Perfiles pergaminenses

Miguel Angel Malandra: profesionalismo al servicio de la atención veterinaria


 Miguel Malandra en un alto de su tarea hizo un recorrido por su profesión y por la vida (LA OPINION)

'' Miguel Malandra, en un alto de su tarea, hizo un recorrido por su profesión y por la vida. (LA OPINION)

Es uno de los profesionales de mayor trayectoria en nuestro medio. “Agro Veterinaria El Cruce” es el espacio que desde 1983 contiene su actividad. Dueño de una rica experiencia, mantiene las rutinas de recorrer campos para hacer cesáreas en vacas, aunque reconoce que en los últimos años ha crecido la demanda en la clínica de pequeños animales.

Alos 58 años Miguel Angel Malandra es uno de los médicos veterinarios más reconocidos de la ciudad. Nació el 25 de mayo de 1957 y desde 1983 está al frente de “Agro Veterinaria El Cruce”, el espacio creado a poco de recibirse en el que desarrolló gran parte de su vida profesional. Allí se desarrolla la entrevista, en un establecimiento sencillo y dotado de todo lo que se necesita para el tratamiento de los animales. Comparte sus rutinas cotidianas con su mamá Elsa Olivetti que a los 80 años le hace compañía y colabora en la atención de los clientes. Es un orgullo para él contar con ella en los quehaceres del negocio. “Mi madre vive al lado de la Veterinaria, así que durante el día va y viene ayudándome en todo lo que pueda. Es parte de este lugar”, cuenta y refiere que el terreno donde está construido el local fue adquirido por su padre cuando él estaba estudiando Veterinaria. Desde siempre supo que iba a armar su profesión desde ese espacio. También que nunca iba a abandonar la atención de grandes animales en campos que recorre con la dedicación y compromiso del primer día.

La charla transcurre en el escritorio y su contenido va desde las cuestiones de la vida personal hasta las anécdotas de una profesión que le ha dado múltiples satisfacciones. “Nací en el centro de Pergamino, en calle Estrada y viví en tres lugares de chico, en Prudencio González, en Moreno y Lagos y en la zona del Cruce”. 

Es el hijo mayor de Elsa Olivetti y Miguel Malandra (fallecido) y el hermano de Silvia. Fue a la Escuela Nº 5 que funcionaba en la Avenida de Mayo entre Moreno y Alberti y la secundaria la hizo en el Instituto Comercial Rancagua. Su vida universitaria fue en la ciudad de La Plata. Supo desde temprano que le gustaban los animales y no dudó en elegir la carrera cuando fue momento.

“En los años 70 mi padre aparte del transporte de hacienda comenzó a tener vacas, así que yo siempre iba a los campos, veía cómo se hacían las cesáreas. También viajaba mucho con los choferes y me gustaba, pero mi padre me insistió para que estudiara y no lo dude: decidí que iba a ser veterinario”.

Asegura que su profesión tiene “cosas muy lindas” y confiesa que le ha dado enormes satisfacciones. Refiere que en la relación con los animales hay un 33 por ciento de gente que le da mucha importancia y los integra a su familia; un 33 por ciento que le da poca importancia; y un 33 por ciento que son totalmente indiferentes. Es decir que “hay de todo”.

“He visto llorar a mucha gente frente a la muerte de un perro, personas que llegan porque su perro va a ser sometido a una cirugía y te piden que hagas lo mejor posible porque ese animal es su única compañía. El universo de vivencias que se experimentan en esta profesión es infinito y se establece un vínculo con las familias y con los animales”, señala.

No menciona a un “cliente en especial”, pero sabe que detrás de cada animal que pasa por la veterinaria hay una historia. “Cuando uno le coloca una inyección al perro no le gusta ni medio por tranquilo que sea el animal. Tengo muchas anécdotas de gente que se sorprende por la respuesta de su mascota frente a una intervención o maniobra del veterinario.

“Hay gente que me cuenta que los domingos salen a pasear con sus perros y que al pasar por la veterinaria el animal cambia el comportamiento. Que siguen y se les pasa y que al regresar les sucede lo mismo. Yo les digo que creo que el animal no se olvida más del lugar en el que estuvo y le colocaron una inyección o le realizaron alguna maniobra veterinaria. Pueden pasar años y el perro no se olvida del veterinario, es increíble”.

 

Adaptarse a los tiempos

Aunque trabaja en el lugar de siempre, reconoce que la profesión ha sufrido muchas transformaciones y las valora positivamente. “Creo que la veterinaria ha cambiado y lo ha hecho para bien. Nosotros en la facultad veíamos todo en conjunto y hoy hay una tendencia a la especialización. Especializarse y seguir formándose a lo largo de la vida le permite a uno llegar más profundo a la causa que genera lo que tiene un animal”.

Así como ha crecido la profesionalización en la actividad veterinaria, han cambiado los rubros del ejercicio profesional. En el caso de Miguel Malandra, si bien en su clínica veterinaria se atienden en su mayoría pequeños animales, parte de su tarea sigue desarrollándose en el campo; en aquellos contextos en que vio nacer su vocación.

“El campo ha cambiado mucho. Yo hacía muchas cesáreas en vacas cuando recién me recibí y ahora hago menos, pero sigo porque es una tarea que me gusta. Creo que esto pasa fundamentalmente porque Pergamino es más agrícola que ganadera, y los animales han quedado un poco relegados”, describe y recuerda: “Hace cuarenta años Pergamino estaba inundado de vacas, chanchos y aves. Hoy es el 90 por ciento de soja y hay apenas un porcentaje dedicado a la ganadería. 

“Hubo un cambio tremendo, no puede ser que haya hecho más cesáreas cuando recién me recibí que ahora que tengo más experiencia.

