Perfiles pergaminenses

Neca Susana Palacios: ejerció la enfermería con verdadera vocación de cuidar a otros


 Neca Susana Palacios una de las enfermeras del “viejo” Hospital San José (LA OPINION)

'' Neca Susana Palacios, una de las enfermeras del “viejo” Hospital San José. (LA OPINION)

Aunque está jubilada, sigue atendiendo en el gabinete instalado en su casa del barrio José Hernández. Abraza una concepción de su profesión que es la que la impulsó a trabajar a destajo. Fue enfermera en la Maternidad del viejo Hospital San José y trabajó en la sala de su barrio. En cada experiencia puso su saber y un compromiso de servicio.

Apenas uno ingresa a la casa de Neca Susana Palacios, en el barrio José Hernández, se descubre su vocación: una camilla, insumos de enfermería y el conocido cuadro que identifica a la profesión están presentes en el espacio que constituye su universo cotidiano.

Durante muchos años fue enfermera del viejo Hospital Interzonal de Agudos San José y más tarde trabajó en la sala del barrio José Hernández, en el marco de un sistema de atención ambulatoria que se creó durante la gestión del gobernador Cafiero. En cada lugar en el que estuvo dejó su impronta signada por una profunda vocación de servicio y ansias de conocimiento. También la marca de su coraje que siempre la impulsó a ser inquieta e intervenir en experiencias de las que siempre sacó un aprendizaje.

Su historia de vida es la de las “viejas enfermeras”, aquellas que llegaron al título después de cierta trayectoria de ejercicio profesional, vocacional y servicial. Conserva fotos que rescatan momentos compartidos con pares y pacientes. También la cofia que a su juicio representa la “esencia de las verdaderas enfermeras”. Además los recuerdos vivos de cada anécdota.

“Crié a tantos chiquitos en las viejas incubadoras del Hospital, que serían innumerables las anécdotas, muchos de esos bebés hoy son padres y a algunos aún hoy me los cruzo”, refiere en el inicio del diálogo. 

“Recuerdo que un día me llamaron de la villa de Hernández porque una mujer estaba a punto de parir, la asistí me acuerdo que le corté el cordón con una cuchilla del matadero, la cosí con un hilo reforzado y llamé a la ambulancia, a la beba que nació le pusieron Susana como una forma de agradecimiento”, cuenta.

Llegó a la profesión casi por necesidad, ya que antes había trabajado varios años en la fábrica Linotex, donde se retiró a raíz de una patología en los bronquios que afectaba su salud. El relato de su vida llega hasta el momento en que se vino a vivir a la ciudad, ya que había nacido en Trenque Lauquen donde su padre era mayordomo de estancias. “Yo tenía 5 años en aquel momento y hoy tengo 76, así que soy bien pergaminense.

“Cuando llegamos mi padre Pedro Palacios comenzó a trabajar en la Municipalidad y mi madre, Isabel Recuna fue sirvienta de muchas familias hasta que entró a trabajar en el Hospital como mucama. Vivíamos en Colón y Castelli y cuando cumplí 15 años gracias a un tío que era bombero ingresé a trabajar en la Linotex, éramos como 500 empleados.

“Decidimos construir nuestra casa cerca de la fábrica, en este mismo lugar en el que vivo desde hace 60 años, pero esta zona era muy distinta, se conocía como barrio Palermo o barrio Linotex porque vivían los empleados de la fábrica, había mucho campo y se veían vacas.

“Hasta que nos mudamos, me venía desde Colón y Castelli en bicicleta, la dejaba en la Caminera y desde ahí cuando llovía nos traían los carros del matadero que transportaban los cebos para hacer velas y panes de jabón. Era otro Pergamino”, recuerda.

 

Su ingreso al Hospital

Neca refiere que llegó al Hospital a través de su mamá. “La casa estaba hipotecada y había que trabajar para pagarla, así que empecé como mucama, andaba con el trapo por todos lados y siempre me metía en las distintas salas y en el quirófano, sentía que me gustaba; en aquel tiempo te observaban y al año de haber ingresado el padre del cura Zeballos que era de la comisión directiva del Hospital me convoca y me dice: ‘Usted es mucho para el trapo’ y propone que pasara a enfermería, me largué a llorar porque yo no sabía cómo era, pero después Dios me iluminó; entré en Maternidad porque se jubilaba la enfermera que estaba y descubrí mi vocación; trabajé con todas las parteras y la que me enseñó mucho fue ‘Blanquita’ Paterlini y ‘Chicho’ Cantelmi; además del doctor García Bernard y todos los señores profesionales como el doctor Mosca, los doctores Viglierchio, Tomás y Pedro Porrachia, Bomarito; también Emilia Pagano y Nidia Monti y tantos otros que seguramente me estoy olvidando mencionar”.

Rescata en varios momentos el respeto que había hacia el trabajo de las enfermeras y celebra haber trabajado con “grandes profesionales que me enseñaron que una sonrisa vale más que cualquier medicamento.

“Empecé sin nada, sin título, pero el coraje era lo que me impulsaba a querer saber y eso te lo da la vocación”, refiere.

Enseguida llegó la oportunidad de formalizar ese aprendizaje y ella lo recuerda con gratitud: “Cuando tenía más de 30 años, un día me encuentran en la puerta del Hospital los doctores Enrique Auil, Gustavo Marino Aguirre y Pascual Médici y me dicen que me tenía que animar a estudiar, que yo era inteligente y que era importante que tuviera el título. Tomé esa propuesta y comencé en La Plata, viajaba varias veces al año para rendir y en un año obtuve mi título de enfermera. Yo estaba casada para esa época y mi esposo en camino a La Plata me tomaba el examen. Era algo que me gustaba de alma”. 

