Perfiles pergaminenses

Miguel Butteri: alma de El Viejo Mayo, el negocio familiar que continuó con entrega


 Miguel Butteri en un alto de la tarea en el negocio (LA OPINION)

'' Miguel Butteri, en un alto de la tarea en el negocio. (LA OPINION)

En un alto de la tarea que realiza en la fábrica del tradicional comercio ubicado en Bartolomé Mitre 645, abocado a la elaboración de postres y masas, este pergaminense trazó su perfil rico en anécdotas y vivencias de barrio. Hincha de Douglas Haig y defensor de la familia, aspira a retirarse de la actividad comercial en un par de años para disfrutar de su tiempo libre.

Miguel Butteri tiene 66 años y es el responsable de la confitería El Viejo Mayo. Pasa sus días en la fábrica, a cargo del horno a leña, que es uno de los pocos que existen en la ciudad y que sirve para mantener intacta la preparación de las tradicionales recetas de las exquisiteces que se elaboran.

Se define como un “pastelero” y es un cultor de las tradiciones que siguieron sus antecesores para mantener un sello que en Pergamino es sinónimo de deleite. Sus rutinas están asociadas a su actividad laboral en la fábrica y su tiempo libre lo dedica a su familia y al encuentro con amigos.  Los lunes suele estar al frente de la atención al público porque su primo con quien comparte el negocio, toma su jornada de descanso. El resto de los días su trabajo se desarrolla donde no se ve, al lado del horno y controlando el funcionamiento de la cocina donde se elaboran los productos que comercializan.

Nació en Pergamino y creció en el centro de la ciudad, en la casa paterna de San Nicolás y Echevarría. Fue el único hijo del matrimonio de Magdalena Truco y Alfredo Butteri. Su infancia transcurrió en el Bar Mayo, el emprendimiento familiar que funcionaba a la vuelta de su casa. “Hoy en ese lugar funciona un colegio”, refiere y recuerda con añoranzas el tiempo de jugar con amigos y pasar horas en el Club Douglas Haig, en Comunicaciones y en su querida Plaza 25 de Mayo. 

Muestra una foto de cuando iba a la Escuela Nº 1y se reconoce rodeado de compañeros a los que recuerda, algunos con nombres, otros con apellidos y a varios por la actividad que realizan en el presente. Entre ellos: Daniel Caldentey, O’Brien, un médico de Mariano H. Alfonzo; el dueño del Hotel Fachinat; una chica que está casada con Remes Lenicov, el que fue ministro de Economía de Duhalde; Pizano, el contador, Carlos Dalmaso y tantos otros. “Fui a esa escuela hasta tercer grado y de ahí me cambiaron a la Pío XII, en calle 11 de Septiembre. 

“Nuestro tiempo libre transcurría en la Plaza 25 de Mayo. Yo vivía en San Nicolás y Echevarría, así que salíamos del colegio y lo que hacíamos era ir a patear a la plaza. Donde funciona el Correo estaba el Mercado Viejo, nos reuníamos allí y arrancábamos. Eramos una barra numerosa, todos amigos del barrio, entre los que estaban: los Bonet, Mazor, Gómez, San Martino, Panzeri, González, Bassi, Esperanza, los Cuartango y Bertucelli. Tengo recuerdos imborrables. También del Club Comunicaciones al que íbamos, aunque mi corazón siempre estuvo en Douglas Haig por cercanía”.

 

El Bar Mayo

“Mi padre que era descendiente de italianos tenía el Bar Mayo, bar y pizzería que funcionó durante muchos años y fue muy tradicional en Pergamino”, cuenta y refiere que cansado de algunas situaciones que se vivían en aquel tiempo su padre comenzó a abrirse camino en otra actividad y comenzó a fabricar masas y postres. 

En 1969 se instalaron en Bartolomé Mite 645, donde hoy funciona “El Viejo Mayo”.

Primero alquilábamos y en 1970 mi padre compró el inmueble. Tiempo después se enfermó y con los años yo me hice cargo de continuar con el negocio”.

