipo del Huerto, en realidad en ese momento el deporte para las chicas se llamaba pelota al cesto. El jugaba en el equipo de Arribeños y nos conocimos en un baile en ‘La Pinta’. Estuvimos tres años de novios y nos casamos, fue el padre Gastón quien nos casó y mi suegro fue diez años intendente de Arribeños: José Saturnino Marín”.

El trabajo de su esposo como empleado bancario hizo que la vida familiar transcurriera en varias localidades. “A él le tocó trabajar en Junín, Arenales y Pergamino y mis dos hijas nacieron en Arribeños”, comenta y señala que ella trabajó en esa localidad hasta 1974. Al año siguiente trasladaron a su esposo al Banco Provincia de Pergamino, sucursal Cruce. Esa decisión los nutrió a ambos de nuevas experiencias. Ya en esta ciudad, se establecieron y aquí fueron armando la vida. “Mi esposo durante diez años presidió el Club Banco Provincia, así que fue una época de la que guardo lindísimos recuerdos y entrañables vivencias con amigos y en familia. Durante todos esos años pasamos horas inolvidables”, afirma.

“De la Escuela de Arribeños me trasladaron por Unidad Familiar a la Escuela Nº 8 de Pergamino y en 1977 pasé a la Escuela Nº 1 como docente de sexto y séptimo grado”, agrega y menciona que también trabajó en escuelas técnicas. “En Pergamino trabajé en la que funcionaba en el mismo edificio de la Escuela Nº 1 pero a la noche, así que durante 20 años realicé las dos funciones ininterrumpidamente”. 

 

Maestra rural

Durante gran parte de su carrera docente estuvo abocada a la conducción de grados superiores. “Nunca me tocó un primer grado hasta que en 1980 pasé a la Escuela Rural Nº 34, unitaria. Ese fue mi primer contacto con los chiquitos de primer grado y fue una hermosura.

“La escuela estaba en el Paraje Buena Vista, en el camino a Bigand, y fue una experiencia distinta. Siempre es diferente el trabajo en una escuela rural porque estaba a cargo de siete grados a la vez. Recuerdo que cuando llegué era una escuela aburrida y la puse hermosa, colocamos cortinas y hermoseamos el lugar”, señala en lo que marca no solo su vocación sino un compromiso. “Viajaba todos los días y le llevaba la comida a los chicos, cargaba una olla en el auto, y recuerdo que mi esposo siempre decía que quedaba olor a guiso. Todos los chicos llegaban desde el campo, así que comíamos todos juntos con la colaboración de una de las mamás del grupo. La empleada del dueño de la estancia del lugar nos ayudaba a lavar los platos y los chicos se iban contentísimos. Fue una muy linda experiencia.

“Conté con una cooperadora presidida por el gran colaborador Pablo Moreno, que junto a otros cooperadores y maestros realizamos obras como el salón de fiestas. La mano de obra estuvo a cargo de los alumnos de la Escuela Nº 1 de Pergamino que trabajaron fuera del horario escolar. Recuerdo que trabajábamos de noche”, relata.

“Fueron cinco años de lucha y cariño, mucho cariño, de parte de esa hermosa comunidad que nunca olvidaré. Me llevo los momentos pasados allí junto a esa gente tan luchadora y humilde”, añade en la continuidad de la charla.

 

Un gran desafío

Más tarde concursó y obtuvo la dirección de la Escuela Nº 5, del barrio Virgen de Guadalupe (512) un cargo que nadie quería tomar y que significó además de un desafío una enorme responsabilidad para su carrera docente. “Yo no quería la dirección, pero el tema es que se habían juntado siete u ocho maestras y nos llamaron a un concurso en Junín, rendí y gané.

“Recuerdo que yo estaba trabajando en la escuela técnica, no quería ser directora, un jueves me llaman por teléfono a la dirección y me comunican la noticia. Había ganado el  concurso. Empezar a trabajar en ese nuevo rol, fue para Nora una “experiencia difícil”, pero pudo llevarla adelante con éxito gracias al acompañamiento de la vicedirectora “Lili” Frúgoli y un grupo privilegiado de docentes. “Armamos una escuela a estrenar, pero sin escritorios, bancos ni sillas, conseguimos mobiliario e infinidad de elementos que la hicieron habitable para una matrícula de 700 alumnos y cinco divisiones de primer grado con turno de mañana y tarde”.

Las anécdotas son infinitas. “‘Lili’ y yo éramos físicamente muy grandotas, y recuerdo que cuando llegamos a la escuela muchos nos decían en broma que más que docentes parecíamos integrantes de una fuerza de choque, porque imponíamos presencia y las dos teníamos mucho carácter”, recuerda y confiesa que ambas se llevaron muy bien, dentro de la escuela fueron compañeras de trabajo leales a un compromiso y fuera de las aulas amigas entrañables.

“Nos ayudaron mucho las maestras. Una escuela que ya está iniciada es una cosa, pero empezar de cero es otra, Fue un enorme desafío, además de una responsabilidad. Estuve cuatro años allí hasta jubilarme”.

 

Su retiro y la otra pasión

Por razones personales, una larga enfermedad de su padre que estaba a su cuidado, la obligó a pedir la jubilación tempranamente. “Tomé esa decisión e hice lo que tenía que hacer con mucho amor, pues él merecía todo ya que fue un padre ejemplar”, confiesa.

A la par de la docencia, que marcó su vida en muchos aspectos, Nora siempre tuvo una pasión por el canto y siguiendo ese deseo en 1996 se sumó  al Coro de la Tercera Edad,  que dirigen Hugo y Mariana Ramallo. “Asistimos a muchos escenarios en Pergamino y fuera de la ciudad y participamos de los torneos organizados por la Provincia de Buenos Aires en Mar del Plata y obtuvimos el primer premio consistente en un viaje a Cancún. Fue un logro inesperado y una experiencia que recordaré siempre. Ahora dejé el coro porque a raíz de un problema de salud perdí un poco la voz, pero me quedaron muy buenos recuerdos y muchos amigos de esa actividad”.

En el presente su vida transcurre en forma tranquila. “Hago poco”, cuenta y se reconforta en el cariño de sus vecinos, amigos, hijos y nietos. “Estoy un poco en Pergamino y otro poco en Carmen de Areco donde vive una de mis hijas”. 

 

Una docente de ley

Sobre el final confiesa que fue difícil dejar la docencia, porque es una actividad que lleva en el alma. De hecho reconoce que “uno nunca deja de ser docente”. Tenía 54 años “y estaba para seguir”.

Tiene una mirada crítica sobre el presente de la educación. “Quizás yo esté un poco antigua, pero hay muchos cambios y no sé si serán para bien. Los docentes son muy distintos y los alumnos también. Si yo estuviera trabajando ahora quizás estaría presa porque se ha perdido la autoridad y se sanciona al docente que pretende imponerla en el aula. Yo tenía mucha autoridad dentro de la escuela y defendí mucho al maestro, siempre fui muy exigente, empezando por mí”.

Asegura que ni en la docencia ni en la vida considera tener “cuestiones pendientes”. “Sinceramente me siento realizada, he sentido siempre el reconocimiento de mis maestros y de mis alumnos y en lo personal he sido una mujer feliz y lo soy, hice todo lo que quería, qué más se puede pedir. Eso sí, sería de nuevo maestra si volviera a nacer”, concluye.


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