“Lo que sí se ha agigantado es la atención de pequeños animales y esto se ve en la dinámica de funcionamiento de la veterinaria”, señala Miguel, que igualmente dedica parte de su tiempo a recorrer campos donde sigue realizando cesáreas o atendiendo animales.

Es un conocedor de la profesión y su veterinaria es como su segunda casa. Llegó allí al año de haberse recibido y después de haber hecho algunos pasajes por el Inta y en veterinarias privadas. “Me establecí aquí sabiendo que en este lugar conformaría mi profesión y estoy muy orgulloso por ella”, destaca en otro momento de la charla y confiesa que aunque han pasado por allí tres o cuatro veterinarios para ayudarlo, en general siempre ha trabajado solo en la atención de clínica y en la realización de distintas prácticas.

Confiesa que la mayor satisfacción que le da su profesión ocurre cada vez que realiza una cirugía. “Creo que la mayor satisfacción es la que se experimenta al operar. Nada en la vida te paga el sentir el buen humor de una cirugía, el sentirte satisfecho por lo realizado. Siempre digo que el médico o el veterinario cuando opera sabe si hizo las cosas bien o mal  y cuando uno responde bien en una cirugía y pone en ese acto todo su conocimiento, lo que siente no tiene comparación con otra cosa.

“Voy a Fontezuela a hacer cesáreas en vacas y la gente que es clienta me tiene preparado los faroles y a la vaca dispuesta sobre el piso del lado izquierdo. Llego y lo único que tengo que hacer es colocar la medicación y operar”, cuenta y considera que hay gente con la que se hace un equipo a lo largo de los años. “Se establece una relación muy especial con los clientes y los de la veterinaria han sido y son muy fieles”.

 

La capacidad de asombro 

En tantos años de profesión, Miguel Malandra no ha perdido la sensibilidad en el trato con los animales ni la capacidad de asombro. “Si sabés leer las conductas del animal, se aprende mucho de ellos. Hay algunos con los que uno se comunica mejor que con otros. El perro creo que es el animal que te brinda más cariño, el gato es un poco más huraño, pero sin embargo siempre vuelve; y los caballos creo que están ahí con el perro en cuanto a la relación que establecen con el hombre”.

Cuando menciona esto, trae a la conversación una anécdota: “Cuando estábamos en la facultad había un caballo de carrera conocido que se llamaba ‘Telescópico’, lo corría Marina Lezcano y ganaba todas las carreras. En un momento ese caballo se vendió y se fue a Estados Unidos y no ganaba nunca. Volvió, María Lezcano lo llamó y ahí estaba el animal relinchando al lado de ella”.

 

Fuera de la veterinaria

Cuando no trabaja, Miguel Malandra es un cultor de las rutinas sencillas. Está casado con Zulema Paz. Sin hijos, disfrutan del tiempo compartido en familia y viajan siempre que pueden. Reconoce que su profesión le pone ciertos límites al descanso, pero sin embargo asegura que con el transcurso del tiempo se va reconociendo el valor que tiene poder desconectarse de la rutina y conectarse con otras actividades.

“Siempre me gustó el deporte y me gusta compartir tiempo con amigos. De chico jugué al basquetbol en Sirio Libanés, después tuve un grupo de fútbol que se reunía en la quinta de Solá, éramos 30 ó 40 muchachos que nos reuníamos los sábados; y ahora que estoy un poco más grande estoy aprendiendo a jugar al golf y a alguna pelotita le pego”.

Cuando puede viaja. El rancho en Mina Clavero es el lugar al que va. “Hace 50 años que lo tenemos, a tres kilómetros de Mina Clavero, en una zona de pergaminenses, a 80 metros del río. Un íntimo amigo mío, ‘Lalo’ Solá está radicado allá, vive a metros de nuestra casa y es quien de algún modo se ocupa de manejar el rancherío de Pergamino en aquella zona”.

Aunque le gusta su condición de pergaminense y sabe que Pergamino es una ciudad  en la que le gusta vivir. Confiesa que Mina Clavero sería un lugar donde viviría.

“Me gusta ser pergaminense, pero muchas veces me pregunto dónde me hubiera gustado vivir, sería lindo que fuera en un lugar con sierras o mar, pero todo no se puede pedir. Me voy de vacaciones y cuando pasan unos días, me tira volver al lugar de donde soy, pero si tuviera que elegir un lugar que no fuera Pergamino, creo que elegiría vivir en Córdoba”.

 

En permanente actividad

En plena actividad, sabiendo que tiene una profesión que exige dedicación de tiempo completo, no piensa aún en el retiro o por lo menos no lo señala explícitamente. Sí tiene por delante muchas inquietudes personales. Inquieto, activo, se lamenta no haber aprendido Inglés y reconoce que de algún modo eso ha sido una limitación. “Me reprocho no haberlo hecho en su momento, pero creo que no es tarde, que solo es cuestión de tomar la decisión y ponerle ganas”.

Es así como se imagina la vejez, estudiando Inglés, caminando, paseando y haciendo algunos tiros de golf. Sabe que hacer realidad ese deseo depende en parte de cómo se configure el destino y en mucho de las acciones que él mismo ponga en marcha para conseguirlo. “Creo que todo se basa en la salud, hay personas que saben cuidar el cuerpo y otras que no. Yo creo que sé cuidarme. Hoy puedo correr, caminar, hacer deporte, disfruto de mi trabajo, de mi familia y del tiempo libre. El cuerpo y la mente me rinden, y espero que el día de mañana lo sigan haciendo. No tengo otro deseo”, concluye mientras llega el tiempo de volver a la tarea de cuidar a otro animal de los tantos que a diario llegan a su veterinaria. Se pone la chaqueta y ahí está otra vez, haciendo lo que sabe.


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