Asegura que el hecho de haber crecido en contacto con el Bar Mayo, le facilitó el camino para poder continuar la tradición familiar. Su padre, junto a Climaco y Vázquez, habían trabajado en un lugar famoso de Pergamino, que se llamaba “La Familia”, que funcionaba donde hoy está Villa Mondongo, sobre la Peatonal. Allí la gente acostumbraba a ir a tomar café con masas. Miguel cuenta que fue de ese lugar que nació la receta de los tradicionales alfajores que aún hoy fabrican en El Viejo Mayo. “Climaco puso la confitería ‘El Ideal’, Vázquez compró otro negocio y mi papá puso el ‘Bar Mayo’. La receta de los alfajores de Pergamino era de los alemanes que tenían ‘La Familia’. Climaco la tomó y registró la marca de ‘Alfajores Pergamino’. Mi padre en ese momento no les dio tanta importancia a los alfajores y se concentró más en la fabricación de masas finas. Después comenzó a elaborar los alfajores que llevan el nombre de nuestro negocio. La receta es la misma”, cuenta desentrañando una de las cuestiones que siempre giran en torno a este producto tan propio de la ciudad. “Hoy a través de un familiar mío los estamos mandando a San Luis para comercializar, en poca cantidad porque es una receta que no es industrializable, es un producto que hay que consumir en quince o veinte días ya que no lleva ningún tipo de conservante”.

 

Homenaje a su padre

Miguel cuenta que cuando su papá se enfermó vendieron el comercio a otros dueños que lo tuvieron tres años. “Después de un tiempo lo recuperamos, pero por sugerencia de los abogados tuvimos que cambiar el nombre. “No podíamos ser más Mayo y en honor a mi padre decidimos ponerle: El Viejo Mayo”.

Con esa decisión comenzó otra etapa del tradicional comercio. Pero se mantuvieron las recetas y el servicio de siempre. 

“Trabajo con dos chicos: Leandro Alanís y Ricardo Becerro, incondicionales desde hace 25 años. Al frente del negocio en la atención al público está mi primo Juan José Caviglia, cuando volvimos a abrir fue a medias con él. El está al frente del mostrador y yo trabajo atrás en la fábrica”.

La premisa es “seguir la tradición, no dejándonos correr con la tecnología. Nosotros seguimos trabajando con el horno a leña, muy pocos lo tienen en Pergamino, ya que la mayoría trabaja con gas”.

La premisa es respetar “las viejas recetas”, cuidar lo tradicional de una tarea que Miguel confiesa haber aprendido más que de su padre de su tío Lorenzo Butteri. “Mi padre trabajaba en la atención al público y mi tío en la cocina. De él aprendí lo que sé en este oficio”, afirma. 

 

Su corazón, en Douglas Haig

Antes de comenzar a trabajar había dedicado mucho de su tiempo a la dirigencia integrando una subcomisión en el club de sus amores: Douglas Haig.

“Me pasé la vida en el Club y le agarré un amor terrible y trabajé mucho desde la subcomisión. En el basquetbol acompañamos al chico de Bertuccelli y después comenzamos a trabajar por el estadio, arrancamos de cero en la época de Miguel Morales que fue uno de los mejores presidentes que tuvo el Club Douglas Haig. Estuve muchos años como dirigente de la  subcomisión. Me convocaron varias veces para integrar la comisión directiva pero siempre dije que no. Formé parte de la subcomisión que se llamaba la agrupación rojinegro, ocho pibes de los cuales dos ya fallecieron y con los cuales conseguimos llevar adelante una obra magnífica, primero inauguramos la pileta y después el estadio”, relata.

“Recuerdo que un día nos juntamos con Don Miguel Morales que nos comentó que no se podía arreglar la cancha porque no había dinero. Entre todos nos propusimos hacerla. Realizamos la campaña de la bolsa de cemento que fue muy famosa en Pergamino, reunimos dos mil bolsas. Se unió a nosotros la comisión de estadio, gente que trabajó mucho y logramos el objetivo”, agrega.

Confiesa que hace diez años está alejado del Club y ni siquiera va a la cancha. Cuando la consulta lo indaga por las razones confiesa con dolor: “Hay gente que utiliza el Club para hacer política y me parece que eso no está bien. Yo soy hincha fanático de Douglas Haig, como de Boca Juniors, de Ford y de la Virgen del Rosario de San Nicolás, pero estoy retirado de la cancha por esta razón”.