Su carrera fue fructífera. Aunque tuvo una experiencia de trabajo en la Clínica Alsina, por convocatoria de la doctora Giovanna Cussumano, gran parte de su labor fue en el ámbito público y en el Hospital trabajó en todos los servicios, fundamentalmente en Maternidad, Cirugía y Clínica Médica. “Allí estaban los viejitos y siempre recuerdo que los bañaba y les recortaba los bigotes.

“Eran otros tiempos y era un orgullo ser enfermera, éramos las mejores vestidas, usábamos guardapolvo almidonado, la capa que tenía bordado ‘Hospital San José’ y la cofia que ahora ya casi nadie usa. Trabajábamos de tacos altos y siempre estábamos dispuestas a asistir a nuestros pacientes. También a desfilar para las fiestas, era un orgullo”.

 

Nuevas experiencias

En otro momento del relato cuenta que cuando se instaló el Juzgado, la Maternidad del Hospital se mudó al “viejo Hospital de Llanura” y refiere anécdotas de aquella transición. Más atrás en el tiempo menciona el trabajo incansable realizado en las epidemias de Fiebre Hemorrágica Argentina. “Era un verdadero campo de batalla, la gente se moría, todavía me veo junto a mis compañeras recorriendo la sala con un balde con formol recogiendo extremidades para mandar a analizar a La Plata.

“De ese tiempo recuerdo a ‘Marita’ Colard, que estaba embarazada y falleció. Se había comprado cintas de distintos colores para el pelo, yo la bañaba y la peinaba todos los días para que ella esperara a su esposo que era guitarrista; fue una época muy triste”.

 

En José Hernández

Durante la gestión del gobernador Cafiero se instalaron los Centros de Atención Ambulatoria de la Salud y fue llamada por Dora Ferreyra, “muy comprometida con la gestión de Alcides Sequeiro que me convoca porque necesitaban una enfermera con título para ese espacio. Acepté y trabajé junto a Dora y al doctor Bustos. Entré por el Ministerio de Salud y lo hice en la sala del barrio José Hernández, también estuve en Atepam, en Villa Alicia y en el barrio 25 de Mayo. Pero en Hernández me jubilé. Trabajábamos mucho, hacíamos de todo y se descomprimía mucho la demanda en el Hospital porque atendían ginecólogos, odontólogos y pediatras. Trabajé con muy buenos profesionales y atendí a gente muy humilde, siempre con la premisa de asistirlos y de saberlos llevar, algo para lo que hay que tener carácter”.

 

El retiro

Cuando llegó el momento de la jubilación, como cuando le ofrecieron ser enfermera, hubo lágrimas. “Sabía que iba a extrañar, pero me jubilé, decaí un poco, pero me repuse y entendí que nunca se deja de ser enfermera, así que seguí trabajando por mi cuenta y siempre me mostré dispuesta a tender una mano allí donde me necesitaran”, señala.

Hoy posee su gabinete en el espacio principal de su casa. La misma en la que vive ya sin sus seres queridos cercanos. “Tuve que afrontar la enfermedad de mi padre, de mi madre, de mi hermano y también de mi esposo, a todos los cuidé hasta que partieron y me repartí entre mi trabajo y asistirlos, nunca los interné y eso me deja muy tranquila”, agrega.

Hoy vive rodeada de recuerdos y confiesa que extraña a su esposo, José Cardamone, un hombre quince años mayor que ella a quien conoció cuando él estaba casado. “Siempre fui muy respetuosa de eso, pero debo confesar que entre nosotros ocurrió un amor a primera vista que se notaba en la mirada. Lo conocí de casualidad en un almuerzo en mi casa.  Nos sentamos frente a frente y enseguida nos miramos. Al tiempo su esposa enfermó de cáncer y falleció. Cuando pasó el tiempo, la vida quiso que fuera posible nuestro amor que contó con el aval de su hijo, que tenía una gomería enfrente a donde hoy está Carrefour. Nos casamos y estuvimos muchos años juntos, hasta que él falleció”.

 

Su presente

En la actualidad Neca vive sola, aunque confiesa haberse acostumbrada a “manejarme así”. “Tengo familiares y también vecinos y amigos incondicionales, así que estoy bien. Sigo trabajando, extraño a mi esposo porque hablábamos mucho, él era mayor que yo y me aconsejaba, era un hombre empresario, experimentado y acostumbrado a tomar decisiones. Pero la vida es así”.

Acostumbrada por su profesión a aceptar los claroscuros de la vida, describe las dificultades con naturalidad y las alegrías con inmensa gratitud. No perdió el coraje. Por el contrario, con los años esa cualidad se impuso. Sigue siendo una enfermera.

“Uno no deja nunca de ser enfermera, y agradezco haber estado allí donde había puñaladas, accidentes y tiros, porque allí aprendí mucho de lo que sé. Siempre me gustaba ir en la ambulancia; recuerdo que el médico legista era Cantelmi y cuando me veía llegar, siempre decía ‘acá está la que me va a ayudar’”.

Del presente de la salud tiene una mirada crítica: “Se ha deshumanizado la atención y se ha perdido un poco el compañerismo y la solidaridad, también el respeto por el paciente. Pero hay buenas enfermeras y gente con vocación que siguen escuchando al paciente que es en definitiva quien conoce su cuerpo. Yo volvería a ser enfermera si volviera a nacer”, concluye, en una apreciación que la define.


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