“Cada quince días nos reunimos para reunir fondos en lo del ‘Tero’ Manzoco, somos como 30 personas que colaboramos para las obras del Club”, cuenta. 

Amigo de los amigos y fiel a los colores de la camiseta rojinegra, tiene además una peña en la que confluyen “hinchas de Douglas”. Los encuentros se desarrollan cada 21 días en el quincho de su casa. “Asisten Omar Cenacchi, Carlos Gouk, Mario Zarlenga, José Luis Alabe, ‘Pocho’ Marcolongo, ‘Pata’ Marcolongo, Raúl Cottet, Luis Mileta, el ‘Negro’ Díaz, Alberto Risodé, y mi hijo. Cocina Omar Cenacchi, que es el parrillero oficial, y sirve José Luis Alabe que es el mozo de cada encuentro”.

En esas rutinas y junto a su familia es feliz. “Hace años que estoy en pareja con  Rosa Matilde Buiatti. Tenemos un hijo de 33 años César Matías, que es soltero. El único día que me queda libre es el domingo y me gusta compartirlo en familia.

“Yo paso muchas horas en la fábrica, desde las 7:00 a las 16:00, al lado del horno, invierno y verano”, refiere y comenta que también comparte momentos con una barra de “muchachos de Douglas” con los que toma café. “Sigo insistiendo que el Club les  tiene que hacer un homenaje a ‘Carlitos’ Scalla, a Rubén Iriarte, al ‘Gringo’ Dinardo, a ‘Cacho’ Altube, a Manuel Paradela, a Miguel Redondo y al ‘Chavi’ Di Santo. A toda esa gente Douglas Haig le debe mucho”, afirma. 

 

Seguir adelante

Lejos de la bonanza de otras épocas en que el nivel de trabajo se mantenía estable, Miguel asegura que en el presente “subsiste”. No se queja de la actualidad, solo describe una realidad que parece marcar el cambio de los tiempos.

“Nuestra clientela ha sido  y es muy fiel. Pero la crisis económica se siente y tiene un impacto en nuestra actividad. En la década del 90, del 92 hasta 1995 en que vino la inundación, hacíamos fortunas, yo conseguí comprar mi casa en el barrio Acevedo y mi auto. Después en 2000 vino una crisis  y hoy subsistimos”.

Con cierta añoranza de lo que fue la década del 70, cuando Pergamino era “La Perla del Norte”, Miguel recuerda la época en que funcionaba la Fábrica Annan: “Eran 480 empleadas que cobraban doble aguinaldo al año y percibían sus sueldos por quincena. Había colas en el negocio para comprar; yo era pibito. Mi primo y dos personas más se repartían para atender, compraban bombones, masas, caramelos. Fue una época preciosa”.

Tanto ayer como hoy, lo que la clientela demanda son las tradicionales masas finas, los postres tradicionales. “Incorporamos algunas recetas pero la mayoría siguen siendo las de esa época porque la propia gente las pide, el postre Imperial Ruso, el Sambayón y el postre Mayo, además de las masas son los que más se venden. Y para las Fiestas el panetón, es un clásico”, comenta.

Fantasea con la posibilidad del retiro. Imagina que trabajará solo un par de años más y va preparando el terreno para que eso suceda. Dejando los secretos del oficio en manos de quienes continuarán la tarea. Sobre el final de la entrevista lo dice. “Aspiro a trabajar algunos años más y luego retirarme, y ahí sí, pasear que nunca lo hice”.  Sueña con conocer más el país, ir al Glaciar Perito Moreno, a las Cataratas del Iguazú y al río Paraná a recorrer las islas. “Me gusta la idea porque son las cosas que uno deja pendiente cuando trabaja”.

En una geografía que aún es la del negocio y la fábrica. Donde todo permanece intacto como antes, Miguel va planificando el futuro. Lo vivirá seguramente con la alegría de haber recorrido un largo camino siendo fiel a sus anhelos. Y según imagina envejecerá en este lugar que eligió. En su querido Pergamino, ese que para él es “el mejor pueblo de la Provincia de Buenos Aires”.


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